—¡Coño! —grita—. Me he jodido el pie.
Ric no lo duda ni un segundo. Entra en el garaje, hurga entre las herramientas y sale con un sacaclavos.
—Me da igual romper el tornillo.
Hace palanca y arranca el último tramo. Jean-Michel se coloca a su lado y levantan el panel.
—Xavier, arranca y sal pitando.
En el momento en que gira la llave, el tubo de escape suelta una enorme nube negra. No sufráis por el medio ambiente porque Jean-Michel ha aspirado la mayor parte del humo. Seis años de tabaquismo pasivo en menos de un segundo. Es un auténtico héroe.
Con las luces apagadas, el XAV-1 viene lentamente hacia nosotros marcha atrás. Incluso a mí me parece que el motor hace un ruido magnífico. Ric lo guía.
El coche recula un poco más. Gira y se coloca para salir. Xavier baja la ventanilla:
—¿Pasa?
—Sigue. Ponte a salvo. Nos vemos en tu casa.
Ric coge el
walkie
.
—Vigilancia sur y verja, reuníos en la puerta. El XAV-1 llega.
Xavier sale y, en la noche, el enorme bólido se desliza entre las calles de flores.
Ric no pierde el tiempo.
—Jean-Michel, vete a descansar al garaje, yo colocaré todo con Nathan. Julie, ve con él y cúralo.
—¿Podréis los dos solos?
—No te preocupes. No puedes hacer nada.
Con Nathan comienza a levantar los tramos uno a uno detrás de mí. Ahí está, del otro lado de la verja, trabajando en silencio.
Jean-Michel se retuerce de dolor.
—Apóyate en mi hombro, vamos a casa de Xavier a ver qué es lo que tienes.
Alguien llama a la puerta de Xavier. Santo y seña correcto. Ahí está Ric. Salto literalmente a sus brazos. Mi mejilla sucia contra la suya llena de tierra. Los brazos alrededor de su cuello. Aprieto con todas mis fuerzas. Pone sus manos en mi espalda. Es quizás la diferencia de actitud lo que hace que me percate de lo que estoy haciendo. Me da igual, ha estado genial, y con toda la porquería que tengo en la cara, no puede ver que estoy roja como un tomate. Lo llevo hasta el salón donde Jean-Michel está tumbado con hielo en el tobillo y rodeado de chicas. El reposo del guerrero. Ric pregunta qué tal todo. Jean-Michel sobrevivirá. Sin embargo, el diagnóstico de su orgullo está complicado.
—¿Tenemos noticias de Xavier? —me pregunta Ric.
—Me ha llamado. Todo va bien. Estará aquí en breve.
Las chicas se cuentan los sudores fríos que han tenido. Jean-Michel se calla, o puede que esté meditando. Nathan sirve bebidas a todos, pero esperamos a Xavier para brindar.
Ric se acerca a mí.
—Has estado perfecta. Un verdadero soldado de élite.
—¿Lo crees de verdad?
—Has actuado como una profesional.
—A mí me impresionó tu sangre fría.
Llaman de nuevo. Es un código, pero no el correcto. Me acerco a la puerta:
—¿Quién es?
—Soy yo —dice Sophie—, abre, se me ha olvidado el santo y seña y como no me abras pronto me voy a mear en el rellano.
Minutos más tarde, Xavier se nos une. Por fin el equipo está al completo. Hemos ganado. Juntos, hemos hecho bien una locura. Como si fuéramos expertos, aparte de los surcos de los neumáticos en el césped, no nos hemos dejado ningún cabo suelto. Estamos tan satisfechos por haberlo logrado que, para celebrarlo, hacemos ahora todo el ruido que no hemos podido hacer durante la operación. Cantamos canciones de dibujos animados. ¿Os imagináis a un grupo de élite cantando eso?
Y allí, mientras todo el mundo brinda y se cuenta sus respectivas experiencias, tengo un ataque de pánico y me pongo a temblar. Es mi primera crisis de histeria. Sophie se acerca. No parece alarmada.
—Bravo, querida, sin un minuto de retraso.
Sollozo, me cuesta hablar:
—¿De qué hablas?
—De tu conciencia programada. Justo dos horas después. Ahora, tarada, ¿te das cuenta de lo que nos has hecho hacer?
Sé lo que me podría tranquilizar: una buena ducha fría, con Ric, sin ropa.
En las semanas que siguieron algo había cambiado. Desde aquella tarde, todos los que habían participado en la operación comparten ahora un lazo más fuerte, un secreto. Como diría Xavier, somos veteranos de guerra.
Los días que no nos vemos, Ric y yo nos llamamos por teléfono. Y llegados a este punto, tengo la tentación de plantear la gran pregunta de la noche: ¿Hasta cuándo es razonable esperar a que un hombre os bese o intente hacer el amor? Entre los invitados, tenemos un profesor de gimnasia que se cree un dios, especialista en psicología masculina; Géraldine Dagoin, experta en clips; un comercial con su excavadora y su hoyo, y un gato.
No digo que lo que hay ahora entre Ric y yo sea la peor de las opciones posibles. Pero tengo miedo de que a fuerza de desmontar vallas, de taponar calentadores y de evitar incendios, acabemos siendo los mejores amigos, los mejores colegas del mundo (y nada más). Nuestras actividades no tienen nada que ver con las de unos jóvenes que intentan ligar. Es cierto que hemos ido a un concierto, pero si tengo que ponerle un adjetivo, no sería «romántico» el primero de la lista. ¿Qué debo hacer?
En la panadería marcha todo muy bien. Me llevo bien con el resto del equipo, que ya no echa nada de menos a Vanessa. Denis suele buscarme para que pruebe sus nuevas recetas, Nicolas me enseña nuevas palabras, lo que me ha permitido tratar al señor Calant de «asquenoble» haciéndole creer que es un adjetivo que se utilizaba para designar a las familias más poderosas de la zona. Incluso la señora Bergerot se partía de risa.
Es más, he espabilado mucho como dependienta, puedo escuchar los chismes y rumores que se cuentan en la panadería a lo largo del día, a la vez que envuelvo los pasteles más complejos. Por ejemplo, unos días después de la operación XAV-1, unos clientes contaban que unos maleantes habían forzado las vallas del parque para escapar de la policía y que su vehículo se había volatilizado misteriosamente en el camino lateral. La señora Touna confirmó incluso que había huellas de neumáticos en la arena que todavía eran visibles. Unos días más tarde, escuché hablar de un ovni que había sobrevolado la ciudad aquella noche; algunos afirmaban haber visto una nave espacial enorme y negra volando a ras de suelo por el parque, sin duda para recoger muestras de nuestra fauna y flora. Lo que me hizo reír durante un buen rato.
Finalmente, este trabajo es un fabuloso puesto de observación para quien se interese por sus semejantes. Se ve desfilar a nuestros congéneres tal y como son. No hacen falta dependientes en las panaderías, sino antropólogos y especialistas en psicología. No merece la pena esperar a que una civilización desaparezca para desenterrar sus restos e intentar comprenderla. Si se quiere capturar la realidad de los individuos y de la especie, solo hay que dedicarse a vender pan.
Desde mi puesto, no tengo ni las ganas ni la intención de juzgar cuanto oigo. Pero aprendo. A veces, me conmuevo o me quedo en shock, pero por encima de las anécdotas, se forma en mí una definición del ser humano bastante simple y aceptable. La inteligencia es un factor importante, también la educación y el aspecto físico, pero sobre todo la gente se define por lo que elige libremente hacer o contar. El resultado, aunque infinito, se divide naturalmente entre dos grandes polos. A fuerza de ver desfilar a gente de todo tipo, de todas las edades y de toda condición, me doy cuenta de que se puede dividir a la humanidad entre los que aman y los que ni siquiera saben lo que eso significa. Los afectuosos y los otros. Desde entonces, me divierte observarlos a través de este filtro. El resultado es sorprendente. Se traduce tanto en la manera de ser como en la de actuar. En la forma con que alguien te mira o coge el cambio, todo son muestras. Desde el más mínimo buenos días hasta la puerta que se cierra en las narices del que está detrás. Algunos son buenos escondiéndose tras su fachada de duros, y tienen un corazón de oro. Otros intentan pasar por amables, pero solo piensan en lo que les interesa. Incluso yo pensé que era una idea muy simple en un primer momento, sin embargo, intentadlo, ya veréis como funciona.
Inevitablemente, me hice la misma pregunta respecto a la gente que conozco (Sophie, la señora Roudan, Mohamed, Xavier y mis padres y el caso que más me afecta: Ric).
Y como siempre, nada era ni blanco ni negro, pero en cuanto a él me parece aún más difícil tener una visión imparcial. ¿Será porque mi teoría es estúpida o porque no se libra de la condena? Sus actos y comportamientos revelan a una persona amable. No obstante, está claro que esconde algo. Piensa, Julie, de la respuesta depende sin duda buena parte de tu vida.
Por la tarde, cuando Ric me preguntó si podía pasar a verme, os aseguro que me imaginé de todo. Mi mente, para que no la pillaran desprevenida, se había formado todo tipo de respuestas para cada caso posible:
«¿Vamos a un restaurante?»
Eso es un sí.
«¿Quieres que salgamos?»
Eso es un sí.
«¿Puedo besarte aquí y aquí?»
Eso es un sí.
«¿No tienes calor con ese vestido tan ligerito?»
Eso es un sí.
«¿Quieres casarte conmigo?»
Eso es un sí.
Sobra decir que estaba lista para cualquier cosa. Pero ya conocéis el don que tienen los hombres para sorprendernos.
—Tengo que ausentarme unos días. Pero no confío demasiado en la llave de paso del agua. Me gustaría saber si de vez en cuando podrías subir a mi casa para comprobar que no se ha convertido en una piscina.
«Qué pena que no vivas encima de la casa de la señora Roudan, eso le regaría el huerto».
Reconozco que no me había planteado esa opción. Pero es un sí, de todos modos. Además, Ric parece preocupado.
—Sin querer ser indiscreta, ¿es algún problema lo que te obliga a irte?
—No, no es nada grave.
—¿Tus padres están bien?
—Todo va bien, de verdad.
—Puedes contar conmigo para lo del apartamento.
—Muchas gracias.
—¿Quieres también que te recoja el correo?
—No te preocupes, solo serán cinco o seis días.
«¿Cinco o seis? Aclárate. Es por calcular cuántas canas me van a salir».
—Si hay una fuga, ¿te llamo al móvil?
—Quizá no pueda cogértelo, pero deja un mensaje y avisa a Xavier.
Ausente. Destino desconocido. Sin fecha de regreso. Imposible de localizar.
—¿Cuándo te vas?
—Mañana, temprano.
Siento una fisura en mi estado de ánimo. Me esfuerzo por impedir que la barbilla se me ponga a temblar como un niño que va a romper a llorar.
«Te voy a echar de menos. No sé si te vas para ayudar a escapar a la perdida esa, pero tengo miedo de que no vuelvas. Si es así, esta es la última vez que te veo».
—Julie, ¿estás bien?
—Sí, sí, de verdad.
No he debido de sonar muy creíble. Avanza hacia mí y me abraza, muy fuerte. Sus manos suben hasta mi cara, que recoge dulcemente entre las palmas. Está muy cerca. Siento su aliento en la piel.
—No te preocupes —murmura—. Es importante para mí. Y pronto estaré libre.
Pone los labios sobre los míos. Cierro los ojos. Algo más fuerte que todo lo demás me desborda. Soy un castillo de naipes que se derrumba a cámara lenta. Cuando abro los ojos, Ric ya se ha marchado y las llaves de su casa están encima de la mesa.
Mi vida sin Ric. ¿Cómo diríais que es? Pienso aún más en él que cuando estaba cerca. Ya nos ha pasado que no nos hemos visto en un tiempo, pero al menos tenía la esperanza de cruzarme con él o verlo. Ahora, sé que eso no va a ocurrir y tengo miedo de que sea así para siempre a pesar de lo que me ha dicho.
Su beso ha provocado una ola que ha alcanzado los lugares más recónditos de mi espíritu y de mi corazón. ¿Me lo ha dado por confesar sus sentimientos o como regalo de despedida?
Sus palabras resuenan en mi cabeza: «Pronto estaré libre». ¿Qué ha querido decir con eso?
Tengo la sensación de que al marcharse me ha hecho la guardiana del mundo, así que intento mantenerme digna. Para que os hagáis una idea del nivel de mi esfuerzo, estoy a un pelo de adoptar uno de los gatos del anuncio en el escaparate. En cada uno de mis actos, incluso en el más insignificante, intento ser irreprochable, rendirle honor, comportarme como si me estuviera viendo u oyendo, para que esté orgulloso de mí. Una vez, escuché a la señora Bergerot decir algo parecido. Hablaba de su difunto marido. Me gustaría compartirlo con ella, pero esos dolores son demasiado íntimos como para poder expresarlos en voz alta. Mi abuela solía decir que las alegrías compartidas se multiplican y las penas compartidas se dividen. La señora Roudan hubiera añadido que todo dolor tiene su consuelo. Pero no siempre es verdad porque lo más común es que cada uno cargue con sus propio sufrimiento.
La primera tarde, cuando entro en su apartamento, siento algo extraño. Es como si me estuviera observando. No hay ni un ruido. Avanzo de puntillas como haría un pecador en un santuario. Compruebo el suelo de la cocina, está seco. Abro el armario de debajo del fregadero. Algunos botes de productos de limpieza han reemplazado las herramientas y artefactos que vi en nuestra memorable noche. ¿Qué habrá hecho con eso? Quizá se lo ha llevado todo para acometer lo que prepara.
Me giro, observo el interior de su casa. Todo es funcional, está ordenado, limpio. Ninguna foto, ningún objeto superfluo que pudiera decir algo de sus gustos o de su historia. Casi no me atrevo a mirar por miedo a resultar indiscreta. Sin embargo, no dejo de hacerme preguntas sobre lo que no dice, sobre quién es realmente. Las respuestas deben de estar aquí, en los armarios, en el portátil, en esos documentos minuciosamente apilados. Estoy tentada de echar un ojo, pero soy incapaz. Habría sido como traicionarlo, abusar de la confianza que ha depositado en mí. De pronto, una duda me asalta: ¿me ha confiado sus llaves porque de verdad le daba miedo un escape de agua o es que quería ponerme a prueba? Si es así, el apartamento tiene que estar plagado de micrófonos y cámaras y, en este mismo momento, me está observando. Madre mía, ¡y yo con estos pelos!
Estudio con cuidado la llave de paso y, en voz alta, como una mala actriz que articula mucho, declaro:
—Impecable. No hay ningún escape. Me alegro por Ric.
Me marcho todo lo rápido que puedo de su casa. Una vez en el rellano respiro de nuevo. Me apoyo en la pared. Pero de pronto me digo que quizás haya puesto mecanismos de vigilancia para proteger la puerta. Me levanto con una descarga de adrenalina.