Más Allá de las Sombras (56 page)

BOOK: Más Allá de las Sombras
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—No quiero que te vayas —dijo Vi.

Elene se apartó y la miró a los ojos.

—Lo dices en serio. Lo noto. A pesar de lo mal que lo has pasado, lo dices en serio.

—Nunca he tenido una amiga —dijo Vi—. No quiero perderte.

—Eres mejor mujer de lo que crees, Vi. Que Dios te bendiga.

Capítulo 75

—Los pasos están despejados —dijo Durzo—. Las magas marcharán mañana.

Kylar había sabido que había algo distinto en la actitud de su maestro mientras practicaban ese día. Se sentaron juntos en una mesa de la sala de entrenamiento de la casa de Durzo, cada uno con una toalla para secarse el sudor de la cara. Durzo no lo miró a los ojos.

—Te vas —dijo Kylar.

—No te lo vas a creer, pero Uly me está echando a patadas —protestó Durzo con tono lastimero.

—Pensaba que os estabais entendiendo de maravilla.

—Le preocupa su madre. Dice que debería haber ido con ella primero.

—Creo que Uly es más lista que nosotros dos juntos —comentó Kylar con tono desenfadado, aunque sentía el corazón de plomo. Durzo volvía a dejarlo y, si por primera vez se lo estaba comunicando de antemano, eso no lo hacía más fácil.

—Cuidado con las mujeres más listas que tú, chaval. Lo cual...

—Quiere decir todas ellas, lo sé. —Kylar compartió una sonrisa con su maestro.

—Supongo que tengo que darte tu equipo —dijo Durzo—. ¿Irás con las magas?

—Si voy, Elene me acompañará, y morirá. No pienso acercarme a esa lucha.

Durzo se examinó las uñas.

—Ya te dije que no funciona así. Tanto puede caerse en un charco y ahogarse como llevarse un tajo en las tripas. No engañarás a la muerte, no con esto.

Kylar lo encajó como una patada en el estómago. Dijo con voz pausada:

—No la pienso dejar morir. No permitiré que nadie se la lleve. Ni la Muerte, ni el Lobo ni el mismo Dios.

—Chaval, ¿recuerdas tu primera vez en la Antecámara del Misterio? ¿Había una puerta o dos? No fueron la Muerte, el Lobo o el hombre del saco quienes te hicieron inmortal. Fue por tu propia voluntad, cojones.

—Me hice inmortal para poder salvar a Elene, no para matarla.

—¿Quieres que viva eternamente? Adelante. Intenta hacer otro trato con el Lobo para que muera alguien más en su lugar. Quizá puedas elegir cuál de las otras personas que te importan muere. ¿No sería divertido? A lo mejor después puedes conseguir un ka’kari para Elene, para que no envejezca. Sin embargo, te alegrará saber que la inmortalidad de los otros ka’kari no es como la nuestra. No envejecerá, pero todavía podrán matarla. Y menos mal, porque, cuando se convierta en un monstruo corrompido por el mismo don que vendiste tu alma para conseguirle, serás tú quien deba hacer algo al respecto.

La furia de Durzo era demasiado concreta, su descripción demasiado detallada.

—¿Hiciste eso? —preguntó Kylar.

Su maestro no le respondió, ni lo miró siquiera. Abrió la cómoda y sacó del todo el cajón de abajo. Alzó a Sentencia, pintada de negro por el ka’kari, del doble fondo.

—No puedo dejar que Elene muera por mí —dijo Kylar.

—No tienes elección, coño. Has tenido unos mesecitos para hacerte a la idea. Es más de lo que el Lobo me concedió nunca a mí. Da gracias. Y ahora coge tus trastos y lárgate. —Durzo le lanzó la gran espada negra.

En cuanto el ka’kari le tocó la piel, empezó a chillar.

—¡Por qué no me hiciste caso! ¡Intenté avisarte! No está. Desde hace tres meses. ¡Robada!

Estupefacto, Kylar miró la espada con atención. Frustrado por su estupidez, el ka’kari quiso hundirse en la piel de su mano y él le dejó, olvidando que echaría a perder su disfraz. Al meterse en su interior, el metal negro reveló una hoja de espada llena de agujeros, medio devorada. Sentencia había desaparecido, sustituida por una falsificación que Kylar no había identificado al esconderla. Era imposible, pero alguien se la había robado antes de que la ocultara allí, probablemente cuando, nada más llegar, miraba como un pasmarote desde las abarrotadas pasarelas de Vestacchi.

Durzo estaba horrorizado.

—Chaval, no tienes ni idea de lo que es esa espada. Tienes que recuperarla.

Entonces Kylar sintió a Vi a través del vínculo. Llevaba nerviosa desde el día anterior, y en ese momento la notó sobresaltarse llena de culpabilidad al captar sus emociones. Vi lo sabía y se estaba escondiendo en la Capilla, segura de que Kylar no iría allí. A cambio de toda su ayuda, las hermanas lo habían apuñalado por la espalda. Habían robado a Sentencia.

—Sé dónde está —dijo Kylar.

* * *

Cuanto más se acercaba Kylar a la Capilla, más crecía su furia. A partir de los remordimientos de Vi se iba convenciendo cada vez más de que Elene estaba implicada de algún modo, y eso lo encendía. Creía que ella no podía ocultarle nada. La tarde anterior había visto su nota, donde le explicaba que tenía que trabajar en unas cosas en la Capilla, y todavía no había vuelto. La elección del momento parecía extraña, pero la culpabilidad de Vi resultaba inconfundible a medida que se acercaba. Tener en contra la inmensidad de la Capilla avivó su ira hasta crear una hoguera. Lo querían pasivo, dócil, emasculado, obediente. Estaba harto. Harto de ser manipulado por unos poderes colosales y remotos que no podía entender o contrarrestar. La Capilla era como el destino, como el Lobo, como la misma Muerte, ejecutando su inexorable obra en el mundo, en Kylar, y haciendo oídos sordos a sus súplicas.

Cuando desembarcó de la batea en uno de los muelles de la Capilla, dos docenas de pares de ojos se volvieron hacia él, escandalizadas. A algunas las reconoció de las sesiones de entrenamiento de Vi; otras eran más hostiles. Una hermana estaba instruyendo a una clase de adolescentes sobre el funcionamiento de las bateas. Otras realizaban magia de mantenimiento en la pequeña bahía en sí, renovando el escudo contra la lluvia que las cubría. No hizo caso de ninguna y caminó con paso resuelto hacia las dobles puertas que conducían al interior.

Una mujer con vestiduras blancas se adelantó.

—Señor, aquí no se permite la entrada a hombres.

Kylar le pasó por delante sin decir nada.

Antes de que pudiera tocar las puertas dobles, unas ataduras mágicas se engancharon a sus brazos y sus piernas.

—Por favor, señor, no deseamos haceros daño...

Kylar se sacudió de encima las ataduras con la facilidad con la que espantaría a una mosca. Se volvió y miró a la cara a las dos hermanas cuyo cometido era defender la puerta. Estaban estupefactas. Una de ellas ya preparaba un latigazo de magia.

—No —le dijo Kylar, mirándola a los ojos. Algo en su mirada convirtió en agua la resolución de la hermana. Las tramas se le escaparon. Kylar abrió las puertas de par en par.

Vi sentía pánico allí arriba.
Bien.

Kylar recorrió en línea recta un largo vestíbulo hasta llegar a unas puertas dobles enormes, del triple de la altura de un hombre. Se abrieron otras puertas a lo largo del vestíbulo y Kylar oyó gritos de alarma. La portezuela empotrada en las puertas dobles se cerró de golpe mediante magia y una joven hermana lanzó un gritito. El roce del metal sobre la madera le indicó que habían atrancado la entrada. Kylar no aminoró el paso; no se volvió a derecha o izquierda. Acumuló poder en sus manos.

—He visto estupideces más grandes, pero hace siglos.

La voz era el zumbido de un piojo. Había algo hermoso en aquella simplicidad. Alguien había robado la herencia de Kylar. Iba a recuperarla. Aquella puerta se interponía en su camino.

Las manos abiertas de Kylar se clavaron en las puertas, que se combaron y después se abrieron de sopetón. La mitad del madero con el que habían reforzado la puerta salió disparada por el suelo hacia docenas de mesas. Había unas doscientas magas sentadas en el gran salón, disfrutando de la comida. El madero astillado se deslizó a gran velocidad por un pasillo entre las mesas, pasó por debajo de las piernas de una hermana y por último se estrelló contra el primer escalón de una gran escalinata curva.

Cuando Kylar entró atravesando una lluvia de astillas, una de las grandes puertas se inclinó hacia el suelo sobre la bisagra que le quedaba. Todas las miradas se volvieron hacia él.

Las hermanas empezaron a levantarse por toda la sala y brotaron escudos por doquier, pero la primera en ponerse en pie fue la hermana Ariel. Se movió más deprisa de lo que Kylar la había visto moverse nunca, derecha hacia él.

—¿Qué te crees que estás haciendo? —gritó.

—¿Dónde está la rectora? Me ha robado —dijo Kylar.

—¡No pasarás de aquí! —gritó la hermana Ariel. Tenía la cara morada.

—Impídemelo —dijo Kylar. Vio que su mueca desdeñosa la enfurecía.

Más rápido de lo que creía posible, la hermana le hizo caso. Unas cadenas gigantescas de magia le pegaron los brazos al cuerpo y le atenazaron las piernas. Las magas que la rodeaban se quedaron boquiabiertas ante la magnitud del poder de Ariel.

—Te lo merecías. Acéptalo, discúlpate y vuelve más tarde.

Kylar se había hartado de aceptar, disculparse y volver cuando le fuese mejor a algún otro. Estaba cansado de sentirse atrapado. Notó que algo poderoso se alzaba en su interior.

Un acceso de miedo asomó a las facciones de la hermana Ariel ante lo que fuera que viese. Kylar tomó una gran bocanada de aire y tensó todos los músculos de su cuerpo, físicos y mágicos. De repente se sintió gigantesco, como si su cuerpo fuese el minúsculo recipiente de un alma descomunal. Al hacer fuerza, un gruñido más profundo que su voz salió de sus labios.

Sus cadenas saltaron hechas pedazos, reventadas por una sacudida mágica que barrió el salón entero. Las mesas no se movieron, el aire no tembló, pero todo lo mágico fue apisonado. Hasta el último nimbo de la sala se apagó. Solo unos pocos aguantaron durante un instante antes de sucumbir y esfumarse.

Una docena de las magas que se habían levantado simplemente se vinieron abajo y se dejaron caer sobre sus bancos o en el suelo. Nadie más se movió, ni siquiera la hermana Ariel.

—¿Qué eres? —susurró. La pregunta se repetía en cada mirada.

—Apartaos de mi camino —dijo Kylar. Avanzó con paso decidido. Se apartaron de su camino.

Capítulo 76

Istariel Wyant echó un vistazo al ootai intacto del embajador alitaerano. Marcus Guerin rondaba los cincuenta años, era calvo con una banda de pelo rubio, tenía barriguita pero no trasero y sus ojos azules dejaban entrever una inteligencia inquieta.

—Nos han llegado unos rumores preocupantes que creo que deberíamos comentar —dijo el embajador Guerin.

Istariel aprovechó el sorbo de ootai para disimular su repentina furia. ¿Alguien había filtrado aquello a los alitaeranos? Una cosa era que el embajador se hubiese enterado de las prácticas de Vi, pero Istariel solo había revelado su plan de retractarse de los Acuerdos a tres hermanas. Si el diplomático estaba al corriente de eso, era traición. Se limitó a arquear una ceja.

—¿Qué sabéis de este tal
Gran Rey
? —preguntó el embajador.

Ah, esos rumores. Gracias a la Serafín.

—Poco —respondió. En los ojos de Guerin captó un destello que le hizo preguntarse si lo había hecho a propósito. Qué cabrón—. Lo que hemos oído tan solo nos ha indicado que vosotros deberíais saber más que nosotras. Es alitaerano, o por lo menos creció en vuestro glorioso país. Se llamaba Moburu Ander, aunque afirma llevar sangre Ursuul. Sabemos que es medio lodricario, que comandó una compañía de lanceros y que se ha labrado una posición de cierta importancia entre los salvajes de los Hielos. —Istariel sabía más, pero no venía a cuento compartirlo con el embajador Guerin.

—Es el hijo adoptivo de Aurelius Ander, de una familia antaño poderosa que ha caído muy bajo en las dos últimas generaciones. Moburu fue adoptado a los quince años; antes de eso, no hemos podido encontrar ningún registro o recuerdo de él en ninguna parte, de manera que hemos llegado a otorgar cierto crédito a su supuesta ascendencia Ursuul.

—Dudo que una ausencia de registros bastara para haceros creer que es un Ursuul —dijo Istariel.

El embajador se acarició el bigote.

—El capitán es inteligente a la par que carismático. Nunca se descubrió nada que lo relacionase con los escándalos y desapariciones que parecían brotar a su paso. El otoño pasado, la hermana del rey dio a luz a una hija, Yva Lucrece de Corazhi. La niña y su nodriza desaparecieron. Al mismo tiempo, Moburu dirigió a su compañía entera hasta un lugar llamado la arboleda de Pavvil, donde combatieron del lado de los khalidoranos. Se cuenta todo tipo de locuras sobre la batalla, pero el caso es que el grueso de la compañía de Moburu escapó y se dirigió al norte.

—¿Vos creéis que secuestró a la cría?

—Lo que yo crea carece de relevancia. Algunas personas muy poderosas de Skone insisten en que no fue él. Les está costando algo más explicar por qué se ha llevado de nuestro país una compañía entera sin permiso, aunque hay quien susurra que se trata de una misión secreta para el rey. Hay generales que no quieren quedar como idiotas y no han desautorizado esas murmuraciones. Hay incluso quien afirma que la misma compañía de Moburu intenta rescatar a Yva Lucrece.

—A mí me parece que debe declararse traidor a ese hombre —dijo Istariel—. De otro modo, si vuelve a unirse a Khalidor, en esta ocasión para atacarnos a nosotras, Alitaera estará haciendo la guerra a la Capilla.

La leve mueca que asomó a las facciones del embajador reveló a Istariel que había expresado un argumento que él mismo había presentado a sus superiores.

—Nuestra respuesta al capitán Ander estará decidida pronto, y os prometo que seréis de las primeras en conocerla. —Por la cara del embajador Guerin se diría que estaba chupando limones—. Hablando de compartir información —prosiguió—, no llegasteis a hacernos partícipes del descubrimiento del que nos hablasteis hace unos meses. Pero enseguida volveremos a aquello. Primero, teníamos la esperanza de que esta casa del saber pudiera decirnos algo más sobre quién es el supuesto Gran Rey y cómo se lo identifica.

Istariel se apoyó en el respaldo de su silla.

—En otras palabras, no actuaréis contra Moburu hasta que sepáis si es lo que dice ser.

—En otras palabras, es prudente saber todo lo posible sobre los enemigos... y los amigos.

Istariel dio otro sorbo lento de ootai, cavilando.

—El Gran Rey es una leyenda confinada en su mayor parte a las zonas rurales de Khalidor, Lodricar, Cenaria y Ceura. Su advenimiento no es mencionado por ninguno de los profetas reconocidos por la Capilla. Tenemos registros de los vaticinios pronunciados por aquellos que poseen el Talento casi extinto de la profecía. La historia del Gran Rey la consideramos una mera esperanza que se mantiene viva en Lodricar y Khalidor en cuanto símbolo del anhelado fin de la opresión. En Cenaria y Ceura, probablemente se trate más bien del deseo de ser relevantes, como no lo ha sido Cenaria durante siglos.

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