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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Los viajes de Tuf (36 page)

BOOK: Los viajes de Tuf
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Hacía mucho tiempo que había llegado a la conclusión de que volver en el Arca no resultaría muy inteligente. Después de todo, cuando había salido del sistema S'uthlamés lo había hecho con la Flota Defensiva Planetaria detrás de él, francamente decidida a confiscar su sembradora. Los s'uthlameses eran un pueblo altamente avanzado y provisto de una tecnología muy sofisticada que, sin duda alguna, habrían conseguido hacer sus naves de guerra mucho más veloces y peligrosas en los cinco años que Tuf llevaba sin visitarles. Por lo tanto, parecía imponerse una discreta exploración inicial y, afortunadamente, Haviland Tuf se tenía por un verdadero maestro del disfraz.

Desconectó el hiperimpulso del Arca en la fría oscuridad del espacio interestelar, a un año luz de S'ulstar, y bajó a la cubierta de aterrizaje para inspeccionar su flota. Acabó decidiéndose por la nave-león. Era grande y rápida, tanto su sistema de impulso estelar como los de apoyo vital estaban en buenas condiciones y Karaleo se encontraba lo bastante lejos de S'uthlam como para hacer improbable el comercio entre dos mundos, con lo cual los posibles fallos que cometiera en el curso de su impostura pasarían seguramente inadvertidos. Antes de partir, Haviland Tuf tiñó su lechosa piel barba rojo dorada y una desordenada melena del mismo color, pegó sobre sus ojos unas cejas de aire más bien feroz y envolvió su ventrudo e imponente corpachón con todo tipo de pieles multicolores (sintéticas) y cadenas de oro (que en realidad eran meras imitaciones de latón) hasta llegar a parecerse, como una gota de agua a otra, a un noble de Karaleo. La mayor parte de sus gatos permanecieron sanos y salvos en el Arca, pero se llevó a Dax, el gatito telépata de color negro e inmensos ojos dorados, metiéndolo en uno de sus profundos bolsillos. Le dio a su nave un nombre verosímil y adecuado, la llenó hasta los topes con hongos estofados, que antes había liofilizado, escogió dos barriles de la espesa Malta de San Cristóbal, programó el ordenador con algunos de sus juegos favoritos y emprendió el viaje.

Cuando apareció en el espacio normal cerca del globo de S'uthlam y sus enormes muelles orbitales, Tuf fue interpelado de inmediato. En la enorme pantalla de la sala de control (a la cual se le había dado la forma de un gran ojo, otra interesante afectación típica de Karaleo) aparecieron los rasgos de un hombrecillo con aire de cansancio.

—Aquí Control de la Casa de la Araña, Puerto de S'uthlam —dijo a modo de identificación—. Le tenemos en pantalla, mosca. Identificación, por favor.

Haviland Tuf extendió la mano activando su comunicador.

—Aquí el Feroz Rugidor del Veldt —dijo con voz impasible y carente de toda inflexión—. Deseo que se me asegure permiso para atracar.

—Menuda sorpresa —dijo el encargado de control con aburrido sarcasmo—. Muelle cuatro-treinta-siete. Corto. —Su rostro fue reemplazado por un diagrama en el cual se indicaba la posición del muelle en relación al resto de la estación orbital. Luego la transmisión se interrumpió.

Una vez hubo atracado, un equipo de aduanas subió a bordo. Una mujer inspeccionó sus bodegas vacías, efectuó luego una tan rápida como rutinaria comprobación de que su rara nave no iba a explotar, a fundirse o a causar cualquier otro tipo de daño a la estación y recorrió rápidamente los pasillos en busca de alimañas. Mientras tanto Tuf fue largamente interrogado sobre su punto de origen, su destino, el negocio que le traía a S'uthlam y otros dos detalles particulares de su viaje. Sus respuestas, todas ellas falsas, fueron introducidas en un ordenador de bolsillo. Ya casi habían terminado, cuando Dax emergió con aire adormilado del bolsillo de Tuf y clavó sus ojos en la inspectora de aduanas.

—¿Qué? —dijo ella, sobresaltada, poniéndose en pie tan abruptamente que casi dejó caer el ordenador.

El gatito (que en realidad era ya casi un gato pero seguía siendo el más joven de todos los que Tuf poseía) tenía un largo y sedoso pelaje, tan negro como los abismos del espacio, unos brillantes ojos dorados y una curiosa indolencia en todos sus movimientos. Tuf lo sacó del bolsillo, lo puso sobre su brazo y le acarició.

—Es Dax —le dijo a la inspectora. Los s'uthlameses tenían la desconcertante costumbre de considerar a todos los animales como alimañas y Tuf no deseaba que la inspectora actuara de modo precipitado al respecto—. Es totalmente inofensivo, señora.

—Ya sé lo que es —le respondió ella secamente—. Manténgalo bien lejos de mí. Si decide lanzarse a mi cuello se meterá en un buen apuro, mosca.

—Ciertamente —dijo Haviland Tuf—. Haré cuanto esté en mi mano para controlar su ferocidad.

La inspectora pareció algo aliviada. —¿No es más que un gato pequeño, verdad? ¿Cómo se les llama... gatines?

—Posee usted un astuto conocimiento de la zoología —replicó Tuf.

—No tengo ni idea de zoología —dijo la inspectora de aduanas, apoyando la espalda en su asiento y aparentemente más tranquila—, pero de vez en cuando miro los programas de vídeo.

—Entonces, no me cabe duda de que habrá visto algún programa educativo —dijo Tuf.

—Qué va —replicó la mujer—, nada de eso, mosca. Me gustan más los de aventuras y romances.

—Ya veo —dijo Haviland Tuf—. Y supongo que en uno de tales dramas debía figurar un felino, ¿verdad?

Ella asintió y en ese mismo instante su colega emergió por la escotilla.

—Todo limpio —dijo la otra inspectora. Entonces vio a Dax, instalado cómodamente en los brazos de Tuf, y sonrió—. Vaya, una alimaña gato —dijo con voz despreocupada—. Es bastante gracioso, ¿verdad?

—No dejes que te engañe —dijo la primera inspectora de aduanas, advirtiéndola—. Se muestran amables y suaves y en un abrir y cerrar de ojos te pueden arrancar los pulmones a zarpazos.

—Parece bastante pequeño para eso —dijo su compañera.

—¡Ja! Recuerda el que salía en Tuf y Mune.

—Tuf y Mune —repitió Haviland Tufsin el menor asomo de expresión en su voz.

La segunda inspectora tomó asiento junto a la primera. —El Pirata y la Maestre del Puerto —añadió.

—Él era el implacable señor de la vida y de la muerte y viajaba en una nave tan grande como el sol. Ella era la reina araña, desgarrada entre el amor y la lealtad. Juntos cambiaron el mundo —dijo la primera inspectora.

—Si le gustan ese tipo de cosas puede alquilarlo en la Casa de la Araña —le explicó la segunda inspectora—. Además, sale un gato.

—Ciertamente —dijo Haviland Tuf, pestañeando. Dax empezó a ronronear.

Su dique se encontraba a cinco kilómetros del eje del muelle, por lo que Haviland Tuf se vio obligado a utilizar un tubotrén neumático para dirigirse al centro del Puerto.

Fue implacablemente oprimido por todos lados. En el tren no había asientos de ninguna clase y tuvo que soportar que un extraño le clavara rudamente el codo en las costillas, la fría máscara de plastiacero de un cibertec, a unos pocos milímetros de su cara y el resbaladizo caparazón de algún alienígena, rozándole la espalda cada vez que el tren reducía la velocidad. Cuando desembarcó fue como si el vagón hubiera decidido vomitar la sobrecarga de seres humanos que había ingerido. La plataforma era un caos de ruido y confusión, en tanto que a su alrededor se apelotonaba un tropel de gente que iba y venía en todas direcciones. Una joven, de baja estatura y rasgos afilados como la hoja de un estilete, agarró sus pieles sin ningún tipo de invitación previa y le sugirió que se dirigieran a un salón sexual. Apenas había logrado Tuf deshacerse de ella cuando se encontró prácticamente encima a un reportero de los noticiarios, equipado con un tercer ojo en forma de cámara, y fue informado de que éste se hallaba realizando un artículo sobre moscas más extrañas de lo habitual y deseaba entrevistarle.

Tuf le apartó de un empujón y se dirigió con ciertas dificultades hacia un puesto que vendía escudos de intimidad. Adquirió uno y lo colgó de su cinturón, consiguiendo con ello un cierto respiro. Cuando le veían los s'uthlameses desviaban cortésmente la mirada al darse cuenta de que tal era su deseo y con ello tuvo libertad para abrirse paso a través del gentío sin ser apenas molestado.

Su primera parada fue en un establecimiento de vídeos. Pidió una habitación con diván, ordenó que le trajeran una ampolla de, la más bien acuosa, cerveza de S'uthlam y alquiló una copia de Tuf y Mune.

Su segunda parada fue en la oficina principal del Puerto. —Caballero —le dijo al hombre sentado tras la consola de recepción—, espero que tenga la amabilidad de contestar a una pregunta. ¿Sigue ocupando Tolly Mune el cargo de Maestre del Puerto en S'uthlam?

El secretario le miró de arriba abajo y lanzó un suspiro. —Moscas... —dijo con voz algo cansada—. Naturalmente, ¿quién iba a estar si no?

—Ciertamente, quién si no —replicó Haviland Tuf—. Es de la mayor importancia que le vea de inmediato.

—¿Ah, sí? Lo será para usted, pero también lo es para mil personas más. ¿Su nombre?

—Me llaman Weemowet. Vengo de Karaleo y soy propietario de Feroz Rugido del Veldt.

El secretario torció levemente el gesto e introdujo los datos en la consola. Luego se volvió a reclinar en su silla flotante, esperando, y unos instantes después meneó la cabeza.

—Lo siento, Weemowet —dijo—. Mamá está muy ocupada y el ordenador nunca ha oído hablar de usted, su nave o su planeta. Puedo conseguirle una cita para dentro de una semana más o menos, siempre que me diga el motivo de la misma.

—No me parece demasiado satisfactorio. Mi asunto es de naturaleza muy personal y preferiría ver a la Maestre de Puerto inmediatamente.

El secretario se encogió de hombros.

—Canta o lárgate, mosca. No se puede hacer otra cosa. Haviland Tuf reflexionó durante unos instantes y luego se llevó la mano hasta su peluca y dio un tirón. La peluca abandonó su cráneo con un leve ruido de succión y fue seguida prontamente por la barba.

—¡Observe bien! —dijo—. No soy realmente Weemowet. Soy Haviland Tuf disfrazado. —y arrojó peluca y barba sobre la consola.

—¿Haviland Tuf? —dijo el secretario.

—Correcto.

El secretario se rió.

—Ya he visto ese dramón, mosca. Si usted es Tuf, yo soy Stephan Cobalt Northstar.

—Él lleva muerto más de un milenio. Sin embargo, soy Haviland Tuf.

—Pues no se le parece en nada —dijo el secretario.

—Viajo de incógnito, disfrazado bajo la identidad de un noble de Karaleo.

—Oh, claro, lo había olvidado.

—Parece usted tener una memoria muy flaca. ¿Le dirá a la Maestre de Puerto Mune que Haviland Tuf ha vuelto a S'uthlam y desea hablar con ella inmediatamente?

—No —le replicó con cierta sequedad al secretario—, pero tenga por seguro que esta noche se lo contaré a todos mis amigos durante la orgía.

—Deseo entregarle la cantidad de dieciséis millones quinientas mil unidades base —dijo Tuf.

—¿Dieciséis millones quinientas mil unidades base? —dijo el secretario, impresionado—. Eso es un montón de dinero.

—Posee usted una aguda percepción de lo obvio —dijo Tuf con voz impasible—. He descubierto que la ingeniería eco lógica es una profesión altamente lucrativa.

—Me alegro por usted —dijo el secretario y se inclinó hacia adelante—. Bueno, Tuf, Weemowet o como quiera que se llame, todo esto me ha divertido mucho, pero tengo cosas que hacer. Si no recoge su peluca y desaparece de mi vista dentro de unos segundos, tendré que llamar a los de seguridad. —Estaba a punto de extenderse algo más sobre dicho tema pero, de pronto, su consola emitió un zumbido—. ¿Sí? —dijo por el comunicador que llevaba en la cabeza, frunciendo el ceño—. ¡Ah, sí, claro, Mamá. Bueno, es alto, muy alto, como unos dos metros y medio y tiene tanta barriga que resulta casi obsceno verle. Hmmmm... No, un montón de pelo... bueno, al menos tenía un montón hasta que se lo arrancó y lo tiró sobre mi consola. No. Dice que está disfrazado. Sí. Dice que tiene dieciséis millones que darle.

—Dieciséis millones y quinientas mil unidades base —le corrigió Tuf, siempre amante de la precisión.

—Claro. Ahora mismo, Mamá. —Cerró la conexión y miró a Tuf con franco asombro—. Quiere verle. —Extendió la mano y añadió—. Por esa puerta. Con cuidado, en su oficina no hay gravedad.

—Conozco la aversión que siente la Maestre de Puerto hacia la gravedad —dijo Haviland Tuf. Recogió su peluca, ahora inútil, se la metió bajo el brazo, avanzó con tiesa dignidad hacia la puerta que le habían indicado y ésta se abrió para recibirle.

Estaba esperándole en su oficina, flotando en el centro de un revuelto montón de objetos, con las piernas cruzadas y su larga cabellera, color plata y hierro, ondulando perezosamente alrededor de su delgado y franco rostro como una guirnalda de humo.

—Así que ha vuelto —le dijo al aparecer Tuf en su campo visual como un globo a la deriva.

Haviland Tuf no se encontraba nada cómodo con la ausencia de gravedad. Con cierta dificultad logró aproximarse a la silla para los visitantes, la cual estaba firmemente anclada a lo que habría debido ser el suelo de la oficina, y se ató a ella, cruzando luego sus manos sobre la amplia curva de su estómago. Su peluca, ahora abandonada, empezó a flotar siguiendo las corrientes de aire.

—Su secretario se negó a transmitir mi mensaje —le dijo—. ¿Cómo llegó a sospechar que podía tratarse de mí?

Tolly Mune sonrió. —¿Qué otra persona era capaz de llamar a su nave Feroz Rugido del Veldt? —dijo—. Además, hoy está a punto de cumplirse el plazo de los cinco años y tenía la sensación de que pertenecía usted a ese tipo de personas que siempre son puntuales, Tuf.

—Ya veo —dijo Haviland Tuf. Con deliberada dignidad metió la mano en el interior de sus pieles sintéticas, abrió el cierre de su bolsillo interior y sacó de él una cartera de vinilo en la que se veían encajadas, las hileras de cristales de datos—. Señora, es para mí un sumo placer entregarle la suma de dieciséis millones quinientas mil unidades base, como pago de la primera mitad de la deuda que tengo con el Puerto de S'uthlam en concepto de restauración y aprovisionamiento del Arca. Descubrirá que los fondos se hallan sanos y salvos en los más adecuados depósitos financieros de Osiris, ShanDellor, Viejo Poseidón, Ptolan, Lyss y Nuevo Budapest. Los cristales le permitirán acceder a ellos.

—Gracias —dijo ella. Cogió la cartera, la abrió, examinando durante unos segundos su interior y luego la soltó. La cartera ascendió por el aire hasta reunirse con la peluca abandonada—. No sabía muy bien cómo, pero estaba segura de que encontraría usted ese dinero, Tuf.

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