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Authors: Eden Phillpotts

Los rojos Redmayne (34 page)

BOOK: Los rojos Redmayne
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Se refirió a una decisión expresada anteriormente: la de dejar la carrera de policía y buscar otra ocupación para el resto de sus días.

—El tiempo lo dirá —comentó Peter, extrayendo su cajita de oro—. Espero que cambie de idea. Su experiencia ha sido amarga y ha aprendido mucho; esto le ayudará en su trabajo tanto como en la vida. No se deje derrotar por una mala mujer; recuerde solamente que ha tenido la suerte de conocer y estudiar a una de las más extraordinarias criminales femeninas puestas en el mundo por misteriosa permisión de nuestro Creador. Cara de ángel y corazón demoníaco. Deje transcurrir algún tiempo y verá que este episodio ha sido únicamente una laguna en una carrera que empieza. Tiene por delante mucho trabajo bueno y útil que realizar; por otra parte, es rehuir a la Providencia misma.

Después de una pausa y un largo silencio, mientras el tren corría en la oscuridad del túnel del Simplón, Peter explicó cómo había logrado resolver el enigma de los Redmayne.

—Le dije que no había empezado usted por el principio —expresó—. Todo, en realidad, se basa en este hecho. La situación suya era extraordinaria. El propio criminal, dominado por el orgullo de su arte y por la destructora vanidad que finalmente lo hundió, hizo, con toda intención, que usted participara en la investigación. Era parte de su diversión (o, si prefiere, de su arte) complicar a un célebre detective con el fin de regocijarse burlándose de él. Para Michael Penrod era usted la esencia de su sangrienta copa: la sal, el sabor. Si se hubiese limitado a su asunto, ni un millar de detectives hubiera dado con él. Pero era juguetón como un tigre que sale a cazar. Disfrutaba añadiendo cien detalles a su plan original. Es un artista; pero demasiado florido, demasiado decadente en sus decoraciones. De este modo echó a perder lo que hubiera sido el crimen del siglo. La falibilidad humana ha hecho que la justicia retributiva castigue a muchos criminales.

»La maquinaria que empleó concentró la atención, desde el primer momento, en el aparente asesino más que en su víctima. Parecía imposible dudar de lo que había sucedido, y la supuesta muerte de Penrod nunca fue comprobada. Los detalles referentes a Robert Redmayne eran abundantes; en cambio, durante el curso de la investigación oficial, no se logró averiguar nada relativo a la supuesta víctima. Usted había oído hablar de Michael Penrod a su mujer y el relato que ésta le hizo en Princetown (cuando le llamó, sin duda por indicación de Penrod, para que se ocupara del caso) fue magistral, porque estaba muy cerca de la verdad en todos sus aspectos.

»No obstante, desde el día en que conocí a la sobrina de Albert y hablé con ella, empecé a reflexionar sobre dicho relato y pronto llegué a la siguiente conclusión: que era imprescindible saber mucho más sobre el marido de Joanna. No vaya a creer que en ese momento estaba cerca de la verdad. Lejos de ello. Sólo deseaba obtener más datos y consideraba que la historia de Michael Penrod, tal cual la conocíamos, no era de mucha utilidad, porque los detalles nos habían sido proporcionados por su mujer. Me pareció absolutamente necesario saber más de lo que ella nos contaba. La había interrogado, pero descubrí que ignoraba mucho de lo concerniente a su primer marido... o que, intencionadamente, contestaba con evasivas. De sus tres tíos, solamente Robert conocía a Michael Penrod. Ni Benjamin, ni Albert lo habían visto jamás; y este hecho, que al principio no tenía importancia alguna, adquirió, por cierto, gran significación en una etapa ulterior de mis investigaciones.

»Primeramente fui a Penzance y dediqué varios días a averiguar todos los detalles posibles sobre la familia Penrod. Al examinar la ascendencia de Michael, antes de averiguar lo que se sabía de Penrod, propiamente dicho, hice un importantísimo descubrimiento. Joseph Penrod, padre de Michael, había pasado largas temporadas en Italia llevado por su negocio de sardinas y se había casado con una italiana. Ésta vivió en Penzance con su marido y tuvieron un hijo y una hija que murió en la infancia. La señora parece haber sido motivo de escándalo porque su temperamento latino y su carácter alegre no eran bien mirados en el círculo austero y religioso donde actuaban su marido y sus parientes.

»Fue varias veces a Italia y más tarde Joseph Penrod se arrepintió de su boda. Pudo haberse divorciado, según afirman personas con quienes hablé; pero en consideración a su hijo no tomó tal decisión. Michael quería mucho a su madre y con frecuencia la acompañó a Italia. En uno de los viajes, cuando tenía diecisiete o dieciocho años, sufrió un accidente y se hirió en la cabeza; pero no conseguí detalles sobre el particular. Parece que era un muchacho silencioso y observador y nunca se querelló con su padre.

»Mrs. Penrod murió poco después en Italia. Su marido asistió en Nápoles al entierro, y regresó en seguida a Inglaterra, en compañía de su hijo. El muchacho comenzó a trabajar de ayudante de un dentista, manifestando que deseaba seguir esta carrera. Era joven; tuvo éxito en sus exámenes y practicó en Penzance durante algún tiempo. Pero cierto día se desinteresó por su trabajo; luego quiso trabajar junto a su padre. El negocio de sardinas le permitió visitar Italia, y a menudo pasaba un mes en este país.

»Pocas personas podían darme referencias de su carácter, y no parecían existir retratos suyos; pero una anciana parienta me dijo que Michael había sido un muchacho silencioso y difícil. Me mostró una fotografía de sus padres, junto con su hijo, cuando tenía unos tres años de edad. Su padre no me dio la impresión de haber sido hombre de mucho carácter; en cambio, a juzgar por el retrato, Mrs. Penrod había sido una hermosísima criatura; y, estudiando su rostro a través de una lente de aumento, tuve la convicción de que se parecía a alguien cuyas facciones me eran familiares.

»Es regla para mí, cuando una intuición repentina proyecta luz, falsa o verdadera, sobre un caso que investigo, someter la inspiración a un análisis inquisidor y exhaustivo y oponerle los hechos conocidos. Por tanto, al vislumbrar en la fotografía de la madre de Michael Penrod una posible semejanza con el hermoso rostro de Giuseppe Doria, empecé a ordenar lo que sabía, con el objeto de desvirtuar cualquier deducción surgida de tan curiosa coincidencia. Juzgue usted cuáles no serían mi asombro e interés cuando descubrí que ninguno de mis datos refutaba por completo la teoría que cobraba forma en mi mente. Ni un solo hecho comprobado chocaba con esa nueva posibilidad.

»A la sazón, nada sabía con certeza que excluyera la hipótesis de que la mujer de Joseph Penrod fuera madre de Giuseppe Doria. Sin embargo, podían existir hechos, ignorados por mí, que probaran la inexactitud de mi suposición. Mientras meditaba sobre la forma de averiguar la verdad, mis pensamientos se centraron, naturalmente, en Giuseppe. Para que vea usted cómo a veces se llega a terreno firme después de andar sobre un tembladal, le diré que en esta etapa de mi investigación no se me había pasado por la imaginación que Doria y Michael eran una misma y única persona. Eso vendría después. En aquel momento se me ocurrió la posibilidad de que Mrs. Penrod, dama que había causado algún revuelo en los hogares metodistas de Penzance, hubiera tenido otro hijo en su país de origen. Pensé que tal vez Michael y el medio hermano italiano se conocían y que ambos habían trabajado juntos en la destrucción de los hermanos Redmayne, a fin de que la mujer de Michael heredase el dinero de la familia.

»Después de averiguar lo más que pude en Penzance, me dirigí a Dartmouth; ansiaba conocer, si era posible, la fecha exacta de la entrada de Giuseppe Doria, en calidad de lanchero, al servicio de Benjamin. No encontré a ningún amigo del hermano de Albert; pero di con su médico y, aunque no podía aclararme el punto, conocía a un hombre (un hotelero de Torcross, localidad distante varios kilómetros sobre la costa) que tal vez estuviera enterado de esta importantísima fecha.

»El hombre, Noé Blades, resultó muy capaz e inteligente. Había conocido mucho a Benjamin Redmayne y me explicó que precisamente después de pasar una semana en el Hotel Torcross y de salir a pescar con Blades en su gasolinera, el viejo marino decidió procurarse una embarcación similar para «El nido del cuervo». Así lo hizo y su primer lanchero resultó un fracaso. Puso nuevo anuncio pidiendo otro y recibió muchas respuestas. Había navegado con italianos y le gustaban como marinos; por consiguiente, eligió a Giuseppe Doria, cuyas recomendaciones eran excepcionales. El hombre llegó a «El nido del cuervo» y dos días después condujo a Benjamin que iba a Torcross a visitar a Blades.

»Como es de suponer, Benjamin no pensaba en otra cosa que en el asesinato que acababa de producirse en Princetown y la tragedia era tan interesante que Blades no tuvo tiempo de fijarse en el nuevo lanchero. Pero lo importante era saber que al día siguiente del crimen (el mismo día en que Benjamin supo lo que su hermano Robert había hecho, al parecer, en la cantera de Foggintor), Giuseppe Doria había llegado a «El nido del cuervo» a ocupar su nuevo empleo.

»Partiendo de la base de este hecho principal, construí mi caso; y no necesito decirle que cada peldaño del camino proyectaba nueva luz sobre el siguiente, hasta que llegué al objetivo final. Robert Redmayne fue visto la noche de la supuesta muerte de Michael Penrod. Se le siguió la pista hasta Paignton. Escapó de su casa antes de que los demás ocupantes se hubiesen levantado; y desde entonces desapareció de la faz de la tierra. Pero ese mismo día (probablemente alrededor de las doce) Giuseppe Doria (un italiano que nadie conocía ni había visto jamás) llegaba a «El nido del cuervo».

»Esto echaba por tierra la teoría del medio hermano de Michael y significaba que no era Penrod, sino el tío de su mujer, Robert Redmayne, quien había muerto en Dartmoor. ¡Y allí yace todavía, muchacho!»

Ganns tomó rapé y prosiguió:

—Ahora bien, después de esta deducción importantísima, examiné de nuevo los hechos y se tornaron mucho más interesantes. Suponía que, en cualquier momento, un golpe decisivo derrumbaría mi construcción; a cada paso temía que algún argumento irrefutable desbarataría totalmente mi teoría; pero no ocurrió tal cosa. Naturalmente, existen pormenores ignorados; muchas pequeñas piezas del rompecabezas que únicamente un hombre en el mundo puede colocar en su sitio, es decir, el mismo Michael Penrod; pero los rasgos principales, el verdadero cuadro, aparecían claramente a mis ojos antes de mi partida de Dartmouth en busca de Albert, que me esperaba en Londres. En el rompecabezas estaban colocadas las piezas principales y nada podía modificarlas. En algunos puntos el cuadro era borroso; sin embargo, no me cabía duda de lo que representaba. Hasta los increíbles detalles que parecían contradictorios ajustaban y se aclaraban a la luz del temperamento de Michael Penrod.

»Aquí corresponde rendir tributo admirativo al arte histriónico de este hombre. Su concepción y creación de "Giuseppe Doria" fue una excelente y bien pensada interpretación teatral. Vivió realmente el personaje y día tras día puso en juego una actitud frente a la vida y cualidades mentales ajenas por completo a su verdadera naturaleza que, en realidad, es reservada y algo melancólica. Pero ambos, su mujer y él, eran por naturaleza comediantes, además de criminales natos.

»Prosigamos. Los detalles principales son, en consecuencia, los siguientes: el primer plano, el segundo y el fondo, forman un todo sintético, lógicamente consistente y hasta racional..., siempre que aceptemos la existencia del disfraz. Me atrevo a profetizar que, antes de morir, Penrod hará una declaración completa. Se lo exigirá su extraordinaria vanidad. Lo que escriba no será, probablemente, sincero; el artista tendrá los ojos fijos en el reflector; pero, antes de que lo cuelguen, podemos esperar una narración bastante completa de sus aventuras, y algo original en materia de suicidio, si le brindan la ocasión; porque tenga la seguridad de que ha pensado en ello.

»Y ahora le diré cómo procuré bombardear mi teoría con cada uno de los hechos, y cómo la teoría soportó todos los asaltos, hasta que me vi forzado a aceptarla y a proceder de acuerdo con ella.

»Empecemos suponiendo que Penrod vive y que Robert Redmayne ha muerto. En seguida partamos de la base de que Penrod, después de matar en Foggintor al tío de su mujer, se viste con las ropas de éste, se pone un bigote rojo y una peluca del mismo color, y parte hacia Berry Head en la motocicleta de Robert. Durante la investigación, sólo se encuentra el saco que, según se supone, sirvió para transportar el cadáver. Lo que el criminal se propuso es desviar la atención hacia un sitio determinado para hacer creer que allí escondió el cuerpo; pero desconfía del mar y no correrá el riesgo de que el cadáver de Robert Redmayne le desbarate el juego. No, su víctima queda en Foggintor, y probablemente Michael Penrod nos indicará el lugar donde se encuentran sus restos.

»Entretanto crea un falso ambiente y amparándose en él, se dirige a cumplir su compromiso en "El nido del cuervo". ¿Qué ocurre entonces? Surge el primer indicio: la carta falsificada, de Robert a su hermano. ¿Quién la envió? Joanna Penrod a su paso por Plymouth, cuando se dirigía a casa de su tío Benjamin. Ella y su marido están otra vez juntos y traman el siguiente golpe. Como le digo, esta pareja hubiese debido trabajar en las tablas; los dos habrían ganado mucho más que la fortuna de los Redmayne; pero tenían el crimen en la sangre; deben de haberse entendido como las hojas de una tijera; coincidían seguramente en cuerpo y alma. Rendían culto al mal y cuando mutuamente adivinaron la mentalidad de forajidos que los asemejaba, sintieron, sin duda, la necesidad de unir sus fuerzas. Era una mujer perversa, Marc, pero sabía amar. Es innegable que las mujeres perversas son capaces de querer, tanto como las buenas... y, a menudo, mucho más.

»Se instalan y la supuesta muerte de Michael Penrod cae en el olvido. Joanna interpreta su papel de viuda; pero pasa el tiempo que quiere en brazos de su marido y juntos planean la desaparición del pobre Benjamin. El infortunado marino nunca había visto a Penrod, detalle que hizo posible el engaño de Doria. Un punto en extremo importante (que sólo Michael está en condiciones de aclarar) es el concerniente al orden en que pensaba cometer sus crímenes. Esto me dio que pensar bastante, porque antes de que Robert Redmayne llegara a Princetown y se reconciliara con la pareja, Michael debe de haber obtenido el puesto de lanchero en casa de Benjamin, sabiendo que iría allí con nombre falso y supuesta personalidad. Me inclino a creer que su intención era empezar por el viejo marino y que, cuando Robert apareció inesperadamente en Dartmoor, modificó sus planes. Si no me equivoco, la casualidad de dicho encuentro le abrió el camino para su primer paso; pero él se encargará de aclararnos este punto y de explicarnos lo que pasó.

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