Mal de altura (36 page)

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Authors: Jon Krakauer

Tags: #Aventuras, Biografía, Drama

BOOK: Mal de altura
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El quid, por otra parte, no fue la fatiga, sino la temperatura corporal. Es conocida la importancia del oxígeno embotellado como medio para protegerse de la extenuación, el mal de altura y la confusión mental. Lo que ya no sabe tanta gente es que el oxígeno desempeña un papel igual de importante, si no más, a la hora de evitar los paralizantes efectos del frío a gran altura.

El 10 de mayo, cuando empezó a bajar de la Antecima por delante de los demás, Boukreev ya había estado tres o cuatro horas por encima de los 8.750 metros sin recurrir al oxígeno. Durante la mayor parte de ese tiempo estuvo esperando sentado en medio de un gélido vendaval, acumulando cada vez más frío, como le habría ocurrido a cualquier alpinista en su situación. En declaraciones a
Men's journal
, afirmaba Boukreev:

Permanecí en la cima cerca de una hora […] Hacía mucho frío, claro está, y eso te deja sin fuerzas […] Lo que pensé fue que no me convenía estar allí esperando, muerto de frío […] Si te quedas quieto a esa altura vas perdiendo las energías, y luego ya no eres capaz de hacer nada.

Ante el peligro de congelaciones e hipotermia a causa del frío, Boukreev se vio forzado a bajar; de modo que no lo hizo por cansancio, sino debido a la inclemencia del clima.

Para hacernos una idea de hasta qué punto afecta el viento helado a gran altura cuando el alpinista no está utilizando oxígeno adicional, veamos lo que le pasó a Ed Viesturs trece días después del desastre, al conseguir la cima con el equipo de IMAX. Viesturs partió del campamento IV a primera hora del 23 de mayo, unos veinte o treinta minutos por delante de sus compañeros. Si emprendió el camino antes que nadie fue porque, al igual que Boukreev, subía sin oxígeno embotellado (Viesturs, que protagonizaba el documental del IMAX, no estaba contratado como guía en 1996) y le preocupaba no poder seguir el ritmo del equipo de filmación, cuyos miembros utilizaban oxígeno.

Pero Viesturs estaba tan fuerte que nadie consiguió acercársele, a pesar de que él iba abriendo camino con la nieve por las rodillas. Consciente de que para David Breashears era indispensable filmarlo durante el asalto a la cima, Viesturs hizo varias paradas a la espera de que el equipo de filmación le diese alcance. Pero cada vez que se detenía empezaba a sentir de inmediato los efectos debilitadores del frío, y eso que el 23 de mayo fue más caluroso que el día 10. El miedo a sufrir congelaciones o algo peor lo decidió cada vez a reanudar su ascensión antes de que sus compañeros se hubieran acercado lo suficiente para filmarlo subiendo. «Ed es tan fuerte como Anatoli, si no más —explicaba Breashears un mes después de la tragedia—, pero sin oxígeno, cada vez que paraba a esperarnos le entraba frío». En consecuencia, Breashears se quedó sin poder filmar a Viesturs más allá del campamento IV (las imágenes del asalto a la cima que aparecen en la película fueron filmadas en fecha posterior). Lo que trato de decir es que Boukreev tuvo que ponerse en movimiento por la misma razón que Viesturs: para no quedarse helado. Sin oxígeno adicional nadie —ni siquiera los alpinistas más fuertes— puede quedarse atrás en los tramos superiores del Everest.

«Yo lo siento —insiste Breashears—, pero fue una increíble irresponsabilidad por parte de Anatoli subir sin oxígeno. Por más fuerte que uno sea, escalar el Everest de esa forma lo pone a uno al límite de sus esfuerzos. Así no se ayuda a los clientes. Anatoli es un hipócrita cuando dice que el motivo de que bajara es que Scott lo mandó a preparar té. Para eso ya había sherpas en el collado Sur. El único sitio donde debe estar un guía es con sus clientes o justo detrás de ellos, respirando oxígeno embotellado y listo para asistir al que lo necesite».

Que nadie se llame a engaño: existe un fuerte consenso entre los guías de alta montaña más respetados, así como entre los expertos en el esotérico campo de la medicina/fisiología de alta montaña, sobre la irresponsabilidad de guiar clientes al Everest sin emplear oxígeno embotellado. De hecho, durante su proceso de documentación para
The Climb
, DeWalt pidió a un ayudante que llamara al doctor Meter Hackett, una autoridad mundial en los efectos debilitadores de la altitud extrema, a fin de solicitar su opinión profesional sobre el asunto del oxígeno. Hackett —que coronó la cima del Everest en 1981 formando parte de una expedición médica— dice que él respondió de manera inequívoca que en su opinión era peligroso y desaconsejable guiar en el Everest sin ayuda de oxígeno adicional, incluso en el caso de un alpinista físicamente tan dotado como Boukreev. Curiosamente, después de recabar la opinión del doctor Hackett, DeWalt no hizo mención de ella en
The Climb.

En numerosas ocasiones durante la promoción de su libro, Boukreev y DeWalt afirmaron que Reinhold Messner —el alpinista más completo y respetado de la era moderna— aprobó la actuación de Boukreev en el Everest, incluida su decisión de no usar oxígeno embotellado. En noviembre de 1997 Boukreev me aseguró, cara a cara: «Messner dice que yo hice lo correcto». En la página 231 de
The Climb
, refiriéndose a mis críticas sobre su comportamiento en la cima, DeWalt cita a Boukreev con estas palabras:

Me sentí injustamente maltratado por las pocas voces que habían conseguido conquistar la imaginación de la prensa estadounidense. Si no llega a ser por el respaldo de colegas europeos como [ … ] Reinhold Messner, me habría dejado deprimir por lo que piensan los americanos que yo puedo ofrecer a la profesión.

Lamentablemente, como tantas otras afirmaciones leídas en
The Climb
, la de Boukreev/DeWalt sobre la aprobación de Messner ha resultado ser falsa.

En febrero de 1998, durante un encuentro que mantuvimos en Nueva York, Messner afirmó sin ambigüedades ante el micrófono de una grabadora que para él había sido una equivocación que Boukreev bajase antes que sus clientes. Messner especulaba, a micrófono abierto, que si Boukreev hubiera permanecido con sus clientes, la tragedia habría tenido un resultado muy distinto. Añadió que nadie debería guiar en el Everest sin oxígeno embotellado, y que Boukreev se equivocaba al pensar que Messner aprobaba su comportamiento.

Muchos de los que estuvimos allí aquel mes de mayo cometimos errores. Como ya he indicado más arriba, mis propios actos tal vez contribuyeron a la muerte de dos de mis compañeros de equipo. No me cabe duda de que Boukreev tenía buenas intenciones el día del asalto a la cima. Lo que me inquieta, sin embargo, es su negativa a aceptar la posibilidad de que tomara al menos una decisión poco acertada. Nunca llegó a sugerir que tal vez no fue muy buena idea subir sin oxígeno o bajar antes que sus clientes. Y se obcecaba en decir que en similares circunstancias volvería a tomar las mismas decisiones.

Aunque yo he criticado algunos aspectos de la actuación de Boukreev, siempre me he apresurado a recalcar que se comportó heroicamente en las primeras horas del 11 de mayo. Nadie pone en duda que Anatoli Boukreev salvó la vida de Sandy Pittman y de Charlotte Fox, arriesgando la suya propia; eso lo he dicho en numerosas ocasiones y en distintos lugares. Admiro enormemente a Boukreev por aventurarse solo en la tormenta cuando todos los demás estábamos incapacitados en nuestras tiendas, y por rescatar a los escaladores extraviados. Pero algunas decisiones que tomó aquel mismo día y en días anteriores son preocupantes, y un periodista decidido a escribir un relato sincero y completo de la tragedia no podía pasarlas por alto.

A decir verdad, en el Everest presencié muchas cosas inquietantes, y lo habrían sido aun cuando el desastre no se hubiera producido. Fui enviado a Nepal con el encargo de escribir acerca de las expediciones guiadas a la montaña más alta del mundo. Mi obligación, como profesional, era valorar la aptitud de guías y clientes, y proporcionar al público lector una visión clara y de primera mano sobre cómo se desarrollan esas experiencias. Estoy convencido, además, de que tenía el deber —para con los otros supervivientes, para con las familias afectadas y para con mis compañeros que no volvieron a casa— de aportar un informe completo sobre lo que sucedió en el Everest en 1996, al margen de la recepción que pudieran tener mis palabras. Y eso es lo que hice, basándome en mi amplia experiencia como periodista y montañero a fin de escribir el relato más honesto y preciso posible.

La polémica en torno a lo ocurrido en 1996 tomó un giro terrible cuando el día de Nochebuena de 1997, seis semanas después de publicarse
The Climb
, Anatoli Nikolaevich Boukreev moría en el Annapurna, el décimo pico más alto del mundo, a causa de un alud. Su pérdida fue llorada en el mundo entero. A sus treinta y nueve años, Boukreev era un espléndido atleta dotado de un tremendo coraje. A decir de todos, fue un hombre extraordinario y muy complejo.

Boukreev se había criado en una mísera población minera soviética al sur de los montes Urales. Según el periodista británico Peter Gillman, que escribe para el London Mail, cuando Boukreev era un muchacho su padre

se ganaba la vida a duras penas haciendo zapatos y reparando relojes. Eran cinco hijos en una pobre casa de madera sin sanitarios […] Boukreev soñaba con huir de allí. La montaña le brindó la oportunidad que esperaba.

Boukreev aprendió a escalar a la edad de nueve años, y pronto empezó a destacar por sus inusuales dotes físicas. Con dieciséis años ganó una codiciada vacante en un campamento de montañeros soviéticos situado en los montes de Tian Shan, en Kazajistán. A los veinticuatro fue seleccionado para formar parte del equipo nacional de alpinismo, un grupo de élite, lo cual le valió unos buenos estipendios, mucho prestigio y otros beneficios tangibles y no tangibles. En 1989 escaló el Kanchenjunga, el tercer pico más alto del mundo, como miembro de una expedición soviética, y a su regreso a su casa en Almaty, Kazajstán, fue condecorado por el entonces presidente Mijaíl Gorbachov.

Debido a los conflictos que acompañaron al nuevo orden mundial, esta halagüeña situación no duró mucho tiempo. Como explica Gillman.

La Unión Soviética se desintegraba. Dos años después Gorbachov dimitió y Boukreev —que había coronado recientemente el Everest— vio desvanecerse su estatus y sus privilegios. «No teníamos nada —le dijo a [Linda] Wylie, su novia estadounidense—. No había dinero, tenías que hacer cola para el pan…» Boukreev decidió no sucumbir; si el sistema comunista había desaparecido, él se adaptaría al nuevo mundo de la empresa privada utilizando para ello su pericia de escalador y su determinación.

En un recordatorio de Boukreev pasado por Internet a principios de 1997, su amiga Fran Distefano-Arsentiev recordaba:

Fue una época desesperada para Boukreev; el mero hecho de poder comprar comida era ya un lujo… La única oportunidad que un alpinista soviético tenía de ir al Himalaya era competir dentro del sistema y conquistar ese privilegio. Poder viajar libremente al Himalaya, dejando a un lado que fueras o no competente como escalador, no era una opción, sino un sueño […] Antes de que Buka se hiciera famoso, hubo un tiempo en que nada le resultaba fácil, pero porfió en sus sueños con una tenacidad y un vigor como no he visto en ninguna otra persona.

Boukreev se convirtió en una especie de nómada en busca de montañas y de dinero con que salir adelante. A fin de ganarse la vida, trabajó como guía en el Himalaya, Alaska y Kazajistán; hizo demostraciones en tiendas de montañismo estadounidenses, y alguna que otra vez realizó trabajos corrientes. En todo ese tiempo, sin embargo, no dejó de acumular un extraordinario récord de grandes ascensiones, acercándose cada vez más a su objetivo de coronar los catorce ochomiles.

Aunque adoraba escalar y le encantaba estar en la montaña, Boukreev nunca fingió que le gustara guiar. En
The Climb
hablaba con mucha ingenuidad al respecto:

Ojalá pudiera ganarme la vida de otra manera […]. Ya no estoy a tiempo de encontrar otro sistema para financiar mis objetivos personales; sin embargo, aun con muchas reservas trabajo para llevar a personas sin experiencia a ese mundo [el del peligroso alpinismo de alta montaña].

Así que continuó llevando novatos a los grandes picos, incluso después de haber pasado por los horrores del desastre de 1996.

En la primavera de 1997, justo un año después, Boukreev accedió a guiar a un equipo de oficiales del ejército indonesio que esperaban convertirse en los primeros de esa nación isleña en ascender al Everest (ninguno de ellos tenía la menor experiencia en escalada ni, a decir verdad, había visto jamás la nieve con sus propios ojos). Como ayudantes, Boukreev contrató a dos avezados alpinistas rusos, Vladimir Bashkirov y Eugeni Vinogradski, y al sherpa Apa, que había subido siete veces al Everest. En 1997, a diferencia del año anterior, todos los miembros del equipo contaron con botellas de oxigeno para intentar la conquista de la cima, incluido Boukreev —a pesar de su insistencia en que para él era más seguro «subir sin oxígeno adicional para evitar así la súbita pérdida de aclimatación que se da cuando se agotan las existencias»—. Hay que resaltar también que en 1997 Boukreev apenas se alejó unos pasos de sus clientes el día del ataque a la cumbre.

El equipo partió del collado Sur pasada la medianoche del 26 de abril. A eso del mediodía, Apa, que iba en cabeza, llegó al escalón Hillary, donde encontró el cuerpo de Bruce Herrod
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colgando de una vieja cuerda fija. Gateando sobre el fotógrafo muerto, Apa, Boukreev y el resto del equipo indonesio siguieron arista arriba.

Eran ya las 15:30 cuando Asmujiono Prajurit, el primer indonesio, siguió a Boukreev hasta la cima. Permanecieron allí sólo diez minutos antes de bajar, y fue entonces cuando Boukreev obligó a los otros dos indonesios a dar marcha atrás, pese a que uno de ellos estaba apenas a treinta metros de la cumbre. El grupo sólo pudo bajar hasta el Balcón aquella noche. Allí vivaquearon en malas condiciones a 8.500 metros, pero gracias a la dirección de Boukreev y a una insólita noche sin viento, todo el mundo bajó sin novedad hasta el collado Sur el 27 de abril. «Tuvimos suerte», admitió el alpinista ruso.

Boukreev y Vinogradski se detuvieron en el descenso al campamento IV para cubrir de piedras y nieve el cuerpo de Scott Fischer, a 8.400 metros. «Fue un último gesto de respeto por un hombre al que yo consideraba la mejor y más brillante expresión de la persona estadounidense —afirmaba Boukreev en
The Climb
—. Recuerdo a menudo su amplia sonrisa y su actitud positiva. Soy un tipo complicado y confío en recordarle siempre tratando de seguir un poco su ejemplo». Al día siguiente Boukreev recorrió el collado Sur hasta la cara del Kangshung, donde localizó el cadáver de Yasuko Namba, lo cubrió de piedras como mejor pudo y reunió algunas de sus pertenencias para hacerlas llegar a la familia.

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