Más Allá de las Sombras (60 page)

BOOK: Más Allá de las Sombras
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Neph se esperaba que Ella mintiera. No conocía los detalles de antemano, pero con tan solo sostener a Iures buena parte de la magia de Khali se había vuelto evidente para él.

—Si no puedo impedirle que me arrebate el vir, Dorian me matará —dijo.

—Cuando me encarne, te protegeré. Tu servicio no será olvidado. Lo juro.

Eso dio a Neph que pensar. ¿De verdad Khali necesitaba tener un cuerpo para protegerlo de un mero hombre? ¿No era una diosa? ¿No sería más bien que no quería protegerlo porque si él no le ayudaba Ella no tenía motivos para ayudarle? Se preguntó qué haría Khali al mundo si se encarnaba. ¿Sembraría el caos indiscriminadamente, solo porque odiaba la vida como todos los Extraños? ¿O acaso su sed de poder tenía más matices? Los tratos de Neph con ella habían sido todo lo infrecuentes que había podido permitirse, pero no había percibido aquella rabia universal que había intuido en los otros Extraños.

Resultaba vital juzgar con acierto; Neph quería ser rey dios, pero deseaba gobernar sobre algo más que cenizas y muertos. Aun así, quizá no tuviera mucha elección. Si tenía que elegir entre la certeza de morir no levantándola y la posibilidad de que muriese el mundo si la encarnaba, arriesgaría el mundo.

—Soy un anciano —dijo, derrotado—. No tengo fuerzas suficientes para esta tarea.

El brazo de Tenser Ursuul saltó hacia arriba como si tiraran de él con una cuerda, con la mano flácida. Neph tocó la mano tendida y la magia de Khali fluyó a él, lo revigorizó y llenó sus pulmones de un fuego fresco. Al apagarse, Neph se sintió más fuerte que desde hacía años, y además Iures había registrado hasta el último detalle, tanto de la Curación como del modo en que la propia Khali bebía del depósito de magia. Podría bastar.

—Gracias, Santa. —Neph solo disponía de unos días para desentrañar la magia necesaria, pero con Iures en su poder, quizá no solo derrocase a Dorian.

—Se acercan las últimas —dijo Khali—. Hazlas pasar.

Neph salió e hizo una señal a los Juramentados. Había seis jóvenes encadenadas entre sí junto a ellos, y todas parecían aterrorizadas. Las huéspedes potenciales de Khali eran chicas de campo. Los hombres de Neph no habían tenido mucho donde elegir en aquel páramo. Las hizo pasar. Les sorprendió descubrir que la diosa era un joven que babeaba. Quizá se esperaban garras y colmillos. Neph estudió a las chicas mientras ellas estudiaban a Khali. Cuatro eran feas o del montón. Khali odiaba la fealdad. Dos eran guapas, pero Neph pudo Ver que a una la habían violado, contraviniendo sus órdenes explícitas. Mataría a alguien por eso. Khali quería que cualquier violación de una huésped procediera de su mano. La otra chica era más guapa todavía, con unos grandes ojos castaños y la piel radiante, aunque estaba desfigurada por unas cicatrices.

—¿Cómo te llamas, muchacha? —preguntó Khali a esta última.

—Elene Cromwyll... esto, señora.

—¿Te gustaría vivir para siempre, Elene?

Los grandes ojos de la joven se llenaron de tal anhelo que Neph no pudo por menos que compadecerla.

—Más que nada en el mundo —dijo Elene.

Capítulo 80

Feir estaba de pie ante una mesa en el taller secreto de Ezra bajo el Túmulo Negro, con un trapo en la mano. No estaba sacando brillo a la espada. Ya la había bruñido una docena de veces, y además no necesitaba que le sacaran brillo de buen principio.

—Está terminada —dijo en voz alta—. Salvo por una cosa.

Feir descubrió la espada. Su imitación era casi la gemela de Ceur’caelestos. Él había sostenido a Ceur’caelestos, se había maravillado ante ella, había estudiado hasta la última voluta en los motivos del mistarillë. Las cabezas de los dragones gemelos estaban grabadas a ambos lados de la hoja que había forjado, de cara a la punta, dragones del sol y la luna de acuerdo con la mitología ceurí. La hoja tenía un solo filo, que se curvaba ligeramente para proporcionarle mayor superficie de corte. El lomo era más grueso para darle más fuerza, y el núcleo de hierro flexible compensaba la agudeza y rigidez del filo de acero. La forma de aquella hoja era pura apariencia. Estaba hecha de mistarillë y no se rompería aunque un hombre se colocara de pie sobre la punta y otro la levantase por la empuñadura. A pesar de su increíble resistencia, Ceur’caelestos era más ligera de lo que debería. El mistarillë, plegado una y otra vez como el acero, presentaba los mismos motivos que la hoja de Ceur’caelestos. La diferencia entre el original y el fraude de Feir era que la auténtica contenía los
fuegos del cielo
. En respuesta al peligro, la magia o el estado de ánimo de su dueño, los dragones podían exhalar lo que parecía fuego en dirección a la punta de la espada.

Feir conocía ya las tramas para duplicar ese efecto. Lo que no tenía era una piedra corazón para contener las tramas. Ciertas piedras resonaban con las distintas frecuencias de la magia. Los rubíes reaccionaban a los hechizos de fuego, sobre todo aquellos que implicaban luz roja o anaranjada. Si una piedra era lo bastante pura y del tamaño exacto, que dependía de la trama, podía construirse una resonancia que se sostuviera a sí misma. El resultado casi siempre era inexacto, lo cual constituía uno de los motivos de que la magia imbuida en un objeto fallase al cabo de un tiempo. Feir necesitaba un rubí lo más perfecto posible para que fuese el corazón del dragón.

—Se suponía que esta parte era sencilla —dijo Feir. Hasta su propia voz le resultaba deprimente—. La profecía era:
El más grande rojo al dragón dará corazón y cabeza
. —El más grande rojo tenía que ser un rubí, una piedra corazón, pero colocada sobre la cabeza de dragón de la espada.

Feir había hecho una docena de cosas imposibles a lo largo del invierno. Con las muy rudimentarias pistas que había recibido en su estancia en el bosque de Ezra, había llegado al Túmulo Negro y encontrado el túnel secreto que conducía a aquella habitación. Había encontrado las herramientas de oro endurecido mediante magia. Había evitado a los centenares de vürdmeisters que compartían con él la ciudad techada y había hallado siete espadas de mistarillë rotas. Había descubierto las notas de Ezra, un tesoro que cualquier Hacedor daría el brazo derecho por leer. ¡Por todos los dioses, había aprendido a reforjar mistarillë! Había creado el fraude más bello de la historia.

Pero no podía encontrar un pedrusco rojo.

—¿Podría haber hecho esto cualquier otro herrero viviente? —preguntó Antoninus Wervel con voz pausada.

Feir se encogió de hombros. Antoninus esperó hasta que su compañero cedió:

—No.

Antoninus alzó la espada con movimientos reverenciales y, a su pesar, Feir se consoló un poco. Antoninus no era un Hacedor, pero apreciaba la maestría necesaria para lo que Feir había creado. Dio vueltas a la hoja, examinándola.

—Pensaba que habías puesto tus martillos de guerra cruzados.

En un momento de vanidad (bueno, dos horas de vanidad) Feir había grabado su marca de herrero cerca de la empuñadura. De pequeño le encantaban las historias sobre Oren Razin, uno de los campeones de Jorsin. Feir no conocía a nadie aparte de sí mismo que pudiera pensar siquiera en blandir dos martillos de guerra como había hecho Oren. Más adelante cejó casi por completo en ese empeño. Era mucho más fácil encontrar a alguien que lo adiestrase con espadas.

—No es muy buena falsificación si la firmo con mi nombre. Sigue allí, pero hay que saber cómo revelarlo.

—Deberías estar orgulloso, Feir. Has creado algo precioso.

—Sin el corazón de dragón, no he hecho nada.

Capítulo 81

—¿Qué te aflige, mi rey? Llevas dos días manoseando esa roca —dijo Kaede.

Solon la subió a su regazo y le cubrió un pecho con la mano.

—Solo cuando no me dejas manosear cosas mejores.

—¡Asqueroso! —dijo ella, pero no se apartó—. Hablo en serio.

Los primeros días de su matrimonio habían sido de dicha absoluta, salvo por la piedra. Como Kaede se arrepentía de haberle ordenado que derrotase a los Takeda él solo, ella se había encargado de todos los preparativos para la boda. La misma noche en que Solon había llegado, se habían casado. Kaede se negó a esperar hasta después de la primavera, cuando podrían asistir los nobles que vivían más lejos. Dijo que, si se ofendían, los amenazaría con enviar al Cabalgatormentas a
visitar
sus islas.

Sin embargo, haciendo el amor solo podía ocuparse un número determinado de horas al día (que Solon y Kaede hacían todo lo posible por aumentar), lo que dejaba a Solon tiempo para pensar en la roca.

—Te he hablado un poco de mi amigo Dorian —dijo—. Y su profecía sobre mí.

—Algo de matar a tu hermano y la caída de un reino, ¿no?

Solon se retiró el pelo blanco y negro de la cara.

—No hay nada más desesperante que ver cómo un hombre sumido en un trance expone tu futuro con una cantinela:
Desgarratormentas, cabalgatormentas, por tu palabra o por tu silencio un rey hermano yace muerto. Dos miedos hacen befa, esperanza y muerte topetan, del hombre de la espada, regio tercero, la verdad yace en el corazón de tu dragón, o cabeza. El norte roto o rehecho a una sola palabra tuya
.

Kaede parecía perpleja.

—Bueno, la parte de cabalgar las tormentas la cumpliste.

—Y antes de que me lo preguntes, no, yo no me puse ese apodo. Antes no tenía ni idea sobre nada de lo demás, salvo lo del rey hermano. Si hubiese vuelto a casa, habría movilizado a los nobles para detener a mi hermano Sijuron; por lo tanto, mis palabras lo habrían matado. En lugar de eso, serví a un hombre llamado Regnus de Gyre, un hombre que pudo ser rey y era como un hermano para mí. No le conté que era mago y, cuando se enteró, me desterró de su compañía y fue asesinado. El final nunca había tenido sentido para mí, solo veía un rey en la primera parte de la profecía, mi hermano, de modo que pensé que Dorian desvariaba.

—Pero algo ha cambiado.

—Este rubí, Kaede. Nunca había oído hablar de él. Mi padre nunca dijo nada al respecto. No hay nada escrito sobre él en los archivos reales salvo la constancia de que lleva por los menos doscientos años en el tesoro. Figura como el corazón de dragón. Creo que un tercer rey, el regio tercero, el hombre de la espada, depende de que le lleve este rubí.

—¿Y si tú eres el tercer rey? ¿Y si tú eres el hombre de la espada? Dijiste que fue una espada la que te volvió el pelo blanco. Quizá se acerque aquí una amenaza y tú necesites el rubí para plantarle cara. Solon, no puedes irte. No por lo que dijo un loco. —Aunque seguía sentada en su regazo, estaba rígida de miedo y de ira.

Dos miedos hacen befa.
De repente las palabras eran cristalinas. Las condenadas profecías siempre podían interpretarse por lo menos de dos maneras, y por lo general ambas eran correctas.

—Kaede —dijo Solon—, hay una guarnición llamada Aullavientos que protege el paso entre Cenaria y Khalidor. Dorian y yo estuvimos allí el otoño pasado. Dorian pasó inconsciente la mayor parte del tiempo; se despertaba, garabateaba fragmentos de profecía y recaía en su trance. Un día se despertó gritando. Exigió todo el oro que yo pudiese reunir. Se lo conseguí y subimos por el monte hasta un roble negro muerto. Dorian me explicó que Khali se acercaba y que lo tentaría. Dijo que aniquilaría a todos los soldados. Fundió el oro y lo usó para cubrirse los ojos y las orejas y fabricar grilletes para sus manos y sus piernas; después me pidió que lo clavara al roble con unas estacas. Lo tapé con unas mantas y me fui. El oficial al mando no hizo caso de mis advertencias. Quería irme, pero había tardado demasiado, de modo que hice que los hombres me ataran con cuerdas y vacié mi glore vyrden, pero antes de que pudieran vendarme los ojos o taparme los oídos, Ella llegó.

—¿Khali?

Solon miró al vacío.

—Vi hombres tirándose desde las murallas. Vi a uno arrancarse los ojos. Y después, en una visión que creí real, te vi a ti. Intenté llegar a ti, pero las cuerdas me salvaron. No sobrevivió nadie más. En realidad, los Juramentados pasaron para asegurarse de que todos estábamos muertos. Si no se me hubiera caído encima un cuerpo que me cubrió de sangre mientras rezaba, me habrían matado a mí también.

—¿Y a qué dios debo ofrecer sacrificios por salvarte la vida?

—A ninguno. Fue una coincidencia. Un soldado perezoso que no limpió de sangre su espada en plena helada y no pudo desenvainar.

—Mientras tú por casualidad estabas rezando —dijo ella—. Es toda una coincidencia.

—Sí —replicó Solon, con tono más brusco de lo que pretendía—. En eso consiste precisamente una coincidencia. En fin, perdona, cuando fui al roble negro de Dorian, este había desaparecido. Sus huellas se dirigían al norte, hacia Khalidor, pero no las podía seguir. Tenía que verte. Nada más importaba. Me enrolé en el barco de un capitán cuya última travesía del año era a Hokkai.

—O sea que por eso crees en las profecías de Dorian —dijo Kaede.

—Esto es el corazón de dragón, Kaede. Yo soy el segundo rey. Un tercer rey vivirá o morirá según lo que yo haga con esto.

—¿Cuáles son los dos miedos? —preguntó ella con voz pausada.

—Mi miedo a Khali y mi miedo a decir la verdad. Este último fue el que le costó a Regnus la vida. Siento que se me ha concedido otra oportunidad, en primer lugar de ser sincero contigo, y en segundo de volver a afrontar a Khali.
Roto el norte, roto tú, rehecho a una sola palabra tuya.
Todavía tengo algo roto dentro, Kaede. Pensaba que casarme contigo lo arreglaría, y no hay palabras para describir lo feliz que he sido y lo mucho que deseo quedarme aquí para siempre, pero hay una parte de mí que aún susurra
cobarde
.

—¿Cobarde? ¡Eres Solon Cabalgatormentas! Hiciste frente a los mares de invierno. Aplastaste tú solo una rebelión. Te resististe a una diosa. ¿Qué tienes de cobarde?

—Dorian me necesitaba cuando fue a Khalidor. Probablemente esté muerto porque no fui con él. Regnus está muerto porque no quise arriesgarme a contarle quién era. Si la profecía es cierta, hay una palabra que debo pronunciar, una vida que puedo salvar, y puedo ser rehecho.

Kaede parecía apesadumbrada.

—¿Será suficiente? ¿No habrá siempre algo más que debas hacer para demostrar que esa voz se equivoca? ¿Perseguirás el valor hasta que te mate?

Solon la besó en la frente.

—Ya he hecho lo más difícil: decirte la verdad. No me iré a menos que me concedas tu bendición. Mi lealtad es toda para contigo, Kaede.

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