Los siete contra Tebas (3 page)

BOOK: Los siete contra Tebas
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CORO.

ANTÍSTROFA 2.ª
Confío en que el que exhibe en su rodela al tan odiado cuerpo del demon soterrado —enemigo de Zeus, imagen tan odiosa para los hombres como también para los númenes eternos— delante de las puertas dejará la cabeza.

MENSAJERO. ¡ASÍ sea! Y te hablo, ahora, del quinto, del que ha sido apostado junto al quinto portal de Bóreas, junto al monumento de Anfión, hijo de Zeus. Jura y perjura por la pica que blande —en la que fía más que en un dios, e incluso que en sus ojos— que ha de arrasar a la ciudad cadmea a despecho de Zeus. Así bravea el brote de una madre montañesa, de hermoso rostro, un hombre que aún es niño: el bozo ya le apunta en las mejillas —espesa barba de sazón en cierne—. Con su fiero talante, en modo alguno adecuado a su nombre de doncella, y aquellos ojos que despiden miedo, se yergue allí Partenopeo arcadio.

El hombre es un meteco, pero quiere a Argos pagar su pródiga crianza. Parece que a la lucha se presenta no dispuesto a un mezquino regateo, sino a justificar su largo viaje. No sin jactancia yérguese en la puerta: que, en su escudo de bronce, de su cuerpo circular protección, blande la afrenta de Tebas, una Esfinge carnicera, con clavos sujetada, una brillante figura con relieve. Entre sus garras lleva un héroe cadmeo, de manera que lluevan sobre el hombre muchos dardos.

ETEOCLES. ¡Así consigan de los dioses cuanto en su loca jactancia ellos anhelan, que una muerte total y miserable iban a conocer! También existe para este arcadio del que me has hablado, un héroe sin jactancia, cuyo brazo sabe, empero, actuar: Actor, hermano del que antes he nombrado, y que, sin duda, no piensa tolerar que nos inunde esa lengua sin obras los portales, causando mil destrozos; ni que un hombre que en su bélico escudo exhibe el monstruo de esa fiera enemiga, salte el muro. Porque, al sufrir, al pie de la muralla, tan duro martilleo, ha de enojarse contra aquel que pretende introducirla. Si lo quieren los dioses, cuanto digo puede ser la verdad pura y escueta.

CORO.

ESTROFA 3.ª
Me atraviesan el alma tus palabras, y se erizan los pelos de mis trenzas al escuchar de labios de estos hombres impíos tan horribles bravatas. ¡Así los dioses los aniquilaran en esta nuestra tierra!

MENSAJERO. Paso ya al sexto, un hombre muy prudente y muy bravo en la lucha, la profética potencia de Anfiarao. Ante la puerta Homoloide apostado, lanza insultos sin cesar, a la fuerza de Tideo, «homicida, destructor de su patria, para Argos gran maestro de infortunio, de Erinis alguacil, siervo del Miedo, para este horror, de Adrasto consejero». Luego a tu hermano vuelve la mirada, al fuerte Polinices levantando los ojos, y, partiendo en dos su nombre, lo increpa, y esto sale de sus labios: «¡Ah, qué gesta, a los dioses agradable! ¡Qué dulce de escuchar y de contarla a tus nietos!: mandar contra tu patria y los dioses paternos hueste extraña para arrasarla! El hontanar materno ¿puede extinguirlo una razón? Tu patria en tu afán conquistada por la pica, ¿podrá ser tu aliada? Yo, esta tierra, abonaré adivino soterrado bajo suelo enemigo. ¡Combatamos, que no espero un destino deshonroso!». Tales razones iba desgranando el adivino, mientras sostenía, con toda calma, su broncíneo escudo. Y en su rodela no exhibía emblema: que quiere ser, no parecer, valiente, cosechando en su espíritu hondo surco de donde brotan nobles decisiones. Te aconsejo que envíes esforzados y sabios adversarios contra este: temible es siempre aquel que honra a los dioses.

ETEOCLES. Augurio infausto es siempre, para el hombre, asociar al justo con impíos. Que no hay nada peor, en toda empresa, que mala compañía: no da fruto [el campo de Ate recolecta muerte]. Así, un hombre piadoso que se embarca con marineros que arden por el crimen perece al mismo tiempo que esta casta que los dioses escupen. Cuando un justo se asocia a ciudadanos que al extraño no respetan y olvidan a los dioses, cae en la misma red, muy justamente, y herido por la fusta inexorable de un dios, sucumbe al fin. De igual manera, este adivino —el vástago de Ecleo quiero decir— prudente, justo, bueno, piadoso y gran profeta, sin quererlo asociado a unos hombres jactanciosos, e impíos, que se lanzan a un camino de dilatado fin, si Zeus lo quiere, será junto con ellos arrastrado. Y ni siquiera atacará la puerta, yo creo, y no por falta de hidalguía ni porque tenga un corazón cobarde: sabe que ha de caer en el combate, si el augurio de Loxias fructifica. Contra él apostaremos, sin embargo, la potencia de Lástenes, portero que no gusta de extraños: si es de viejo su talante, tiene el cuerpo de un joven, rápido el ojo, y no es remisa nunca su mano en atrapar con una pica el flanco despojado del escudo. Pero es el don de un dios el triunfo humano.

CORO.

ANTÍSTROFA 3.ª
¡Oh dioses, escuchad nuestras plegarias tan justas, concediendo que la ciudad se salve! Dirigid contra quienes nos invaden esos bélicos males. ¡Y que Zeus, blandiendo el rayo, fuera de las torres acabe con su vida!

MENSAJERO. Paso al séptimo ahora, al que en la séptima puerta se aposta ya, tu propio hermano. ¡Qué maldiciones, qué destino impreca contra nuestra ciudad! Escalado el muro y proclamado ya rey de esta tierra, tras entonar el grito de victoria, enfrentarse contigo, darte muerte y morir a tu lado. Y si permite la vida conservar a quien privole de sus derechos, con igual castigo, con un exilio que le lleve lejos, jura vengarse. Así son sus bravatas; y a los dioses nativos de la tierra patria implora que vuelvan su mirada a sus preces y les den cumplimiento, el fuerte Polinices. Un redondo, recién forjado escudo porta, y doble emblema en él grabado: puede verse a un hombre armado, cincelado en oro, al que, serena, una mujer conduce. Que es Justicia pretende, como indica la divisa: «Reintegraré este hombre a su ciudad, para que recupere su patria, y a su hogar volver consiga».

(Pausa).

Tales son sus ardides (tú decide a quién vas a enviar). Contra este hombre no podrás dirigir nunca reproches por sus mensajes. Y, ahora, tú decide cómo hay que pilotar a nuestra patria.

ETEOCLES. ¡Raza de Edipo mía, lamentable, enfurecida por los dioses, y odio eterno de los dioses! Hoy se cumple la maldición paterna. Pero ¡fuera lamentos y gemidos! que podrían engendrar llantos aún más lamentables. Pero pronto sabremos de qué forma va a cumplirse el emblema de un guerrero con un nombre tan justo, si esas letras, de oro y cinceladas, que en su escudo, entre espasmos de loco, borbotean, van a traerlo a casa. Si Justicia, hija de Zeus, acompañara siempre sus actos y su espíritu, es posible. Pero jamás, ni cuando dejó el seno materno, ni en la infancia, ni de joven, ni al crecerle ya el bozo en la mejilla a hablar con él dignose la Justicia. Tampoco ahora, creo, en el momento en que devasta el suelo patrio, que ella quiera estar a su lado —o llevaría en verdad un falso nombre la Justicia si se uniera con quien tiene un talante que se ha atrevido a todo. Y confiado en cuanto he dicho voy a hacerle frente yo mismo. ¿Puede haber alguien, acaso, con más razón que yo? Rey contra rey, hermano contra hermano, y enemigo contra enemigo yo voy a enfrentarme.

(A su
ESCUDERO).

Rápido, pues, entrégame las grebas, protección contra picas y pedruscos.

CORIFEO. Hijo de Edipo, más que nadie amado, no sea tu furor cual el de quien se expresa con tanta saña, no. Basta que los cadmeos con los argivos lleguen a las manos. Que esta sangre puede purificarse. Mas la muerte de hermanos, bajo sus mutuos golpes abatidos... No, no existe vejez para esta mancha.

ETEOCLES. Sí, soportar desdichas sin deshonra, que es la sola ganancia entre los muertos. Para infortunio deshonroso, nunca existirá en el mundo buena fama.

CORO.

ESTROFA 1.ª
¿Qué te propones, hijo? ¡Que ese loco delirio
que tu alma llena, sediento de batalla, no te arrastre! ¡Arranca esa raíz de tu locura!

ETEOCLES. Puesto que un dios las cosas precipita, ¡que marche, viento en popa, hacia las ondas del Cocito, esa estirpe que odia Febo, toda la raza que de Layo viene!

CORO.

ANTÍSTROFA 1.ª
Esta ansia sanguinaria en demasía te empuja a celebrar el sacrificio de una sangre interdicha. Y es amargo su fruto.

ETEOCLES. SÍ, que la odiosa, negra, de mi padre, maldición, sin llorar, los ojos secos, me aconseja: «Morir antes que tarde».

CORO.

ESTROFA 2.ª
No dejes que te empujen. Tú, un cobarde nunca serás llamado, si eliges bien tu vida. ¿Es que la Erinia, con su negra égida, no saldrá de esta casa si los dioses aceptan de tus manos una ofrenda?

ETEOCLES. Rara los dioses ya no soy problema. Solo el favor esperan de mi muerte. ¿A qué halagar, pues, un mortal destino?

CORO.

ANTÍSTROFA 2.ª
¡Ahora, al menos, cuando te está cerca! Que el demon, con el tiempo, al mudar de designio, puede cambiar y sobre ti acercarse con hálito más débil. Ahora hierve.

ETEOCLES. Lo ha hecho la maldición paterna. ¡Qué ciertas las visiones de mis sueños que los bienes paternos repartían!

CORIFEO. Haz caso a una mujer, mal que te pese.

ETEOCLES. Pues dame un buen consejo. Y no muy largo.

CORIFEO. No te dirijas a la puerta siete.

ETEOCLES. Estoy bien afilado. Tus palabras no van a conseguir achaflanarme.

CORIFEO. Dios honra incluso una victoria oscura.

ETEOCLES. Un soldado no aprecia esta consigna.

CORIFEO. ¿Quieres verter la sangre de tu hermano?

ETEOCLES. No evitarás un mal, si un dios lo envía.

(Se va
ETEOCLES
con su guardia).

CORO.

ESTROFA 1.ª
Yo temo con espanto
que la diosa que arruina las familias,
—tan poco semejante a las deidades—
la veraz profetisa de desgracias,
la Erinia invocada por un padre,
pueda hacer que se cumpla
la maldición airada que, en su ciego arrebato,
lanzara un día Edipo.
La azuza esta discordia tan funesta a sus hijos.

ANTÍSTROFA 1.ª
Un extranjero les reparte el lote,
Cálibo
, un emigrado de la Escitia, amargo tasador de las herencias, el acero y su entraña desalmada, al decidir, por medio de unas suertes, que ocupen un pedazo
de tierra que puedan conservar después de muertos, sin tener parte en los inmensos llanos.

ESTROFA 2.ª
Cuando hayan muerto, destrozados ambos por mutua mano, y haya el polvo de la tierra bebido ya la negra, cuajada sangre de esos homicidios, ¿quién podría traernos lustraciones? ¿Quién podría lavarlos? ¡Oh nuevos infortunios de esta casa, mezclados con los males del pasado!

ANTÍSTROFA 2.ª
Me refiero a la antigua
transgresión, muy pronto castigada, pero que en la tercera generación aguarda todavía, cuando desoyó Layo al propio Apolo que le había augurado por tres veces, en el délfico oráculo ombligo de la tierra, que, muriendo sin hijos, salvaría a su patria.

ESTROFA 3.ª Mas
él, cediendo a dulces extravíos, la vida dio al parricida Edipo, que fue su propia muerte, el que al sembrar el sacro terruño de su madre, que le había nutrido, hizo brotar una raíz de sangre: ¡delirio fue lo que, en su furia insana, juntó a los dos esposos!

ANTÍSTROFA 3.ª Y
ahora, cual piélago de males, las olas van empujando: cuando una cae, otra se levanta, de triple garra, y hierve ante la proa de esta nuestra ciudad. Y en medio, a corto trecho,
nuestra sola defensa, ¡el espesor de un muro! Temo que con mis reyes nuestra ciudad sucumba.

ESTROFA 4.ª
Se cumple ya de antiguas maldiciones del todo, el desenlace. Pasa el desastre ante los infelices. A echar la mercancía por la borda obliga la ventura en exceso engordada del hombre diligente.

ANTÍSTROFA 4.ª
Pues, ¿a qué mortal tanto
ensalzaron los dioses de esta tierra y la copiosa población de Tebas, como honraron a Edipo al extirpar del pueblo la fiera que sus hombres le robaba?

ESTROFA 5.ª
Pero cuando ya el mísero
se hizo consciente de su infausta boda,
por la pena azuzado,
y con el corazón enloquecido,
dio cumplimiento a dos gemelos males:
con aquella su mano parricida
los ojos se arrancó más caros que sus hijos;

ANTÍSTROFA 5.ª
luego contra sus hijos,
por su escaso sustento enfurecido,
¡ay, ay!, lanzó una maldición de lengua amarga:
que con su mano, armada con el hierro,
la herencia partirían.
Y ahora estoy temblando
que le dé cumplimiento
la Erinia de pies raudos.

MENSAJERO. ¡Valor, mujeres, hijas de sus madres! La ciudad ha escapado al yugo esclavo y ha caído el orgullo de esos fatuos. La ciudad está en calma; en el embate nutrido de las olas no hizo agua. La protegen sus torres, y aceramos sus puertas con la firme garantía de unos caudillos. Todo marcha bien en seis puertas; mas la que hace siete el santo dios Apolo, que ama el siete, para sí reservola, así cumpliendo, en la raza de Edipo, las antiguas imprudencias que Layo cometiera.

CORIFEO. ¿Qué nuevo evento en la ciudad sucede?

MENSAJERO. La ciudad, salva; los príncipes hermanos...

CORIFEO. ¿Quiénes? ¿Qué dices? Tiemblo ante tus nuevas.

MENSAJERO. Calma y escucha: el vastago de Edipo...

CORIFEO. ¡Pobre de mí! Augur soy de mis males.

MENSAJERO. ... sin que quepa dudarlo, ya en el polvo...

CORIFEO. ¿Yacen allí? Es muy triste, pero ¡cuenta!

MENSAJERO. ... con sus manos hermanas se han matado.

CORIFEO. Un destino común tuvieron ambos, y él ha arruinado este linaje infausto.

MENSAJERO. Tales son nuestros goces y miserias: la ciudad, vencedora, y nuestros príncipes, los dos caudillos, con el hierro escita forjado a martillazos, se han partido todo su patrimonio. Y no más tierra tendrán que la que ocupen en la tumba, anegados, en tétrico destino, según las maldiciones de su padre.

(Sale el
MENSAJERO).

CORO. ¡Oh gran Zeus, y vosotras, deidades protectoras de mi patria, que estas torres de Cadmo os dignasteis salvar! ¿He de alegrarme y saludar a gritos al salvador indemne de esta tierra? ¿O lloraré a los tristes, míseros capitanes, sin hijos, que, en su locura impía, y haciendo honor al nombre, murieron tras causar «muchas querellas».

ESTROFA 1.ª
¡Cumplida ya la negra
de Edipo maldición, y de su raza! Un frío infausto me atraviesa el pecho. Para su tumba una canción compuse cuando supe que han muerto, malhadados, esos cuerpos que borbotean sangre. Es un siniestro augurio este duelo de picas.

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