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Authors: Gilles Legardinier

Tags: #Romántico

Mañana lo dejo (25 page)

BOOK: Mañana lo dejo
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—Ve a ayudar a Sophie. Yo voy a ayudar a capturar a esa loca.

Jade sigue corriendo mientras vocifera. Una vez que se supera el primer susto, los invitados observan la escena surrealista que está teniendo lugar. Una mujer joven histérica que grita como una gata en celo, perseguida por unos hombres rubios y grandes que no entienden muy bien qué está pasando. Ya están a punto de capturarla. Para desembarazarse de sus perseguidores, Jade arroja la tabla de madera sobre los bomberos.

—¡Jamás tendréis mi sangre!
Drop dead my blood
!

Me dirijo hacia Sophie. Me da la impresión de que solloza. Pero no. Está muerta de risa. Tiene la frente llena de sangre.

—¿Qué sucede? ¿Estás herida?

—Todo bien, aunque no se puede decir lo mismo de Jade. Mírala.

—Pero ¿qué ha hecho?

—Ha atacado a Brian porque cree que es un vampiro. Intenté ponerme en medio y recibí también un golpe.

Estoy consternada. Brian se ríe. Me señala el cuello, donde tenía dos heridas del tenedor que le había clavado. Es cierto que parece el mordisco de un vampiro. Pobre Jade, había visto demasiadas películas. Brian me enseña también sus incisivos monstruosos.

Jade grita con todas sus fuerzas. La acorralan. Los tres amigos y Ric se tiran sobre ella como en un partido de rugby. Los niños ya no tienen miedo, se ríen con ganas. Ella grita como loca en dos idiomas. A esos tiarrones les cuesta mucho domarla. Siempre consigue sacar un brazo o una pierna y les arrea golpes. Ni siquiera Géraldine ha ha sido capaz de eso cuando se contonea.

Brian y Sophie lloran de la risa. Sarah vuelve corriendo con vendas y alcohol. Le cojo los productos de las manos.

—Déjalo, ya me ocupo yo. Tu boda hasta ahora había sido perfecta. Pero ahora se ha convertido en algo inolvidable.

Sarah no está decidida a ver el lado positivo tan fácilmente.

—¿Te das cuenta de que ha pensado que un invitado es un vampiro? ¡Está enferma!

Brian se levanta los labios para enseñar su gran dentadura blanca y gruñe. Sarah le dice:

—Para ya. Si te ve, no va a detenerse hasta matarte. ¿De dónde habrá sacado la madera?

El ataque de locura de Jade tuvo al menos el mérito de distender el ambiente. Los australianos comenzaron a actuar como si fueran vampiros y Léna y las otras como si fueran las víctimas. Florence y Maude se ocuparon de Jade. Comenzaron por darle una ducha fría. Ya caía la tarde cuando apareció nuestra asesina de vampiros. Llevaba unos pelos tan revueltos que parecía que acabara de escapar de un naufragio, aunque también podían pasar por una creación de alta peluquería. Fue hasta donde estaban Sarah y Steve a pedir perdón. Luego fue a buscar a Brian, que no se despegaba de Sophie. Él hizo como que se arrojaba a su cuello. Necesitamos una hora para volver a tranquilizar a Jade.

Por la noche, el cantante se cayó del escenario porque alguien había estado hurgando en las tablas del suelo. Ya sabíamos de dónde había sacado la madera Jade.

58

Ric y yo no habíamos podido terminar nuestra conversación, pero mientras me acompañaba a casa me dio un dato que inmediatamente me enloqueció: el lunes por la mañana había pensado salir a correr. Pero si ya se tomó siete días para «hacer aquello que tenía que hacer», y su físico, después de lo que corrió detrás de Jade, tampoco es que lo pida a gritos, entonces os pregunto: ¿por qué quiere salir a correr?

No soportaría la espera de otra semana para obtener retazos perdidos de información. Me mata. A la velocidad con que ensamblo las piezas del puzle, necesitaré medio siglo para saber cuál es su color preferido. Así que estoy decidida a echar mano de todos mis recursos.

—Sophie, ¿te molesto?

—He quedado con Brian en diez minutos.

—¿Estáis mejor?

—Perfectamente. Me cuesta confesarlo, pero esa pirada de Jade casi me hizo un favor.

—¿Cuándo te golpeó con la tabla? Eres muy rara…

—Sin ella Brian y yo no nos habríamos dirigido la palabra. Pero dime, tampoco parece que a Ric y a ti os vaya mal, ¿no?

—Te llamo precisamente por él. ¿Qué haces mañana por la mañana?

—Ni hablar. ¡Ya me conozco tus planes, me tienes harta!

—Sophie, eres mi amiga. Acuérdate de todos los buenos momentos que hemos vivido juntas…

—Me gustaría poder acordarme solo de los buenos, pero también están los otros. ¿Con qué saldrás esta vez? ¿Un maratón, vampiros, ovnis?

—Una patrulla de espionaje…

—¿Cómo dices?

—Ric va a salir a correr mañana y no sé adónde. Estoy segura de que me oculta algo. Cogemos tu coche, yo me escondo detrás y lo seguimos.

—¿Estás loca? Como sigas así vas a acabar en el mismo manicomio que Jade. ¿Crees que te está engañando? Julie, ¡no sois una pareja! ¡Déjalo tranquilo!

—Sophie, lamento tener que decirte esto, pero viniendo de un chica capaz de pasar cuatro horas en la taquilla de un vestuario para ver ducharse al equipo de vóley, creo que tu respuesta no viene a cuento.

—¿Cómo te atreves? ¿Qué tienes que decirme tú, si intentaste aprender a tocar la guitarra para gustarle a Didier y casi te electrocutas?

—Tienes razón. Lo había olvidado.

—No lo dudo. Sin embargo, yo jamás olvidaré cuando comenzaron a enjabonarse…

—Sophie, por favor, ayúdame.

—Odio cuando pones ese tono de voz. Siempre consigues lo que quieres. Me parece desleal.

—Pues si ya sabes cómo va a terminar, mejor no perder el tiempo.

—Te prometo que si alguna vez te necesito y tú te niegas…

—Te firmo un papel: «Vale por una locura sin derecho a objetar».

—Te odio. ¿A qué hora quieres que quedemos?

—Para que no se nos escape será mejor que quedemos a las ocho y media.

—¿Y qué hago si Brian se queda hasta tarde?

—Dile la verdad: que necesitas salvarle la vida a tu mejor amiga. Creo que un vampiro australiano podrá entenderlo.

59

Aquella mañana descubrí una de las siete verdades fundamentales que rigen el universo: el gorro peruano no le queda bien a nadie.

Cuando vi a Sophie al volante con su gorro peruano y enormes gafas de sol estuve a punto de cancelar todo el plan. No sé si es por el tejido, el color o la forma, pero entiendo muy bien que las llamas se pongan nerviosas y les dé por escupir a gente inocente.

—No he encontrado nada mejor para evitar que tu chico me reconozca —se quejó.

—¿Y no podrías haberte puesto algo que llamara menos la atención?

—Si no te gusta, no tienes más que buscar a otra cómplice.

—No te enfades, es que llevas unas pintas.

Me senté en el asiento trasero.

—He dejado una manta por si acaso él se acerca. Ante la menor duda, tú te escondes y te haces la muerta.

—Genial. Así los policías que están persiguiendo el ovni podrán lanzarse también a la caza de la peruana que lleva un fiambre en la parte de atrás.

Nos paramos frente a mi calle, en el cruce que Ric suele atravesar. Imposible que se nos escape.

Cuando Sophie gira la cabeza los cordones de su gorro vuelan y planean. Dan ganas de ponerse a tocar la flauta andina y hacer un sacrificio humano.

—¿Qué crees que hace cuando sale a correr?

—Si lo supiera no estaríamos aquí.

—Creo que estás totalmente paranoica.

—No solo me preocupa eso. Hay un conjunto de indicios. La semana pasada sin ir más lejos la pasó entera fuera, sin explicación alguna. Nada. Ni siquiera sé adónde fue.

—No me parece que eso sea un crimen. Quizá sea un espíritu libre.

—No lo creo. Apostaría la cabeza de Jade a que se trae algo raro entre manos.

Sophie se giró. Los cordoncitos sobrevolaron su cabeza.

—Escóndete, que ya viene.

Me lancé bajo los asientos. Sophie encendió el motor.

—Dejémosle avanzar un poco. Sobre todo porque a mi coche no le gusta demasiado la lentitud.

No me atreví a asomar la cabeza.

—¿Está subiendo la calle?

—Sí.

—¿Lleva mochila?

—Sí, y tiene un culo precioso.

—¡Sophie!

—Si estamos aquí para vigilar, yo vigilo.

Mete primera y comenzamos a avanzar. Me siento como un perro, sacudida por los movimientos y con ese olor a gasolina. Me incorporo con cuidado para tratar de ver a Ric, pero también para bajar la ventanilla. El aire fresco me sienta bien. Introduzco la cabeza entre los dos asientos de delante.

—Como me babees la tapicería te voy a tener que sacrificar.

—Y yo te morderé hasta contagiarte la rabia si lo pierdes de vista.

—Tranqui.

Ric corría muy rápido. Mucho más que cuando corríamos juntos. La verdad es que tuve que parecerle un molusco.

—¿Y tú crees que entrenándote habrías llegado a correr tan bien como él?

—Dicen que el amor es ciego, no que tenga un velocímetro.

—Es bueno tener sueños.

—Gracias por tu apoyo.

Cuando llegamos al paso de cebra frente al colegio, Sophie se detiene para ceder el paso a las hordas de niños. Dos pequeños la señalan entre carcajadas. Es el efecto provocado por el gorro peruano en las almas puras que aún no saben disimular sus sentimientos. Adorables mocosos. Uno de los niños esconde la cara sofocada de la risa entre las piernas de su madre. Una monada. Cada vez son más los que pasan doblados de la risa.

—¡Lo vamos a perder! —grito.

—Tienes razón. Déjame atropellar a unos cuantos de estos horribles críos que se burlan en mi cara y seguimos.

Ya estoy viendo el retrato robot elaborado por los niños de preescolar para buscarla: una patata con ojitos de mosca cubierta con una bolsa para vomitar.

Ric ya no es más que una silueta en el horizonte. Por fin arrancamos. Dos coches nos impiden acelerar. Sophie pone la mano en la palanca de cambios y declara:

—Vamos a tener que correr algunos riesgos…

¿Qué piensa hacer? ¿Circular por la acera? ¿Pulsar el botón secreto de los turborreactores?

Pone el coche en tercera haciendo rugir el motor. Casi llegamos a la altura del parque de las antiguas fábricas. Ric continúa hacia el norte, como pareció cuando lo esperaba en el parque. Toma una calle a la derecha. Sophie conduce a toda pastilla. En esas calles hay menos tráfico y resulta más fácil detectar nuestra presencia.

—Deja que se aleje un poco. Estamos demasiado cerca. Si se gira solo nos verá a nosotras.

—A mi coche no le gusta circular despacio, ya te lo he dicho. Como se cale, vamos a estar monísimas empujando: tú con la manta y yo con el gorro y las gafas.

Ric sigue corriendo sin cansarse. Parece saber adónde va. Deja atrás la zona residencial e incluso las naves industriales. ¿Qué hay más allá?

Sophie se rasca la cabeza sin quitarse el gorro.

—¡Qué pesadilla este estúpido gorro! Me da calor y me pica.

Una calle más a la derecha y otra a la izquierda. Los edificios están ahora dispersos, hemos salido de los límites de la ciudad.

—Pues no entiendo cómo tu chico, con lo guapo que es, no ha dado con una amante que viva un poco más cerca.

—Muy gracioso.

Ric acaba de pasar una nave rodeada de una reja y bordea un parque descuidado. De pronto salta un seto y se pierde entre los árboles.

—¿Y ahora qué se supone que debo hacer? Mi coche no es un todoterreno.

Reflexiono rápidamente. Como no nos demos prisa, lo perderemos en los bosques.

—Sophie, aparca y síguelo a pie.

—¿Cómo? Pero ¿estás mal de la cabeza?

—Si me ve a mí lo habré fastidiado todo.

—Ya, y a mí en el mejor de los casos me tomará por una prostituta sudaca que hace la calle mientras espera a que se produzca un eclipse, ¿no? Gracias.

—Sophie, te lo ruego. Si no lo seguimos, todo esto no habrá servido de nada.

Tira del freno de mano a regañadientes.

—Te juro, Julie, que un día me lo pagarás.

—Te lo prometo. Mañana si quieres.

Se baja y echa a correr hacia el seto. El gorro desentona con sus vaqueros y su camisa. Se lanza sobre el seto y desaparece. Me quedo allí, a cuatro patas en el coche con la manta sobre la espalda.

¿Adónde pretende llegar a través de ese bosque? ¿Qué hay en ese lugar? Esta vez es evidente que no ha escogido aquel lugar porque fuera bonito. No penetra en ese bosque para correr tranquilamente. Intento reflexionar. Me preocupa Sophie. ¿A qué trampa la he enviado? Me muero de ganas de ir tras ella. Si le pasara algo, jamás podría perdonármelo. Nunca encontraría a nadie como ella.

De pronto se me enciende la bombillita. Ya sé dónde nos encontramos. Estamos cerca de la finca de los Debreuil. Allí, justo detrás, está la verja de su enorme propiedad, decenas de hectáreas, la casa familiar, los talleres e incluso la fábrica de marroquinería más famosa del mundo. El puzle empieza a encajar en mi cabeza cuando de repente veo a Sophie surgir de detrás del seto como un muñeco de muelle. Corre como si tuviera detrás una jauría de llamas carnívoras. Tiene el gorro lleno de ramitas y me parece que su camisa está rota. Derrapa cuando llega a la altura del coche y se lanza dentro.

—¡Escóndete! ¡Ya vuelve!

—¿Has visto lo que hacía?

—Tienes razón, ese chico oculta algo.

—Pero ¿qué es lo que ha hecho?

—Calla, que ya está ahí.

Ric cruza el seto con más clase que Sophie. Sube por la calle hacia nosotras, estoy paralizada. Pasa muy cerca del coche. Sophie saca un mapa y se parapeta detrás de él. Para parecer más natural, a esta idiota no se le ocurre otra cosa que decir, con acento peruano:

—Buenos días, señor.

Creo que es la primera vez en mi vida que me meo encima.

60

Sophie me lo cuenta todo. A través de una jungla de ramas y de lianas, Ric se abrió camino hasta llegar a la verja con un teleobjetivo. Según ella, acribilló a fotos una de las puertas traseras de la fábrica. Entonces el objetivo de Ric son los talleres Debreuil. A la luz de esta información, muchas cosas cobran sentido: sus preguntas a Xavier sobre los metales, sus grandes herramientas y los envíos misteriosos. Seguramente me invitó al concierto para poder ver de cerca a la heredera de la célebre marca. Me utilizó como tapadera. Me siento de pronto perdida. Tengo la impresión de ignorarlo todo sobre él. ¿Hay algo verdadero en nuestra relación? ¿Habrá sido todo obra de un buen actor?

Ric me preguntó si me veía viviendo en otro lugar porque, una vez cumplida su misión, piensa irse y proponerme que lo siga. La idea de que quiera que lo acompañe me emociona. Pero me duele que haya utilizado también a mi mejor amigo, Xavier, para preparar su golpe. Lo odio. Me arrulló creándome ilusiones y jugó a ser mi cómplice para obtener una mera coartada. Eso lo vuelve todavía más detestable. Me había propuesto no dejarme engañar nunca más. ¿Cómo es que yo, que me jacto de conocer a las personas a primera vista, he podido sentirme atraída por un ser tan deshonesto? ¿Quizá albergo también cierta perversidad?

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