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Authors: Jon Krakauer

Tags: #Aventuras, Biografía, Drama

Mal de altura (15 page)

BOOK: Mal de altura
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Para entonces, Scott se había puesto en marcha hacia el campamento II a fin de ayudar a Tim Madsen, que había quedado exhausto al bajar a Ngawang por el Cwm Occidental y estaba aquejado de un caso leve de edema pulmonar. En ausencia de Fischer, Hunt consultó a los otros médicos que había en el campamento base, pero se vio obligada a tomar decisiones de peso por sí misma. Tal como uno de sus colegas comentó después, «Ingrid estaba totalmente desbordada».

A sus treinta y dos años, sin experiencia en escalada y recién concluida su residencia como médico de cabecera, Hunt había trabajado asiduamente como voluntaria en las estribaciones del este de Nepal, pero no tenía experiencia previa en medicina de alta montaña. Había conocido casualmente a Fischer meses atrás en Katmandú, y él, cuyo permiso en el Everest estaba a punto de caducar, la invitó a acompañarlo en su próxima expedición en el doble papel de médico del equipo y responsable del campamento base.

Aunque en una carta remitida a Fischer en enero expresó cierta reticencia respecto a la invitación, Hunt aceptó finalmente el empleo no remunerado y llegó a Nepal a finales de marzo, ansiosa de contribuir al éxito de la expedición. Las exigencias de dirigir el campamento base y simultáneamente atender las necesidades médicas de unas veinticinco personas superaron, sin embargo, sus expectativas. (Por contra, Rob Hall pagaba a dos experimentados miembros de pleno derecho —Caroline Mackenzie y Helen Wilton— para que hiciesen lo que Hunt debía atender ella sola y sin cobrar.) Para complicar las cosas, Hunt tenía problemas de aclimatación, y durante la mayor parte de su estancia en el campamento base sufrió fuertes cefaleas y dificultades respiratorias.

El martes por la noche, después de que la evacuación se suspendiera y Ngawang fuera devuelto al campamento base, el estado del sherpa se agravó paulatinamente, en parte porque tanto Ngima como él mismo frustraban obstinadamente los esfuerzos de Hunt por tratar su enfermedad, insistiendo en que no tenía edema pulmonar. Ese mismo día la doctora Mackenzie había enviado un mensaje urgente por radio al doctor estadounidense Jim Litch, pidiéndole que acudiera con la máxima rapidez al campamento base para tratar a Ngawang. El doctor Litch —un prestigioso experto en medicina de alta montaña que había coronado el Everest en 1995— llegó a las siete de la tarde desde Pheriche, donde trabajaba como voluntario en la clínica de la Asociación de Salvamento del Himalaya. Halló a Ngawang tumbado en una tienda, atendido por un sherpa que le había permitido quitarse la mascarilla de oxígeno. Muy alarmado por el estado de Ngawang, no comprendió por qué no lo habían evacuado del campamento base. Litch localizó a Hunt, que estaba enferma en su tienda, y le expresó sus temores.

Para entonces Ngawang estaba medio inconsciente y tenía grandes dificultades para respirar. Se solicitó una evacuación para el miércoles, 24 de abril, por la mañana, pero las nubes y las ráfagas de nieve impidieron la llegada del helicóptero, de modo que Ngawang fue metido en una cesta grande y transportado a Pheriche, bajo la vigilancia de Hunt, a la espalda de varios sherpas.

Aquella tarde Rob Hall no podía disimular su preocupación. «Ngawang lo tiene mal —dijo—. Es uno de los peores casos de edema pulmonar que he visto nunca. Deberían haberlo evacuado ayer, cuando aún se podía. Si en lugar de un sherpa hubiera enfermado un cliente de Fischer, no creo que lo hubiesen tratado de forma tan chapucera. Cuando consigan llegar a Pheriche, es probable que ya sea demasiado tarde».

Ngawang llegó a la clínica de la HRA el miércoles por la tarde tras un trayecto de más de nueve horas desde el campamento base. Su estado se había agravado aún más, pese a que ahora estaba a 4.300 metros (altitud no mucho mayor que la del pueblo en que había pasado casi toda su vida), lo que obligó a Hunt a ponerlo dentro de la bolsa de Gamow en contra del deseo del enfermo. Incapaz de comprender las ventajas de la cámara hiperbárica, que le producía pánico, Ngawang pidió que llamasen a un monje budista y, antes de consentir que lo encerraran en su claustrofóbica cámara, solicitó disponer de unos libros de oraciones.

Para que la bolsa de Gamow funcione correctamente, es necesario que un ayudante inyecte continuamente aire fresco en la cámara con una bomba de pie. Dos sherpas se turnaban con ésta, mientras una Hunt agotada vigilaba el estado de Ngawang a través de una ventanilla de plástico en la cabecera de la cámara. Alrededor de las ocho de la tarde, uno de los sherpas, Jeta, advirtió que Ngawang echaba espumarajos por la boca y que no respiraba. Hunt rasgó de inmediato la bolsa y diagnosticó que Ngawang había sufrido un paro cardíaco, al parecer por aspirar parte de su propio vómito. Mientras iniciaba la reanimación cardiopulmonar, gritó pidiendo auxilio al doctor Larry Silver, uno de los voluntarios del personal de la Asociación de Salvamento del Himalaya, que se hallaba en la estancia contigua.

«Llegué a los pocos segundos —recuerda Silver—. Ngawang tenía la piel de color azul. Había vomitado en abundancia y tenía el rostro y el pecho cubiertos de esputo rosado. Era un desagradable espectáculo. Ingrid estaba haciéndole el boca a boca, a pesar del vómito. Al observar esta situación, pensé: Este tipo morirá a menos que lo entubemos.» Silver se fue corriendo a la clínica cercana en busca de un equipo de emergencia, luego le insertó a Ngawang un tubo endotraqueal por la boca y empezó a introducir oxígeno en sus pulmones, primero soplando con la boca y luego con una bomba manual de goma, momento en que el sherpa recobró el pulso y la presión sanguínea. Sin embargo, cuando su corazón empezó a latir de nuevo, habían transcurrido aproximadamente diez minutos durante los cuales el cerebro del sherpa había recibido muy poco oxígeno. Como señala Silver: «Diez minutos sin pulso y sin suficiente nivel de oxígeno en sangre bastan para causar graves daños neurológicos». A lo largo de las cuarenta horas siguientes, Silver, Hunt y Litch se turnaron para insuflar oxígeno en los pulmones de Ngawang con la bomba manual, apretándola veinte veces por minuto. Cuando las secreciones se acumulaban y ocluían la tráquea, Hunt las extraía succionando con la boca a través del tubo. Finalmente, el viernes 26 de abril, el tiempo mejoró lo suficiente como para que fuera posible evacuar a Ngawang, que fue trasladado en helicóptero al hospital de Katmandú. Sin embargo, no se recobró. Durante las semanas que siguieron, languideció en el hospital con los brazos retorcidos a los lados del cuerpo, mientras los músculos se le atrofiaban e iba perdiendo peso hasta quedarse en 35 kilos. Falleció a mediados de junio, dejando en Rolwaling mujer y cuatro hijas.

Curiosamente, el grueso de los expedicionarios presentes en el Everest estaba menos al corriente de la agonía de Ngawang que decenas de miles de personas en todo el mundo. La trama informativa fue posible gracias a Internet, y para quienes nos encontrábamos en el campamento base aquello era poco menos que surrealista. Cualquiera podía llamar a casa por teléfono vía satélite y enterarse, por ejemplo, de lo que los surafricanos estaban haciendo en el campamento II a través de alguien que había estado navegando por la red desde Nueva Zelanda o Michigan. Los corresponsales presentes en el campamento base podían mandar noticias
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desde cinco direcciones de Internet.

El equipo surafricano tenía una página web, como también la expedición comercial de Mal Duff.

Nova
, el programa televisivo de la PBS, producía una elaborada y muy informativa página web con colaboraciones diarias a cargo de Liesl Clark y la eminente historiadora del Everest Audrey Salkeld, que eran miembros de la expedición MacGillivray Freeman IMAX (Encabezado por el premiado realizador y alpinista experto David Breashears, que había sido guía de Dick Bass cuando éste coronó el Everest en 1985, el equipo de IMAX estaba rodando una película, cuyo presupuesto era de cinco millones y medio de dólares, para pantalla gigante.) La expedición de Scott Fischer contaba con no menos de dos personas escribiendo noticias para un par de páginas web rivales.

Jane Bromet, que enviaba informes telefónicos diarios para
Outside Online
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, estaba incluida en el equipo de Fischer, pero no era cliente y no tenía permiso para subir más allá del campamento base. El otro corresponsal de Internet en el equipo de Fischer sí era cliente, y tenía intención de ir enviando noticias diarias para NBC Interactive Media hasta llegar a la cumbre. Su nombre era Sandy Hill Pittman, y en toda la montaña no había nadie que llamara tanto la atención o generara tanto cuchicheo como ella.

Millonaria, miembro de la jet-set y escaladora, Pittman iba a intentar su tercera escalada al Everest. Esta vez estaba más resuelta que nunca a conquistar la cumbre y así completar su muy alardeada cruzada para coronar las Siete Cimas.

En 1993, Pittman se apuntó a una expedición guiada que debía atacar la ruta del collado Sur, y causó un auténtico revuelo al presentarse en el campamento base con su hijo de nueve años, Bo, y una niñera que debía cuidar de él. Pittman, sin embargo, tuvo bastantes problemas y se vio obligada a dar media vuelta cuando sólo había llegado a los 7.400 metros.

Regresó al Everest en 1994 tras reunir más de un cuarto de millón de dólares de diversos patrocinadores a fin de asegurarse el concurso de cuatro de los mejores alpinistas estadounidenses: Breashears (que tenía contrato con la NBC para filmar la expedición), Steve Swenson, Barry Blanchard y Alex Lowe. A Lowe, posiblemente el escalador más completo del mundo, lo contrató como guía personal, empleo por el que cobró una sustanciosa cantidad.

Adelantándose a Pittman, los cuatro hombres tendieron cuerdas en la vertiente del Kangshung, una pared extraordinariamente difícil y peligrosa de la vertiente tibetana del Everest. Gracias a la ayuda de Lowe, Pittman ascendió por la cuerda fija hasta los 6.700 metros, pero de nuevo hubo de desistir antes de alcanzar la cima; esta vez fue por culpa del tiempo peligrosamente inestable que obligó a todo el equipo a abandonar la ascensión.

Hasta que topé con ella en Gorak Shep durante la excursión al campamento base, nunca había visto a Pittman cara a cara, aunque hacía años que oía hablar de ella. En 1992,
Men's Journal
me encargó escribir un artículo sobre un viaje en Harley-Davidson de Nueva York a San Francisco en compañía de Jann Wenner —la legendaria y riquísima editora de
Rolling Stone, Men's Journal y Us
— y varios de sus pudientes amigos, entre los que se contaban Rocky Hill, el hermano de Sandy Pittman y el marido de ésta, Bob Pittman, cofundador de MTV.

La espectacular motocicleta llena de cromados que me proporcionó Jann Wenner era una delicia de máquina, y mis compañeros de excursión fueron bastante amables; pero yo tenía muy poco en común con ellos, y no olvidemos que estaba allí contratado por Jann. Durante la cena, Bob, Jann y Rocky compararon los distintos aviones que poseían (Jann me recomendó que la próxima vez que quisiera comprarme un reactor privado eligiera un Gulfstream IV), hablaron de sus fincas en el campo y de Sandy (quien, a la sazón, estaba escalando el monte McKinley). «Hombre —dijo Bob cuando se enteró de que yo también era alpinista—, tú y Sandy tendríais que juntaros para escalar alguna montaña». Y eso es lo que hicimos, cuatro años después.

Con su metro setenta y ocho, Sandy Pittman era cinco centímetros más alta que yo. Su corte de pelo, demasiado masculino, se veía siempre perfecto incluso a cinco mil metros de altitud. Exuberante y directa, Sandy se había criado en el norte de California, donde, de pequeña, su padre le había enseñado a acampar, caminar y esquiar. Dedicada a los placeres y libertades de la montaña, siguió practicando sus actividades al aire libre durante los años de universidad, aunque la frecuencia de sus excursiones disminuyó bruscamente a mediados de los años setenta después de que se mudara a Nueva York tras un frustrado primer matrimonio.

En Manhattan, Sandy trabajó como encargada de compras para Bonwit Teller, como redactora de promoción para
Mademoiselle
y como redactora de belleza en una revista llamada
Bride's
, hasta que en 1979 se casó con Bob Pittman. Preocupada siempre por acaparar la máxima atención, Sandy consiguió que su nombre y su imagen aparecieran habitualmente en las columnas de sociedad de la prensa neoyorquina. Se codeaba con Blaine Trump, Tom y Meredith Brokaw, Isaac Mizrahi, Martha Stewart… A fin de hacer más fáciles los trayectos entre su opulenta mansión de Connecticut y el apartamento en Central Park West, rebosante de obras de arte y provisto de sirvientes uniformados, ella y su marido compraron un helicóptero y aprendieron a pilotarlo. En 1990 Sandy y Bob Pittman salieron en la portada de la revista
New York
como «La pareja del momento».

Poco tiempo después Sandy inició su costosa y muy pregonada campaña para convertirse en la primera mujer estadounidense que escalaba las Siete Cimas. La última, el Everest, se le resistió, y en marzo de 1994 Sandy Pittman perdió la delantera ante una alpinista y comadrona de cuarenta y siete años, natural de Alaska, llamada Dolly Lefever. Aun así, Pittman siguió empeñada en hacer el Everest.

Como Beck Weathers observaba una noche en el campamento base, «cuando Sandy se propone escalar una montaña, no lo hace exactamente como lo haríamos tú o yo». En 1993 Beck había estado en la Antártida realizando una ascensión al monte Vinson al mismo tiempo que Pittman hacía lo propio con otro grupo. Beck recordaba entre risas que «Sandy venía con una descomunal bolsa de lona llena de
delicattessen
que ni entre cuatro podían levantar. Traía también un televisor portátil con vídeo incluido para poder ver películas en su tienda. En fin, hay que reconocerlo: pocas personas van de escalada tan a lo grande». Beck afirmó que Pittman había compartido generosamente el botín con el resto de los alpinistas y que era «una persona agradable e interesante de conocer».

Para su ataque al Everest de 1996, Pittman volvió a reunir la clase de equipo poco visto en los campamentos de montaña. El día antes de partir hacia Nepal, en uno de sus primeros envíos a NBC Interactive Media, decía efusivamente:

Mis efectos personales ya están empaquetados [ … ] Me parece que traigo tanto material informático como de escalada [ … ] Dos portátiles IBM, una cámara de vídeo, tres de 35 milímetros, una cámara digital Kodak, dos grabadoras, un lector de CD-ROM, una impresora y suficientes (eso espero) placas solares y pilas de recambio para que todo funcione […] Jamás me iría de Nueva York sin una buena provisión de café de Dean & DeLuca y mi máquina espresso. Como estaremos en el Everest por Pascua, he traído cuatro huevos de chocolate. Igual me da por esconderlos a 5.500 metros!

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