Más allá de las estrellas (6 page)

BOOK: Más allá de las estrellas
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Los policías no acertaban a comprender qué estaba sucediendo cuando vieron que los seres se levantaban tambaleantes de sus asientos y se alejaban veloces deslizándose junto a ellos, abandonando a Ploovo a merced de la rabiosa bestezuela. El dinko se había lanzado ahora enérgicamente —aunque tal vez con excesivo optimismo— a la tarea de devorar al usurero, empezando por su nariz, que le recordaba bastante a uno de sus múltiples enemigos naturales.

—¡Yahhh! —gritó Ploovo, retrocediendo para deshacerse del decidido dinko—. ¡Quitadme esta fiera de encima!

—¡Chewie! —gritó Han y se lanzó a la acción.

Derribó de un puñetazo al espo que tenía más cerca sin atreverse a disparar a tan corta distancia. El espo, cogido de improviso, cayó tambaleándose hacia atrás. Chewie tuvo más éxito en su primera intervención. Cogió a los otros dos policías por las correas de sus uniformes y los golpeó casco contra casco, provocando un sonoro tañido de las superficies ultraduras. A continuación, el wookiee se zambulló con notable agilidad entre la muchedumbre y siguió los pasos de su amigo.

Los espos que vigilaban las puertas estaban descolgando sus armas portátiles de ancho calibre, pero la desconcertada multitud se agitaba de un lado a otro y nadie acababa de comprender exactamente qué había ocurrido. Los bailarines de la pista antigravitatoria empezaron a posarse en el suelo mientras los distintos seres apartaban su atención de los múltiples y variados intoxicantes, estimulantes, sedantes, sicotrópicos y sucedáneos. Toda la sala se llenó con el zumbido de una especie de confuso «¿Huh?» translingual.

Ploovo Dos-por-Uno, que por fin habla conseguido apartar al dinko de su maltrecha nariz, arrancándolo por la fuerza, lo arrojó al otro extremo de la habitación. El dinko fue a aterrizar sobre la mesa de un rico viudo, destruyendo el apetito de todos los comensales.

Ploovo, acariciándose todavía el dolorido hocico, volvió la cabeza justo a tiempo para ver desaparecer a Han Solo detrás de la barra.

—¡Ahí está! —exclamó el señor del hampa.

Los dos barmans se lanzaron presurosos a detener a Han, blandiendo las barras aturdidoras que tenían escondidas debajo de la barra en previsión de cualquier alteración del orden. Han recibió el ataque del primero con los puños cruzados, frenando la caída del aturdidor, para levantar después la rodilla al mismo tiempo que derribaba de un codazo al primer barman, el cual fue a caer sobre el segundo. Chewbacca saltó por encima de la barra en pos de su compañero y se precipitó sobre los encargados con un aullido de triunfo que hizo tintinear las lámparas.

Una ráfaga de disparos del arma de uno de los espos apostados junto a las puertas hizo añicos una botella de cristal de añejo licor novaniano de cuatrocientos años. La multitud lanzó un gemido y la mayoría se arrojaron al suelo. Otros dos disparos arrancaron astillas de la barra y dejaron maltrecha la caja registradora.

Han se había abierto paso entre la vigorosa maraña que formaban Chewie y los encargados. Blandió su pistola y disparó sobre los espos, salpicando su localización aproximada con breves ráfagas de fuego. Uno de los policías cayó al suelo, con el hombro humeante, y los demás se dispersaron buscando refugio. Han alcanzó a oír a Ploovo y sus hombres intentando abrirse paso a puñetazos entre la masa de clientes que chillaban despavoridos. El usurero se dirigía hacia la barra.

Han se volvió hacia su objetivo, los controles de gravedad. No podía perder tiempo estudiándolos, de modo que empezó a hacer girar frenéticamente todos los indicadores al máximo. Afortunadamente para todo el mundo que estaba fuera de la zona aislada del bar, la casualidad quiso que accionara los mandos de sobrecarga de gravedad y que, en aquel momento, ya no quedara ningún bailarín suspendido en el vacío en la cúpula de calda libre. En consecuencia, nadie se estrelló contra el suelo ni salió proyectado por los aires.

Han había aumentado la gravedad del local hasta 3,5 unidades patrón. Seres de todas descripciones se desplomaron sobre las alfombras, aplastados por el peso vacilante de sus propios cuerpos, señal de que aquel día no había ningún oriundo de las zonas de alta gravedad entre los clientes. Los espos cayeron como todos los demás. Ploovo Dos-por-Uno, según pudo observar Han de pasada, presentaba un gran parecido con un pez-bola varado.

El silencio llenó la sala, interrumpido sólo por los jadeantes gruñidos y apagados gemidos de los seres que habían sufrido leves contusiones en su caída, aunque nadie parecía estar malherido. Han se enfundó la humeante pistola y se puso a examinar los mandos del campo gravitatorio, diciéndose para sus adentros: ahora lo que necesitamos es un estrecho pasillo para escapar de aquí. Pero continuó mordiéndose el labio, indeciso, sin atreverse a accionar los reguladores.

Con un impaciente bufido, Chewbacca, que ya había terminado con los dos encargados de la barra, cogió a Han por los hombros y lo quitó de en medio. El wookiee se inclinó sobre el panel de mandos, moviendo los dedos con ágil precisión, levantando frecuentemente la vista de su tarea para vigilar la puerta.

Instantes después, los cuerpos de los dos o tres clientes tumbados en su pasillo de gravedad más baja se agitaron débilmente. Todos los demás, incluidos los espos y el contingente mafioso de Ploovo, permanecieron pegados al suelo.

Chewbacca saltó grácilmente al otro lado de la barra y empezó a avanzar por el pasillo de gravedad normal. Luego llamó pavoneándose a Han.

—De todos modos, la idea ha sido mía, ¿o no? —refunfuñó el piloto, siguiendo los pasos de su amigo.

Cuando hubieron salido de la sala de baile, Han cerró discretamente las puertas a sus espaldas y se alisó las ropas, mientras Chewie se sacudía con expresión de fastidio.

—Eh, Chewie, has estado un poco lento con la izquierda hace un momento, ¿no crees? —le recriminó Han—. ¿No estarás perdiendo facultades, veterano?

Chewbacca blasfemó airadamente; el paso de los años era constante motivo de pullas entre los dos.

Han cortó el paso a un grupo festivo y sonriente que se disponía a entrar en la Cúpula.

—Este establecimiento está oficialmente clausurado —les anunció con aires de importancia—. Se halla bajo cuarentena. Fiebre de Fronk.

Los juerguistas, intimidados por las connotaciones siniestras de la imaginaria enfermedad, se marcharon en el acto sin entretenerse a averiguar más detalles.

Los dos preocupados compinches cogieron el primer taxi-robot que encontraron y partieron a toda velocidad rumbo a su nave.

—Las cosas empiezan a ponerse difíciles para los empresarios autónomos —se lamentó Han Solo.

III

Varios minutos más tarde, el taxi-robot depositaba a Han y Chewbacca en las proximidades de su bahía de amarre, la Número 45.

Habían decidido que lo más prudente sería explorar los alrededores y comprobar que no se les hubieran adelantado las fuerzas que protegían la ley, el orden y los dividendos de la Corporación.

Los amigos asomaron cautelosamente la cabeza por la esquina y vieron a un solitario agente de la comandancia del puerto que sellaba concienzudamente con cepo de embargo las puertas de su bahía de amarre.

Han hizo esconder otra vez la cabeza a su segundo oficial y ambos discutieron la situación.

—No podemos esperar a que el campo quede despejado, Chewie; en cualquier momento puede descubrirse lo ocurrido en la Cúpula. Además, ese payaso se dispone a cerrar la bahía y llamaríamos la atención de las patrullas de la Espo si intentáramos atravesar las puertas blindadas por la fuerza.

Han asomó otra vez la cabeza. El funcionario prácticamente había terminado de conectar las alarmas a los solenoides de las compuertas. Sin duda, la otra entrada de la bahía también estaría sellada. Han dio un vistazo a su alrededor y observó una expendeduría de olores y narcóticos de la Autoridad a sus espaldas.

Cogió el codo de su compañero.

—Éste será el plan...

Un instante más tarde, el empleado de la comandancia del puerto había vuelto a acoplar las dos enormes mitades de la cerradura y había fijado el cepo de embargo.

Las puertas blindadas empezaron a deslizarse hasta cerrarse como un diafragma octogonal, cuya abertura cada vez más reducida acabó esfumándose con un chasquido.

El agente retiró una llave molecularmente codificada de la ranura de la cerradura y el artilugio quedó activado. A partir de aquel momento, el mecanismo comunicaría instantáneamente a los monitores de la Espo cualquier intento de manipularlo o destruirlo.

El agente se guardó la llave en el bolsillo del cinturón y se dispuso a marcharse a comunicar el cumplimiento de su misión. En aquel preciso instante apareció un wookiee borracho, un gigantesco bruto de perversa mirada que avanzaba tambaleante con una garrafa de diez litros de algún licor maloliente chorreando bajo el grueso y peludo brazo. Justo cuando el wookiee llegaba a la altura del agente, un hombre procedente de la dirección contraria no pudo evitar los traspiés dipsomaníacos de la vacilante criatura.

En la rápida y complicada triple colisión que siguió, el wookiee se precipitó sobre el infortunado agente, derramándole todo el licor de la garrafa por encima.

El instantáneo altercado que ello desencadenó incluyó acusaciones y contraacusaciones, todas formuladas en tono vociferante. El wookiee se deshacía en horribles y guturales improperios contra los dos hombres, amenazándolos con los puños cerrados mientras señalaba la garrafa derramada.

El agente del puerto se sacudía inútilmente la túnica empapada, mientras el tercer participante en el accidente hacía todo lo posible por ayudar.

—Oh, ciertamente ha sido una desgracia —se lamentó Han con voz pesarosa y solícita—. Está realmente bañado en este líquido, vaya.

Y mientras así se expresaba, intentó escurrir la empapada tela de la túnica. Entretanto, el agente y el wookiee seguían intercambiando imprecaciones y acusaciones contradictorias sobre quién había sido el causante del accidente.

Los escasos transeúntes continuaron su camino sin detenerse, procurando no verse implicados en el asunto.

—Más le valdría ir a lavarse en seguida la túnica —le aconsejó Han al agente—, o no conseguirá deshacerse jamás de esta peste.

El agente, tras amenazar por última vez con emprender una acción legal contra el wookiee, continuó presuroso su camino. No tardó en acelerar el paso, al caer aprensivamente en la cuenta de que en cualquier momento podía cruzarse casualmente con algún supervisor, que podría avistar —o, peor aún, oler— su presencia.

Pronto hubo desaparecido, dejando a los otros dos enfrascados en una discusión sobre las posibles responsabilidades y culpabilidades.

La discusión cesó en cuanto el agente se hubo perdido de vista y Han exhibió la llave que había sustraído del bolsillo del agente aprovechando la confusión.

—Empieza a calentar la nave —le ordenó a Chewbacca, dándole la llave—, pero no pidas autorización para despegar. Lo más probable es que el capitán del puerto ya tenga una orden de retención contra nosotros. Y si hay alguna nave patrulla por aquí, la tendremos encima en un abrir y cerrar de ojos.

Calculaba que debían de haber transcurrido unos ocho minutos desde que habían salido huyendo de la Cúpula; su buena fortuna ya no podía durar más.

Chewbacca efectuó una apresurada comprobación de los instrumentos, mientras Han echaba a andar velozmente a lo largo de la hilera de bahías de amarre.

Había pasado tres cuando por fin encontró la que buscaba. Dentro había un carguero de serie, de diseño similar al del
Halcón Milenario
en su tiempo, sólo que éste estaba limpio, recién pintado y en perfectas condiciones de navegación. Exhibía su nombre y símbolo de identificación orgullosamente inscritos en la proa y un grupo de droides obreros estaban muy atareados trasladando carga general a sus bodegas, bajo la supervisión de la tripulación, que tenía un aspecto nauseabundamente honrado.

Han asomó la cabeza por la abertura de las puertas blindadas y les saludó amistosamente con la mano.

—Hola, qué tal. ¿Todavía tenéis intención de levar anclas mañana?

Uno de los tripulantes le devolvió el saludo, pero le miró extrañado.

—Mañana no, amigo; esta misma noche, a las veintiuna horas, hora planetaria. Han fingió sorpresa.

—¿Oh? Bien, que encontréis cielos despejados.

El tripulante le devolvió el tradicional saludo de despedida de los viajantes espaciales mientras Han proseguía despreocupadamente su camino. En cuanto estuvo fuera del alcance de sus miradas inició una veloz carrera.

Cuando llegó al Muelle 45, Chewbacca terminaba de cerrar el cepo de embargo acoplado a la cara interior de las puertas blindadas y volvía a conectarlas.

Han asintió con gesto aprobador.

—Bueno, muchacho. ¿Ya está todo preparado?

El wookiee ladró una aguda respuesta afirmativa y cerró las puertas blindadas. Volvió a echarles llave, esta vez por la parte interior y luego arrojó lejos de sí la llave molecularmente codificada.

Han ya se había instalado en su asiento en la carlinga. Se encasquetó los auriculares y llamó a la central de control del puerto. Citó el nombre y código de identidad del carguero amarrado en el Muelle 41 y solicitó que le autorizaran a adelantar la hora de despegue de las veintiuna horas, hora planetaria, a ese preciso instante, petición que no resultaba desusada en un carguero de servicio irregular, cuyos planes de viaje podían variar inesperadamente. En aquellos momentos no había demasiado tráfico y la nave en cuestión ya tenía permiso para abandonar el puerto, de modo que el despegue inmediato fue autorizado sin problemas.

Chewbacca todavía se estaba asegurando el cinturón cuando Han se puso en marcha. Los propulsores rugieron y el
Halcón
efectuó lo que para él era un despegue moderado y cauteloso del planeta Etti IV. Cuando los Espos se presenten en el Muelle 45 y fuercen la entrada, reflexionó Han, podrán entretenerse un rato intentando averiguar cómo es posible que alguien haya conseguido sustraer una nave espacial bajo las mismas narices del capitán del puerto.

La nave espacial abandonó el campo gravitatorio de Etti IV. Chewbacca, entusiasmado por lo que podía considerarse una huida muy ajustada, estaba de buen humor. Su hocico pergaminoso se había contraído en una amable y horrenda sonrisa y el wookiee cantaba —o emitía los sonidos que ocupaban el lugar del canto entre su especie— con todas las fuerzas de sus amplios pulmones. Su voz alcanzó un volumen increíble dentro del espacio limitado de la carlinga.

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