Por la tarde, Madouc descubrió con deleite que Shimrod había llegado a Haidion. Había estado con Aillas y Dhrun en Watershade, y traía noticias de que Glyneth había dado a luz a una niña, la princesa Serle. Le informó que ambos regresarían en barco dentro de un par de días; Glyneth se quedaría un mes en Watershade.
—Me incordia cabalgar y navegar —dijo Shimrod—. Cuando supe que estabas en Haidion, decidí reunirme contigo al instante, y al instante estuve aquí.
—Me alegra que hayas venido —dijo Madouc—. Aunque a decir verdad, casi he disfrutado durante este período de soledad.
—¿En qué te has ocupado?
—Los días pasan deprisa. Visito la biblioteca, y allí converso con Kerce el bibliotecario y leo libros. Una vez fui a los claustros, atravesando la Puerta de Zoltra y el Urquial. Me acerqué al Peinhador, y pude imaginarme al rey Casmir sentado en la profunda oscuridad. Ese pensamiento me hizo sentir extraña. Regresé por el Urquial y abrí el viejo portón para contemplar el jardín de Suldrun, pero no bajé por el sendero; el jardín está demasiado silencioso. Hoy fui al establo y descubrí que mi pobre caballero Pom-Pom murió en Dahaut. No puedo creerlo, pues era muy joven. Su vida apenas había comenzado cuando terminó.
—Una vez le dije algo similar a Murgen —dijo Shimrod—. Su respuesta no venía exactamente al caso, y todavía hoy me intriga hasta cierto punto.
—¿Qué dijo?
—Se reclinó en la silla y miró el fuego. Luego dijo: «La vida es un bien peculiar, con sus propias dimensiones. Aun así, si vivieras un millón de años, consagrado a los continuos placeres de la mente, el espíritu y el cuerpo, de modo que cada día descubrieras un nuevo deleite, o resolvieras un antiguo enigma, o vencieras un desafío, aun una sola hora derrochada en el sopor, la somnolencia o la pasividad sería tan reprochable como si la falta fuera cometida por una persona común con escasos años de vida».
—Vaya —dijo Madouc—. No te dio información exacta, o eso creo yo.
—Ésa fue mi sensación. Sin embargo, no se lo dije a Murgen.
—Tal vez tu pregunta lo confundió y te dio la primera respuesta que se le ocurrió —dijo Madouc pensativamente.
—Es posible. ¡Eres una muchacha lista, Madouc! Ahora consideraré el asunto un misterio insoluble y no pensaré más en él.
Madouc suspiró.
—Ojalá yo pudiera hacer lo mismo.
—¿Qué misterios te perturban tanto?
—Primero, el misterio de dónde viviré. No me interesa quedarme en Haidion. Miraldra es demasiado fría y brumosa, y está demasiado lejos. Watershade es apacible y bello, pero nada ocurre allí, y pronto me sentiría sola.
—En Trilda me siento solo a menudo —dijo Shimrod—. Te invito, pues, a visitarme en Trilda, donde permanecerás todo el tiempo que gustes… hasta que Aillas construya su palacio Alción. Dhrun vendrá a menudo a reunirse con nosotros, y ciertamente no te sentirás sola.
Madouc no pudo contener un grito de entusiasmo.
—¿Me enseñarás magia?
—Tanta como desees aprender. No es fácil, y en realidad supera la aptitud de la mayoría de quienes lo intentan.
—¡Yo trabajaría con empeño! ¡Incluso podría serte útil!
—¿Por qué no? ¡Es posible!
Madouc abrazó a Shimrod.
—¡Al menos siento que tengo un hogar!
—Entonces está decidido.
Al día siguiente Aillas y Dhrun regresaron a Lyonesse y, de inmediato, todos se marcharon de Haidion. Shimrod y Madouc abandonarían la Calle Vieja en Tawn Twillett y cabalgarían al norte hasta Trilda; Aillas y Dhrun continuarían por la Calle Vieja hasta Tatwillow y el castillo de Ronart Cinquelon.
Durante la marcha el grupo pasó por Sarris, donde Aillas decidió detenerse para gozar de dos o tres días de banquetes, camaradería y ausencia de responsabilidades.
Dhrun y Madouc fueron a pasear por el parque que descendía hasta el río Glame. Se detuvieron a la sombra de un gran roble de extensas ramas.
—¿Recuerdas que una vez te ocultaste detrás de este mismo árbol para huir del príncipe Bittern?
—Lo recuerdo muy bien. Pensarías que era una criatura muy extraña.
Dhrun meneó la cabeza.
—Pensé que eras divertida y excepcional… y lo mismo pienso ahora.
—¿Más que entonces, o menos?
Dhrun le cogió las manos.
—Ahora estás buscando cumplidos.
Madouc lo miró.
—Pero aún no me lo has dicho… y aprecio tus cumplidos.
Dhrun rió.
—¡Más, desde luego! Cuando me miras con esos ojos azules, desfallezco.
Madouc alzó la cara.
—Siendo así, puedes besarme.
Dhrun la besó.
—Te agradezco la autorización, pero iba a besarte de todos modos.
—¡Dhrun! ¡Me intimidas con tu pasión desaforada!
—¿De veras? —Dhrun la besó una y otra vez. Madouc se puso tiesa, respirando con dificultad.
—Bien —dijo Dhrun—. ¿Qué te pareció eso?
—No entiendo por qué me siento tan rara.
—Creo que yo lo sé. Pero no hay tiempo para explicaciones, pues el lacayo viene a llamarnos —se dispuso a irse, pero se detuvo al ver que Madouc se arrodillaba al lado del roble. Preguntó—: ¿Qué haces?
—Falta alguien. Debería estar aquí.
—¿A quién te refieres?
—¡A mi madre Twisk! ¡Es mi deber como hija invitarla en una ocasión tan festiva!
—¿Crees que vendrá?
—La llamaré.
Madouc cogió una hoja de hierba y con ella preparó una flauta. Entonó una nota melodiosa y cantó:
¡Larí-larí-lará!
Madouc ha hecho una flauta de hierba.
Con soplos suaves y airosos,
llama a Twisk de Tripsey Shee.
¡Larí-larí-lará!
¡La hija llama a la madre!
Holla el viento, cruza el lago,
surca el cielo y ven aquí.
Así canto yo, Madouc.
Twisk apareció en un remolino de vapor: los delicados rasgos eran apacibles, el pelo azul estaba recogido en una cresta y envuelto en una redecilla de plata.
Madouc soltó un grito de deleite.
—¡Madre, estás más bella que nunca! ¡Me dejas maravillada!
Twisk sonrió con aire distante.
—Me agrada merecer tu aprobación. Dhrun, debo decir que tienes una apariencia muy agradable. Tu temprana educación te ha servido.
—Es posible —dijo Dhrun cortésmente—. Desde luego, yo nunca la olvidaré.
Twisk se volvió hacia Madouc.
—Ya hemos intercambiado palabras amables. Ahora bien, ¿para qué me llamaste?
—Querida madre, quería que compartieras nuestra alegría en un banquete que está a punto de comenzar. Es una ocasión modesta pero selecta, y nos agradará tu compañía.
Twisk se encogió de hombros.
—¿Por qué no? No tengo nada mejor que hacer.
—Hmm —refunfuñó Madouc—. ¡Bueno, con tu entusiasmo o sin él, estoy contenta! ¡Ven, ya nos han llamado a la mesa!
—Por cierto evitaré el impacto de vuestra tosca comida, que me taponaría el vientre; sin embargo, quizá pruebe una gota de vino y un ala de codorniz. ¿Quién es ese apuesto caballero?
—El rey Aillas. Ven, te presentaré.
Los tres caminaron hacia la mesa, con servilletas de lino y fuentes de plata. Aillas, que conversaba con uno de su escolta, se volvió al ver que los tres se acercaban.
—Majestad —dijo Madouc—, permíteme presentarte a mi madre Twisk, también conocida como «Twisk del Cabello Azul». La he invitado a compartir nuestro banquete.
Aillas hizo una reverencia.
—¡Twisk, eres más que bienvenida! —Miró a Twisk y Madouc—. ¡Creo ver una semejanza, aunque no por cierto en el color del cabello!
—El cabello de Madouc fue quizás el único legado que le dejó su padre, un tal Pellinore de frívolas inclinaciones.
Shimrod se acercó al grupo.
—Madre —dijo Madouc—, quiero presentarte a otro de mis queridos amigos.
Twisk se volvió enarcando las cejas azules.
—¡Vaya, caballero Pellinore! Al fin decides mostrarte. ¿No tienes vergüenza? —Twisk se volvió hacia Madouc—. ¡Te aconsejo mayor cautela en la elección de tus amigos! He aquí al elusivo Pellinore, tu padre.
—Madre —replicó Madouc—, yo puedo escoger a mis amigos, pero en cuanto a mi padre, la elección fue tuya.
—Es verdad —concedió Twisk—. En realidad, fue Pellinore quien me enseñó la cautela que ahora trato de inculcarte.
Madouc se volvió hacia Shimrod.
—¿De veras eres Pellinore?
Shimrod intentó un gesto displicente.
—Hace muchos años yo recorría la tierra como vagabundo. Es verdad que en ocasiones usaba el nombre de Pellinore. Y recuerdo un idilio en el bosque con una bella hada, cuando pensaba que el nombre Pellinore era más romántico que el simple Shimrod.
—¡Entonces es verdad! ¡Tú, Shimrod, eres mi padre!
—Si así lo asevera la dama Twisk, reconoceré esa relación con orgullo. Estoy tan sorprendido como tú, pero no disgustado.
—¡Ocupemos nuestro sitio en la mesa! —dijo Aillas—. ¡Nuestras copas están llenas de vino! Madouc ha hallado a su padre, Shimrod ha hallado una hija y la familia ahora está reunida.
—No por mucho tiempo —dijo Twisk—. No me agrada la vida doméstica.
—Aun así, debes disfrutar el momento. A la mesa pues, y celebraremos las sorprendentes revelaciones de la dama Twisk.
»Primero, brindemos por mi ausente reina Glyneth y la nueva princesa Serle.
»Segundo: por la dama Twisk, que nos deslumbra con su belleza.
»Tercero: por Madouc, ex princesa de Lyonesse, luego Madouc la Vagabunda, y ahora, por decisión real, de nuevo Madouc, princesa de Lyonesse.
FIN
[1]
En tiempos primordiales un puente de tierra conectó brevemente las Islas Elder con el continente europeo. Según la leyenda, cuando los primeros cazadores nómadas que llegaron a Hybras cruzaron el Teach tac Teach y miraron hacia la costa del Atlántico, descubrieron la ya existente ciudad de Ys.
<<
[2]
Tiempo después, el rey Phristan de Lyonesse permitió un arzobispado cristiano en Bulmer Skeme, en la costa este de Lyonesse, insistiendo en que ninguna riqueza debía ser exportada a Roma. Tal vez por esa razón la Iglesia recibió poco respaldo del exterior, y el obispo no gozó de gran influencia, ni en Bulmer Skeme ni en Roma.
<<
[3]
En años venideros Cairbra an Meadhan serviría de modelo para la Tabla Redonda que ornó la corte del rey Arturo en Camelot.
<<
[4]
Palacio donde viven las hadas. (N. del T.)
<<
[5]
También llamado Salón de los Héroes, donde se hallaban el trono Evandig y la mesa redonda Cairbra an Meadhan.
<<
[6]
También conocida como Torre Vieja.
<<
[7]
También conocida como Eyrie.
<<
[8]
Las justas con armadura completa aún no estaban en boga. En esta época se usaban lanzas acolchadas y las justas rara vez causaban lesiones más graves que una magulladura o un esguince.
<<
[9]
Bittern: «avetoro». La realeza de Pomperol usa nombres de aves; Kestrel (padre de Bittern) es el rey «cernícalo». (N. del T.)
<<
[10]
Blaise se transformaría eventualmente en Glahan de Benwick, quien a la vez engendraría a uno de los mejores paladines del rey Arturo, Lanzarote del Lago. También asistió a la celebración Garstang de Twanbow, cuyo hijo engendraría a otro de los más íntimos camaradas de Arturo, Tristam de Lyonesse.
<<
[11]
Ska: la raza originaria de Escandinavia, con tradiciones y documentos mucho más antiguos que los del Cercano o Lejano Oriente. Tres mil años antes, una oleada de arios, o ur-godos, había emigrado al norte desde las estepas del Mar Negro y se había internado en Escandinavia expulsando a los ska, quienes se desplazaron hacia Irlanda, donde la leyenda los recordaba como los «hijos de Partholon». Eventualmente, tras ser derrotados por los danaans, emigraron hacia Skaghane, más al sur.
<<
[12]
Los hijos de Santa Uldine fueron Ignaldus, Drathe, Alleia y Bazille. Todos sobrevivieron para continuar con su destino. Tal vez algún día se publiquen las crónicas que narran estos acontecimientos.
<<
[13]
El título «caballero» designa aquí a personas de origen noble, sin referencia al lugar exacto que ocupan en la jerarquía. El lenguaje de la época emplea una variedad de títulos honoríficos para especificar cada sutil distinción, pero no sería práctico aclararlos en esta crónica. Así usamos «caballero Cory», designándolo con el mismo título que a su padre, el caballero Claunay, un barón terrateniente, y su hermano, el caballero Camwyd, aunque sus rangos son diferentes.
<<
[14]
En castellano en el original. (N. Del T.)
<<
[15]
Intraducible; una expresión de las hadas que significa:
[16]
La realeza de Pomperol usa nombres de aves: la reina Linnet («jilguero»), el rey Kestrel («cernícalo»), el príncipe Raven («cuervo»), el príncipe Bittern («avetoro»). (N. del T.)
<<
[17]
Un mito de los druidas narra que Lucanor llegó a un banquete celebrado por otros dioses y los encontró bebiendo hidromiel con gran entusiasmo, con lo cual muchos estaban ebrios, mientras otros permanecían inexplicablemente sobrios. ¿Acaso algunos bebían arteramente más de lo que les correspondía? La disparidad ocasionó protestas, y al parecer había una gran riña en ciernes. Lucanor impuso serenidad al grupo, declarando que la controversia podía zanjarse sin golpes ni rencores. Entonces Lucanor formuló el concepto de los números y la enumeración, que hasta entonces no existía. Los dioses podían así medir con precisión la cantidad de cuernos que cada cual consumía y, mediante este nuevo método, garantizar la equidad general y explicar por qué algunos estaban ebrios y otros no. «La respuesta es simple una vez que se domina el nuevo método —dijo Lucanor—: los dioses ebrios han bebido más cuernos que los dioses sobrios, y el misterio queda resuelto». Gracias a este acto, la invención de las matemáticas, Lucanor conquistó grandes honores. Lucanor cumplía tres tareas: tramaba la forma de las constelaciones y, cuando era necesario, alteraba la posición de los astros; asignaba a cada cosa del mundo el nombre secreto por el cual se le confirmaba o negaba la existencia; regulaba el ciclo mediante el cual el final del futuro se fundía con el comienzo del pasado. En las descripciones de los druidas, Lucanor usaba zapatos de doble punta, con dedos que se extendían hacia adelante y hacia atrás. Un círculo de hierro con siete discos dorados le ceñía la cabeza. Lucanor era un dios solitario que se mantenía apartado de los dioses menores del panteón de los druidas, inspirándoles temor y reverencia.
<<