Read Legado Online

Authors: Greg Bear

Tags: #ciencia ficción

Legado (52 page)

BOOK: Legado
3.08Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Ella está muerta —nos dijo Chung a Frick y a mí, pero sin certidumbre—. Nada puede traerla de regreso.

23

Al final del camino se extendía una desolada extensión de lava resquebrajada, trozos pequeños y regulares como guijarros en el cauce de un antiguo río. El campo de lava cubría varios kilómetros, interrumpido por seis montículos parduscos de cincuenta o sesenta metros de altura, coronados por cráteres, como montes amarillos cubiertos de nieve sucia. Aguas termales brotaban del centro de esos montículos y formaban hilillos oscuros e irregulares en los flancos, gorgoteando alrededor de su base.

Bordeando el campo de lava, los pilares rojos y negros cubiertos de lianas arrojaban largas sombras sobre la grava y dos montículos.

En el cielo, en número creciente con los rayos del sol de mediodía, cientos de globos llevaban su cargamento de vástagos larvarios, rozando con los cables la planicie de lava, moviendo sólo las puntas, que tocaban delicadamente la inhóspita grava y retrocedían como tentáculos de pulpos. Los globos se elevaban desde el centro del campo, oculto por el montículo más cercano.

Salap no pudo disimular su fascinación.

—Hemos visto muchas cosas y sobrevivido, ser Olmy —me susurró—. Pero nunca hemos visto nada semejante.

Frente a nosotros, una laguna de líquido rojizo y humeante, que no era lava sino agua termal sobresaturada, rica en minerales, con la consistencia del vidrio fundido, burbujeaba entre los trozos de lava y se solidificaba con ruidos crepitantes, mientras su lisa superficie se oscurecía y enturbiaba. Más allá de esa laguna ya se habían endurecido otras y formado sendas llanas en la rugosa grava. Brion se detuvo sobre la superficie pardusca y brumosa, caminó a paso vivo hacia la siguiente.

Las lagunas vitrificadas nos permitieron llegar al montículo más próximo. Aguas sulfurosas, humeantes y efervescentes se deslizaban por el flanco del montículo a sólo diez metros de nosotros. Del otro lado teníamos una clara visión del centro del campo. Una semiesfera roja y grande como un estadio se erguía al final del camino como una inmensa burbuja de sangre, pero sólida y reluciente bajo el sol.

Alrededor de la semiesfera, los globos cargados se elevaban lenta y obstinadamente desde cráteres de borde rojo, e iniciaban su viaje aéreo hacia la verde silva.

—No es diferente. Salvo por los globos, esto no ha cambiado —dijo Brion por encima del hombro, avanzando a brincos.

Todos nuestros rostros cobraron un tinte rojo cuando nos aproximamos a la cúpula. Chung había perdido su arrogancia. Lo observaba todo con callada y nerviosa atención. Brion, por su parte, estaba exaltado, y corría de aquí para allá bajo el fulgor rojo de la semiesfera, los ojos relucientes de lágrimas, como si al fin hubiera llegado a casa.

Salap iba por su cuenta, sumido en sus contemplaciones, pisando con cuidado, como si las parduscas baldosas del sendero pudieran rajarse y succionarnos. Frick permanecía cerca de mí.

El sendero terminó en una línea rugosa que parecía una cicatriz en la cúpula. Brion tocó la larga cicatriz, pero no logró que se abriera.

Salap cogió a Chung por el codo, empujándola hacia Brion.

—Te toca —murmuró ante su resistencia.

—Ella te huele. Ella cree en ti —le dijo Brion—. Ella cree en nosotros.

En presencia de Chung, la cicatriz se abrió con un ruido de ventosa y los bordes se retiraron como una cortina para formar un orificio redondo en el flanco de la semiesfera.

Lo atravesamos. Dentro, nuestros ojos se habituaron a un interior umbrío de color sangre. Arcos traslúcidos se elevaban desde el suelo, a nuestra izquierda, sosteniendo el perfecto exterior de la cúpula. Unos metros a la derecha se levantaba otro conjunto de arcos. Suspendidos de gruesas hondas nudosas entre los arcos, o de las vueltas de los propios arcos, colgaban enormes sacos semejantes a globos desinflados cuyo fondo llenaban depósitos de líquido oscuro.

A izquierda y derecha, vejigas traslúcidas de tres a cuatro metros de anchura y uno de altura interrumpían el suelo flexible. Dentro de las vejigas, tubos en espiral y oblongos se aplastaban contra la membrana, pálidos pero rodeados por un fluido negro y espeso como petróleo.

A una docena de pasos, los arcos se encontraban con una cámara interior cuyas paredes se curvaban hacia dentro como la intersección de seis enormes burbujas. Todas las superficies de la semiesfera eran secciones de grandes burbujas, modeladas con pericia y cortadas o cruzadas por otras superficies curvas de diversos tamaños. Era como meterse en el interior de un radiolario enorme, una de esas diminutas criaturas marinas microscópicas con esqueleto de silicio de los mares de la Tierra.

Caminamos despacio entre aquellas maravillas. Un nuevo olor impregnaba el aire, un perfume dulzón y almizclado.

—El velo externo. Oledlo —dijo Brion , agitando la mano—. Hay ocho velos, ocho capas aéreas de aroma. Una vez traje aquí un pequeño vástago, hace seis meses. Luchaba en mis brazos, y cuando atravesó el tercer velo quedó convertido en un líquido espeso y se me escurrió entre los dedos. Lo que está dentro no tolera a sus hijos... a menos que tengan autorización. Y los únicos vástagos que tienen autorización son los espías, reconocedores y recolectores que traen información. Lo que está dentro siempre tiene hambre de diseños, planos, diagramas... información.

Vimos una zona de almacenamiento para losas y trozos de roca: pizarra, piedra arenisca, conglomerados, pedernal y otras variedades, dispuestos en montones, aparentemente de manera caótica; cubrían unos cien metros cuadrados en el reborde de un arco principal de soporte. Los montones se elevaban sobre nuestra cabeza. A un lado, un vástago de tamaño elefantino con muchas zarpas permanecía inmóvil; sólo un leve temblor agitaba sus extremidades delanteras, zarpas con pinchos largas como mis piernas, algunas de punta afilada. En la base había fragmentos de piedra partida desparramados que contenían bellos fósiles. Brion avanzó entre dos montones y separó un fragmento de piedra caliza de treinta centímetros de lado.

—Ella hizo juntar estas piedras para que se las trajeran. Las usa como una especie de biblioteca.

Nos alcanzó la losa de veinte kilogramos. Había un perfil negro incrustado en la piedra caliza, un artrópodo de muchas patas rodeado de gruesos zarcillos plumosos.

—Cuando mi esposa y yo llegamos aquí, ella no veía. Ella almacenó estos fósiles y los estudió sin ojos, saboreándolos y palpándolos.

Salap se acercó a Brion, las manos extendidas, los dedos ávidos. Cogió el fósil con los ojos desorbitados.

—¿Esto era un vástago? —preguntó.

—No sé —dijo Brion—. Tiene por lo menos diez millones de años. Si es más antiguo, pertenece a la época de las criaturas con concha que cubrieron gran parte de Lamarckia con capas de piedra caliza y que dificultan el hallazgo de metales y otros minerales. ¿Qué edad crees que tienen los ecoi?

—He calculado que cientos de millones de años —dijo Salap.

Brion sacudió la cabeza.

—Hsia fue el primero, y quizá tenga menos de veinte millones. En cuanto a los demás, a lo sumo tienen unos cuantos millones de años. La vida era poca y muy simple antes de Hsia.

»Cuando Hsia se aventuró en tierra, había muy poco oxígeno, y no había ozono en las zonas superiores de la atmósfera. Se cubrió con una gruesa capa protectora. El oxígeno habrá tardado quince millones de años en alcanzar los niveles actuales.

Desde más adelante nos llegaba un olor dulzón y penetrante. Mientras avanzábamos hacia el cubo interior, atravesamos diversas variantes del mismo olor, como velos de incienso rodeando el cuerpo de un santo reverenciado.

Brion se detuvo. Los hollejos marchitos de lo que parecían cuerpos humanos yacían amontonados al pie de un arco. El arco se elevaba por lo menos sesenta metros hasta las borrosas y rojizas alturas de la cúpula. Los cuerpos tenían un tamaño que oscilaba entre menos de un metro y más de dos. Tejidos secos se estiraban sobre soportes internos toscamente parecidos a esqueletos. Rostros de tejido duro nos miraban con ojos vidriosos; cabezas de muñeca creadas por un torpe fabricante de juguetes que había desechado los resultados fallidos.

—Esto eran experimentos —murmuró Brion—. Ella nos los mostró la primera vez que vinimos aquí. Sabía lo que quería... algo para comunicarse con nosotros. Sabía que no formábamos parte de ningún ecos, y necesitaba desesperadamente descubrir qué éramos. El mejor modo de aprenderlo, para ella, era imitarnos. Es su modo de aprender.

El armazón cúbico que teníamos delante era más grande y estaba más lejos de lo que yo había creído. Empezaba a unos cincuenta metros del cementerio de formas humanas desechadas. El último aroma nos rodeaba, y era repugnante y atractivo a la vez: pan horneado, alquitrán caliente, metano, sales y mucho más.

Brion se acercó al armazón caminando como un viejo cansado. Traté de imaginar su estado emocional y no pude. Lo que él esperaba, lo que tal vez viera, habría enloquecido a muchos hombres. Mientras nos precedía, nos dio una entrecortada explicación de su última visita. Había llevado a su esposa moribunda al interior de la semiesfera sanguinolenta, se había quedado con ella escuchando su último aliento, sus últimas palabras.

—Padecía dolor —dijo con voz trémula y ronca. Se secó la cara con el dorso de la mano, el cordel todavía atado en torno al dedo—. Nadie podía salvarla. —Tocó la pared membranosa del armazón y me miró—. Era extraordinaria. Ambos rezamos para que viniera el Hexamon a traernos la medicina de Thistledown, aquello que Lenk había dejado atrás. Al fin Lenk se vengó de nosotros. Mucha gente de mi pueblo murió como mi esposa. Ella duró más que la mayoría. Su hígado y sus riñones se pudrían. Una enfermedad muy sencilla de curar en Thistledown. Pero no vinisteis. Cuando ella murió... murió. —Apartó la mano—. Fue un alivio. Me sentí como si hubiera muerto con ella, y eso también fue un alivio. La dejé en el suelo, dentro... Salí y acampé cinco días en el linde del campo de lava. Ser Frick me traía comida de la lancha. Nada sucedió. Nadie salió del domo. No pude volver a entrar. Todos regresamos a Naderville.

Frick miró las sombras de todos los costados con una mueca de temor. Hyssha Chung se quedó cerca de Brion. Había odio en sus ojos cuando me miraba. Yo encarnaba todas las esperanzas perdidas, la decepción final. Para ellos yo representaba el fracaso: no habría rescate inminente, ni cambios y explicaciones, ni regreso a los brazos de padres sabios y protectores.

—Ella está dentro —murmuró Brion—. Es decir, está por todas partes, pero el corazón de su corazón está aquí. El corazón de la vida de Hsia.

Fuera de la semiesfera, las nubes debían haber tapado el sol, pues la sombra nos envolvía. Haces tenues pinchaban la profunda oscuridad roja y parda, como estrellas en el firmamento. Una luminosidad violeta fluctuaba dentro del armazón. Un sonido grave gruñó bajo nuestros pies. A metros de distancia, más allá de vanas filas de paredes y soportes traslúcidos, algo se hinchó como la garganta de un enorme sapo y se desinfló, expulsando un dulce y repulsivo aroma a alquitrán y resina ardiente.

Brion se apoyó en la pared, una sombra clara contra la membrana. Esta vez no hubo preferencia por Hyssha. La pared pareció absorberlo, y el tejido que estaba bajo nuestros pies gruñó de nuevo.

Oímos una voz extraña, y Salap saltó como si le hubieran pegado en las costillas. Aguda, dulce, como el chirrido de un gran insecto mezclado con el silbido de una flauta; infantil, pero afectada y madura, llegaba desde el interior del armazón.

—Nombres claros ahora —dijo—. ¿Nombres son y claros?

24

El tiempo se ha vuelto muy confuso. Me estoy recuperando, dicen los ayudantes. Soy una celebridad en el Hexamon. Yanosh flota junto a mi diván.

—¿Era la esposa de Brion? —me pregunta Yanosh.

Estamos en la Vía, en caída libre, en la unidad hospitalaria de Ciudad de Axis. No sé con certeza si estoy soñando o estoy muerto. Recuerdo que le conté mi historia a Yanosh y tal vez a otros, pero me ha llevado un tiempo —un tiempo indefinido— llegar a este punto. Los acontecimientos se confunden.

Yanosh ha cambiado. Ha adoptado un rostro más viejo, para tener la apariencia de haber tomado muchas decisiones, de poseer madurez política. Aquí han pasado sólo unos años, tal vez diez. ¿Qué significa eso?

—¿Era la esposa de Brion? —repite con paciencia. Es primer asistente del recién elegido ministro presidencial geshel, pero ha pasado mucho tiempo en mi unidad, hablándome, aguardando el regreso de todos mis recuerdos.

Sé que soy un viejo; tengo noventa o noventa y un años de Lamarckia. Debo estar muerto, o moribundo, y todo esto es un fragmento menguante de mi imaginación.

—Estaba muerta —logro decir.

—¿Qué fue lo que os habló, entonces?

Su curiosidad me ofende, como si su deseo de saber qué aspecto tenía la madre seminal o la reina delatara una mentalidad pueril o trivial. Hay muchas otras cosas importantes. Lo que hizo Lenk, o permitió que su gente hiciese. El verdor, una ola de cambio, un flujo a través de las generaciones, el uso que hizo Hsia del don de Brion, su «nombre».

Todo me parece comprimido, y tengo que ordenar mis pensamientos y encontrar nuevamente su ilación. La fuga sumada al dolor y el hambre. Las migraciones desde los lugares adonde llegaba el verdor, donde dominaba Hsia. Y cómo el nombre de la esposa de Brion le fue impuesto a esa marea que habían iniciado, a ese ecos transfigurado que ahora se llamaba Caitla, un vasto y vibrante espectro que tenía tanto que ver con esa voz, y nada que ver con Caitla misma, pues ella había muerto. Su cuerpo permanecía intacto allí donde Brion lo había dejado, dentro del armazón, en las profundidades de la madre seminal, la enorme burbuja de color sanguinolento.

—No había nadie detrás de esa voz —digo.

—Quieres decir que no había inteligencia.

—No había un yo, no había un tú.

Recuerdo el dolor de mis piernas y mis brazos, el ardor en mis articulaciones, un ardor de años. Ese dolor ya se ha ido. Muevo los dedos y las articulaciones se doblan limpiamente, con una docilidad que he olvidado.

—Tenemos trabajo que hacer, Olmy —dice Yanosh—. No puedo quedarme aquí para siempre. Ordené un esfuerzo masivo para abrir las pilas geométricas. No pretenderé que es mérito mío que te hayan propuesto para una segunda encarnación. Te lo ganaste y el Nexo lo aprobó, y ni siquiera se descontará de tus renacimientos autorizados...

BOOK: Legado
3.08Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Shannivar by Deborah J. Ross
Tied Up and Twisted by Alison Tyler
Thong on Fire by Noire
Dirty Thoughts by Megan Erickson
Honest Betrayal by Girard, Dara