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Authors: Hugo Correa

Tags: #Ciencia Ficción

Los Altísimos (28 page)

BOOK: Los Altísimos
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—¿Murieron? —Uno de los cronnios se apresta a colocarme un calmante.

Al oírme me mira con cara de sorpresa.

—¿Muchos? ¡Más de trescientos millones! La mayor parte de los que se encontraban en la zona occidental desaparecieron bajo treinta metros de restos. Nada se sabe de por lo menos un quince por ciento de los Máximos. Por suerte la parte oriental no fue tan castigada. ¡Hace veinticinco horas que buscamos sobrevivientes!

—¡Veinticinco horas! ¿Hace veinticinco horas que cayó la nube? ¿Y L.?

—¿L.?

Doy sus señas.

—¡No lo sé! Si estaba en la Cáscara a la hora de la lluvia no puede haberse salvado.

—Acababa de separarse de mí.

—Entonces… Fue la zona más afectada. Ahí cayeron los primeros. Alguien dio la alarma, porque los instrumentos detectores no funcionaban. Un vigía comenzó a gritar: ¡Meteoros, meteoros…! Se le oyó en todos los puestos cercanos.

—¡Fui yo…!

Parecen de veras sorprendidos.

—¿Usted es X.?

—¡Yo soy! ¿Cómo supieron el nombre del que gritó?

—El identificador de ondas. Cerca del 517 quedó un puesto accesible. Una grabadora registró sus gritos y su frecuencia. —Añade, en un tono indefinible—: No es un gran honor que digamos.

Narro la historia. Exhibo mi ficha identificadora. Ni la miran. El jefe me hace un gesto para que guarde silencio y descanse. La hecatombe ha humanizado a los cronnios.

Pienso en L. Seguramente ha muerto. En ese instante no sabría decir si lo sentí. Recuerdo, también, nuestra última conversación. Presintió su fin. Por esa razón se abrió conmigo. De lo contrario, jamás habría conocido la verdadera historia. O, al menos, la última versión…

Pero aquello pertenecía al pasado. Ahora, más que nunca, nada importa. Mal que mal, L., después de su delito, había tratado de arreglar las cosas. Que descanse en paz. Mi caso no tiene remedio. Los recuerdos, amargos de nada me podrán servir en el futuro.

EPILOGO

Doce meses desde la lluvia. D. me ha liberado en forma definitiva del Identificador. Se aprovechó de la catástrofe para hacer morir a X. Es decir X., cuyos datos conocía la Máquina. Me ha dejado provisoriamente como un no identificado, mientras prepara la mejor manera de presentar mi caso y arreglar de una vez por todas la situación.

Según he podido colegir, explicará discretamente que los reactivos se han alterado debido a una misteriosa enfermedad. Será entonces necesario volver a tomar mis datos y hacer una ficha nueva.

Esta enfermedad que ha acarreado tan peregrinas consecuencias, ha sido provocada por la lluvia, la cual ha causado traumas psicofisiológicos en numerosos cronnios.

No he concurrido al examen anual de la Máquina. No me conoce. Tengo la secreta esperanza de escapar siempre que la oportunidad se presente antes que me contabilicen. Me será necesario aguardar a que lleguemos a un planeta donde sea posible vivir sin peligro. ¡Ojalá volviésemos al Sistema Solar!

Por desgracia es imposible. Nos hallamos en la actualidad, a miles de millones de años-luz de la Vía Láctea. Tendré que conformarme, entonces, con cualquier planeta habitado por humanoides.

Porque verdaderamente jamás podré acostumbrarme en Cronn. Desciendo de una raza joven, que aún necesita miles de siglos de experiencias y sedimentación cultural para adquirir la civilización cronnia. Mal que mal, la Tierra aún ni sospecha la existencia de los Altísimos.

He llegado a transformarme, ahora, en explorador. El grado inmediatamente superior al de vigía.

Satisfizo mi desempeño, y fui ascendido, por lo tanto, a la categoría de explorador. Sin esforzarme mucho, sin ambicionarlo, hablando con franqueza. Significa esto que puedo integrar las expediciones a los mundos visitados por Cronn. Ya me ha tocado explorar cinco sistemas solares, dos con estrellas dobles. Sería ridículo que me quejase de tales experiencias, pero debo reconocer que habría preferido no tener oportunidad de vivirlas. En la Tierra, para la época en que fui raptado, recién se iniciaba la etapa interplanetaria. Una ciencia aún en pañales. La totalidad de los hombres, los científicos: aprendices. Artesanos de la Edad Media frente a los cronnios, astronautas por raza, con milenios de viajes a su haber: interplanetarios, interestelares, intergalácticos, «interuniversales», de acuerdo con lo que he sabido. Cronn es capaz de trasladarse de un universo a otro. Es decir, puede atravesar las sutiles puertas de las dimensiones y pasar a otras escalas. Es probable que pronto abandonemos el actual universo (mi universo), aquel que contiene la Vía Láctea y billones de galaxias como ella, y nos sumerjamos en uno nuevo y mayor. Una verdadera pesadilla. Si a un hombre de las cavernas lo pusieran a convivir, de buenas a primeras, con gente del gran mundo, no se sentiría tan desambientado como yo en Cronn.

Claro que hago mi trabajo con toda dignidad. Eso es innegable. Soy alguien aquí. Un explorador.

Tengo mi oficio, y en él me desempeño a «entera satisfacción». Nadie es profeta en su tierra. He llegado a ser algo en Cronn. Nadie me halaga por la eficiencia de mi trabajo. Nadie me aplaude ni me estimula cuando lo cumplo con acierto. Pero no me joroban
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, que es lo que me interesa. Tengo todo lo necesario para vivir, pues soy un buen tornillo de la máquina que se llama Cronn. Cada vez que lo requiero, recibo el lubricante necesario para seguir funcionando. ¿Inhumano? Seguramente.

En la Tierra siempre fui un don nadie. Bueno: aquí también. Con una diferencia, eso sí: aquí todos vamos en el mismo corral. Por otra parte, y en forma confidencial, debo decir que esto resulta aburrido. Nadie es feliz. ¿Por qué? Simplemente porque este super-socialismo no ha nacido a consecuencia de la natural evolución de regímenes políticos y económicos. No: su origen no tiene otro objetivo que el de resguardar una raza de su total extinción. En otras palabras, el actual sistema de gobierno ha sido impuesto por circunstancias ajenas a la voluntad del pueblo cronnio.

A nadie le gusta la organización. A nadie puede ni podrá gustarle jamás. Por una sencilla razón: constituimos una colonia de autómatas. En lugar de maquinarias e instrumentos, llevamos órganos que vibran con el flujo de la sangre caliente. No usamos lubricantes, sino ese fluido misterioso que se llama sangre. Aquí se lucha con muy poco entusiasmo por la supervivencia, frente a la más absoluta de las tiranías. No para sobrevivir ante el ataque de enemigos naturales, lo cual siempre conduce a la superación.

Mientras más insensible el régimen, tanto mejor. Nada de sentimentalismos: nos traicionaríamos frente a los Altísimos. Ellos quieren servidores sumisos, que tengan como única meta la suya, la que a Ellos interesa. Y poseen métodos para hacerse obedecer.

Nos dirigimos a un pequeño planeta cubierto de áridas montañas, valles y extensos océanos. El astro se agranda veloz en el televisor. Es un mundo con atmósfera respirable, de masa y composición similares a la Tierra. Pero los instrumentos no han detectado la vida en su escabrosa superficie. Quizá en las profundidades de sus mares estén iniciándose misteriosos procesos que, con el correr de los siglos, darán origen a seres animados.

Siempre me posee una secreta emoción cuando nos aproximamos a un nuevo mundo. Trato de aparentar la impasibilidad de mis compañeros, pero en mi interior se agitan toda clase de sensaciones.

Un nuevo mundo. Pienso que los hombres, cuando recién desembarcaban en América, sentían lo mismo que yo ahora. Pienso que, muchas veces más, a lo largo de su historia, lo volverán a experimentar. Sólo están comenzando.

Con ahogados gemidos de metales y suspiros de compresoras, la astronave aterriza cerca de una playa de agresivas rocas negras. Es de noche. Rielan las estrellas a través de una atmósfera pura.

Autorizado el desembarco, me separo de mis compañeros. Voy a la playa. Pasos mesurados. Respiro a pleno pulmón. Me embarga una emoción indefinible. ¿La del conquistador? ¿La del científico? La del hombre que no se cansa de admirar los milagros de la creación.

La Tierra, en sus comienzos, debió ser un planeta como éste. Lanzo una mirada en torno. Poco es lo que veo: una tierra joven, arisca, que aguarda la vida. Llego al lado mismo del mar, cuyas olas se deshacen en nubes de espuma fosforescente contra el acantilado. Observo la furia del oleaje, bajo la mirada de las estrellas. A mis espaldas, nuestra astronave se ve vagamente iluminada, en tanto los cronnios deambulan cerca de ella. Me siento en una roca, de duras aristas, humedecida por el oleaje.

Con el correr de los siglos, un tímido anfibio se arriesgará a surgir de las aguas en busca del continente. Algún día aparecerán en sus bosques los primeros seres de sangre caliente, que engendrarán hijos dotados de inteligencia. Y verán por primera vez las estrellas. Sí: igual que en la Tierra. Inventarán telescopios, que las harán aún más atractivas. Y espectroscopios, que les revelarán las singulares características de su materia.

Pudiera ser que algún día un cohete ascienda orgulloso hacia las fronteras del más allá.

Lo mismo que los hombres. Pienso ahora en ellos, en mis remotos hermanos que, alucinados, contemplan noche a noche las galaxias e intentan, inútilmente, desentrañar los enigmas del Universo. Sus primeros cohetes taladran la atmósfera: penetran en las sendas de los astros. Pudiera ser, sí, que en una época no lejana el primer cohete tripulado por humanos calcine con el aliento de sus toberas los estériles prados de la Luna. Y que esta hazaña abra sus apetitos de conquistadores de mundos. Y que lleguen a Marte, a Venus, a Júpiter, a los confines del Sistema Solar, donde monta guardia el lejano Plutón.

Pudiera ser que un día cualquiera sus astronaves abandonen los dominios del Sol y partan en demanda de las vecinas estrellas. Y que esa astronave aterrice en un planeta de un nuevo sol.

Pudiera ser que los tripulantes de aquel navío, lo mismo que nosotros en una noche como ésta, se detengan a contemplar las estrellas, el corazón embargado de orgullo. Quizá en aquel día de gloria piensen que el hombre ha sido creado para conquistar el Universo. Las estrellas, con sus mundos, construidas para que ellos las sometan.

Y ese día, ¡que Dios los libre de los Altísimos!

FIN

NOTAS

1
Acelera. (N. de Arácnido).
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2
Poco más de mil kilómetros. (N. de Arácnido).
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3
Nombre dado en España al pintor holandés Jerónimo van Aeken Bosch. (N. de Arácnido).
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4
Ayudante del verdugo en la aplicación del tormento. (N. de Arácnido).
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5
Molesten. (N. de Arácnido).
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