Límite (111 page)

Read Límite Online

Authors: Schätzing Frank

BOOK: Límite
7.47Mb size Format: txt, pdf, ePub

En el año 2015, uno antes de que se cumpla su mandato, debilitado por la política y por la próstata, al dictador, finalmente, se le doblan las rodillas. En la televisión estatal puede verse a un hombre cansado y viejo que describe la cadaverización de su salud, razón por la cual ya no puede seguir sirviendo a su amado pueblo como de costumbre. Por tanto, por el bien de Guinea Ecuatorial, dejará su cargo en manos de gente más joven, y, en efecto, en efecto...

Siguiendo la dramaturgia de este teatrillo de provincias, Obiang debería ahora dejar que su hijo mayor, Teodorino, salga de detrás del telón portando el ornato presidencial, pero éste, previsor, se ha marchado a una estación de buceo en el triángulo de las Bermudas de la
jet set.
No obstante, la mayoría de sus tíos y primos ven con mejores ojos en el poder al segundogénito de Obiang, Gabriel, que dirige los negocios petroleros. Surge entonces la discordia entre teodorinistas y gabrielistas. Estados Unidos, acérrimo enemigo de Teodorino, ya que éste, algunos años antes, había proclamado a bombo y platillo su intención de renegociar todos los contratos petroleros con dicho país, difunde rumores según los cuales Teodorino planea el asesinato de Gabriel. De repente, nadie parece querer asumir realmente las riendas. Obiang, repugnado por el mal gusto de la cobardía, se decide finalmente, sin vacilar, a nominar al candidato de la transición, quien va a dirigir los negocios del gobierno mientras dure el año de mandato que le queda para luego convocar a elecciones, previa legalización de todos los partidos y candidatos. El elegido es el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, un primo de Obiang, cuyo pecho, lleno de medallas, da fe de sus leales servicios, entre otros, la prevención de varios intentos de atentado y de golpes y el encarcelamiento y la tortura de muchos bubis y fangs. Se trata del...

...general de brigada Juan Alfonso Nguema Mayé. Corpulento, calvo, con una sonrisa ancha y seductora. Mayé, que tiene una empresa en Berlín de tanques de petróleo, devora con deleite los globos oculares de Yoyo, mientras que Jan Kees Vogelaar...

—Owen.

Mayé se transforma en Kenny, se aproxima, se ve negro contra el fondo de llamas, levanta un brazo, y Jericho ve cómo alza el cráneo sin ojos de Yoyo.

«Dame tu ordenador», dice la figura.

«Dame...»

—Owen, despierta.

Alguien lo sacudía por el hombro. La voz de Yoyo lo arrullaba en el oído. Él aspiró su aroma y abrió los ojos. Detrás de ella estaba Tu, que le sonreía desde su altura.

—¿Qué pasa? —preguntó Jericho señalando la cabina del piloto—. ¿No deberías estar sentado ahí delante?

—Piloto automático,
xiongdi
—respondió Tu—. Un invento que es una bendición. Tuve que sustituirte temporalmente, ¿quieres oír cómo continúa la historia de Mayé?

—Ejem...

—Eso podría pasar por un «sí» —susurró Yoyo volviéndose hacia Tu—. ¿Qué crees?, ¿que ha dicho sí?

—Suena más bien como si le apeteciera un café. ¿Quieres un café, Owen?

—¿Hum?

—¿Que si quieres un café?

—Yo, no..., nada de café.

—Está totalmente frito, nuestro
«cadidato
de la
trasicióoon»
—murmuró Yoyo en tono conspirativo.

Tu barboteó.

—Cadidato
de la
trasicióoon
—repitió el chino, apoyado por la risita melódica de Yoyo.

Ambos parecían estar divirtiéndose de lo lindo, y él era la fuente de esa diversión. Enfurruñado, Jericho miró por la ventanilla hacia la noche y luego los miró de nuevo a ambos.

—¿Cuánto tiempo he estado ausente?

—Oh, una horita.

—Lo siento, no quería...

Yoyo lo miró. Intentó mantenerse seria, pero a continuación ella y Tu rompieron a reír al unísono. Como bobos, competían a ver quién reía más, era una risa nerviosa y jadeante.

—¡Eh! ¿Qué es lo que os parece tan gracioso?

—Nada.

Jadeos, carcajadas.

—Por lo visto, sí que es algo.

—No, nada, Owen, de veras que no. Sólo que...

—¿Qué?

«Es como en
Máxima ansiedad,
la peli de Mel Brooks —pensó el detective—. Empieza la histeria.» Se sabía de gente que, después de ciertas experiencias traumáticas, no conseguían ponerle fin a la risa. Asombrosamente, y aunque no tenía la menor idea de qué se trataba, sintió una dolorosa añoranza de reír con ellos, fuera lo que fuese. «Eso no está nada bien —pensó—. Nos estamos volviendo todos locos.»

—¿Y bien?

—Bueno. —Yoyo arrugó la nariz y se enjugó el rabillo del ojo—. Es una estupidez, Owen. Te perdí la pista en medio de una frase, ¿sabes? Tu última palabra fue...

—¿Cuál?

—Supongo que debió de ser «candidato de la transición». Pero tú dijiste que Obiang había... elegido... un
«cadidato
de la
trasicióoon»...

Tu soltó unos balidos.

—... cadidato...

—Estáis como cabras.

—Venga, Owen, es divertido —gruñó Tu—. ¡Es realmente divertido!

—¿El qué, maldita sea?

—Te has quedado dormido en medio de una frase —dijo Yoyo entre risitas—. Tu cabeza cayó hacia adelante de una manera tan cómica, y tu mentón se plegó hacia abajo... Algo así...

Pacientemente, Jericho aguardó a que acabara aquel babeante remedo de su humillación. Tu se enjugó el sudor de la calva. En momentos como ése, el humor chino y el humor inglés parecían estar a galaxias de distancia, pero de repente comprendió que él también estaba riendo. De algún modo sentaba bien. Era como si alguien, en su interior, estuviera moviendo los muebles y aireara la habitación como era debido.

—Muy bien —dijo Tu dándole un golpecito en el hombro—. Me voy de nuevo a la cabina. Yoyo te contará el resto. Más tarde podremos sacar conclusiones.

—¿Dónde nos habíamos quedado? —preguntó Jericho.

—En el
«cadidato
de la
trasi...»
—gorjeó Yoyo.

—Bueno, ya está bien.

—No, en serio. En el general Mayé.

Por supuesto. Obiang había nombrado como sucesor a su cargo militar más alto. Mayé debía aprovechar el período de mandato restante para preparar las elecciones democráticas; sin embargo...

...nadie confía en el general de brigada. Mayé es considerado un hombre de línea dura y una marioneta de Obiang. No cabe duda de que habrá elecciones, alguien acaparará el resultado, ya sea el propio Mayé o uno de los hijos del presidente. Definitivamente, no hay ninguna opción que sea convincente para nadie.

Salvo para Pekín.

Lo que luego sucedió llegó por sorpresa tanto para Mayé como para el propio Obiang, hasta el punto de que, aún semanas después, seguían creyendo que se trataba de una pesadilla. El día del traspaso de poderes, una alianza entre fangs y bubis, osadamente forjada, entre la que había miembros de las fuerzas armadas, asaltó, en una acción concentrada, varias comisarías de policía de Malabo y la sede del gobierno, arrestó al dictador y a su designado sucesor, los llevó a ambos hasta la frontera con Camerún y los echó sin dilaciones del país. La inversión de Estados Unidos había dado sus frutos, se compraron casi todas las posiciones clave dentro de los círculos del gobierno, y esto, incluso, en beneficio del propio Obiang, ya que Washington había querido evitar cualquier tipo de justicia de linchamiento para el apoyo logístico y estratégico del golpe.

Por espacio de unas horas el país pareció no tener un líder.

Entonces, el sucesor de Severo Moto se baja de un avión español. Es un economista de carrera llamado Juan Aristide Ndongo, de la etnia de los bubis, que en alguna ocasión había tenido que pasar una temporada de varios años en Playa Negra debido a sus críticas al régimen y que, sólo por ese dato, goza de la confianza de grandes sectores de la población. A Ndongo se lo considera un tipo inteligente, amistoso y débil, es decir, es el candidato ideal. Los fangs y los bubis se han puesto de acuerdo sobre él de antemano con Estados Unidos, Gran Bretaña y España, y esperan poder mangonearlo a voluntad, pero pronto éste deja a todos pasmados con su propia visión de las cosas. A la rápida disolución del Parlamento le sigue la formación también rápida de un nuevo gobierno en el que están representados por igual tanto los bubis como los fangs. Ndongo promete hacer frente al tema de la infraestructura, relegado por tanto tiempo, a la creación de un sistema educativo pujante, a la reactivación de la economía, a la salud y la prosperidad para todos. Sobre todo, arremete contra el capitalismo vampírico de los chinos, que ha destruido Guinea Ecuatorial en contubernio con el desconsiderado gobierno de Obiang, cancela los acuerdos de licencia con Pekín y restituye las licencias a los estadounidenses, acordándose también, con sabia previsión, de españoles, británicos, franceses y alemanes.

Pero la realidad alcanza a Ndongo como una jauría de perros. En la misma medida en que intenta poner en práctica sus planes, se agencia la aversión de la élite fang, que no ha contado con la voluntad de supervivencia del nuevo gobernante. En lugar de transferir los ingresos provenientes del petróleo a cuentas privadas, Ndongo los deposita en fondos fiduciarios, con lo que pone el dinero fuera del alcance de la corrupción. Tal como prometió, construye carreteras y hospitales, da un nuevo impulso al comercio de la madera y afloja la censura. Con ello, provoca el odio de los antiguos enchufados de Obiang, que se han dejado comprar sin tener en cuenta que el político bubi, con su prédica, podría afirmarse en la presidencia. En el primer año tras el cambio de poderes, los de la línea dura pasan a la oposición. Cualquier éxito de Ndongo alimenta su malestar, así que tratan de sabotearlo cada vez que pueden, denuncian su incapacidad para eliminar ciertos resentimientos étnicos pero, al mismo tiempo, los alimentan. Ndongo era un segundo Obiang, decían, perjudicaba a los fangs y era un títere de Estados Unidos. Muchos proyectos emprendidos con valentía se atascan. El avance del sida es galopante, la delincuencia hace estragos por doquier y, al final, el Parlamento de Ndongo resulta ser tan corrupto como el de su predecesor. Poco a poco, mientras va renqueando con las muletas de la legalidad, el presidente pierde sus adhesiones.

En el segundo año del mandato de Ndongo, miembros radicales del clan de los esangui-fang inician ataques contra instalaciones petroleras de Estados Unidos y Europa. Los bubis y los fangs se piden mutuamente las cabezas, como siempre, las células terroristas frustran cualquier intento por conseguir la estabilidad política, la achacosa idea de Ndongo de construir un mundo mejor se viene abajo. Para sus enemigos, ha ido demasiado lejos; para sus amigos, no lo ha hecho lo suficiente. En un doloroso acto de negación de sus propios principios políticos, Ndongo sube el tono, realiza detenciones masivas y echa por tierra, de la noche a la mañana, lo que fuera su único capital: la honradez.

Mayé ya está calentando en Camerún.

—Para el exterior —dijo Yoyo—, todo se presenta del siguiente modo: Obiang, enfermo y amargado, vegeta en el país vecino e insta a Mayé para que saque a Ndongo del cargo a la menor oportunidad. Según la propia voluntad del anciano dictador, Mayé no debe gobernar él mismo, sino preparar el terreno para que lo hagan Teodorino y Gabriel, quienes, sólo de pensar en Ndongo, se echan en brazos el uno del otro entre sollozos. Ya no puede hablarse de rivalidades entre sí. El país se desestabiliza, Ndongo está vencido. Mayé, en realidad, sólo tendría que entrar en el país y gritar «¡Buh!», sólo que, por supuesto, no puede entrar.

—Pero como los golpistas no necesitan visado...

—...el general se muestra de acuerdo y organiza el asunto. Se sabe que Mayé, de antemano, ha establecido contactos con una empresa privada de mercenarios, la African Protection Services, conocida por sus siglas, APS. ¡Y ésta... —Yoyo hizo una pausa, durante la cual pareció oírse una breve fanfarria— debería interesarnos!

—Déjame adivinar. Vogelaar aparece de nuevo.

Yoyo sonrió, complacida.

—He encontrado los años que faltaban. ¿Te dice algo el nombre de ArmorGroup?

—Lo conozco. Es un gigante londinense de la seguridad.

—En 2008, ArmorGroup acepta un mandato en Kenia. En ese momento se estaba produciendo la escisión de una empresa más pequeña, Armed African Services. La empresa de Vogelaar, Mamba, operaba en la misma zona de conflicto. Se cruzaban constantemente en el camino, tal vez los de una empresa iban donde los otros para pedir prestada un poco de munición; en fin, se caían bien, y en 2010 fundaron la APS, con Vogelaar de jefe. ¿Hasta ahí todo claro?

—Sí. Mayé derrocó a Ndongo con la ayuda de la APS. Pero ¿quién pagó entonces a la APS?

—De eso se trata. Mayé era un gran amigo de los chinos.

—¿Quieres decir que...?

—Quiero decir que todo el tiempo hemos partido de la idea de que el intento de golpe del que se habla en el fragmento de texto es el del año pasado. Sin embargo, en 2017, Pekín habría tenido muchas más razones para tirar de la cuerda.

Jericho reflexionó. Trató de recordar quién llevaba la voz cantante en Malabo por aquel entonces. Cuanto más pensaba en ello, tanto más seguro estaba de que Ndongo había llegado a ocupar su antiguo puesto.

—¿Y cómo transcurrió el golpe de Mayé?

—Sin problemas. Ndongo había sido previsor y estaba fuera del país. En general, nadie pareció especialmente sorprendido. Apenas hubo resistencia, y tampoco hubo muertos. El único
shock
se lo llevó Obiang. Mayé hizo arrestar a todos los opositores, entre ellos a los más cercanos confidentes de Obiang, a teodorinistas y gabrielistas...

—Porque no tenía ninguna intención de ceder el poder.

—Bingo.

—Y Vogelaar se convirtió así en su jefe de seguridad.

—Ajá.

—¿Hay pruebas de que China estuviera involucrada en el golpe?

—Owen, ¿en qué mundo vives? —lo reprendió Yoyo—. Nunca hay pruebas. Por otro lado, hay que ser muy estúpido como para ignorar que el golpe significó de inmediato el final para Exxon, Marathon y consorte, mientras que el gigante chino, Sinopec, pronto nadaba en petróleo salido de Guinea Ecuatorial. Además, están los discursos de Mayé, en los que hablaba de deuda histórica, de que China siempre había sido un país hermano, blablablá. Bajo cuerda, Mayé estuvo de acuerdo en venderle su país a China sin restricciones.

Jericho asintió. No cabía duda de que Yoyo tenía razón: Mayé había llegado al poder con ayuda de China, y había cuidado a sus protegidos tal y como habían acordado. Pero ¿por qué entonces iban a matarlo más tarde?

Other books

Life of the Party by Gillian Philip
No Time to Die by Kira Peikoff
Death in the Aegean by Irena Nieslony
Long Knife by JAMES ALEXANDER Thom
Always and Forever by Karla J. Nellenbach
DreamKeeper by Storm Savage
Street of the Five Moons by Elizabeth Peters
Tell Tale by Mark Sennen
Army Ranger Redemption by Carol Ericson