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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

Los griegos (31 page)

BOOK: Los griegos
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Anteriormente se había consolado con las bellezas de la filosofía y estudiado con Zenón el Estoico. Ahora aprovechó la oportunidad de apoderarse del trono que no habían tenido su padre ni su abuelo. El viejo Tuerto y el Sitiador habrían sonreído, de haber estado vivos para contemplar el éxito de Antígono Gonatas.

En 276 a. C. subió al trono de Macedonia. Logró rechazar a Pirro de Epiro, cuando éste volvió de Italia y permaneció en el trono, en una paz razonable, durante casi cuarenta años, hasta su muerte, ocurrida en 239 a. C. Más aún, sus descendientes gobernaron Macedonia durante un siglo después de su muerte.

El crepúsculo de la libertad

La Liga Aquea

En la Epoca Helenística, Grecia decayó rápidamente. Las grandes conquistas de Alejandro le proporcionaron grandes ganancias, pero en definitiva el resultado principal de esta riqueza, al no ir acompañada de un desarrollo industrial, fue la inflación, en la que unos pocos se hicieron ricos y muchos se empobrecieron.

La situación fue similar a la imperante en la Época de la Colonización, pero entonces se había hallado una solución en el desarrollo de la democracia. Ahora, en la Época Helenística, la dominación extranjera impedía a Grecia ajustarse libremente a la nueva situación. Los intentos de revolución social fueron aplastados.

Peor aún, la población griega mostró una tendencia a abandonar la vieja Grecia, donde parecía haber tan poco futuro, y emigrar a nuevas regiones del exterior, más grandes y más ricas, y donde los monarcas macedonios estaban dispuestos a pagar la enseñanza y la energía griegas a expensas de las poblaciones nativas. A medida que las nuevas monarquías se hicieron cada vez más griegas, compitieron con la misma Grecia en la industria y el comercio, con lo que Grecia padeció más aún. La población empezó a declinar constantemente, y las que habían sido grandes ciudades se convirtieron en ciudades pequeñas, mientras las que habían sido pequeñas ciudades desaparecieron totalmente.

Pero hubo algunas compensaciones. La dominación macedónica absoluta se debilitó y ya no fue lo que había sido en tiempos de Filipo y Antípatro. También Macedonia se debilitó; primero, porque buena parte de su pueblo emigró hacia las tierras recientemente conquistadas, y, segundo, por las devastaciones de los galos.

Pudo mantener algunas guarniciones en alguna que otra parte, por ejemplo, en Corinto. En 262 a. C., también ocupó Atenas y en 255 a. C, hizo derribar los Largos Muros. Sin duda, por ese entonces Atenas no tenía ninguna necesidad de ellos. No libraba guerra alguna ni la volvería jamás a librar.

Con todo, la mayor parte de Grecia (con la ayuda de los Tolomeos de Egipto, que estaban siempre deseosos de plantear dificultades a Macedonia) logró mantener cierta sombra de independencia con respecto a Macedonia. Pero esta independencia no se basaba en la ciudad-Estado, pues ésta se hallaba a punto de morir. (En todo el mundo griego, las únicas ciudades-Estado de viejo tipo que mantenían un mínimo de prosperidad eran Siracusa y Rodas.) En cambio, la independencia griega se basó en las ligas de ciudades.

Por el 370 a. C., las tribus de Etolia se organizaron en una «Liga Etolia», que comenzó a tener cierta importancia en la historia griega.

Una segunda liga, un poco más urbanizada y refinada, se fundó en el Peloponeso en 280 a. C. Comenzó con una unión de algunas de las ciudades de Acaya situadas a lo largo de las costas meridionales del golfo de Corinto, por lo que fue llamada la «Liga Aquea».

Durante una generación siguió siendo una organización local de escasa importancia. El hombre que modificó esta situación fue Arato, de Sición.

La meta principal de Arato fue unir todo el Peloponeso en la Liga Aquea. Condujo una audaz incursión contra Corinto en 242 a. C., y, con unos pocos soldados, capturó su fortaleza central, la Acrocorinto. La guarnición macedónica fue expulsada y Corinto se incorporó a la Liga Aquea. En 228 a. C. hasta Atenas logró expulsar a su guarnición macedónica y se alió con la Liga, que llegó entonces a la cumbre de su poder.

Extrañamente había otra potencia de importancia en Grecia además de las dos Ligas (que, a la buena manera griega, estaban en conflicto constante, conflicto que sólo favorecía a Macedonia), y ésta era Esparta.

Esparta todavía se aferraba, aún entonces, al recuerdo de los días de Agesilao, de siglo y medio antes, y no entraba en ninguna organización de ciudades que no pudiera dominar. Por ello era la gran enemiga de la Liga Aquea.

Para preocupación de Arato, Esparta también comenzó a mostrar signos de una renovada potencia. Sufría, como el resto de Grecia, de los desajustes económicos, y sólo tenía 600 espartanos que fuesen ciudadanos con plenos derechos. Los restantes espartanos eran prácticamente pobres y era común que los ilotas (aún había ilotas) se muriesen de hambre.

En 245 a. C. subió al poder un nuevo rey, Agis IV. Era una persona fuera de lo común, un espartano revolucionario. Trató de imponer un nuevo orden y sugirió que se distribuyese la tierra entre 4.500 ciudadanos y que entre éstos se incluyese a los periecos. No aludía para nada a los esclavos, pero era un comienzo. Sin embargo, los pocos espartanos que poseían todo no aceptaron la reforma. Lograron el apoyo del otro rey, Leónidas II, quien en 241 a. C. se hizo con el poder, llevó a juicio a Agis y lo hizo ejecutar.

Pero esto no puso fin a los intentos de reforma en Esparta. En 235 a. C., Leónidas II murió, y su hijo, Cleómenes III, subió al trono. Se había casado con la viuda de Agis IV y heredó los avanzados planes de éste. Además, era una persona más enérgica.

Reunió a todos los hombres que pudo y los llevó a batallar a la manera de la vieja Esparta. Marchó a Arcadia, derrotó a la Liga Aquea en varias batallas y se apoderó de la mayor parte de la región. Después de ganar prestigio de este modo, retornó a Esparta en 226 a. C., hizo ejecutar a los éforos y puso en práctica las reformas económicas necesarias.

Era entonces más fuerte que nunca, y en 224 a. C. partió nuevamente y derrotó a los ejércitos de la Liga Aquea, capturando y saqueando Megalópolis. También capturó Argos mientras Corinto y otras ciudades entraron voluntariamente en alianza con él.

Arato vio derrumbarse ante sus ojos la Liga Aquea. Antes que permitir que esto sucediese se dirigió al enemigo común, y pidió ayuda a Macedonia. En ésta era entonces rey Antígono Dosón, es decir «Antígono el Prometedor». Fue al Prometedor a quien apeló Arato, y Antígono prometió gustosamente su ayuda, y lo hizo.

Pero tuvo que llevar a cabo una dura negociación. Corinto debía ser entregada a una guarnición macedónica; él mismo debía ser reconocido como jefe de la Liga Aquea; y ésta debía apoyar a sus ejércitos. Era obvio que esto significaba entregar Grecia a Macedonia, pero Arato, en su odio a los espartanos, convino en ello.

Antígono dirigió su ejército hacia el Sur, y en 222 a. C. encontró a los espartanos en Selasia, ciudad situada a ocho kilómetros al norte de Esparta. Cleómenes y los espartanos combatieron con el valor de los viejos tiempos, pero se repitió el resultado de Queronea de un siglo antes. Los macedonios obtuvieron una completa victoria.

Finalmente, el hechizo que había mantenido a Esparta, aun en sus momentos de debilidad, libre de la ocupación enemiga durante un siglo y medio, se rompió. Epaminondas, Filipo, Alejandro, Antípatro, Demetrio y Pirro se habían alejado de las murallas de la ciudad, pero Antígono Dosón, un hombre inferior a cualquiera de ellos, entró en Esparta, restauró a los éforos y obligó a Esparta a incorporarse a la Liga Aquea.

Cleómenes huyó a Egipto, pero en 219 a. C., incapaz de soportar la vida después de la derrota de Esparta, se suicidó. Había hecho maravillas, si se consideran los medios de que disponía; y no era sólo un valiente guerrero, sino también un gobernante ilustrado. ¿Qué no habría hecho, nos preguntamos, si hubiese sido rey en la época de la grandeza de Esparta? Hay razones para sostener que Cleómenes, aunque murió en el fracaso y se suicidó, fue el más grande espartano de todos los tiempos.

En 219 a. C., Antígono Dosón murió, y Filipo IV subió al trono macedónico. Filipo consiguió reforzar su dominio sobre Grecia lentamente, en particular, después de 213 a. C., cuando murió Arato. Pero los planes de Filipo para Grecia no se realizarían. Roma se estaba haciendo cada vez más fuerte, después de haber absorbido a las ciudades griegas del sur de Italia, y era evidente para Filipo que se trataba de un enemigo mucho más peligroso para él que todas las ciudades griegas juntas.

La caída de Siracusa

Sin embargo, durante un momento pareció (mientras Filipo V retenía su aliento) que Roma, pese a toda su creciente fortaleza, podía ser destruida. Esto ocurrió porque medio siglo antes de la época de Filipo, después de que Roma derrotase a Pirro y conquistara el sur de Italia, se había visto obligada a afrontar un nuevo enemigo: Cartago.

Los problemas empezaron en Sicilia, donde un general siracusano, Hierón, se hizo cada vez más poderoso. Había luchado junto a Pirro y ahora trató de dominar a algunas de las tropas mercenarias italianas que habían saqueado Sicilia desde que fueran llevadas allí por Agatocles. Hierón los derrotó y los siracusanos le hicieron rey en 270 a. C. con el nombre de Hierón II.

En 264 a. C., Hierón reinició el ataque a los mercenarios, que se habían fortificado en Messana, en la región de Sicilia más cercana a Italia. Los mercenarios apelaron urgentemente a la ayuda de la nueva potencia italiana, Roma, y ésta respondió al llamado. Hierón fue derrotado varias veces y tuvo la suficiente sabiduría para darse cuenta de que Roma iba a dominar la región mediterránea. Selló una alianza con ella y la mantuvo fielmente.

Los cartagineses, que consideraban Sicilia sometida sólo a su propia intervención, se enfurecieron por la entrada de tropas romanas en la región. Así comenzó la «Primera Guerra Púnica». (Fue llamada «púnica» porque Cartago había sido originalmente una colonia Fenicia, y la palabra latina para designar a los fenicios era poeni.)

La guerra duró veinte años y ambas partes sufrieron tremendas pérdidas. Pero Roma construyó una flota y combatió a Cartago en el mar. Finalmente, Roma logró vencer y, en 241 a. C., después de quinientos años, los cartagineses fueron expulsados de Sicilia completamente y para siempre. Los romanos se apoderaron de la isla, en su lugar, pero dejaron la mitad oriental de ella a su aliado Hierón, y Siracusa mantuvo su independencia.

En conjunto, el mundo griego estaba complacido, Cartago era una vieja enemiga que lo había amenazado muchas veces, Roma era más nueva, parecía más amable y más accesible a la cultura griega,

Los griegos hasta admitieron a los romanos en los Misterios Eleusinos y los juegos Istmicos. Era una admisión formal por los griegos de que los romanos constituían una potencia civilizada y no eran considerados como bárbaros.

Siracusa floreció bajo la dominación romana. El reinado de Hierón II es recordado sobre todo porque éste tenía un pariente, Arquímedes, que fue el más grande de los científicos griegos.

Se cuentan muchas historias famosas sobre Arquímedes… Descubrió el principio de la palanca y explicó su acción mediante una fórmula matemática simple. (No descubrió la palanca misma, claro está, que era conocida desde tiempos prehistóricos.) Comprendió que no había ningún límite teórico a la multiplicación de la fuerza que hacía posible la palanca y se dice que afirmó: «Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo.»

Hierón, divertido al oír esto, desafió a Arquímedes a que moviese algo muy pesado; no el mundo, pero algo muy pesado. Así (dice la anécdota) Arquímedes eligió un barco situado en el muelle y lo llenó de carga y pasajeros. Luego creó un aparejo de poleas (que es, en efecto, una especie de palanca) y con él arrastró el barco, él solo, fuera del mar y lo lanzó sobre la costa, sin hacer mayor esfuerzo que el que hubiese necesitado para empujar un barco de juguete.

Más famosa aún es la historia de la corona. En cierta ocasión, Hierón pidió a Arquímedes que determinase si una corona de oro que había encargado a un joyero era realmente toda de oro o si había sido deshonestamente mezclado el oro con plata o cobre, materiales más baratos. Para ello, Arquímedes tenía que conocer el peso y el volumen de la corona. Determinar el peso era fácil, pero determinar el volumen sin fundir la corona en una masa sólida (¡impensable!) parecía imposible.

Un día, Arquímedes se sumergió en una bañera llena de agua y observó que el agua se desbordaba cuando él se sumergía. Se le ocurrió que el volumen de agua que se desbordaba era igual al volumen de su propio cuerpo que reemplazaba al agua. Esto significaba que podía medir el volumen de la corona sumergiéndola en agua y midiendo cuánto aumentaba el nivel del agua. Loco de excitación, saltó de la bañera y (según la leyenda) corrió desnudo hacia el palacio de Hierón, gritando «¡Eureka! ¡Eureka!» («¡lo he encontrado! , ¡lo he encontrado!»). Y, en verdad, había descubierto lo que ahora recibe el nombre de «principio del empuje».

Pero la paz general de Siracusa y de Roma se vio alterada por la vengativa Cartago. En modo alguno ésta se había resignado a la derrota. Cuidadosamente, colonizó España, como nueva fuente de riqueza y nueva base para atacar a Roma. Además, surgió un general llamado Aníbal que demostró, sin duda alguna, ser uno de los grandes capitanes de la historia.

Pasó de España a Italia en 218 a. C. (poco después de que Filipo V subiese al trono de Macedonia), y así inició la «Segunda Guerra Púnica». En Italia, Aníbal se encontró con un ejército romano superior tras otro, y, haciendo maniobrar hábilmente sus fuerzas y aprovechando plenamente el exceso de confianza de Roma, les infligió tres derrotas, una tras otra y cada una peor que la anterior.

La tercera derrota, en 216 a. C., en Cannas, sobre la costa meridional del Adriático, fue el modelo clásico de todos los tiempos de batalla aniquiladora; fue un ejemplo perfecto de un ejército más débil que maniobra de tal modo frente a otro más fuerte que provoca su completa destrucción. Nunca en su historia Roma iba a sufrir una derrota tan aplastante.

Después de Cannas, Roma parecía acabada. Ciertamente, así lo creyó Filipo V de Macedonia, pues pronto selló una alianza con Cartago.

Hierón II de Siracusa conservó su fe en Roma y se mantuvo fiel a la alianza, pero murió en 215 a. C. Su nieto Hierónimo, que le sucedió en el trono, estuvo de acuerdo con Filipo V. También él pensó que Roma estaba terminada y se apresuró a ponerse del lado de Cartago.

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