Lyonesse - 3 - Madouc (53 page)

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Authors: Jack Vance

Tags: #Fantástico

BOOK: Lyonesse - 3 - Madouc
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Madouc caminó a lo largo del aparador y se sirvió cuatro hortelanos rechonchos, una tortilla de hierba mora y perejil, pastelillos de manteca y un cuenco de fresas con crema.

—¿Qué? ¿No hay pescado? —exclamó el consternado rey Audry—. ¡Es nuestra fama y nuestro orgullo! ¡Camarero! Trae a la princesa salmón en salsa de vino con guisantes frescos, y también un trozo de langosta en crema de azafrán. También, ¿por qué no?, una docena de coquinas y caracoles, y no escatimes la mantequilla de ajo.

Madouc miró dubitativamente los platos que le sirvieron.

—Me temo que engordaría mucho si comiera contigo regularmente.

—Es un riesgo delicioso de correr —dijo el rey Audry. Se volvió hacia un funcionario que se acercaba—. Bien, Evian, ¿qué noticias traes?

—El Flor Velas fue avistado en la desembocadura del Camber, majestad. El rey Aillas arribará prontamente, a menos que el viento se lo impida.

—¿Cómo sopla el viento ahora?

—Cambiante, majestad. Del norte al noroeste, con algunas ráfagas del oeste. Las veletas no son de fiar.

—No es un viento favorable —dijo el rey Audry—. Con todo, debemos iniciar nuestra conferencia a la hora convenida; una partida puntual propicia un feliz viaje. ¿Tengo razón, princesa?

—Comparto tu opinión, majestad. Los hortelanos están deliciosos.

—¡Muchacha lista! Bien, esperaba que el rey Aillas estuviera presente en las ceremonias de inauguración, pero no nos demoraremos, y él no se perderá nada sustancial, pues debemos empezar por un par de rondas de encomios, salutaciones, nobles autorrecriminaciones, alusiones laudatorias y demás. Hasta que llegue el rey Aillas, el príncipe Dhrun escuchará con los oídos de Troicinet, y pronunciará las alabanzas troicinas oficiales. Es demasiado joven para tal servicio, pero le servirá de entrenamiento.

Dhrun y sus tres compañeros entraron en el Salón Matinal. Se acercaron a la mesa del rey Audry.

—Buenos días, majestad —dijo Dhrun—. Buenos días, príncipe Jaswyn, y también para ti, princesa.

—Te deseamos lo mismo —dijo el rey Audry—. La nave de tu padre surca la boca del Camber y llegará pronto… sin duda antes de que termine el día.

—Buena noticia.

—Entretanto, la conferencia comenzará puntualmente. Tú actuarás en el lugar del rey Aillas hasta que él llegue. Prepárate, pues, para pronunciar una oración resonante e inspiradora.

—¡Esa es mala noticia!

El rey Audry rió.

—No todas las actividades de los reyes son igualmente placenteras.

—Ya lo sospechaba, majestad, después de observar a mi padre.

—Jaswyn sin duda ha llegado a la misma conclusión —dijo el rey Audry—. ¿Tengo razón, Jaswyn?

—Sin duda, majestad.

El rey Audry asintió plácidamente y se volvió hacia Dhrun.

—Te estoy impidiendo que desayunes. ¡Ve a fortalecerte!

—El rey Audry recomienda los hortelanos y la pitorra —intervino Madouc—. También insistió en que comiera caracoles y coquinas.

—Tendré en cuenta tu consejo, como siempre —dijo Dhrun. El y sus camaradas fueron al aparador.

Poco después el príncipe Cassander entró en el refectorio con su amigo Camrols. Cassander se detuvo y escudriñó la habitación. Se aproximó al rey Audry y le presentó sus respetos:

—El rey Casmir y la reina Sollace desayunaron en sus aposentos. Se presentarán en el Salón de los Héroes a la hora convenida.

—Para la cual no falta mucho —dijo el rey Audry—. La mañana ha volado deprisa.

Cassander se volvió hacia Madouc.

—La reina Sollace desea que la veas de inmediato. Te advierto que no le ha gustado nada tu esquiva conducta, que raya en la franca insubordinación.

—La reina deberá postergar sus censuras o, mejor aún, olvidarlas —dijo Madouc—. Ahora estoy desayunando con el rey Audry y el príncipe Jaswyn si me fuera precipitadamente, cometería un acto de imperdonable grosería. Más aún: Cassander, tus modales dejan mucho que desear. En primer lugar…

Cassander, reparando en el aire divertido del rey Audry, se encolerizó.

—Suficiente. ¡Más que suficiente! En cuanto a los modales, eres tú, no yo, quien será enviada de vuelta a Haidion en menos de una hora.

—¡Imposible! —dijo Madouc—. El rey Audry ha insistido en que esté presente en la conferencia, para mejorar mi educación. ¡No me atrevo a desobedecerlo!

—Claro que no —dijo el rey Audry con voz afable—. Vamos, príncipe Cassander, te suplico que te relajes. El mundo no se derrumbará por la alegre naturaleza de Madouc. Deja que se divierta sin reproches.

Cassander se inclinó con glacial urbanidad.

—Se hará como digas, majestad.

Cassander y Camrols se dieron la vuelta y fueron a servirse el desayuno.

Transcurrió media hora. Tramador, primer chambelán de Falu Ffail, hizo acto de presencia y habló en voz baja con el rey Audry, el cual suspiró y se puso en pie.

—En verdad, prefiero el Salón Matinal al Salón de los Héroes y, asimismo, el nutrido aparador a Cairbra an Meadhan.

—¿Por qué no celebramos la conferencia aquí en vez de allá? —sugirió Madouc—. Así, el que se aburra con los discursos podrá engullir un hortelano para entretenerse.

—La idea no es del todo mala —dijo el rey Audry—. Sin embargo, el plan está establecido y no se puede alterar sin riesgo de causar confusiones. ¿Vienes, príncipe Dhrun?

—Estoy preparado, majestad.

En el corredor, Dhrun aguardó a Madouc.

—Me he transformado en persona de importancia… al menos hasta que llegue mi padre. Quizá me pidan un discurso. Nadie lo escuchará, desde luego, lo cual me da lo mismo, pues no tengo nada que decir.

—Es sencillo. Puedes desear a todos un largo reinado y manifestar tus esperanzas de que los godos invadan otros lugares.

—Eso bastaría. Además, es posible que mi padre llegue antes de que yo tenga que hablar, con lo cual abandonaré gustoso mi lugar en la mesa.

Madouc se paró en seco. Dhrun la miró sorprendido.

—¿Qué te preocupa ahora?

—Anoche, por lo que dijiste, te sentaste a la Mesa Redonda.

—En efecto.

—¡Pero es probable que no te hayas sentado en lo que hoy será tu «legítimo puesto»! ¡La profecía aún no está cumplida! ¡Me aseguraré de que el rey Casmir se entere de ello!

Dhrun reflexionó.

—No cambia mucho las cosas, puesto que ahora me dirijo a ocupar ese «legítimo puesto».

—¡Pues no debes hacerlo! ¡Te va la vida en ello!

Dhrun habló con voz hueca:

—No puedo negarme sin faltar a mi honor.

El rey Audry miró por encima del hombro.

—¡Venid, ambos! ¡No hay tiempo para secretos! ¡La reunión va a comenzar!

—Sí, majestad —respondió Dhrun. Madouc no dijo nada.

Los dos entraron en el Salón de los Héroes, ahora iluminado por cuatro candelabros de hierro que pendían sobre la Mesa Redonda sujetos por cadenas de hierro. En cada lugar una lámina de plata cubría la antigua placa de bronce incrustada en la madera.

En el Salón de los Héroes se hallaban los reyes y reinas de las Islas Elder, junto con muchos príncipes y princesas y notables de alto rango. El rey Audry subió a la baja tarima sobre la cual reposaba el trono Evandig. Se dirigió a los presentes:

—Finalmente estamos aquí, todos nosotros, soberanos de las Islas Elder. Hemos venido por muchas razones, con el propósito de dar a conocer nuestras más entrañables esperanzas y aspiraciones, y también para que cada cual pueda ofrecer a los demás el fruto de su sabiduría. Es una ocasión en verdad notable, y será recordada largo tiempo por los historiadores. ¡Reflexionad! ¡Hace años que nuestras tierras no celebran una convocatoria semejante! Todos los reinos están representados, excepto Skaghane, cuyas gentes aún se resisten a toda asociación. He de señalar además que el rey Aillas aún no ha llegado, pero el príncipe Dhrun hablará con la voz de Troicinet hasta que arribe su padre el rey.

»En cuanto a la conferencia y sus felices propósitos, debemos agradecer la iniciativa del rey Casmir. Él sugirió la idea, afirmando la necesidad de un amplio y fluido contacto entre los gobernantes de los diversos estados. Estoy plenamente de acuerdo. Es hora de entablar francas discusiones para que podamos definir sin titubeos nuestras diferencias y cada cual, en su caso, pactar los compromisos y concesiones decretados por la sensatez y la justicia.

»Dicho esto, y quedando aún mucho por decir, sentémonos a la Cairbra an Meadhan. Los heraldos conducirán a cada cual a su sitio, que está indicado con una lámina de plata grabada con claros caracteres. Los demás ocuparán los divanes dispuestos junto a las paredes.

El rey Audry bajó de la tarima y fue hasta la Mesa Redonda, al igual que los demás soberanos y sus consejeros. Heraldos de librea verde y gris guiaron a los dignatarios hasta sus lugares, indicados en las láminas de plata. Uno de los heraldos se acercó a Dhrun, pero no halló el lugar correspondiente. Rodeó la mesa leyendo los nombres, sin encontrar la inscripción.

Ante un asiento faltaba la lámina de plata, y sólo quedaba la antigua placa de bronce incrustada en la negra madera. El heraldo se detuvo ante ese lugar desocupado, leyó la placa de bronce, se inclinó con incredulidad y leyó de nuevo. Fue hacia el rey Audry y lo condujo hasta el lugar vacío.

El rey Audry leyó una y otra vez. A estas alturas la atención de todos los presentes se concentraba en él. El rey se enderezó lentamente y dijo:

—Damas y caballeros, la Cairbra an Meadhan está imbuida de magia, y ha estado actuando. Ya no hay lámina de plata en este sitio; ha desaparecido. El bronce que durante siglos marcó este lugar dice ahora: «HE AQUÍ EL PUESTO DE DHRUN, DONDE ÉL SE SENTARÁ EN EL MOMENTO INDICADO.» Se hizo el silencio. El rey Audry continuó:

—No comprendo el significado de esta magia, ni el sentido exacto de las palabras. Una cosa es clara: la mesa reconoce la presencia del príncipe Dhrun y ha indicado el lugar que le corresponde. Príncipe Dhrun, puedes sentarte.

Dhrun se adelantó con renuencia. Se detuvo ante la silla y se dirigió al rey Audry.

—Majestad, hoy preferiría no sentarme. Permaneceré de pie, si es posible.

—¡Debes sentarte! —exclamó el rey con exasperación—. Todos estamos esperando a que ocupes tu legítimo puesto.

—Majestad, no estoy preparado para participar en vuestras augustas deliberaciones. Es más atinado que permanezca de pie, hasta que llegue mi padre.

El rey Casmir habló con una voz que pretendía ser serena pero denotaba aspereza.

—¡Vamos! No perdamos más tiempo. Siéntate, príncipe Dhrun. Es lo que todos esperamos de ti.

—En efecto —dijo el rey Audry—. No deseamos deliberar ante un asiento vacío. Debes sentarte.

Madouc ya no pudo contenerse.

—¡Dhrun, no te sientes! —exclamó—. Hoy yo me sentaré en tu lugar, y seré tu representante —echó a correr y ocupó el sitio correspondiente a Dhrun.

Dhrun permaneció junto a la silla y dijo al rey Audry:

—Majestad, así será, por mi propia elección. Hoy la princesa Madouc será mi representante y ocupará mi lugar y, de ser necesario, hablará con mi voz. Así se cumplen las formalidades y la reunión puede comenzar.

—¡Extraña conducta! —exclamó el desconcertado rey Audry—. ¡No comprendo qué está sucediendo!

—¡Es absurdo! —rugió el rey Casmir—. Madouc, ven aquí deprisa, o afrontarás mi temible disgusto.

—No, majestad. Me sentaré aquí. Hoy no es el día apropiado para que Dhrun ocupe su legítimo puesto ante Cairbra an Meadhan.

El rey Casmir se volvió furiosamente hacia el rey Audry.

—Majestad, pido que llames a tus lacayos y saques a esa necia doncella de la silla, para que el príncipe Dhrun ocupe su lugar. De lo contrario, la conferencia no puede continuar con dignidad.

El rey Audry preguntó con voz turbada:

—Madouc, ¿es uno de tus famosos caprichos?

—Majestad, te aseguro lo contrario. Me siento aquí sólo para que el príncipe Dhrun no ocupe hoy su lugar.

—¡Pero, Madouc, mira la placa de bronce! ¡Establece que ese lugar corresponde a Dhrun!

—«En el momento indicado» ¡Pero no hoy!

El rey Audry alzó los brazos en un gesto de derrota.

—No veo perjuicio alguno en la situación. La princesa ocupa ese sitio por voluntad del príncipe Dhrun.

El rey Casmir habló de nuevo:

—Madouc, una vez más te pido que abandones el lugar del príncipe Dhrun, para que él pueda sentarse.

El rey Audry miró en torno. Algunos contraían el rostro con disgusto, otros se divertían, otros no parecían darle importancia.

—Majestad —dijo Audry a Casmir—, opino que ningún daño puede hacerse permitiendo que la princesa Madouc se siente donde desea.

—Con tu permiso —dijo el rey Casmir—, yo mismo me encargaré del asunto. Cassander. ten la bondad de escoltar a Madouc a sus aposentos. Si es preciso, que te ayude Camrols.

Sin inmutarse, Madouc observó cómo se aproximaban Cassander y el corpulento Camrols de Cortón Banwald. Hizo un pequeño ademán y emitió un siseo; Camrols saltó en el aire, donde quedó suspendido un instante agitando los pies. Aterrizó sobre las manos y las rodillas y se quedó mirando a Madouc anonadado. Madouc miró a Cassander y chistó de nuevo, con la misma suavidad que antes. Cassander hizo un extraña cabriola, como si girara en dos direcciones al mismo tiempo, y cayó al suelo, rodando una y otra vez.

—El príncipe Cassander y el caballero Camrols han optado por entretenernos con sus hazañas gimnásticas en vez de molestar a la princesa —dijo Dhrun—. Aplaudo el buen tino de ambos y considero que aquí termina este asunto.

—Comparto esa opinión —dijo el rey Audry—. Evidentemente la princesa tiene buenas razones para su aparente capricho. Tal vez lleguemos a conocerlas luego. ¿Tengo razón, princesa?

—Es muy posible, majestad.

—¡Esto es una farsa! —insistió el rey Casmir—. Henos aquí, soberanos de importantes reinos, sufriendo demora por culpa de una mozuela insolente.

—Tal demora ya no es necesaria —declaró Dhrun—. ¡Qué continúe la reunión!

El rey Casmir descargó un puñetazo en la mesa.

—¡Me siento ofendido y ultrajado! ¡No participaré en esta conferencia hasta que el príncipe Dhrun haya ocupado su legítimo puesto!

Madouc habló con voz clara:

—Veo que debo explicar mi acto y las razones del enojo del rey Casmir. Tal vez sea mejor, a fin de cuentas, que todos conozcan los hechos. Escuchad y os daré la información que me brindó mi madre.

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