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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

Los gritos del pasado (52 page)

BOOK: Los gritos del pasado
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No se vino abajo al comprobar que no encontraba la fuerza pese a la ayuda de la joven. Johannes no lo había logrado con su madre. Lo importante era que, con ella, iniciaba un camino para el que estaba predestinado: seguir los pasos de su padre.

El hecho de enterrarlas juntas en Kungsklyftan fue un modo de hacerlo manifiesto al mundo entero. Una declaración de que él tomaba el relevo y continuaría lo que Johannes había comenzado. No creía que nadie fuese a entenderlo, bastaba con que Dios lo comprendiese y lo hallase bueno.

Y si necesitaba alguna prueba definitiva de ello, la obtuvo la noche anterior. En cuanto empezaron a hablar de los resultados de los análisis, supo con toda certeza que lo acorralarían como a un criminal. No tuvo en cuenta que el diablo le hizo dejar rastro de su pecado en el cuerpo.

Pero él se rió en la cara del diablo. Para su sorpresa, los policías lo habían llamado para comunicarle que, según los resultados de las pruebas, era inocente. Y aquella era la prueba definitiva que necesitaba para convencerse de que iba por el buen camino y de que nada podría detenerlo. Él era especial, estaba protegido y bendecido.

Muy despacio, volvió a acariciar el cabello de la joven. Ahora no tendría otro remedio que buscar una nueva.

L
a comprobación no le llevó a Annika más de diez minutos, transcurridos los cuales, le devolvió la llamada.

—Estabas en lo cierto. Jacob tiene cáncer otra vez, sólo que en esta ocasión no se trata de leucemia, sino de un gran tumor alojado en el cerebro. Ya le han comunicado que no hay nada que hacer, que está demasiado avanzado.

—¿Cuándo le dieron esa noticia?

Annika miró las notas que había garabateado en el bloc:

—El mismo día que Tanja desapareció.

Patrik se dejó caer pesadamente en el sofá de la sala de estar. Lo sabía, pero le costaba creerlo. Se respiraba en la casa una paz, una tranquilidad… No había el menor indicio de la maldad cuya prueba él mismo sostenía en sus manos. Tan sólo aparente normalidad: flores en una jarra, juguetes esparcidos por la habitación, un libro a medio leer sobre la mesa… Ninguna calavera, ninguna prenda manchada de sangre, ninguna vela negra encendida.

Sobre la chimenea colgaba incluso un cuadro de la Ascensión de Jesús después de la Resurrección, con el halo de gloria en torno a la cabeza y rodeado de hombres y mujeres que oraban a sus pies con la mirada suplicante.

¿Cómo era nadie capaz de justificar la peor de las acciones aduciendo que Dios le había concedido carta blanca para ello? Aunque tal vez no fuese tan extraño. A lo largo de la Historia, millones de personas habían sido asesinadas en nombre de Dios. Había algo irresistible en un poder de esa clase, algo que embriagaba al ser humano y lo confundía.

Patrik se obligó a sí mismo a salir de sus consideraciones teológicas y se encontró con que todo el equipo lo observaba a la espera de nuevas instrucciones. Les mostró lo que había encontrado: ahora todos luchaban por no imaginar los horrores que estaría viviendo Jenny en esos momentos.

El problema era que no tenían la menor idea de dónde encontrarla. Mientras aguardaban la llamada de Annika con la respuesta del doctor Csaba, no interrumpieron ni un instante su búsqueda febril por la casa, mientras él llamaba a la finca para preguntarles a Marita, Gabriel y Laine si sabían de algún lugar en el que pudieran hallarlo. Ellos respondieron a su vez con una serie de preguntas que él atajó de inmediato, pues no tenían tiempo que perder.

Se revolvió el cabello, ya encrespado de por sí.

—¿Dónde demonios puede estar? No podemos dedicarnos a rastrear toda la zona, centímetro a centímetro. Además, puede tenerla oculta en algún lugar en las inmediaciones de Bullaren o en cualquier sitio a mitad de camino. ¿Qué hacemos? —se preguntaba frustrado.

Martin sentía la misma impotencia, pero no dijo nada. La pregunta de Patrik no demandaba respuesta. Entonces, se le ocurrió una idea.

—Tiene que estar aquí, en algún lugar de Västergården. Recordad los restos de abono. Yo apuesto por que Jacob ha utilizado el mismo escondite que Johannes y, en ese caso, nada más lógico que buscarlo por aquí, en los alrededores.

—Tienes razón, pero tanto Marita como sus suegros aseguran que no hay más edificios en la finca. Claro que puede tratarse de una cueva o algo así, pero ¿tú sabes cuántas hectáreas de terreno tiene aquí la familia Hult? Sería como buscar una aguja en un pajar.

—Sí, pero ¿qué me dices de Solveig y sus hijos? ¿Les has preguntado a ellos? Ellos vivían aquí antes y tal vez conozcan algún rincón cuya existencia ignore Marita.

—¡Esa sí que es una buena idea! ¿No he visto un listín telefónico en la cocina, junto al teléfono? Linda lleva su móvil, así que seguramente podré hablar con ellos si la llamo.

Martin fue a mirar y volvió con un listín en el que, en efecto, figuraban el nombre y el número de Linda, anotados con primorosa caligrafía. Patrik marcó y aguardó impaciente. Tras un lapso que a él se le antojó una eternidad, Linda respondió.

—Linda, soy Patrik Hedström. Necesito hablar con Solveig o con Robert.

—Están con Johan. ¡Ha despertado! —exclamó Linda, radiante de alegría. Patrik lamentó el hecho de que esa alegría no tardaría en esfumarse.

—Ve a buscar a alguno de los dos. Es importante.

—De acuerdo, ¿con quién prefieres hablar?

Reflexionó un instante, pero ¿quién mejor que un niño podía conocer los alrededores del lugar en que vivía? La elección era muy sencilla:

—Robert —dijo al fin.

La oyó dejar el teléfono para ir a buscar a su primo. Seguramente, no estaría permitido entrar con móviles en la habitación, para que no interfiriese con los monitores, se decía Patrik cuando oyó en el auricular la voz grave de Robert.

—Aquí Robert.

—Hola, soy Patrik Hedström. Oye, me pregunto si tú podrías ayudarnos a resolver algo muy importante —se apresuró a explicarle.

—Pues dime, ¿de qué se trata? —inquirió Robert a su vez, algo inseguro.

—Necesitaría saber si hay algún otro edificio en los terrenos que rodean Västergården, aparte de los que se encuentran junto a la casa. Bueno, en realidad, no tiene por qué ser un edificio, sólo un buen lugar donde esconderse, no sé si me explico. Pero ha de ser bastante espacioso, como para que quepa más de una persona.

Casi pudo oír la sorpresa en el cerebro de Robert, pero Patrik comprobó con alivio que el joven no pensaba cuestionar su pregunta, sino que, tras reflexionar un minuto, le respondió:

—Pues lo único que se me ocurre es el viejo búnker. Está a un buen trecho de la casa, bosque adentro. Johan y yo solíamos jugar allí de niños.

—¿Y Jacob lo conocía? —preguntó Patrik.

—Sí, cometimos el error de enseñárselo en una ocasión, pero fue enseguida a chivarse a mi padre, que se presentó al rato con él y nos prohibió que volviésemos a usarlo. Nos dijo que era peligroso y ahí se nos terminó la diversión. Jacob siempre ha sabido ser honrado, para quedar bien —remató Robert, irritado al recordar la decepción que se llevaron de niños a causa de aquel suceso. Patrik se dijo que «honrado» no sería el adjetivo con el que podría describirse a Jacob en lo sucesivo.

Una vez que Robert le explicó cómo llegar, le dio las gracias y colgó.

—Martin, creo que ya sé dónde están. Nos reunimos todos en el jardín.

Cinco minutos después se habían congregado a pleno sol ocho policías muy serios, cuatro de Tanumshede y cuatro de Uddevalla.

—Tenemos motivos para creer que Jacob Hult se encuentra bosque adentro, a un trecho de aquí, en un viejo búnker. Seguramente tiene consigo a Jenny Möller, y no sabemos si está viva o muerta, de ahí que debamos actuar como si estuviese viva y, por tanto, conducirnos con la mayor cautela. Nos acercaremos despacio al lugar y lo rodearemos en
silencio
—advirtió Patrik, al tiempo que subrayaba el aviso posando la mirada en cada uno de ellos, aunque se detuvo algo más al llegar a Ernst—. Tendremos las armas preparadas, pero nadie la usará hasta que yo no dé una orden expresa. ¿Está claro?

Todos asintieron.

—La ambulancia de Uddevalla ya está en camino, pero no activará las sirenas ni las luces de emergencia, sino que se detendrá justo a la entrada de Västergården. El sonido se propaga a gran distancia en el bosque, y no nos interesa que oiga nada ni que sepa que estamos maquinando algo. En cuanto tengamos la situación controlada, llamaremos al personal sanitario.

—¿No crees que sería mejor llevar a algún enfermero con nosotros hasta el escondite? —preguntó uno de los policías de Uddevalla—. Cuando la encontremos, puede que necesite asistencia urgente.

Patrik asintió.

—Tienes razón, pero no podemos esperarlos. En estos momentos, lo más importante es localizarla y, para entonces, esperemos que haya llegado la ambulancia. Bien, pues adelante.

Robert le había descrito el camino y por qué parte del bosque, que se extendía detrás de la casa, tenían que subir hasta encontrar, a unos cien metros, un sendero que conducía hasta el búnker. El sendero era prácticamente invisible si no se conocía su existencia y, de hecho, Patrik estuvo a punto de dejarlo atrás. Paso a paso fueron avanzando hacia su objetivo y, después de algo así como un kilómetro, creyó divisar algo entre las hojas de los árboles. Sin decir una palabra, se dio la vuelta y llamó a los hombres que lo seguían a pocos metros. Haciendo el menor ruido posible, rodearon el búnker, aunque no pudieron evitar que las hojas secas crujiesen bajo sus pies. Patrik hacía un mohín a cada sonido que oía, aunque con la esperanza de que los gruesos muros del búnker aislasen el habitáculo del ruido exterior, de modo que Jacob no los oyese.

Sacó la pistola y vio por el rabillo del ojo que Martin hacía otro tanto. Se acercaron de puntillas hasta la puerta y tantearon el picaporte. Estaba cerrada con llave. ¡Mierda! ¿Qué podían hacer? No habían llevado consigo herramientas para forzar una puerta, de modo que su única posibilidad consistía en convencer a Jacob para que saliese por voluntad propia. Presa de la mayor angustia, Patrik dio unos golpecitos en la puerta y se apartó rápidamente.

—Jacob, sabemos que estás ahí. Deberías salir.

No obtuvo respuesta, así que lo intentó de nuevo.

—Jacob, sabemos que no era tu intención hacerles daño a las chicas. Tú sólo hacías lo mismo que Johannes. Pero sal, por favor, para que podamos hablar de ello.

Él mismo juzgó patética su intervención y pensó que tal vez debería haber seguido un curso de trato con secuestradores o, al menos, debería haber ido acompañado de un psicólogo. Sin embargo, a falta de nada mejor, tendría que arreglárselas con las ideas que se le ocurriesen sobre cómo convencer a un psicópata para que saliese de un búnker.

Ante su sorpresa, un segundo después se oyó un clic en la cerradura. La puerta se abrió despacio. Martin y Patrik, que estaban a ambos lados de ella, intercambiaron una mirada. Los dos tenían las armas preparadas y el cuerpo en tensión. Jacob salió por la puerta con Jenny en brazos. No cabía la menor duda de que estaba muerta y Patrik prácticamente sintió la decepción y el dolor que inundaban los corazones de los policías, que ya se habían acercado y apuntaban a Jacob con sus armas.

Pero Jacob ignoró su presencia y, en cambio, dirigió la vista al cielo y habló en voz alta y clara:

—No lo entiendo. Yo soy un elegido. Se supone que tenías que protegerme —parecía tan desconcertado como si el mundo acabara de ponerse del revés ante su vista—. ¿Para qué me salvaste ayer si hoy ya no pensabas darme tu amparo?

Patrik y Martin volvieron a mirarse. Era evidente que Jacob estaba ido, pero eso lo hacía aún más peligroso. No había modo alguno de calcular cuál sería su próxima reacción. Los policías le apuntaban con sus armas.

—Deja a la chica en el suelo —le ordenó Patrik.

Jacob seguía mirando al cielo y hablando con su Dios invisible.

—Sé que me habrías permitido adquirir el don, pero necesito más tiempo. ¿Por qué me das la espalda ahora?

—¡Deja a la chica y levanta las manos! —le dijo Patrik en tono más severo. Jacob seguía sin reaccionar, con la chica en brazos, pero no parecía llevar encima ningún arma. Patrik consideró la posibilidad de abordarlo y salir así de aquel punto muerto. No había razón alguna para temer que la chica resultase herida… Ya era demasiado tarde.

No acababa de pensarlo cuando alguien de elevada estatura se abalanzó por la izquierda, a su espalda. Lo había pillado tan por sorpresa que el dedo le tembló en el gatillo y estuvo a punto de dispararle una bala a Jacob o a Martin. Entonces vio con horror cómo el corpachón de Ernst atravesaba el aire hasta alcanzar a Jacob, que cayó al suelo de golpe. También Jenny cayó de sus brazos, desplomándose con sordo y desagradable sonido, como un saco de harina arrojado en la tierra.

Con expresión victoriosa, Ernst neutralizó a Jacob sujetándole las manos a la espalda. Jacob no opuso resistencia, pero aún mantenía la misma expresión de sorpresa.

—Eso es, ya está —dijo Ernst mirando a su alrededor para recibir los vítores del pueblo. Pero todos estaban perplejos y, al ver la sombría expresión del rostro de Patrik, comprendió que, una vez más, se había precipitado al actuar.

Patrik seguía temblando, aterrado al pensar lo cerca que había estado de dispararle a Martin, y tuvo que contenerse para no rodear con sus manos el cuello de Ernst y ahogarlo allí mismo muy despacio. Ya tomaría medidas más tarde. Ahora, lo más importante era encargarse de Jacob.

Gösta sacó un par de esposas y se las puso a Jacob. Martin y él le ayudaron a levantarse. Acto seguido, esperaron instrucciones de Patrik, que se dirigió a dos de los policías de Uddevalla.

—Llevadlo a Västergården. Yo no tardaré en llegar. Explicadle al personal de la ambulancia dónde estamos y decidles que traigan una camilla.

Empezaron a alejarse con Jacob, cuando Patrik los retuvo:

—Aunque…, no, esperad, sólo quiero mirarlo una vez a los ojos. Quiero ver bien los ojos de una persona capaz de hacer algo así —dijo señalando con la cabeza el cuerpo sin vida de Jenny.

Jacob lo miró sin arrepentimiento, pero con la misma expresión aturdida. Encarando a Patrik, le preguntó:

—¿No es extraño que Dios hiciese ayer un milagro para salvarme y hoy os deje atraparme así, sin más?

Patrik intentó leer en sus ojos si hablaba en serio o si todo era una farsa para escapar a las consecuencias de sus actos. La mirada que se encontró era lisa y brillante, como un espejo, y supo que estaba observando el corazón de la locura. Con voz cansada, le dijo:

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