Más Allá de las Sombras (69 page)

BOOK: Más Allá de las Sombras
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Se agarró a una de las enormes espinas que sobresalían de la espalda. La criatura volvió a girar sobre sus talones, pero no lo vio, y entonces lo distrajo un ataque que Kylar no alcanzó a distinguir. Logró apoyar los pies en una espina inferior y, acompasándose a los movimientos del titán, fue trepando de espina a espina.

No había ningún asidero con el que hacer fuerza para cortar al titán en la columna vertebral, de modo que siguió escalando hasta llegar a la ancha gorguera que protegía su cuello. De ella sobresalía un mechón de pelo metálico, al que Kylar se agarró para cobrar impulso y hundirle a Curoch en la nuca.

Una descarga de magia recorrió los pelos metálicos y le hizo salir despedido hacia atrás. Kylar giró en el aire, sujeto con una mano.

Los dedos se le escurrieron y tuvo que asirse a la gorguera en sí, entre el metal y la piel del titán. Se columpió y lanzó tajos frenéticos contra el cuello de la bestia. La magia brotó del cuerpo del titán como una onda sísmica. El mundo se volvió negro y Kylar sintió que se precipitaba dando vueltas por el vacío. No había nada a lo que agarrarse, ninguna posibilidad de detener su caída que, desde aquella altura, sin duda sería letal. Era como un sueño: la ráfaga de aire, el vacío enfermizo de su estómago, el giro al prepararse para el impacto inevitable... Pero no despertó. Aplastó algo, y oyó tanto como sintió que sus huesos se rompían. La clavícula, el brazo derecho, todas las costillas de ese lado y su pelvis crujieron y se fracturaron.

Cuando se despejó los ojos de lágrimas, vio que estaba tumbado boca arriba, con una hormiga de fuego aplastada debajo. Intentó moverse, pero no había manera. Lo recorrió un dolor tan intenso que vio chiribitas negras. Si lo volvía a intentar, se desmayaría. Estaba muerto. Sin mayor historia, la batalla de Kylar había terminado.

El titán había trastabillado hacia atrás varios pasos enormes. Del lado derecho de su cuello manaba un torrente de sangre. Kylar le había acertado en la arteria carótida. La bestia gritó. Entonces vio a Kylar. Si este hubiese podido leer emoción en aquellos ojos de gato plateados y negros, habría creído captar satisfacción. El titán avanzó. Se estaba muriendo, lo sabía y pensaba caer encima de Kylar para aplastarlo.

Kylar extendió un dedo hacia el titán, se tumbó y miró al cielo. Ante sus ojos flotaba una mota y Kylar parpadeó, pero no la hizo desaparecer. En el cielo, bajando en picado desde una altura increíble, había un ave de presa. Aun descendiendo en picado, estaba claro que debía de tener diez metros de envergadura, y se dirigía derecha hacia Kylar.

Genial, aplastado por un titán o por un pajarraco enorme. Fantástico.

Moverse no era una opción. Tenía tantos huesos rotos que respirar resultaba un tormento. Volvió a mirar al titán. El manantial de sangre de su cuello seguía corriendo. Se tambaleaba hacia delante, mostrando a Kylar sus blancos dientes perfectos.

El pájaro abrió las alas de golpe en el último segundo y se estrelló contra la cara del titán con una fuerza demoledora. La cabeza del gigante se inclinó hacia su espalda con un chasquido y cayó como una piedra... hacia atrás, sobre las líneas de kruls.

Kylar se relajó. Había esperado hacer más. Hasta lo podría haber tentado pensar que su destino habría sido hacer más, pero no se quería engañar. En fin, por lo menos había matado al titán. No era moco de pavo.

Un grito ululante surgió de las líneas ceuríes, y los aliados cargaron al frente. Kylar vio que hombres y caballos saltaban sobre él.

Apenas había cerrado los ojos cuando sintió que lo invadía un caudal de magia. Con mano segura y brutal, sus huesos fueron recolocados en su sitio y reconstruidos en rápida sucesión. Cuando la magia se retiró, Kylar dobló la cintura y vomitó. Ni siquiera sabía que el Talento pudiera sanar a alguien tan deprisa. ¿Y quién si no habría intentado una cosa así?

—De verdad que un día de estos vas a tener que salvarme la vida tú. Esto empieza a ser aburrido. Por cierto, creía haberte dicho que no soltaras esto.

Kylar alzó la vista boquiabierto hacia Durzo. Su maestro le tendía a Curoch. Llevaba a la espalda una enorme mochila que se extendía varios metros sobre sus hombros... solo que no era una mochila.

—No me jodas, hombre —dijo Kylar—. No puedes volar. Dime que no puedes volar.

Durzo se encogió de hombros.

—Huesos huecos, cambios en el corazón y en los ojos si quieres ver mientras desciendes, una cuidadosa redistribución de la masa corporal... es muy, muy jodido. Ayuda haber estudiado a los dragones.

—¿Dragones? No, no me lo cuentes. —Kylar se levantó, tembloroso por la inmensa cantidad de magia que lo había recorrido—. No pensaba que pudiera curarme tan deprisa...

Dejó la frase en el aire cuando Durzo reabsorbió las alas en su espalda y su forma cambió sutilmente de proporciones. Le había enseñado que para alterar sus rasgos, hasta las transformaciones relativamente insignificantes de una cara a otra, hacían falta de ocho a doce horas. Su maestro acababa de perder unas alas de diez metros en cuestión de segundos.

—Increíble —dijo Kylar.

—Es demasiado difícil para ti —advirtió Durzo, con un tonillo involuntario de disculpa.

—¿Sabes dónde está Elene? —preguntó Kylar, ansioso.

—No estoy seguro, pero sé dónde es la fiesta. —Durzo parecía al borde de añadir algo, pero se contuvo. Las ganas de bromear desaparecieron de su cara.

Un momento después, Kylar reparó en lo que había alarmado a su maestro. Por etapas, la tierra que tenían debajo pareció suspirar. El hedor a muerto reciente se multiplicó por diez. El conjuro de Jorsin que preservaba el terreno se había roto. La Marca Muerta se sacudía sus cadenas y respiraba.

Capítulo 94

El rey dios Langor vio la señal luminosa cenariana que trazaba un alto arco por encima de sus tiendas de mando y se le paró el corazón.

Jenine.
Se estaban llevando a Jenine.

Se encontraba en el último tramo de escalones ante una gran cúpula del antiguo castillo. Era el edificio más alto que había visto nunca, con imponentes arcos y arbotantes que rozaban el firmamento mismo. Dentro sentía la presencia de Khali y la de Neph Dada. Dorian estaba rodeado por una docena de montañeses y doscientos vürdmeisters: más que suficiente. La auténtica batalla sería entre él y Neph, su antiguo tutor. Neph, que estaba haciendo su jugada de usurpador. Neph, que había despertado al titán y a los rojos buulgari—las hormigas de fuego, los bichos— que habían estado aprisionados cerca de él.

Neph Dada no era el único que intentaba hacer su jugada. El hermano de Langor, Moburu, había invertido casi toda su tropa en abrirse paso entre las líneas de Langor el día anterior para llegar al Túmulo Negro. En ese preciso instante salía de uno de los túneles de debajo de la ciudad. Llevaba un ferali.

Desde la escalera, el rey dios disfrutaba de una panorámica de todo lo que quedaba al norte y el este del castillo. Al norte, distinguía la pequeña fuerza cenariana que atravesaba la Marca Muerta en dirección al este, donde se encontrarían con las tropas de Logan de Gyre encabezadas por el rey en persona. El contingente de Moburu parecía formado por solo unos centenares de hombres, y toparía con las tropas de Logan antes de que los cenarianos que se habían llevado a Jenine llegaran allí. Sin el ferali, Cenaria habría exterminado a la fuerza de Moburu. Con él, en fin, dependía de lo buenas que fuesen las magas de Logan.

En cualquier caso, el encontronazo resultante le concedería tiempo de sobra para entrar, hacerse con Khali y privar a Neph del vir. Sin él, Neph y Moburu estarían indefensos y el ejército entero de kruls estaría unido por fin. Langor había cometido errores, pero la situación no estaba ni mucho menos perdida. Se estaba volviendo para entrar cuando vio que los hombres de Moburu viraban y se dirigían hacia los cenarianos que transportaban a Jenine.

Se le aceleró el pulso. Había visto esa escena al recuperar el don. El ferali arrasaría a los secuestradores y Moburu capturaría a Jenine. Veía la imagen como si la tuviera delante. Moburu sostenía a Jenine, con los ojos desorbitados y un conjuro trenzado en torno a su cabeza que se la aplastaría como un melón si él dejaba de mantenerlo.

Era demasiado tarde para Jenine. Langor vio estallar su cabeza, sus sesos derramándose por los estrechos agujeros del conjuro. Parpadeó. Aunque la salvase, su matrimonio estaba acabado. Los cenarianos se la habían llevado. Ya debía de saber que Logan estaba vivo. Si la rescataba a la vista de Logan, ¿se lo agradecería ella? Ahí dentro, por lo menos, había poder. Con Khali, Langor tendría magia, riqueza, todos los placeres de la carne, comodidad. Estaba el estudio del saber perdido, de la magia que nadie salvo una diosa podía enseñar. Estaba todo menos la amistad, el compañerismo, el amor, pero ¿qué eran esas cosas si de todas formas iba a volverse loco y no podría disfrutarlas? Aquel era su derecho de nacimiento, y la gente llevaba intentando arrebatárselo desde que tenía uso de razón. Había renunciado a todo por estar allí. ¿Qué sería de su harén si partía? Había proporcionado a esas chicas una vida decente, mejor de la que habrían imaginado nunca. No podía vivir sin el vir. Lo había dejado una vez y al acto casi lo había matado. No podía pasar otra vez por aquello. Jenine estaba muerta para él de todos modos. Además, quería aplastar a Neph, demostrarle de una vez por todas quién era el maestro y quién el alumno, vengar todas las crueldades que le había infligido cuando era pequeño.

Langor se volvió para entrar.

—¿Dorian? —gritó un hombre desde media altura de la colina—. ¡¿Dorian?! —En la calle adoquinada, a cien pasos de distancia, Solon apareció doblando una esquina a lomos de un corcel castaño. Hizo un gesto con una mano a lo que debían de ser soldados en la calle que tenía detrás para indicarles que parasen—. ¡Dorian! ¡Dios mío, Dorian, me alegro de verte! ¡Te daba por muerto!

El rey dios Langor llevaba su túnica blanca y las pesadas cadenas doradas de los monarcas khalidoranos. El vir oscurecía su piel, y Solon fingía no ver nada de todo eso.

Cabalgó hacia él, sin tocar su Talento ni empuñar arma alguna, sin hacer ningún movimiento que pudiese parecer amenazador, como si se estuviera acercando a una fiera.

—Eres tú. Dorian.

Decía el nombre como si tuviese poder, como si estuviera llamando a un muerto a la vida. Y era la vida. Aun con todos los lujos y la satisfacción del más mínimo capricho, Dorian había vivido esos últimos meses como un animal perseguido. No había habido descanso, solo estupor. Nunca había habido comunión, ni siquiera con Jenine.

Los doscientos vürdmeisters se estaban poniendo nerviosos al ver acercarse a Solon. Olían la potencia de su Talento, que apestaba incluso al olfato de Langor. Lo odiaba. Olía a luz, luz que limpiaba, revelaba y avergonzaba. Sin embargo, los vürdmeisters no atacarían a Solon, no sin una orden del rey dios. Solon no les hacía ni caso. Siempre había tenido unos cojones de aúpa.

—Dorian —decía—. Dorian.

Dorian había pronunciado una profecía sobre Solon una vez. ¿Hacía diez, doce años? El final era:
Roto el norte, roto tú, rehecho a una sola palabra tuya
. ¿El cabronazo descarado estaba afirmando que la palabra era
Dorian
? ¿Estaba volviendo su propia profecía contra él? Una sonrisilla que Dorian conocía muy bien jugueteaba en los labios de Solon. Langor soltó una carcajada que después quedó ahogada en un sollozo. Sonaba demencial incluso a sus propios oídos.

Miró monte abajo. Moburu había acortado distancias con los cenarianos que llevaban a Jenine, y el ferali ya arremetía entre ellos rodeado por una nube de polvo negro, haciéndolos pedazos, pegando sus cuerpos a su carne, creciendo.

Dentro, Neph trabajaba para encarnar a Khali. La diosa esclavizaría a todo Midcyru, quizá todo el mundo. Esclavizaría y destruiría. Sin cuerpo, había convertido Khalidor en un caldero de inmundicia, una cultura de miedo y odio. ¿Qué no haría con un cuerpo? La mejor opción de Dorian era detener a Neph. El rey dios Langor podía pararle los pies. Conocía a Neph. Sabía cómo lucharía. La chica era una tangente, una distracción respecto del panorama general. Dorian era demasiado importante, sus habilidades demasiado valiosas para ir detrás de una chica cuando la batalla real, la batalla que decidiría el destino de varias naciones y quizá de todo Midcyru, estaba a apenas unos pasos de distancia. Dorian entraría como rey dios Langor una última vez. Tomaría el vir una última vez y destruiría todo lo que Neph había causado. Destruiría la obra de Khali... y moriría. Su lucha por fin habría terminado. Privado de vivir bien, por lo menos moriría bien.

Además, Jenine estaba muerta para él.

—Dorian —dijo Solon—. Dorian, vuelve.

Jenine estaba muerta para el rey dios Langor, muerta incluso para Dorian, pero no estaba muerta. Aquel espejismo era la misma tentación que lo había enredado cien veces: permitir un mal inmediato en aras de un futuro bueno y esplendoroso. Para cambiar una nación entera, para deshacer la maldad creada por su padre, había adoptado un harén, levantado kruls, ejecutado niños, violado niñas y empezado una guerra. En realidad, había llevado a cabo la mayor parte de las cosas por las que odiaba a su padre, y en mucho menos tiempo. La verdad era que siempre había estado más interesado en ser conocido como bueno que en ser bueno sin más. Y estaba a punto de hacerlo de nuevo. No era de extrañar que hubiese estado tan dispuesto a renunciar a su don profético en Aullavientos: había visto aquello en lo que iba a convertirse.

—Entrad y matad al usurpador —ordenó el rey dios Langor a sus vürdmeisters—. Yo os seguiré enseguida. —Entraron en el acto. Quizá hasta le obedecieran. Daba igual; no podía mantenerlos allí. Podrían intentar detenerlo—. Vosotros también —dijo a sus guardaespaldas, que también obedecieron al instante.

Con el estómago revuelto ante el mero contacto de su Talento, por débil y frágil que estuviera a esas alturas, Dorian preparó las tramas sin darse tiempo para pensar. Conocía aquellas tramas porque las había usado una vez de joven. Probablemente fuera demasiado poco y demasiado tarde. No tenía manera de compensar lo que había hecho. Debería conformarse con aplastar a Neph y morir.

No, esa era la misma vieja voz que había obedecido demasiadas veces. Siempre que decidía pensar en la tentación, caía en la tentación. Era el momento de actuar. Hacer el bien sin más, lo supiese alguien alguna vez o no, fuera o no fuera suficiente.

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