Unas sombras cruzaron el cielo: inmensos globos que arrastraban largos cables negros sobrevolaban la nueva silva, el vientre festoneado de cestos de encaje llenos de esferas verdes del tamaño de mi puño. Los cables ondeaban sobre la silva, bajando, contrayéndose, guiando el globo ora con un rumbo ora con otro, mientras otro cable le hacía virar treinta o cuarenta grados en otra dirección. Los globos viajaban a cinco o seis nudos, y pasaron tres sobre nosotros antes de que llegáramos al fondeadero que buscaba Brion.
El piloto maniobró cuidadosamente para aproximarse a la punta del muelle de xyla, que estaba casi totalmente cubierto de vegetación. Brion saltó al muelle y alzó los brazos. Una tupida maraña de hojas de helecho y tallos verdes y amarillentos se curvó y se separó a sus pies.
—¡Ella me recuerda! —exclamó—. Vamos. Desde aquí tenemos una buena caminata... hay tres kilómetros hasta las torres.
Los tripulantes y los guardias no iban a acompañarnos. Parecían aliviados.
Frick cogió varias bolsas de comida y cuatro cantimploras que le dio el camarero, quien miraba la exuberante silva con nerviosismo. Antes de bajar de la lancha, Frick se sacó una pizarra del bolsillo, la abrió, nos indicó a Salap y a mí que mirásemos. Una mujer morena, de fría belleza, con un evidente parecido con Hyssha, nos miraba con escepticismo desde la pantalla.
—Ésta era Caitla —murmuró. Y nos invitó a seguirlo.
Brion avanzaba con maniática energía en medio de aquella vegetación que le cedía el paso, como un bote abriendo una estela al revés. Al cabo de vanos minutos lo perdimos de vista, pero lo seguimos por el sendero que trazaba en la nueva silva.
—¿Cómo sabe adonde ir? —le preguntó Salap a Frick.
—La silva traza un sendero. Ella nos muestra adonde ir —dijo Frick, sudando en el calor húmedo.
Detecté un aroma de azufre. Más actividad volcánica. Cada doce metros atravesábamos una especie de claro donde los nuevos vástagos verdes se aferraban al suelo, y podíamos ver las torres; estaban cubiertas con un grueso revestimiento de trepadoras y brotes rojos o negros, no verdes. Poco a poco nos acercábamos.
Otro globo oscuro surcó el cielo llevando su cargamento hacia el oeste.
—Experimenta con las nuevas formas verdes —dijo Salap— pero mantiene sus partes centrales intactas. —Señaló las torres—. ¿Brion nos lleva allí? —le preguntó a Frick.
Frick asintió.
—He venido aquí cinco veces —dijo—. Nunca había tenido este aspecto.
Al cabo de quince minutos de marcha localizamos a Brion. Miraba al norte desde la cima de una loma de diez metros de altura, cubierto hasta las rodillas por una maraña de trepadoras verdes más gruesas que cordeles.
—Ahora veis lo que se propone —dijo—. Desde aquí podéis ver todo su plan.
Subimos la cuesta. El olor de las trepadoras que pisábamos era intensamente frutal, y nubecitas de polvo rojo subían hasta nuestras rodillas. Ahora, a la misma altura que la mayor parte de la silva nueva —sólo los inmensos brotes verdes sobresalían por encima de la loma— vimos una moqueta de un verde azulado intenso, con rizos concéntricos amarillo verdosos. Veíamos el centro de la floración, al norte, y el límite entre la silva vieja y la nueva, allí donde el verdor reemplazaba la espesura marrón, negra y púrpura. En todo el ecosistema, cientos de globos negros y rojos enfilaban hacia el perímetro externo partiendo de los siete pilares, para reemplazar desde el aire los vástagos moribundos por nuevos brotes verdes.
—¿Cuánto falta para que llegue a Naderville? —preguntó Frick.
—No lo sé —dijo Brion.
—Una semana o menos, calculo —intervino Salap—. ¿Tu gente está preparada?
—No veo cómo podríamos estar preparados —dijo Brion.
Bajó por la ladera opuesta de la loma. Me volví para observar desde aquella altura, y localicé la caleta, las aguas del lago que llegaban hasta el horizonte por el sur, y de nuevo los pilares. Un silbido jadeante, suave y plañidero llegaba del sur, quizá desde la costa del lago. Me estremecí al escucharlo. Parecía típico de Lamarckia, y aterrador, que un poder y un cambio tan arrolladores emitieran un sonido tan simple como un gorjeo.
Al oeste, los cúmulos y frentes de tormenta construían blandas montañas. Brion gritó desde el linde de la silva, que nuevamente le cedió el paso.
—El ecos construye su propio clima. Habrá lluvia dentro de unos días... esperad y veréis.
—Sí —murmuró Salap—. Hemos experimentado ese fenómeno.
Alcanzamos nuevamente a Brion cinco minutos después. Estaba en un callejón sin salida, y los vástagos se negaban a apartarse. Caminaba de aquí para allá, sudando a mares. Frick le alcanzó una cantimplora marcada y él bebió ávidamente y se enjugó la boca con la mano. Frick nos entregó otras cantimploras. Brion bebía únicamente de la suya.
Suspiró.
—Es raro que sólo nos deje llegar hasta aquí.
Siguió paseándose nerviosamente. De nuevo, desde el sur, ese gorjeo jadeante. Salap aprovechó la pausa para inspeccionar más atentamente la morfología de los nuevos vástagos verdes.
—Creo que todos son variedades experimentales de productores de alimento —concluyó—. El ecos está probando las estructuras más eficaces, almacenando nutrientes, usándolos para generar vástagos en el centro... Al cual nos dirigimos.
Bajo nuestros pies, marañas marrones y trozos que parecían ser ramas muertas y astilladas cubrían el suelo de la silva. Tubos blancos y pálidos avanzaban entre los detritos. Si pisábamos un tubo cerca de la superficie, brotaba de él un fluido lechoso. Salap se llevó una gota del fluido a la lengua.
—Es dulce —dijo.
Una nueva máquina, un nuevo experimento.
—¿Tú habrías hecho una cosa así? —le pregunté a Salap, mientras Brion se paseaba nerviosamente a cierta distancia.
—No lo sé —dijo Salap reflexivamente. Enarcó las cejas—. Si se me hubiera ocurrido, quién sabe qué habría hecho. No sabemos con quién negociaba él... con qué clase de forma u organismo se comunicaban él y su esposa. Ni cómo se comunicaban.
—Yo los vi —dijo Frick, agachándose para esperar. Se enjugó la frente con un paño—. Eran pequeños gusanos negros de siete o nueve patas. Emitían sonidos semejantes al lenguaje humano. Se llevaban comida y equipo nuestro, y a cambio traían otras cosas. Brion y Caitla les mostraron plantas en macetas y frascos, y al cabo de pocos días los gusanos negros trajeron imitaciones. Caitla estaba eufórica. Luego, en mi tercer viaje, vi el primero que trató de parecer humano. Incluso trataba de hablar. Nos comunicábamos con gestos, pero no tenía verdaderos ojos. Trataba de parecer mujer, y creo que nos localizaba por el calor. Ser Brion y Caitla le mostraron más plantas, las favoritas de Caitla. Logró imitaciones aún mejores y nos las llevamos al vivero.
»Pero yo nunca la he visto a ella. La que él espera. La última vez que estuvimos aquí después de la muerte de Caitla, yo me quedé en la lancha. Esta jungla no existía.
—¿Él está esperando algo semejante a su esposa? —pregunté—. ¿Una imitación?
A Frick no le agradaba esa idea. Cambió de postura y se restregó los ojos con una mueca.
—Yo conocí a Caitla —dijo—. Era una mujer severa pero bondadosa. Congeniaba maravillosamente con ser Brion. Cuando ella murió, todos lamentamos su pérdida. Ser Brion estaba deshecho, y también Hyssha.
Me costaba entender la relación entre aquello y los saqueos y asesinatos. En medio de tanto cambio, la muerte, la impiedad y la incompetencia dejaban de tener importancia. Mi propia muerte podía ser totalmente apropiada, o carecer de sentido. Decidí renunciar a comprender aquellos actos de crueldad. Después de mi exabrupto ante Brion, había perdido todo sentido de la misión que tenía, de mi papel. No era mejor ni más poderoso que Frick. Al fin me había ganado mi humildad, mi perfecto sentido de la mortalidad.
Me pregunté qué se sentiría estando a solas en medio de aquella silva verde y proliferante durante días o semanas.
Shirla constituía el único marco de referencia del cual no podía desprenderme. Quería verla, cerciorarme de que estaba bien. Si podíamos encontrarnos de nuevo, yo tendría un nueva prestancia, un nuevo sentido del propósito, libre de Thistledown y la Vía.
Brion regresó a la trémula barricada y agachó la cabeza.
—Soy paciente —murmuró—. Soy paciente.
Pero la barricada permanecía.
—Tenemos suficiente agua y comida —dijo—. Esperaremos aquí hasta mañana. Lo lamento. Esto nunca había sucedido. —Nada de esto había sucedido —comentó Salap.
Dormimos en el suelo mientras la silva temblaba y crecía alrededor. Cada pocas horas, una ráfaga de movimiento sacudía las paredes que bordeaban el sendero emitiendo un sonido corno el del viento soplando entre los árboles. Dormí profundamente y no recordé ningún sueño; me desperté sintiéndome aturdido, incapaz de nada. Al cabo de varios minutos, después de comer una torta y de beber de la cantimplora que compartíamos Salap y yo, recobré la lucidez. La ración de agua no era suficiente y yo tenía sed, pero al menos no tenía la boca seca.
Brion se arrodilló ante la barricada.
—Está preparando algo —dijo—. Ella no nos traería hasta aquí para cerrarnos el paso.
—¿Entonces ella es inteligente? —preguntó Salap.
Brion se echó a reír.
—¿Cuántas veces me he hecho esa pregunta? ¿Cuántas veces hablamos Caitla y yo de ello? Y después de la muerte de Caitla... Claro que me gustaría que ella regresara. Sería maravilloso. Que toda su belleza, todos sus pensamientos fuesen absorbidos por algo más grande. Inteligente.
Pensé en la discusión que habíamos tenido a bordo del Vigilante. Lamarckia sería un pobre sustituto de la dicha eterna, pero una opción aceptable en comparación con el vacío de la muerte.
A nuestra espalda, en el sendero, todos oímos simultáneamente voces humanas. Brion se volvió bruscamente. La expresión de pánico que puso, y su búsqueda entre las paredes trémulas y susurrantes que flanqueaban el sendero, me dolieron como una puñalada. El suyo era el rostro de un hombre que no quería ver ese fantasma que deseaba por encima de todo lo demás.
La conciencia de Frick debía estar limpia. Al menos fue él quien primero reconoció las voces.
—Es Hyssha —dijo—. Y creo que Grado... y Ullman.
Un hombre alto de pelo moreno y corto y ojos negros y suspicaces dobló el recodo a diez metros del final del sendero, nos vio y se detuvo. Miró hacia la derecha y gesticuló como si se hubiera topado con fieras y pidiese silencio a quien lo seguía.
La imponente y adusta mujer de cabello rojizo, Hyssha Chung, lo rodeó sin vacilar y se nos acercó. Mejor dicho, se acercó a Brion, pues no prestó la menor atención a los demás.
—No deberías estar aquí —le advirtió—. Maldito sea tu Hálito, no deberías estar aquí, y menos ahora.
Brion alzó las manos a la defensiva.
—Allí no pasa nada —dijo.
—¿Y qué hay aquí que sea más necesario y urgente? —preguntó ella.
Por un instante pareció reconocer que yo al menos existía, con una ojeada en mi dirección, pero luego frunció aún más el ceño y se inclinó hacia Brion, quien alzó las manos.
—Lenk está reuniendo a su gente y se dispone a regresar a sus naves. Fassid dice que tu ausencia no les deja elección.
—¿Se niegan a hablar con Beys?
—¿Por qué pensaste que hablarían con él?
—Beys maneja todo eso. ¿Qué importa donde esté yo? ¿Y qué puede hacer Lenk, de todos modos?
Ante aquella mujer imponente, su voz parecía la de un niño a la defensiva.
—¿Cómo sabes qué puede hacer Lenk y qué no? —continuó Chung, enfrentándose a él severa—. Hay más cosas en juego que esta silva monstruosa.
—Mira cómo ha cambiado —dijo Brion, plantándose ante la mujer, pero recurriendo a la persuasión, no a la autoridad.
Frick presenciaba aquel diálogo con cierto aburrimiento. Chung no lo amilanaba, al menos mientras concentraba su atención en Brion.
—Me importa un bledo que haya cambiado —dijo ella con voz cascada, cogiéndole las manos—. ¿Qué puedes hacer aquí?
—Aquí está nuestro legado —dijo Brion. Su rostro se arrugó como cuero blando. Sacudió suavemente las muñecas, no para zafarse de ella sino para enfatizar sus palabras—. Ella está aquí. Yo esperaba convencer al Hexamon...
Chung me miró con absoluto desprecio.
—Fassid me habló de este farsante —declaró—. Él y la credulidad de este tonto —señaló a Salap— los han puesto en una situación embarazosa. Incluso Lenk puede hallar un modo de usarlo contra nosotros. ¡Pero tú te lo crees!
—No tiene ninguna prueba, pero es muy convincente —comentó Frick—. Creo que está plenamente justificado que ser Brion...
Chung extendió la mano agresivamente.
—No importa quién o qué es. ¿Dónde están los ejércitos, las fuerzas que nos sacarían de aquí?
—No han venido —dijo Brion, como si fuera una insignificancia.
Ella entornó los ojos castaños, frunció los labios, me miró por el rabillo del ojo. No pude contener mi reacción. Nunca había sido caballeroso cuando tenía que enfrentarme a la cólera desatada de una mujer. De hecho, el histrionismo no formaba parte de mi vida en Thistledown.
Me eché a reír. Chung no se inmutó.
—Sois hombres muertos —nos dijo a Salap y a mí—. No diréis nada de esto a Lenk.
—Hyssha —dijo Brion, zafándose de sus manos—. Nada de eso significa nada. Nada importa lo que haga Lenk, ni lo que haga yo. Nada. Mira el verdor. Le he dado las herramientas. La ventaja. Presenté claramente mi petición.
—Caitla ha muerto —dijo Chung—. Mi hermana no regresará.
La muralla verde del final del sendero tembló violentamente, y se formó una hendidura en el centro que adquirió profundidad mientras los bordes se desplazaban hacia ambos lados. En ese mar verde que se entreabría, nuestro Moisés biológico parecía tan sorprendido como nosotros. Una bruma de polvo rojo llenó el aire hasta que fue cayendo lentamente. El sendero pronto se extendió cien metros más, hasta el borde interior de la nueva silva y el linde del terreno donde se erguían los pilares.
—No quiso abrirse para mí —le dijo Brion a Chung—. Se está abriendo para ti. Te huele. Y tú hueles como Caitla.
Chung miró sendero abajo, menos desdeñosa y airada que un instante antes. Vaciló. Se estremeció. Miró a Salap.
—Eso es ridículo —dijo.
—Vayamos a ver —dijo Salap, siguiendo a Brion, que ya había reanudado la marcha.