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Authors: Mario Conde

Tags: #biografía

Los días de gloria (79 page)

BOOK: Los días de gloria
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—Mira, para ti no es ningún secreto que Jesús Polanco desea
La Vanguardia
. Tú mismo me lo has relatado. Por otro lado, está celoso con mis movimientos en los medios porque le parece que pueden coartar o reducir su poder. Sus relaciones con Narcís Serra son inmejorables. ¿Te extraña que le pida ayuda para ver cómo consiguen deshacer este pacto? ¿Crees que se pararía ante alguna frontera con tal de conseguir
La Vanguardia
?

Traté de desviar la atención de Godó sobre las actividades de Jesús, más que sobre la certeza de nuestro pacto, de mi pacto con él. Creo que lo conseguí, aunque presentía que solo a medias. La cena concluyó con un acuerdo hilvanado sin fuerza con hilo de tenue calidad. Nos veríamos el siguiente miércoles en Barcelona.

En absoluto me quedé tranquilo. Más bien profundamente cabreado porque esa información tuvo que salir de alguien y ese alguien era Polanco. Una cosa es que sospeches y otra, que compruebes, sobre todo si esa comprobación puede acarrear un destrozo de tamaño natural. Al día siguiente pedí una reunión urgente con Jesús y Matías para contarles lo sucedido. Jesús, al recibir la información, se agarró un cabreo descomunal, o, al menos, lo aparentó con el mejor teatro del que fue capaz.

—¡No me jodas! Se lo conté a Serra, claro, pero con garantía de secreto. ¡Este tío es un traidor! ¡Se va a enterar de que a mí no se me toma el pelo!

Teóricamente el Gobierno, Serra en concreto, le había traicionado. En aquel momento ignoraba el grado de implicación y complicidad existente entre Narcís Serra y Jesús Polanco, una de las claves esenciales de este país. De haberlo sabido, no hubiera cometido la ingenuidad de pensar que quien me traicionaba era el Gobierno y no el tándem Polanco-Gobierno o Gobierno-Polanco, como seguramente sucedió. Al Gobierno le horrorizaba mi operación. Rosa Conde aseguraba que le quitaba el sueño. Solchaga se retorcía de dolor. Todos ellos juntos eran demasiado, no solo para mí o para Javier, sino para Banesto y Godó juntos. Pero había que ser paciente y no romper la baraja antes de tiempo.

¿Y Polanco? ¿Qué haría? ¿Cómo mantendría el pacto de Valdemorillo si suponía que yo imaginaba traición de su parte? Pues con la técnica de más madera, es decir, no alejarse de mí, sino más bien todo lo contrario: incrementar el número y frecuencia de nuestras reuniones con el fin de tenerme más o menos controlado, conocer de primera mano mis impresiones, mis avances o retrocesos y, supongo de todo suponer, trasladar esa información al Gobierno vía Narcís Serra. A cambio me alertaba con informaciones poco precisas como, por ejemplo, que González mantenía muchas reservas sobre mí. Era obvio. Seguramente injustificado, pero obvio. Pero Polanco me venía a decir que él podría servirme de ayuda en el desmoronamiento de esas «reservas».

Sinceramente, yo pensaba que su actitud era franca. Ahora, aunque carezco de información suficiente, visto lo visto y vivido lo vivido, me parece estúpido creerlo. Pero entonces no. Claro que bien mirado si el Gobierno, o sus miembros más caracterizados, tenían reticencias sobre mí y por eso deseaba romper la operación Godó, ¿cómo aceptaría la existencia de un holding con el Grupo Prisa? Impensable. Ciertamente el control mayoritario de Prisa sobre el proyectado holding limitaría mi poder y la presencia de Polanco se traducía en una garantía para ellos. Pero ¿por cuánto tiempo? Las diferencias de edad entre Jesús y yo resultaban obvias y más tarde o más temprano, salvo jugarretas del destino, el hombre fuerte del pacto sería yo y por mucho tiempo, así que si con
La Vanguardia
me tenían terror, con ese holding sencillamente pensaron que tendrían que salir huyendo de España.

¿Aceptó Jesús el juego sucio en favor del poder? No tengo ningún dato preciso pero la experiencia me demuestra que la única respuesta válida a la pregunta es que sí, sin la menor duda. Jesús se debía a Felipe, a Narcís, a Solchaga y respecto de mí no tenía más que una visión de persona que podía coartar su poder y su ego personal.

El cabreo aparente de Jesús para con Narcís Serra no se traducía en nada concreto. Esa frase de «se va a enterar» se quedaba en una floritura verbal. Ni siquiera un ataque medianamente consistente de alguna de las páginas de
El País
. Aquello tensaba la cuerda al máximo. Si no conseguía que Godó creyera de modo firme que éramos víctimas de una conspiración de Polanco y el Gobierno, nuestro pacto de la escalera podría esfumarse. ¿Qué hacer? Sencillamente, esperar que Godó no se calentara demasiado la cabeza y se mantuviera en su pacto conmigo. Pero Godó no es ni mucho menos tonto. Piensa y piensa bien. Así que no tardé en conocer su respuesta.

Lamentablemente, poco después llamó Godó para decirme que tenía que salir al extranjero y que la cita del miércoles en Barcelona quedaba cancelada. Por tanto, adiós al pacto. Ese mismo día almorzaba en Madrid con Txiki Benegas. No sabía que tenía información sobre estos movimientos míos, pero siendo quien era tampoco me extrañaba demasiado. Se puso algo circunspecto porque era consciente de que me iba a revelar un secreto de envergadura, pero como es hombre leal se tragó la saliva que pudo y dijo:

—Acabo de hablar con Solchaga para otros asuntos. Me ha tocado el tema de
La Vanguardia
. Él sabe de las relaciones entre tú y yo y le encanta cualquier noticia mala para nosotros, sobre todo para ti.

—Ya, y ¿qué te ha dicho?

—Literalmente: «Por cierto, estoy encantado porque acabamos de abortar el pacto de Conde con
La Vanguardia
».

—¡Joder! La obsesión de Carlos es patológica.

No quiso contestar. Bastante hizo con confirmarme lo que presentía. Llamé a Martín Ferrand para decirle que todo se derrumbaba. Puso el grito en el cielo y me dijo que se iba de Antena 3 antes del inevitable desastre. Manolo se puso en contacto con Javier Godó y debió de describirle la situación con trazos y colores dantescos porque poco después el propio Javier llamaba para pedirme una cita en Madrid, en mi despacho de Banesto para el siguiente miércoles. ¿Conseguiríamos algo? Mi experiencia es que cuando alguien comienza a recular... Pero si detrás o delante de ese movimiento se encuentran amenazas del poder político, el color es como la mayoría de los toros de Vitorino.

La reunión se celebró pero fue extremadamente kafkiana. Javier Godó, Manolo Martín Ferrand, Romaní, Rafael Jiménez de Parga y yo sentados en torno a la chimenea —que jamás llegó a encenderse— situada en el extremo norte del despacho de Presidencia. Javier tomó la palabra.

—Lo he pensado mejor y deseo mantener el pacto sobre la televisión y la radio, pero no quiero incluir
La Vanguardia
.

Aquello sonaba a Polanco por los siete costados. A Polanco y Narcís Serra, quien, independientemente de que fuera vicepresidente del Gobierno, tenía sus aspiraciones, no solo a presidente del Gobierno sustituyendo a Felipe, sino, en cualquier caso, a la presidencia de la Generalitat. El mapa de los medios de comunicación de verdadera implantación en Cataluña se definía extraordinariamente favorable al PSOE:
El Periódico
, de Antonio Asensio, y
La Vanguardia
, de Javier Godó, se sumaban, de grado o de fuerza, con entusiasmo o resignación, a las tesis socialistas, acogiéndose para ello a la excusa del españolismo frente al catalanismo de Convergència i Unió, porque, además, el Partido Popular se mostraba ciertamente inexistente en las tierras del Condado de Barcelona.

Mi pacto con Godó trastocaba esencialmente un diseño exquisitamente cuidado y, por ello mismo, podría influir de manera directa sobre el futuro político del socialismo catalán y de personas concretas, con nombres y apellidos, entre las que se encontraba Narcís Serra. Por tanto, la actitud de Godó en mi despacho de Banesto sosteniendo que deseaba excluir a
La Vanguardia
del pacto mostraba a todas luces la presión recibida desde distintas instancias del poder, singularmente la vicepresidencia del Gobierno.

Decidí esbozar un discurso límite que provocara a Javier delante de sus subordinados y le estimulara a volver por sus fueros. Nada tenía que perder intentándolo.

—Bien, Javier, te comprendo. Desde que acordamos en La Salceda caminar juntos percibí la grandeza de nuestro pacto y, al mismo tiempo, las inevitables presiones que suscitaría. Sobre todo para ti. Te confieso que pensé que serías capaz de soportarlas, pero por lo visto han resultado excesivas. Te agradezco que lo confieses con esa claridad y que lo hagas hoy porque seguramente si cedes en este momento es que podrías hacerlo en cualquier otra ocasión cuando ya no hubiera remedio y tuviéramos que acabar en una batalla. Nosotros nos vamos del pacto sobre Antena 3, te ruego que nos devuelvas nuestro dinero y siento enormemente que algo tan positivo para ti, tu nombre, tu familia y tu economía se frustre por razones que solo puedo suponer de corte tristemente político.

Expectación en los cuerpos, gestos y miradas de los asistentes. Silencio en Godó. Supongo que los cinco mil millones que le habíamos adelantado no eran la principal causa de su turbación. Dejó caer su cabeza sobre el lado derecho más de lo acostumbrado. Movió nervioso los párpados y me pidió que volviera a explicarle el concepto de holding, cosa que hice sin el menor entusiasmo porque si a estas alturas del curso lo que sucedía consistía en su incapacidad para comprender un concepto rudimentario en el mundo empresarial y financiero, mala cosa... Creo que necesitaba ganar algo de tiempo antes de proporcionarme su respuesta a mi discurso.

Funcionó. Javier cambió. Readmitió el pacto. Al día siguiente cerramos la valoración de
La Vanguardia
en cuarenta mil millones de pesetas. Firmamos la constitución del holding y dimos una nota de prensa oficial. La operación teóricamente se había consumado. Me sentí satisfecho.

La nota de prensa conmocionó al Madrid mediático, financiero y político. Se movieron en todas direcciones los rumores más descabellados. Pero en cualquier caso teníamos una victoria. Casualmente esa tarde hablé con el Rey para asuntos diferentes, pero inevitablemente surgió el tema. El Rey no tenía reparo en hablar a través del teléfono privado, quizá porque en ese momento no conocía bien las andanzas de Serra, pero lo cierto es que, concluidos nuestros asuntos, me felicitó por la operación Godó.

—Gracias, señor.

—Lo que pasa es que...

El tono, el arrastre de palabras, el silencio prolongado del Rey me inquietaron.

—¿Pasa algo preocupante, señor?

—Pues que me llegaron informaciones de que habían conseguido romper tu pacto y ahora parece que no es así...

—¡Caramba! ¿Y de quién le vienen esas informaciones? ¿Quiénes habían conseguido romper mi pacto?

—Eso no te lo diré, pero tampoco se necesita ser un genio.

Quiso guardar reserva por lealtad a su cargo. Pero igualmente quiso advertirme, no sé si por lealtad a mí, a lo que estábamos haciendo, que merecería o debería merecer el respeto político.

—Bien, señor, lo entiendo. Suficiente. Es suficiente e importante. Algún día, si lo considera oportuno, charlaremos.

Más que importante resultaba indignante. No tenía duda de que sus informaciones provenían del Gobierno, o en concreto del presidente del Gobierno, aunque se negara a decírmelo abiertamente. Que el presidente del Gobierno se felicitara ante el Rey por romper un pacto privado por el mero hecho de que lo consideraba políticamente no conveniente demostraba en qué momento político nos encontrábamos, y, lo que es peor, yo estaba convencido de que si la derecha hubiera estado en el poder, el mismo gallo habría cantado al amanecer. Don Juan Carlos, al recibir la información, ni siquiera pudo esbozar un gesto parecido a una protesta. En eso consiste reinar y no gobernar. Al menos, eso parece.

Curiosamente, unos días después me llamaron a almorzar con el vicepresidente del Gobierno, Narcís Serra. Acepté. No podía hacer nada distinto, a pesar de que era totalmente consciente del comportamiento que estaba teniendo para con nosotros, y de que pocas dudas me quedaban acerca de la inutilidad de un almuerzo de ese tipo. Pero así son las cosas.

Me recibió y almorzamos en Moncloa. No era tensión lo que se respiraba en aquel comedor, sino desconfianza mutua. Una, de mi parte, construida sobre hechos. Otra, la suya, edificada sobre especulaciones e intereses. Pero supongo que si se le preguntara a él diría lo contrario. En todo caso, como no podía ser de otra manera, la operación con Godó ocupó una buena parte del encuentro. Su posición sobre el papel verbal no podía ser más exquisita.

—El Gobierno no ve mal la operación, siempre que sirva para dar estabilidad a Antena 3 y a
La Vanguardia
, porque somos conscientes de los problemas por los que atraviesan. Pero tenemos que dejar clara nuestra condición.

—¿Cuál es, vicepresidente?

—Que no se altere la línea de independencia del periódico.

Me sonaba la letra y la música. Para Polanco independencia es servir los intereses propios. Para Serra significaría con total certeza defender los postulados del socialismo y, más concretamente, sus intereses políticos, los suyos, los de Narcís Serra. Cuando digo socialismo aquí me refiero al Partido de los Socialistas Catalanes, que no es exactamente lo mismo que el PSOE. Pero, en fin, lo que cuenta es que mientras defendiera esos intereses la línea sería de objetividad.

—Ya, vicepresidente, pero entiendo que te refieres tanto al periódico como a Antena 3, ¿no?

—Sí, claro.

La pregunta contenía algo de veneno porque como me había asegurado Jesús Polanco, la televisión les importaba mucho menos. La clave era
La Vanguardia
. Por ello, su subconsciente le dirigió exclusivamente a la letra impresa y no a las ondas. Pero Narcís Serra, que será lo que sea pero no es nada tonto, encajó el golpe. Se crispó algo porque entendió el trasfondo de mi pregunta. Quizá por ello comenzó formalmente el turno de quejas.

—Lo que no entendemos es que se firme un pacto de esa envergadura y ese alcance sin contar siquiera con la opinión e información del Gobierno.

Frente a semejante ataque frontal solo quedaba otro de idéntica naturaleza. Había que echarle valentía al asunto, pero de eso no andaba mal. No sé si valentía o imprudencia temeraria, pero a los efectos da lo mismo.

—No creo que mi percepción sobre el Gobierno sea la de que puedo mantener un contacto fluido con vosotros —contesté.

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