Lyonesse - 3 - Madouc (37 page)

Read Lyonesse - 3 - Madouc Online

Authors: Jack Vance

Tags: #Fantástico

BOOK: Lyonesse - 3 - Madouc
6.08Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Qué miras, Pom-Pom? —exclamó irritada—. ¿Nunca viste una muchacha desnuda?

—Nunca una princesa desnuda.

—No digas bobadas —replicó Madouc disgustada—. Todas somos muy parecidas. No hay nada especial que ver.

—Aun así, prefiero esto a mirar las ancas de Juno.

—Mira todo lo que quieras. No me dejaré fastidiar por tu necedad.

—No es sólo necedad, como tú dices —declaró Pom-Pom—. Hay una razón práctica y sensata para efectuar una buena inspección.

—¿Y cuál es?

—Si regreso con el Santo Grial, mi recompensa quizá me dé derecho a desposar a la princesa real. Por lo tanto creí sensato descubrir qué ventajas entrañaba esa elección. Por cierto, no veo nada que me despierte gran entusiasmo.

Madouc buscó las palabras adecuadas.

—Ya que no tienes nada que hacer —dijo al fin—, te sugiero que enciendas una fogata y prepares una sopa para el almuerzo.

Pom-Pom desapareció tras el follaje. Madouc salió del agua, se vistió y regresó al camino.

Mientras ambos tomaban la sopa a la sombra de un gran olmo, tres personas se acercaron a pie: un hombre bajo y rechoncho, una mujer de proporciones similares y un niño enclenque de piel pastosa, todo piernas y cabeza. Madouc reconoció a los tres saltimbanquis que habían visto en la feria de Cañada de Abatty.

Los tres se acercaron y se detuvieron.

—Buenos días para ambos —dijo el hombre, un individuo de cara redonda, pelo tosco y negro, nariz bulbosa y ojos brillantes y saltones.

—Lo mismo digo —dijo la mujer, que tenía rostro redondo y blando, pelo negro, ojos redondos y negros, nariz redonda y rosada.

—Buenos días a vosotros —respondió Madouc.

El hombre miró la olla en la que humeaba la sopa.

—¿Podemos sentarnos a la sombra y reposar un poco?

—La sombra es gratuita —dijo Pom-Pom—. Descansad donde os guste.

—¡Tus palabras complacen nuestros oídos! —dijo la mujer con gratitud—. El camino es largo y camino con dificultad, a veces con dolor, a causa de mi dolencia.

Los tres se sentaron a la sombra con las piernas cruzadas.

—Permitidme hacer las presentaciones —dijo el hombre—. Yo soy Filemon, Maestro de la Alegría. Ella es la dama Coreas, no menos experta en alegres piruetas. Y éste, menudo pero enérgico, es nuestro pequeño Mikelaus. No es de carácter alegre, y tal vez se le vea un poco enfermizo, pues hoy no ha desayunado. ¿Tengo razón, pobre Mikelaus, pequeña y triste criatura?

—Arum. Boskatch. Gaspa confaga.

Pom-Pom parpadeó.

—¿Qué ha dicho?

Filemon rió.

—Mikelaus tiene un raro modo de hablar, y no todos lo entienden.

La dama Coreas explicó, con delicada precisión:

—Preguntó, con toda claridad, qué se está cociendo en la olla.

—Es nuestra comida —dijo Pom-Pom—. He preparado una sopa de jamón, cebollas y judías.

—Vogenard. Fístula —dijo Mikelaus.

—¡Imposible, Mikelaus! —dijo Filemon con tono de reproche—. No es nuestra comida, por mucha hambre que tengas.

—Tal vez estas amables personas le dejen probar un bocado —dijo Coreas— para mantener despierto el espíritu de la vida en su pobre almilla.

—Supongo que es posible —dijo Madouc—. Caballero Pom-Pom, sirve una porción de sopa a la criatura.

Pom-Pom obedeció de mala gana. La dama Coreas cogió el cuenco.

—Debo cerciorarme de que no esté demasiado caliente; de lo contrario, Mikelaus se quemará —bebió una cucharada de sopa, junto con un buen trozo de jamón, y la saboreó—. ¡Está demasiado caliente para Mikelaus!

Filemon desdeñó su exceso de cautela.

—¡Tal vez no! ¡Mikelaus tiene vísceras de salamandra! Permíteme verificar la temperatura —cogió el cuenco y se lo llevó a los labios—. Una sopa excelente, pero tienes razón: está demasiado caliente para Mikelaus.

—Queda poco en el cuenco —dijo Pom-Pom.

—Gamkarch noop. Bosumelists —dijo Mikelaus.

—¡No seas codicioso! —sermoneó Coreas—. Sin duda este joven caballero preparará más sopa si no hay suficiente.

Madouc, viendo cómo iban las cosas, suspiró.

—Muy bien, Pom-Pom. Sirve esa sopa. No puedo comer con estas criaturas hambrientas pendientes de cada bocado.

—Preparé sólo lo suficiente para nuestras necesidades —protestó Pom-Pom.

—¡No hay problema! —declaró Filemon—. Cuando los buenos camaradas se encuentran en el camino, comparten todo con todos, y todos se regocijan en la mutua generosidad. Allá veo un buen trozo de jamón, cebollas, pan, queso y, si mis ojos no me engañan, una botella de vino. Celebraremos un auténtico festín, en medio del camino, al cual cada cual aportará lo mejor que tenga. Coreas, hazte útil. Ayuda al joven caballero de las bonitas botas.

La dama Coreas se puso de pie, y con tal celeridad que Pom-Pom apenas pudo seguirle el movimiento de las manos, arrojó grandes trozos de jamón en la olla, junto con media docena de cebollas y tres puñados de harina de avena. Mientras Pom-Pom y Madouc miraban asombrados. Filemon cogió la botella de vino y paladeó el contenido.

—Arum. Cangel —dijo Mikelaus.

—¿Por qué no? —dijo Filemon—. Eres pobre, desdichado y deforme, con sólo medio metro de altura. ¿Por qué no habrías de disfrutar de un sorbo de vino de cuando en cuando, junto con el resto de tus alegres camaradas? —Le pasó la botella a Mikelaus, quien la alzó en el aire.

—¡Suficiente! —exclamó Coreas—. Mientras yo me dedico a revolver la olla, con el humo en los ojos, vosotros empináis el codo. Entretened a estos amables jóvenes con vuestras piruetas.

—Sólo un trago más —suplicó Filemon—. Me lubricará los labios para la flauta.

Bebió más vino y extrajo una flauta del bolsillo.

—¡Bien, Mikelaus! ¡Gánate la sopa! ¡Muéstranos tu mejor baile!

Filemon tocó una vivaz melodía —pasajes estridentes y rápidos ritornelos, trinos agudos y gorjeos graves— mientras Mikelaus bailaba una giga, agitando las piernas y alzando las rodillas, y culminando todo con un doble salto mortal.

—¡Buen trabajo, Mikelaus! —exclamó la dama Coreas—. Quizá nuestros amigos te obsequien con un par de monedas, como acostumbran las gentes nobles.

—Contentaos con engullir nuestra comida y tragar nuestro vino —gruñó Pom-Pom.

Los grandes ojos de Filemon se humedecieron.

—Somos camaradas del camino… vagabundos con lejanos horizontes. Hay que compartir lo que se tiene con uno y con todos. ¡Tales son las reglas de los viajeros!

—En tal caso, preferiría que fuesen de otro modo —masculló Pom-Pom.

La dama Coreas lanzó un gemido.

—¡Ay, cómo duelen estos retortijones! Es mi dolencia. Me he esforzado en exceso, como de costumbre. Siempre hago demasiado por los demás. Filemon, ¿dónde está mi poción?

—En tu morral, querida, como siempre.

—¡Cielos! Debo limitar mis esfuerzos, o enfermaré.

—Te vimos en la feria —dijo Pom-Pom—. Brincabas con gran agilidad. Filemon arrojó a Mikelaus al aire, y tú corriste como el viento para atraparlo con la red.

—¡Gurgo arraska, selvo sorarsio! —dijo Mikelaus.

—Sí, fue un vergonzoso fracaso —dijo la dama Coreas—, por el cual podemos culpar al perro.

—Bismal darstid; mango ki-yi-yi.

—Sea como fuere —dijo Coreas—, ese número me agota. Después sufro durante días, pero el público exige el espectáculo. Nos conocen desde hace tiempo y no podemos defraudarlos.

Filemon rió entre dientes.

—El número tiene una variación en la cual fingimos ser tres lunáticos incompetentes y dejamos caer a Mikelaus. Procuramos atraparlo, pero fingimos fracasar mediante una de nuestras piruetas cómicas.

—Dasa miago lou-lou. Yi. Tinka.

—¡En efecto! —dijo Filemon—. Y la sopa ya está preparada, siguiendo las exigentes pautas de Coreas. ¡Os serviré con nuestros cumplidos! Comed a gusto, todos. Incluso tú, Mikelaus. Por una vez en tu pesarosa vida, comerás hasta hartarte.

—Arum.

Después de la comida, Madouc y Pom-Pom se dispusieron a continuar su camino.

—Si es posible —sugirió Filemon con voz jovial—, os acompañaremos, y así animaremos vuestro viaje.

—¡Desde luego! —exclamó la dama Coreas—. Sería una pena separarse ahora, después de compartir un rato tan agradable.

—¡Queda pues decidido, por voto popular! —declaró Filemon.

—Viajaremos como un pequeño grupo de compañeros de fortuna —declaró la dama Coreas—. Aunque vosotros montéis buenos caballos mientras nosotros hemos de caminar… o, en el caso del deforme Mikelaus, cojear y contonearse. ¡Valor, buen Mikelaus! Algún día el mundo te sonreirá y te otorgará una buena recompensa por tus generosos actos.

—Yi arum bosko.

El grupo echó a andar por el sendero: Pom-Pom encabezaba la marcha en el gris Fustis, Madouc lo seguía montada en Juno, a paso tan lento que Filemon y Coreas, caminando detrás, no tenían dificultades para seguirla; hasta Mikelaus, que corría un trecho a toda velocidad y luego se detenía para recobrar el aliento, se rezagó sólo unos metros.

El camino recorría colinas y valles, entre setos de espino, muros de piedra musgosa, viñedos y huertos, parcelas de cebada y prados salpicados de flores, a la sombra de pequeños bosques, bajo la luz del sol.

De pronto, al cabo de dos horas de viaje, la dama Coreas soltó un grito ahogado y, aferrándose el pecho, cayó de rodillas y así se quedó, sollozando sin aliento. Filemon la asistió de inmediato.

—Querida Coreas, ¿qué sucede ahora? ¿Otro ataque?

Coreas al fin atinó a hablar.

—Eso me temo. Afortunadamente, como no parece muy grave, no necesito mi poción. Sin embargo, deberé descansar por un tiempo. Tú y el querido Mikelaus debéis seguir hasta Molienda Biddle sin mí, y hacer los preparativos para el festejo. Cuando esté mejor, continuaré sola a mi propio paso. Eventualmente, si los Hados son propicios, llegaré a tiempo para participar en el espectáculo.

—¡Impensable! —exclamó Filemon—. ¡Sin duda habrá otra solución para este problema! Consultemos a nuestros amigos —se dirigió a Pom-Pom—. ¿Qué opinas tú?

—No deseo ofrecer consejo.

Filemon se dio un puñetazo contra la palma de la mano.

—¡Lo tengo! —Se volvió a Madouc—. Tal vez tú, en tu amabilidad, permitas que Coreas cabalgue en tu lugar hasta Molienda Biddle, que no está a gran distancia.

—Sería un acto de leal camaradería —exclamó Coreas—. De lo contrario, temo que deberé quedarme en el camino toda la noche, hasta recobrar las fuerzas.

Madouc se apeó a regañadientes.

—Supongo que no me hará daño caminar un poco.

—¡Gracias, desde el fondo de mi corazón! —exclamó la dama Coreas. Con sorprendente agilidad se acercó a Juno y se encaramó a la silla—. ¡Ah, ya me siento mejor! Filemon, cantemos una pequeña canción para levantarnos el ánimo.

—¡Claro, querida! ¿Cuál quieres?

—La Canción de los tres alegres vagabundos, desde luego.

—Muy bien —Filemon batió palmas para marcar el ritmo; luego, su vozarrón de barítono se mezcló con el gorjeo de soprano de Coreas para entonar la canción:

Con muchas necesidades, y con pocos peniques,

a menudo dormimos bajo la lluvia, y el rocío.

Nuestra cena es un guiso de nabos,

pero aun así somos gentes alegres.

Estribillo (en versión de Mikelaus):

Sigmo chaska yi yi yi Varmous varmous oglethorpe.

Nuestros bajeles surcan mares distantes;

en algún lado se oculta nuestra

fortuna. Aunque nuestra vida sólo acarrea dolores

nuestra doctrina permanece inalterable.

Estribillo (en versión de Mikelaus):

Poxim mowgar yi yi yi

Vilish boy kazinga.

Ancha es la tierra, vasto el cielo.

Viajamos lejos, pero sin mayor prisa.

Ladran los perros cuando pasamos;

de noche echan a volar los búhos.

Estribillo (en versión de Mikelaus):

Varmous toigal yi yi yi

Tinkish wombat nip.

La balada continuaba durante dieciséis estrofas más, y con cada final Mikelaus graznaba un estribillo desde el camino.

Se entonaron otras canciones, con tal fervor que Madouc al fin le comentó a Coreas:

—Pareces haber recobrado tus fuerzas.

—¡En cierta medida, querida! Pero ya llega la tarde, y ahora debo tomar mi poción para impedir un nuevo ataque. Creo que tengo el paquete a mano —la dama Coreas hurgó en el morral y gritó consternada—: ¡Qué espantoso descubrimiento!

—¿Qué ocurre ahora, querida? —exclamó Filemon.

—Dejé mi poción en el sitio donde preparamos la comida. Recuerdo claramente que dejé el paquete en la horqueta del olmo.

—¡Vaya problema! Debes tomar tu poción, si quieres sobrevivir a esta noche.

—¡Hay una sola solución! —dijo resueltamente Coreas—. Regresaré al galope a buscarla. Entretanto, continuad hasta la vieja choza donde pernoctamos una vez; está a poca distancia. Preparad bonitos lechos de paja, y sin duda estaré de regreso antes de que se ponga el sol.

—Parece el único modo —dijo Filemon—. Cabalga deprisa, pero no fatigues al caballo, aunque sea un brioso corcel.

—Sé cómo sacar el máximo partido de este animal —dijo la dama Coreas—. ¡Os veré pronto! —Dio media vuelta y lanzó a Juno al trote y luego a pleno galope. Pronto se perdió de vista, ante la mirada estupefacta de Madouc y Pom-Pom.

—Vamos —dijo Filemon—. Como dijo Coreas, hay una choza desierta a poca distancia, la cual nos brindará refugio para pasar la noche.

El grupo continuó, encabezado por Pom-Pom, montado en Fustis. Veinte minutos después llegaron a la mísera choza de un pegujalero, situada cerca del camino, a la sombra de dos enormes robles.

—Henos aquí —dijo Filemon—. No es un palacio, pero es mejor que nada, y hay paja limpia —se volvió hacia Mikelaus, que intentaba llamar su atención—. ¿Qué sucede, Mikelaus?

—Fidix. Waskin. Bolosio.

Filemon lo miró anonadado.

—¿De verás?

—Arum. Fooner.

—¡No recuerdo! ¡Pero buscaré en mi morral! —Casi de inmediato Filemon descubrió un paquete sujeto con un cordel negro—. ¡Mikelaus, tienes razón! Distraídamente cogí la poción de Coreas y la guardé en mi morral. Y ahora la pobre estará en pésima situación. No abandonará la búsqueda mientras haya luz, y la preocupación puede causarle un grave ataque. Recordarás aquel episodio en Cwimbry…

Other books

Alpha Unleashed by Aileen Erin
Out of Bounds by Ellen Hartman
Days Like Today by Rachel Ingalls