Los siete contra Tebas (2 page)

BOOK: Los siete contra Tebas
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ETEOCLES. ¿Pues qué? ¿Es que el marino, acaso, huyendo de la popa a la proa, la maniobra salvadora consigue, si la nave con las olas marinas se debate?

CORO.

ANTÍSTROFA 1.ª
No, no; yo, solamente,
rauda me he aproximado a las antiguas estatuas de los dioses, pues que confío en ellos, cuando sonó el
estruendo, ante las puertas, de aquel horrible alud. Entonces, temerosa, yo he acudido
a rogar a los dioses
que den su protección a nuestra patria.

ETEOCLES. Rogad porque las torres nos protejan de la lanza enemiga. ¿O es que, acaso, no es este asunto de los dioses? Dicen que cuando una ciudad es conquistada los dioses salen de ella y la abandonan.

CORO.

ESTROFA 2.ª
Jamás, mientras yo viva,
me abandone este grupo de deidades, ni vea yo el saqueo de este pueblo jamás, ni soldadesca prender en ella destructora llama.

ETEOCLES. No vayas, con tus preces a los dioses, a tomar en mala hora decisiones. Del éxito que salva es la obediencia madre, oh mujer. Así reza el proverbio.

CORO.

ANTÍSTROFA 2.ª
Verdad. Mas la fuerza de Dios es más puja Muchas veces, a aquel que se debate impotente, entre males, lo salvan de las nubes de infortunio que se yerguen, horribles, a sus ojos.

ETEOCLES. Incumbe a los varones ofrecer ofrendas y holocaustos a los dioses, cuando van a enfrentarse al enemigo. ¡A ti, callar, y estarte quieta en casa!

CORO.

ESTROFA 3.ª
Por la gracia de Dios, una ciudad habito no sometida aún. De la enemiga turba el muro es
quien nos salva. ¿Para qué abominar de mis plegarias?

ETEOCLES. Que honres el linaje de los dioses no te lo impido yo. Pero procura no inyectar el temor en las entrañas de nuestros ciudadanos; calma, pues; procura no temer en demasía.

CORO.

ANTÍSTROFA 3.ª
Al oír este estruendo, hace un instante, en temblorosa fuga he acudido a esta acrópolis, venerando refugio.

ETEOCLES. Aunque os hablen de muertos o de heridos, no os lancéis a gemir. Que este es el pasto del que Ares se alimenta: muerte humana.

CORIFEO. Mas ya escucho el relincho de corceles.

ETEOCLES. Escúchalos, mas no muy claramente.

CORIFEO. La ciudad se estremece en sus cimientos, que, por doquier, estamos rodeados.

ETEOCLES. ¡Basta que yo me ocupe de este asunto!

CORIFEO. ¡Qué horror! Crecen los golpes en las puertas.

ETEOCLES. Habla de ello en silencio a nuestro pueblo.

CORIFEO. ¡Oh agrupación! No entregues estas torres.

ETEOCLES. ¡Oh maldición! ¿No guardarás silencio?

CORIFEO. ¡Oh dioses del país! ¡Que no me opriman!

ETEOCLES. Eres tú quien me oprime, a mí y al pueblo.

CORIFEO. ¡Zeus todopoderoso, tus saetas, vuélvelas al ejército enemigo!

ETEOCLES. ¡Qué maldición, con la mujer, nos diste, oh Zeus!

CORIFEO. Tan desdichado como el hombre, cuando se toma una ciudad.

ETEOCLES. ¿Ya vuelves a gemir, abrazada a las estatuas?

CORIFEO. El miedo se apodera de mi lengua, en mi agobio.

ETEOCLES. ¡Quisieras concederme un pequeño favor, yo te lo ruego!

CORIFEO. Habla al punto, y así lo sabré al punto.

ETEOCLES. Calla, infeliz, no asustes a los tuyos.

CORIFEO. Me callo ya. Compartiré el destino.

ETEOCLES. Te tomo esta palabra en vez de aquella. Y, además, abandona estas estatuas y pide lo mejor: sean los dioses los aliados nuestros. Y ahora escucha mis propios votos, y después entona, a modo de peán, el favorable grito sagrado y ritual que suele acompañar en Grecia al sacrificio, aliento del amigo, y, de este modo, eliminando el miedo al enemigo. Yo a los dioses proclamo de esta tierra, a los agrestes y a los que protegen nuestras plazas, a las fuentes de Dirce, y al agua del Ismeno que, si todo resulta bien, y la ciudad se salva, voy a llenar las aras de los dioses con la sangre de ovejas (y prometo el degüello de toros a los dioses) en sacrificio por acción de gracias.

Y luego, con las ropas enemigas, heridas con la pica, haré un despojo con el que ornar nuestros sagrados templos. Votos así a los númenes promete, sin deleitarte en llantos, ni tampoco en tus vanos gemidos y salvajes que no por ello has de escapar al hado. Yo iré a apostar a las siete salidas de la muralla seis guerreros —yo el séptimo seré— y, cara a cara del enemigo remaremos fuerte, antes de que aquí lleguen presurosos mensajeros y rápidos rumores, y que todo lo inflamen con su urgencia.

(Entra en el palacio).

CORO.

ESTROFA 1.ª
Lo intento, mas de miedo
mi corazón no duerme; vecinas de mi pecho, aventan las cenizas de mi terror, las ansias. Me espanto ante esta hueste que envuelve las murallas, al igual que la
trémula paloma por sus crías ante una sierpe, infausto huésped del nido. Y unos contra las torres nuestras, en batallón cerrado, y en masa, ya se acercan. ¡Oh!, ¿qué será de mí? Y los otros disparan, contra nuestros guerreros, cercados por doquier, pedruscos puntiagudos. ¡Dioses, hijos de Zeus, de la forma que sea, socorred a este pueblo, que desciende de Cadmo!

ANTÍSTROFA 1.ª
¿Por qué mejor asiento trocaréis esta tierra, si entregáis este suelo, de gleba tan profunda, a nuestros enemigos, y la fuente de Dirce, el humor más nutricio de cuantos Posidón, esposo de la tierra, y las hijas de Tetis hacen brotar del suelo? Ante esto, tutelares dioses, al enemigo de fuera las murallas enviad la derrota que abate a los guerreros, y el extravío que hace arrojar las
armas, y a nuestros ciudadanos conceded el triunfo. Por mis agudas preces, seguid siendo los dioses que a la patria protegen, firmemente asentados en estos vuestros templos.

ESTROFA 2.ª
¡Qué triste y lamentable
precipitar al Hades a una ciudad tan noble —convertida en botín esclavo de la lanza— entre ceniza inerte, bajo la mano aquea, por designio divino sin honor arrasada! Y arrastrar a las viudas, ¡ay!, jóvenes y viejas, cual yeguas, por el pelo, con sus vestidos rotos. La ciudad se lamenta al verse despoblada, mientras va hacia la muerte el botín, en confuso vocerío. Barrunto una pesada suerte.

ANTÍSTROFA 2.ª
Penoso también fuera
, para castas doncellas, antes del protocolo que enteras ha de
hallarlas, tomar la odiosa ruta de una estancia. ¿Pues qué? Los muertos, lo aseguro, conocen mejor suerte. Pues innúmeras, cuando una ciudad es tomada, ¡ay, ay!, son sus miserias: rapto tras rapto, muerte, incendios; con el humo la ciudad se mancilla toda y furioso, sopla, hollando la pureza, Ares, el homicida.

ESTROFA 3.ª ¡
Ruido en la ciudad!
¡Red de torres en torno! Un guerrero se dobla bajo la pica de otro. Vagidos, entre sangre, de niños que aún el pecho oprimen, ¡ay! resuenan. Pillajes, los hermanos de las persecuciones: el que ha pillado choca con el que pilla ya; el que va de vacio llama al que está vacío: quiere tener un cómplice, pero no se conforma teniendo igual o menos. Lo que de aquí resulta ¡cuán fácil
calcularlo!

ANTÍSTROFA 3.ª
Toda clase de frutos
por la tierra esparcidos causan dolor, y el ojo de las amas se amarga. Los dones de la tierra a montones, mezclados, en inútil corriente
arrastrados. Cautivas novicias a las penas
prisionero de un hombre mimado por la suerte; es su sola esperanza convertirse en el goce nocturno de enemigo vencedor, lo que aumenta su lastimosa pena.

(Llega corriendo un
MENSAJERO).

CORIFEO. Yo creo que el espía de la hueste llega, amigas, trayendo otras noticias. Mueve, en su afán, los cubos de sus piernas que hacia aquí lo conducen.

(Sale
ETEOCLES
de palacio).

Y también el propio hijo de Edipo, el rey, se acerca, para oír las noticias del espía, forjadas poco ha. Y, con sus prisas, tampoco mueve el pie con compostura.

MENSAJERO. Puedo contaros ya, pues que lo he visto, qué hace nuestro enemigo y en qué puerta a cada cual la suerte ha colocado: Tideo ruge ya frente a la puerta de Preto; mas cruzar el río Ismeno no le deja el augur: hay mal agüero. Enfurecido y ávido de lucha, grita cual sierpe en pleno mediodía, e insulta al sabio augur hijo de Ecleo, y que halaga a la muerte y al destino vilmente, dice; y mientras clama, agita tres umbrosos penachos, de su casco melena, y, tras su escudo, gritan miedo sus broncíneos badajos. Por emblema ha grabado en su escudo, altivamente, un cielo fulgurante con sus astros; en el centro se ve la luna llena, prez de los astros, ojo de la noche.

En su extravío, y con altivas armas, grita a orillas del río, de combate sediento, cual corcel que contra el freno resopla y se debate, en tanto espera el toque de clarín. ¿Con qué guerrero lo enfrentarás? ¿A quién la puerta Preta vas a confiar cuando el cerrojo salte?

ETEOCLES. Yo no tiemblo ante ornatos de guerreros, que los emblemas no han herido nunca; penachos y badajos, sin la pica, no muerden. Y esa noche que describes en el cielo, con todas sus estrellas, para alguien puede ser un mal agüero. Si, al morir, anochece en su mirada, para aquel que la exhibe, esta divisa tan altiva será bien elocuente, justa y exacta. Sí, contra sí mismo él se habrá dado ese arrogante agüero. Frente a Tideo enviaré al estrenuo hijo de Ástaco, a defender la puerta: es noble y honra el ara de la hombría y odia todo discurso jactancioso. Parco en vilezas, no le gusta el miedo. De los Espartos que Ares perdonara su raíz ha brotado; un verdadero Melanipo tebano. Ares la suerte juzgará con sus dados. Nos lo envía la justa Afinidad para que aleje la lanza hostil muy lejos de la patria.

CORO.

ESTROFA 1.ª
¡Que los dioses concedan la victoria a nuestro campeón, pues con toda justicia surge para luchar por esta tierral Mas temo contemplar los sangrientos destinos de quienes dan la vida por su pueblo.

MENSAJERO. ¡Concédanle los dioses buena suerte! Capaneo sacó la puerta Electra, un gigante mayor que el que te he dicho, y con una jactancia más que humana. Dirige a nuestras torres amenazas horribles, que ¡ojalá el hado no cumpla!

Nuestra ciudad piensa arrasar —vocea— quiera o no quiera el cielo, y ni siquiera de Zeus el reto alcanzará a pararle aunque delante de él la tierra azote. Relámpagos y rayos, los compara al sol del mediodía. Como emblema, un guerrero sin armas y una antorcha, que blande con sus manos como un arma. Y, escrita en letras de oro, la divisa: «La ciudad incendiaré». Contra este héroe envía... mas ¿quién va a hacerle frente? ¿Quién, a pie firme, va a plantarle cara, sin temblar ante tales amenazas?

ETEOCLES. ¡También aquí ganancia tras ganancia! Porque es la lengua acusador exacto de las fatuas ideas de los hombres. Pronto a la acción, bravea Capaneo; despreciando a los dioses, y en su loca alegría, su boca ejercitando, él, un mortal, envía contra el cielo palabras campanudas, tempestuosas, que amenazan a Zeus. Mas yo confío que sobre su cabeza, y en justicia, habrá de dar el ígneo rayo, en nada semejante al calor del mediodía. Y a pesar de su lengua jactanciosa, contra él se ha designado a un héroe ardiente, el fuerte Polifonte, asegurado baluarte, protegido con la ayuda de Ártemis y del resto de los dioses. Dime otro ya, y qué puerta le ha tocado.

CORO.

ANTÍSTROFA 1.ª
¡Perezca aquel que a mi ciudad dirige tan grandes amenazas! ¡Que los dardos del rayo lo detengan antes de penetrar en mi morada y de que, por la fuerza de las armas, me arranque de mi estancia de doncella!

MENSAJERO. Te diré quién, después, contra las puertas mandó el sorteo: del broncíneo casco saltó el dado tercero, y a Eteoclo tercero, le tocó mandar sus huestes contra la puerta Neiste. Sus yeguas, que ya relinchan bajo los cabestros, hace girar; y silban sus bozales, con un sonido bárbaro, al llenarse con el resuello de su altivo belfo. El blasón de su escudo no es humilde: un hoplita que asciende los peldaños de una escala arrimada a una enemiga torre, con la intención de destruirla. Este también con inscripciones grita: «No me va a derribar del baluarte ni Ares siquiera». Contra este guerrero manda al que pueda ser la garantía de que nos va a alejar el yugo esclavo.

ETEOCLES. Contra él mandaría... —mas, por suerte, está asignado ya— un hombre que lleva la jactancia en los brazos, Megareo, semilla de Creonte, y un Esparto. Él no va a abandonar los torreones ante el relincho altivo de unas yeguas, sino que una de dos: o con su muerte va a pagar a su patria la crianza, o adornará la casa de su padre tras vencer a los dos, y apoderarse de esa ciudad grabada en el escudo. Bravea de otro sin ahorrar palabras.

CORO.

LÍSTROFA 2.ª
En mi súplica ruego
suerte para el que lucha por mi patria,
y para los demás, el infortunio.
Sí en su locura clama
palabras de soberbia,
contra esta tierra, ¡Zeus Dispensador,
vuelva contra él una mirada de odio!

MENSAJERO. El cuarto ocupa ya el portal vecino de Onca Atenea, con sus fuertes gritos, Hipomedonte con su enorme mole. Yo me asusté, cuando una era inmensa —quiero decir su escudo— hizo rodar, no te diré otra cosa. Y el herrero que su emblema grabó sobre el escudo no era barato artista: había grabado un Tifón que de su boca exhala un humo oscuro, de la llama ardiente hermano; y el reborde del redondo escudo está sujeto con trenzados de espiras de serpiente. Un alarido lanzó, y, de Ares poseso, hecho un delirio, parte a la lucha con atroz mirada, igual que una bacante. Hay que guardarse muy bien al hacer frente a este guerrero. Ante la puerta ya alardea el Miedo.

ETEOCLES. SÍ, pero Ralas Onca, que está cerca de la ciudad, y próxima a las puertas, y odia la altanería de este hombre, lo alejará de nuestro nido, como a una helada serpiente. A más, Hiperbio, el hijo ilustre de Enopo, es el héroe que contra ese guerrero he designado; él quiere interrogar, en este trance de su fortuna, al hado. Ni su aspecto ni su valor ni su aparejo armado son dignos de reproche. Cabalmente los ha juntado Hermes: enemigos son los héroes que allí van a enfrentarse, y en sus escudos pondrán cara a cara a dioses enemigos: si uno exhibe en su escudo a Tifón y su ígneo soplo, Hiperbio exhibe al padre Zeus, muy firme, y blandiendo en su mano ardiente dardo, ¡y nunca nadie ha visto a Zeus vencido! Tal es el patronazgo de ambos dioses. Con nosotros están los vencedores, con ellos los vencidos, si en la lucha cierto es que Zeus sobre Tifón triunfa. Es justo, pues, que el mismo resultado obtengan esos héroes que se enfrentan, y que, de acuerdo con su emblema, sea Zeus en su escudo el salvador de Hiperbio.

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