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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Los viajes de Tuf (37 page)

BOOK: Los viajes de Tuf
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—Su fe en mi agudeza como negociante me resulta de lo más tranquilizadora —dijo Haviland Tuf—. Y ahora, pasando a ese vídeo...

—¿Tuf y Mune? ¿Así que lo ha visto?

—Ciertamente —dijo Tuf.

—¡Maldición! —dijo Tolly Mune con una sonrisa algo torcida—. Y bien, Tuf... ¿qué le ha parecido?

—Me siento obligado a confesar que, por razones bastante obvias evocó en mí cierta fascinación enfermiza. La idea de un drama como ése posee un innegable atractivo para mi vanidad, pero su ejecución material dejaba mucho que desear.

Tolly Mune se rió. —¿Qué le molestó más?

Tuf alzó uno de sus largos dedos. —Para resumirlo en una sola palabra, la falta de precisión.

Ella asintió. —Bueno, el Tuf del vídeo pesa más o menos la mitad que usted, diría yo. Además, su rostro posee una movilidad mucho mayor, su modo de hablar no era, ni de lejos, tan envarado y poseía la musculatura de un hilador joven, así como la coordinación de un acróbata, pero al menos le afeitaron la cabeza para aumentar la autenticidad del espectáculo.

—Llevaba bigote —dijo Haviland Tuf—, en tanto que yo no.

—Pensaron que eso le daba un aire más gallardo y aventurero. Si tanto le preocupa, piense en lo que hicieron conmigo. No me importa que le quitaran cincuenta años a mi edad y tampoco que realzaran mi aspecto hasta hacerme parecer una princesa de Vandeen. Pero, ¡esos condenados pechos!

—Sin duda deseaban resaltar al máximo la certeza de que pertenecía usted al reino de los mamíferos —dijo Tuf—. Todo ello podría considerarse como alteraciones menores dirigidas a presentar un espectáculo de mayor interés estético, pero me molestan mucho las salvajes libertades que fueron tomadas en cuanto a mis opiniones y a mi filosofía de la vida, lo cual considero asunto mucho más serio. En particular me molesta y debo discrepar en cuanto a mi discurso final, en el cual opino que el genio de la humanidad, en continua evolución, será capaz de resolver todos los problemas y que eso será efectivamente lo que pase en el futuro, de la misma forma en que la ingeniería ecológica ha liberado a los s'uthlameses, para que, al fin, puedan multiplicarse sin temor ni límite alguno evolucionando hasta lograr la grandeza final de la divinidad. Ello se encuentra en absoluta contradicción, con las opiniones de las cuales le hice partícipe por aquel entonces, Maestre de Puerto Mune. Si es capaz de recordar nuestras conversaciones le dije muy claramente que cualquier solución a su problema alimenticio, ya fuera de naturaleza ecológica o tecnológica, debía acabar ineludiblemente no siendo más que un parche momentáneo, caso de que su pueblo siguiera sin practicar algún control de la reproducción.

—Usted era el héroe —dijo Tolly Mune—. No podían consentir que pareciera hablar en contra de la vida, ¿verdad?

—También he encontrado otros defectos en el argumento. Quienes hayan tenido el infortunio de asistir a la emisión de dicho vídeo, habrán recibido una imagen salvajemente distorsionada de lo que sucedió hace cinco años.

Desorden es una gata inofensiva, aunque algo juguetona, cuyos antepasados llevan siendo animales domésticos desde el amanecer de la historia humana y creo recordar que cuando usted se apoderó traidoramente de ella utilizando un tecnicismo legal y forjando con él un artero plan para obligarme a entregar el Arca, tanto ella como yo nos rendimos pacíficamente. No hubo nunca hombre alguno de los servicios de seguridad que fuera hecho pedazos por sus garras y, por descontado, mucho menos seis de ellos.

—Me arañó una vez en la mano —dijo Tolly Mune—. ¿Alguna cosa más?

—Sólo puedo sentir aprobación hacia la política y conducta de Josen Rael y el Alto Consejo de S'uthlam —dijo Tuf—. Es cierto que dicho Consejo y en particular el Primer Consejero Real actuaron de modo poco ético y falto de escrúpulos pero debo proclamar que en ningún momento ordenó Josen Rael que se me sometiera a tortura y que tampoco mató a ninguno de mis felinos para doblegar mi voluntad.

—Tampoco sudaba tanto —dijo Tolly Mune—, jamás llegó a babear. La verdad es que era un hombre bastante decente. —Suspiró—. Pobre Josen...

—Y, finalmente, llegamos al meollo de la cuestión. Sí, ciertamente, el meollo, el punto crucial. Una palabra extraña si uno se toma el tiempo necesario para paladearla, pero totalmente adecuada a la discusión actual. El meollo, Maestre de Puerto Mune, era y es la naturaleza de nuestra apuesta. Cuando traje aquí a mi nave para que fuera reparada y aprovisionada, su Consejo decidió apoderarse de ella. Me negué a venderla y dado que no tenían ningún pretexto legal para confiscar el Arca, confiscó a Desorden en tanto que alimaña y luego amenazó con destruirla a menos que yo sellara con mi pulgar el documento de transferencia. ¿Le parece esencialmente correcto todo lo anterior?

—Me lo parece —dijo Tolly Mune con una sonrisa amistosa.

—Logramos resolver este callejón sin salida mediante una apuesta. Yo intentaría solventar la crisis alimenticia sufrida por S'uthlam mediante la ingeniería ecológica, impidiendo con ello la hambruna inminente que les amenazaba. Si fracasaba, el Arca era suya. Si tenía éxito se me devolvería a Desorden y además se llevarían a cabo todas mis peticiones anteriores concernientes a la nave y se me concederían diez años para pagar la factura.

—Cierto —dijo ella.

—Por lo que yo recuerdo, en ningún momento se incluyó el conocimiento carnal de su cuerpo en los términos de dicho pacto, Maestre de Puerto Mune. Yo sería desde luego el último en negar la bravura que demostró en los momentos de adversidad, cuando el Consejo cerró los tubos neumáticos y clausuró los muelles. Puso en peligro tanto su carrera como su persona; hizo pedazos una ventana de plastiacero; voló a través de kilómetros de inhóspito vacío, llevando sólo un dermotraje y contando como único medio de locomoción con unos propulsores de aire; logró esquivar a las patrullas de seguridad durante todo el trayecto y, finalmente, escapó por un escaso margen a la destrucción cuando su Flota Defensiva Planetaria me atacó. Incluso un hombre tan sencillo y desprovisto de fantasía como yo, debo admitir que dichos actos poseen cierta cualidad heroica. E, incluso, romántica, y en los tiempos de la antigüedad podrían haber acabado originando una leyenda. Sin embargo, el propósito de ese tan melodramático como osado viaje era devolver a Desorden sana y salva a mi custodia, tal y como había sido estipulado en nuestro acuerdo, y no el entregar su cuerpo, Maestre Mune, a mis... —Tuf pestañeó —a mis afanes concupiscentes. Lo que es más, usted dejó perfectamente claro entonces que sus actos fueron motivados por el sentido del honor y el miedo a que la influencia corruptora del Arca contaminara a sus líderes. Tal y como yo lo recuerdo, ni la pasión física ni el amor romántico jugaron parte alguna en sus cálculos.

La Maestre de Puerto Tolly Mune sonrió. —Mírenos, Tuf. Somos una pareja más bien improbable de amantes que se encontraron entre las estrellas. Pero debo admitir que de ese modo la historia gana mucho.

El largo y pálido rostro de Tuf seguía inmóvil e inexpresivo.

—Estoy seguro de que no pensará usted defender ese vídeo, tan grosero como falto de exactitud —le dijo con voz átona.

La Maestre de Puerto volvió a reír.

—¿Defenderla? ¡Infiernos y maldición! Yo lo escribí. Haviland Tuf pestañeó seis veces seguidas.

Antes de que hubiera logrado articular una contestación la puerta de deslizó a un lado y los mirones de los noticiarios entraron en la oficina como un enjambre enloquecido. Habría como mínimo dos docenas de ellos y todos hablaban a la vez haciendo preguntas, más bien impertinentes, que se confundían entre sí. En el centro de cada frente se veía el rápido guiñar del tercer ojo y se oía su leve zumbido.

—Oiga, Tuf, póngase de perfil y sonría.

—¿Tiene algún gato aquí?

—Maestre de Puerto, ¿piensa aceptar un contrato de matrimonio?

—¿Dónde está el Arca?

—¡Eh! ¡Que se abracen bien fuerte!

—Oiga, mercader, ¿dónde se ha puesto tan moreno?

—¿Y el bigote?

—¿Tiene usted alguna opinión sobre Tuf y Mune, Ciudadano Tuf?.

—¿Qué tal anda Desorden estos días?

Inmóvil en su silla provista de arneses, Haviland Tuf, miró primero hacia arriba y luego hacia abajo. Luego, moviendo la cabeza en una larga serie de gestos tan rápidos como precisos, examinó el enjambre de mirones que le rodeaba. Pestañeó y siguió callado. El torrente de preguntas no se interrumpió hasta que la Maestre de Puerto Tolly Mune se abrió paso nadando sin el menor esfuerzo a través de la jauría, apartando a los mirones con ambas manos, y se instaló junto a Tuf. Luego pasó un brazo por debajo del suyo y le besó levemente en la mejilla.

—¡Infiernos y maldición! —dijo—. Mantengan quietas sus dichosas cremalleras, acaba de llegar —levantó la mano—. Lo siento, nada de preguntas. Invocamos al derecho de intimidad. Después de todo, han pasado cinco años. Deben concedernos un poco de tiempo para que volvamos a conocernos mutuamente.

—¿Irán juntos al Arca? —preguntó uno de los reporteros más agresivos, flotando a medio metro de la cara de Tuf, mientras su tercer ojo zumbaba incesantemente.

—Por supuesto —dijo Tolly Mune—. ¿Dónde si no?

Cuando el Feroz Rugido del Veldt se encontraba ya bien lejos de la telaraña y dirigiéndose hacia el Arca, Haviland Tuf se dignó hacer una visita al camarote que le había asignado a Tolly Mune. Había tomado una ducha y se había frotado hasta eliminar todos los restos de su disfraz. Su rostro parecía una hoja de papel blanco y resultaba tan indescifrable como ésta. Vestía un mono de color gris, sin ningún adorno, que poco hacía para ocultar su formidable tripa y una gorra de color verde, con la insignia dorada de los Ingenieros Ecológicos, cubría su calva.

Tolly Mune estaba tomando una ampolla de Malta de San Cristóbal pero, al verle entrar, se levantó con una sonrisa.

—Una cerveza condenadamente buena —dijo—. Vaya, ¿quién es? Veo que no es Desorden.

—Desorden se halla sana y salva en el Arca junto con su compañero y sus gatitos, aunque, a decir verdad, ya no se les puede calificar con mucha precisión de tales. La población felina de mi nave ha crecido tanto desde mi última visita a S'uthlam, aunque no de forma tan precipitada como parece inclinada a hacerlo la población humana de S'uthlam —con gestos algo envarados, Haviland Tuf ocupó un asiento—. Le presento a Dax. Aunque naturalmente, cada felino es especial, bien podría decirse, sin faltar a la verdad, que Dax entra en lo extraordinario. Es bien sabido que todos los gatos poseen ciertos poderes psíquicos pero, debido a unas circunstancias más bien fuera de lo corriente, con las que me topé en el planeta conocido como Namor, inicié un programa para expandir y hacer más potente esa habilidad innata en los felinos. Dax es el resultado final de dicho programa, señora mía. Compartimos un cierto lazo muy peculiar y Dax posee una habilidad psíquica que se encuentra muy lejos de lo rudimentario.

—Siendo breves —dijo Tolly Mune—, acabó clonando un gato capaz de leer mentes.

—Su perspicacia sigue siendo tan aguda como siempre, Maestre de Puerto —replicó Tuf, cruzando luego las manos—. Tenemos mucho por discutir. Quizá tenga la amabilidad de explicamos por qué me ha pedido que traiga nuevamente el Arca a S'uthlam, la razón de que haya insistido en acompañarme y, lo más crucial de todo, por qué se me ha enredado en este engaño tan extraño como pintoresco, llegando al extremo de tomarse ciertas libertades físicas con mi persona.

Tolly Mune suspiró. —Tuf, ¿recuerda cómo estaban las cosas cuando nos despedimos hace cinco años?

—Mi memoria no ha sufrido ninguna merma —dijo Haviland Tuf.

—Estupendo. Entonces, recordará que me dejó metida en un lío de mil diablos.

—Preveía usted la inmediata deposición de su cargo como Maestre de Puerto, el juicio, acusada de alta traición, y la condena de reclusión en una granja penal en la Despensa —dijo Tuf—. Pese a ello, rechazó mi oferta de llevarla gratuitamente a cualquier otro sistema estelar de su elección, prefiriendo, en vez de ello, volver para enfrentarse a la prisión y a la caída en desgracia.

—No sé qué diablos soy, pero soy s'uthlamesa —dijo ella—. Tuf, son mi gente. Puede que a veces se porten como unos condenados idiotas, pero, ¡maldición!, siguen siendo mi gente.

—Su lealtad me parece sin duda encomiable. Dado que sigue siendo Maestre de Puerto, asumo que las circunstancias han cambiado.

—Yo las cambié —dijo Tolly Mune.

—Ya veo.

—Tuve que hacerlo. De lo contrario hubiera pasado el resto de mi vida conduciendo una cosechadora a través de la neohierba mientras la gravedad me iba haciendo pedacitos —torció el gesto—. Apenas volví al Puerto, los de seguridad me hicieron prisionera. Había desafiado al Consejo, roto las leyes, causado daños en abundantes propiedades, y le había ayudado a huir con una nave que deseaban confiscar. Condenadamente dramático, ¿no le parece?

—Mi opinión carece de toda relevancia en este asunto.

—Tan dramático, de hecho, que debía considerarse un crimen de enorme magnitud o un acto de enorme heroicidad. Josen no sabía qué hacer. Nos habíamos llevado siempre muy bien y ya le he dicho que, en el fondo, no era un mal hombre. Pero era Primer Consejero y sabía cuál era su obligación. Debía juzgarme por traición. Y yo tampoco soy estúpida, Tuf. Sabía lo que debía hacer. —Se inclinó hacia adelante, acercándose a él—. No estaba muy contenta con las cartas que me habían correspondido, pero debía jugarlas o retirarme. Para salvar mi algo huesudo trasero, debía destruir a Josen, debía desacreditarle a él y a la mayor parte del Consejo. Tenía que convertirme en una heroína y a él en un villano, en términos que estuvieran perfectamente claros para el peor retrasado mental de las ciudades subterráneas.

—Ya entiendo —dijo Tuf. Dax estaba ronroneando. La Maestre de Puerto decía la más pura verdad—. De ahí el hinchado melodrama que fue llamado Tuf y Mune.

—Necesitaba calorías para los gastos legales —dijo ella—. Eso era muy cierto, ¡maldición!, pero además lo utilicé como excusa para venderle mi historia de los hechos a una de las grandes redes. Digamos que... bueno, que sazoné un poco la historia. Estaban tan entusiasmados que decidieron emitir una versión dramatizada después de haber conseguido la exclusividad de las noticias. Para mí fue un auténtico placer proporcionarles el argumento. Tuve un colaborador, claro está, pero yo fui dictando lo que debía escribir. Josen nunca llegó a entender lo que estaba pasando. No era un político tan astuto como creía y, además, el oficio nunca le gustó lo suficiente. Y tuve ayuda.

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