Los clanes de la tierra helada (45 page)

BOOK: Los clanes de la tierra helada
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—Buenos días tengas,
gothi
—dijo, poniendo un pie en el estrado—. ¿Podría hablar un momento contigo?

—¡Desde luego, Snorri! —respondió en voz bien alta Gudmund—. ¿En qué puedo ayudarte?

Los numerosos individuos que se apiñaban en torno a él miraron a Snorri con curiosidad. Este les correspondió con una airada mirada.

—En privado —precisó.

—¿Cómo puedo tratar así a mis clientes e invitados, Snorri, mandándolos afuera con la lluvia? Ten la amabilidad de hablar sinceramente. A ellos no les importará.

Snorri frunció el entrecejo. Gudmund se había olvidado dos veces de anteponer su título a su nombre.

—¿Recibiste el regalo que te envié el mes pasado, las veinte pieles de foca y el aceite que estas dieron? ¿Y el mensaje que las acompañaba?

—Sí, llegaron. Gracias por el presente. Todavía espero los cuarenta árboles que me prometiste con anterioridad. Aparte, parece improbable que me puedas procurar los otros cien árboles que mencionó tu mensajero, dado el peligro que reina en el Crowness.

Muchos fruncieron los labios con sonrisas reprimidas en torno a Gudmund, que guiñó sin empacho un ojo a uno de sus clientes.

—Mañana, o pasado mañana, va a ser un día decisivo —prosiguió Snorri conteniéndose—. ¿No te parece?

—Sí, bastante —fue la respuesta de Gudmund.

—Quizá deberíamos hablar en detalle de lo que va a suceder…

Gudmund lo interrumpió, levantando la mano.

—No tengo ninguna duda de cuáles van a ser mis obligaciones mañana, Snorri. Quédate tranquilo. —Gesticuló hacia uno de los esclavos, que tenía un pellejo en las manos—. Eh, tú, a ver si te ganas la comida. Ven a llenarle el cuerno.

Luego inclinó la cabeza hacia uno de sus clientes y se puso a hablar con él. Snorri dio media vuelta y abandonó la tienda. Luego cabalgó deprisa, en silencio, bajo las insistentes miradas de Ketil. En el camino de regreso se detuvo en la tienda de otro
gothi
, un jefe menos influyente llamado Ingulf, con quien conversó un rato. Ketil aguardó fuera, encogido bajo su capa de piel de foca, intentando oír algo a través del repiqueteo de la lluvia sobre la lona.

Cuando salió, Snorri tenía una expresión sombría.

—¿Qué noticias hay,
gothi
? —preguntó Ketil con ansiedad.

Snorri soltó una amarga carcajada.

—Por lo visto, la única noticia que se ha propagado este invierno es la leyenda de la muerte de Falcón. ¿Sabías que Arnkel mató a Falcón pese a que contaba con el respaldo de una docena de hombres armados con escudo? —Escupió al suelo.

Esa noche, los truenos y relámpagos hicieron estallar el cielo. Oreakja y Kjartan permanecieron agazapados en la entrada de la tienda, escrutándolo, tratando de divisar a Thor entre las nubes en el momento en que arrojaba sus rayos, mientras todos procuraban disimular su aprensión.

—Hrafn está navegando con este temporal —señaló Oreakja a Snorri.

El mercader tenía intención de desplazarse desde Helgafell con el barco y anclarlo frente a la colina de Thorsnes, para tener cerca todas sus mercancías.

A la mañana siguiente estaba allí, con el barco bien sujeto mediante un par de anclas bajo el nítido cielo azul y el constante pero suave viento. El vapor que brotaba del empapado suelo había intensificado la neblina matinal, que aun así acabó dispersándose. Los hombres salieron con alivio de las tiendas, gruñendo y desperezándose, y quitándose también la ropa mojada con la que habían dormido. Aquí y allá se encendían hogueras para preparar el desayuno, aunque la mayoría se conformaba comiendo queso o cuajada. El mensajero volvió a recorrer la explanada, portando su hueso de ballena oficial apoyado en el hombro a la manera de una lanza para anunciar que todos los
gothar
debían reunirse en lo alto de la colina en cuestión de una hora.

Hacia la cumbre comenzó a discurrir un constante flujo de personas,
gothar
con sus clientes principales y observadores interesados. Dado que en la península de Snaefellsnes había más de una rencilla exacerbada, algunos de los
gothar
iban acompañados de muchos hombres armados con lanzas y escudos. Se produjo una breve discusión a cuenta de quién iba a sentarse en una de las rocas de arriba, pero el
gothi
Hromund pronto la atajó con su autoritaria intervención. El anciano vigilaba con severa expresión mientras los jefes se instalaban a su alrededor. Era un hombre honorable, estricto con todos y meticuloso con el protocolo, depositario de la confianza general. Sus cinco hijos permanecían cerca, pertrechados con hachas, corazas de cuero y yelmos de hierro, listos para hacer valer la autoridad de su padre. Con ellos había asimismo una docena de clientes, armados también.

Snorri se acomodó en el banco que sus clientes habían transportado hasta allí. Ketil se sentó cerca de él, al igual que Sam y Klaenger, mientras Oreakja y Kjartan se colocaban detrás con los demás, con las lanzas apoyadas en el suelo.

El
gothi
Olaf brillaba por su ausencia. Unos cuantos clientes suyos se encontraban en las proximidades, pero la mayoría no estaba allí. Ninguno de ellos pudo decirle nada a Snorri. Desde su banco, este tendía la mirada hacia las tiendas del cazador de focas. Si bien en la zona se veía a algunos hombres encendiendo fuego, no percibió ni asomo de Olaf.

—Corre hasta la tienda del
gothi
Olaf —susurró a Ketil—. Despiértalo si duerme y dile que la asamblea va a comenzar.

El hombre se fue precipitadamente colina abajo.

Entonces llegó Arnkel, caminando a grandes zancadas a la cabeza de un grupo de cuarenta clientes a los que seguían otros más. Iba vestido con elegancia, con camisa roja y pantalones verdes, el pelo recogido en trenzas y la espada prendida al cinto. El individuo que iba tras él le llevaba el escudo, y todos los demás acudían armados con lanzas y escudos. En medio un coro de murmullos y susurros, los presentes alternaron las miradas entre la comitiva de Snorri y la de Arnkel, colocadas en diferentes lugares del círculo, aunque no frente a frente. Con una tenue sonrisa, Arnkel tomó asiento en uno de los bancos traídos por sus hombres, flanqueado por Hafildi y Gizur. Thorgils se quedó atrás con los demás.

El círculo se fue completando con la llegada de los distintos
gothar
. Gudmund causó gran sensación y susurros por sus lujosos ropajes: una túnica de seda bizantina de color púrpura, orlada de hilos de oro, y una camisa de refinado lino blanco. Tras encaminarse al espacio contiguo al
gothi
Snorri, señaló con imperioso ademán dónde quería que situaran sus bancos.

Snorri observó, consternado, como inclinó la cabeza comunicándose con Arnkel.

Ketil regresó sin resuello.

—No pueden despertarlo,
gothi
—le informó, pegando los labios a su oído.

—¿Pero qué dices?

—Que no pueden despertar a Olaf. Está tumbado como si estuviera muerto, respirando apenas, y sus clientes no lo consiguen despertar. Uno de ellos incluso le ha retorcido el dedo del pie y le ha arrojado agua. ¡Nada!

A Snorri le dio un vuelco el corazón. En un instante de pánico se puso en pie, planteándose ir él mismo corriendo a despertar a Olaf. Trató de calmarse y hallar alguna idea que pudiera salvarlo.

Los hijos de Thorbrand subieron por la pendiente precedidos por Thorleif. Provistos de lanzas y escudos, tal como había ordenado Snorri, se encaminaron hacia el grupo de este. Hromund dio comienzo a los primeros rituales de la asamblea, invocando a los dioses con los brazos en alto y girando lentamente en círculo para que fueran testigos de la elección de los doce jueces. Thorleif llegó junto a Snorri y lo saludó con pétreo semblante.

—Hemos venido para situarnos a tu lado en la asamblea, Snorri —anunció con ceremonioso tono.

Snorri lo miró con amargura.

—No creas que con eso vas a corregir tu falta de lealtad en el Crowness, Thorleif.

—Mi lealtad nunca ha sido la cuestión principal en todo esto —replicó Thorleif con aplomo—. ¿Deseas que hablemos del asunto ahora, delante de la asamblea?

Snorri comprimió la mandíbula, indignado. Luego tomó asiento con zozobra, intentando pensar.

Mientras lo observaba, Thorleif trató de no dar muestras de nerviosismo. Apretando el asta de la lanza a fin de mantener el control, desplazó la mirada al otro lado del círculo, donde el
gothi
Arnkel reía con sus hombres, y después la posó en el
gothi
Gudmund, que con apariencia de inmenso tedio buscaba distracción oteando el horizonte.

La selección de los doce jueces se inició sin dilación.

Los cuatro candidatos de Snorri fueron elegidos sin reparos. El
gothi
Arnkel se limitó a asentir cuando se pronunció el nombre de cada uno y el
gothi
Gudmund a levantar lánguidamente la mano. Los demás jefes, en nada concernidos por la cuestión puesto que casi nadie se enfrentaba a Snorri en aquella asamblea, expresaron con unanimidad su acuerdo.

Snorri, en cambio, opuso objeciones a todos los otros aspirantes.

Cada vez que anunciaban a uno, se ponía en pie y planteaba preguntas en torno a su reputación y su capacidad para ejercer aquella función. Al principio los presentes solo escucharon, sorprendidos de que Snorri mostrara tanta oposición hacia los elegidos. Dado que el primero era un hombre del
gothi
Arnkel, la actitud resultó comprensible. El segundo, sin embargo, era un candidato de Olaf, de modo que la gente quedó extrañada de que el
gothi
pusiera en entredicho la selección de un seguidor de su mejor aliado. Al llegar al séptimo aspirante todos estaban cansados de escuchar las argumentaciones de Snorri y manifestaron su consternación al ver que se levantaba de nuevo. Los gritos de burla ahogaron sus palabras, aun cuando él porfió por hacerse oír de todos modos.

Hromund se acercó a Snorri con cara de preocupación y le habló en voz baja, turbado por la falta de respeto manifestada hacia un prominente
gothi.

—¿A qué viene tanto demorar,
gothi
Snorri? —preguntó—. Los hombres quieren que comiencen los juicios. Ya hemos perdido un día a causa de la lluvia y los asistentes tienen que regresar a cumplir con sus quehaceres.

Snorri movió la mano con pomposo ademán, como si consintiera en conceder un favor.

—Ten por seguro que permitiré que la selección siga su curso si retrasas hasta el final la vista de mi causa contra el
gothi
Arnkel por la muerte de Falcón.

—¿De modo que todo eran maniobras de demora, Snorri? ¿Nada más que eso? —El anciano giró para escrutar la multitud—. Veo que tu buen amigo Olaf no ha venido. —Miró de nuevo a Snorri—. Tu denuncia llegó a mi casa antes que ninguna otra este invierno, y por eso debe tener preferencia, aunque si el
gothi
Arnkel acepta posponer su defensa hasta más tarde yo no pondré inconveniente. Al ser su honor el que está en entredicho tiene ese derecho, pero si ambas partes no ven inconveniente, se puede cambiar.

El anciano mandó a uno de sus fornidos hijos a transmitir el mensaje a Arnkel. Hablaron un momento, mientras Snorri aguardaba sin esperanzas, sabiendo que era un trámite inútil.

El hijo regresó con prontitud, produciendo con las anillas metálicas de su jubón de cuero un ruido que resonó en medio del silencio. Los espectadores hablaban en susurros, pendientes de las idas y venidas.

—El
gothi
Arnkel acepta, padre —informó el hijo—. Esperará para el juicio contra él si el
gothi
Snorri acepta sin más dilación el resto de los jueces.

Snorri se quedó atónito al oírlo.

Por Thor, pensó con inmenso alivio, que esa noche pensaba sentarse con Olaf y atarle las manos si era necesario para impedir que siguiera bebiendo, a fin de que estuviera en condiciones para el día siguiente.

—Acepto —dijo, regocijado por la necedad de Arnkel.

Puesto que no vio a ningún otro cliente suyo entre el puñado de candidatos que aguardaban con nerviosismo a un lado, no consideró que hubiera peligro en efectuar una rápida selección. El
gothi
Gudmund tenía dos hombres en ese grupo, y los otros
gothar
uno o dos.

Después de aquello, la elección transcurrió deprisa, aunque el
gothi
Hromund rechazó a uno de los candidatos de Gudmund. Este había dado muerte a un hombre con el que estaba enfrentado el año anterior y uno de los familiares de la víctima presentaba un caso ante el tribunal ese año, lo cual creaba un conflicto de intereses. Así se le expresó con mucho tacto al aspirante antes de agradecerle varias veces su participación.

A continuación condujeron al buey al altar de la otra colina y allí lo sacrificaron. La sangre llenó la enorme jofaina de cobre. Snorri colaboró en el momento de la bendición, tomando con el cuenco de la mano sangre con la que roció a todos los presentes, como hicieron los otros
gothar
, hasta que el animal quedó frío e inerte, reducido a mera carne. Viendo a Thorleif cerca, evitó expresamente echar la sangre en dirección a él pese a que lo estaba mirando. El rojo líquido arrojado por otro jefe le cayó, de todos modos, en plena cara, y Thorleif se enjugó con aire pensativo, sin despegar la vista de Snorri. Luego el buey fue despedazado rápidamente con ayuda de una docena de cuchillos y hachuelas, y su grasa la quemaron con leña recuperada en la playa.

El rancio humo todavía se elevaba del altar cuando Hromund los instó a retomar sus puestos en la otra colina para iniciar los juicios. Snorri observaba el sol, que para entonces descendía ya hacia el horizonte, implorando para sus adentros la llegada del crepúsculo.

Hromund asumió su lugar en el centro del círculo mientras los demás volvían a sentarse. Una vez que hubieron cesado las conversaciones y todas las miradas estuvieron centradas en él, señaló al
gothi
Arnkel, que se puso en pie de inmediato. Luego avanzó unos pasos y se detuvo, mirando a Snorri. Alrededor se oía un zumbido de comentarios.

—El primer caso que vamos a presentar es este —anunció con solemnidad Hromund, al tiempo que giraba lentamente sobre sí—. Demanda de réplica de Arnkel de Bolstathr contra Snorri de Helgafell por la acometida de Falcón, sirviente del
gothi
, contra la persona del
gothi
Arnkel.

Snorri se levantó, con ojos desorbitados de rabia y de susto.

—Este caso debía postergarse hasta más tarde, tal como hemos acordado —vociferó, agitando el dedo índice—. ¿Acaso no tienes palabra, Arnkel?

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