Más Allá de las Sombras (64 page)

BOOK: Más Allá de las Sombras
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—¡Arqueros, disparad desde fuera del paraguas! —gritó Feir, pero no antes de que varios de ellos soltaran sus proyectiles contra el escudo. Las flechas salientes atravesaron el paraguas, volaron media docena de pasos y acabaron posadas de nuevo sobre el escudo, sin energía siquiera para volver a atravesarlo.

—¡Meisters! —gritó alguien.

Antes de que Vi localizara a la oscura figura del otro lado del puente, algo la derribó de la silla de montar. Aterrizó en el suelo rocoso con mucha menos velocidad de la que tenía derecho a esperar.

—Di mejor
vürdmeisters
—gruñó Feir mientras la ayudaba a levantarse—. Hijos de puta.

—Me has salvado —dijo Vi, que reparó en el escudo desconocido que la rodeaba al ponerse en pie.

—Estás en deuda conmigo. Ahora haz algo. Yo estoy seco.

Una docena de bolas de fuego de diversos tamaños trazaron un arco por encima del puente. Vi buscó a tientas su Talento, pero todavía le pitaban los oídos. Fue demasiado lenta.

Pese a todo, cada uno de los proyectiles flamígeros de los khalidoranos se desvió hacia arriba como una flecha en una súbita corriente vertical, y después trazó una curva en el aire y se estrelló entre las filas khalidoranas de las que había salido. Una mujer lanzó un grito triunfal, y Vi reconoció la voz de la hermana Rhoga. Las magas de batalla de Vi habían practicado aquella trama durante cuatro días seguidos, pero verla funcionar en la práctica la dejó sin habla.

Vi no encontró su caballo, aunque no tenía ni idea de cómo podría haber ido a ninguna parte a través de las filas apretadas de piqueros, arqueros y soldados con escudos que defendían el pie del puente Negro. Se abrió paso hacia el frente.

Los hombres que mantenían el muro de escudos de la primera fila la miraron. Cada escudo estaba asaeteado por docenas de flechas. Los arqueros khalidoranos habían deducido que, si disparaban con una trayectoria lo bastante baja, encontrarían blancos allí.

—¿Cuánta cobertura queréis, hermana? —preguntó un oficial escuálido que le llevaba por lo menos veinte años.

La primera fila de soldados tenía una rodilla en el suelo y estaba completamente cubierta por sus escudos; la segunda los sostenía en posición oblicua y una tercera los aguantaba por encima de sus cabezas a pesar del paraguas. Las filas estaban todo lo prietas posible.

—Tú, descansa —dijo Vi a un hombre de la segunda fila. Se abrió paso hasta ese punto y asomó la cabeza por el hueco entre los escudos.

Localizó al vürdmeister por la barrera de vir negro arremolinado que giraba delante de él. Al cabo de un momento, media docena de dardos de fuego se hundieron en el escudo; la magia de los magos se rompió, chisporroteó y cayó en pedazos sobre el puente a sus pies, pero el vürdmeister apenas pareció darse cuenta. Estaba mirando río abajo, hacia el vado del gran mercado.

Los montañeses khalidoranos habían perseguido a los sa’ceurai hasta el otro lado del río, y miles de ellos habían alcanzado ya la orilla cenariana. Vi se horrorizó.

Una bengala azul surcó el cielo por encima del gran mercado. A la derecha de Vi, un mago salió con esfuerzo a la pasarela de piedra que recorría la cara de la presa. Como el agua se derramaba desde arriba en lugar de salir por sus compuertas cerradas siglos atrás, el mago avanzaba a través de un aluvión que caía desde quince metros más arriba. Se agarró a la barandilla para impulsarse hacia delante, mano tras mano, luchando por mantener los pies firmes en la superficie de piedra. En el centro de la pasarela había dos enormes poleas, con las cadenas que las envolvían todavía en perfecto estado. Las propias cadenas desaparecían en el interior de la pared de la presa, en el mecanismo de apertura de las compuertas. El mago lanzó gruesas sogas azules de magia a cada una de las poleas e hizo fuerza.

Apenas había empezado cuando media docena de vürdmeisters, que estaban escondidos entre las filas khalidoranas, saltaron al frente. Fuego, martillos de aire, vendavales y proyectiles envolvieron al mago solitario desde todas las direcciones. Sus escudos aguantaron hasta que un homúnculo blanco y resplandeciente voló hasta él. El mago gritó cuando el aire se rasgó y la sierpe del abismo se abalanzó sobre él.

Las fauces de la bestia se llevaron por delante escudo, hombre y una de las masivas poleas, para luego retirarse al infierno del que había salido y desaparecer.

Al cabo de un momento, media docena de proyectiles verdes alcanzaron a la otra polea y agrietaron y partieron las cadenas.

Solo cuando destruyeron la segunda polea Vi comprendió que acababa de ver cómo desarmaban la trampa de Garuwashi. El ceurí había fingido la desbandada para atraer a los khalidoranos al río, donde pensaba ahogarlos. Sin embargo, los enemigos lo sabían de antemano. ¿Por qué si no habrían ocultado la presencia de seis vürdmeisters? Acababan de volver la trampa de Garuwashi contra él.

—¡Feir! —gritó Vi. Se volvió y se sorprendió al ver que lo tenía justo detrás; el pavor de sus ojos le decía que había entendido la situación—. ¿Puedes protegerme?

Feir echó un vistazo a los vürdmeisters, que a ojos de Vi eran todos iguales.

—Tres segundas, dos terceras y un sexta shu’ra. Mierda. ¿A lo mejor?

Uno de los vürdmeisters más jóvenes rió y volvió la cabeza por encima de su hombro para decir algo. Vi proyectó su Talento, le asió el faldón de la túnica y tiró de él. Si hubiera pensado, no lo habría intentado. No podía llegar tan lejos. Nunca lo había logrado.

El hombre se encontraba en mitad de la caída por el desfiladero cuando empezó a gritar.

Feir tenía los ojos como platos.

—Buen agarrón.

—Esto es la mayor tontería que he hecho nunca —dijo Vi. Con su Talento, empujó a hombres a diestra y siniestra. La pasarela de la presa estaba a más de diez metros de distancia y seis más abajo. Se quitó la túnica.

—Distraedlos. ¡Ahora! —gritó.

Las magas de batalla obedecieron, lanzando docenas de bolas de fuego.

Vi atravesó corriendo el espacio que había despejado y al cabo de unos pasos rápidos alcanzó su máxima velocidad. Saltó al vacío, después de casi olvidar escudarse. El salto fue perfecto. Aterrizó con los dos pies en mitad de la pasarela, salpicando en todas las direcciones, y después el impulso la empotró contra la pared de la presa. Su escudo ayudó, pues no dejaba de ser una caída de seis metros. Chocó contra la pared y luego rebotó. Dio unos manotazos a ciegas y notó piedra bajo la punta de los dedos por un breve instante; luego se encontró cayendo por el vacío.

Estúpida, Vi, estúpida.

Imaginó que oía a Nysos reírse. Hacía meses que no pensaba en el dios de los líquidos potentes, y allí estaba, muerta por culpa del agua.

Se preparó para el impacto, pero este no llegó. Abrió los ojos y no consiguió ver nada a través de la cascada. Luego salió de ella. Distinguió una gruesa cuerda de Talento atada en torno a ella que se extendía hasta la hermana Ariel, que hacía muecas por el esfuerzo. Al cabo de otro momento, Vi estaba en la pasarela junto a una de las cadenas. La agarró y la hermana Ariel soltó su cuerpo.

La fuerza del agua le hizo resbalar al instante y la volteó, pero con esfuerzo logró levantarse de nuevo. Por encima de ella vio que los vürdmeisters —ya solo quedaban tres— lanzaban una lluvia de muerte en llamas, pero nada se le acercó siquiera. En la orilla cenariana doscientas mujeres brillaban como antorchas con el Talento: sus hermanas. La estaban protegiendo, y nada podía detenerlas. Sintió que se le hinchaba el corazón hasta casi reventar. Aquellas mujeres morirían por ella. Por primera vez en su vida, formaba parte de algo.

Seguía llorando y riendo para cuando encontró la otra cadena. Se plantó con una en cada mano; cada eslabón era tan grande como su antebrazo. Tiró, pero sin las poleas el peso era simplemente demasiado.

Retrocedió un paso, para salir de la sombra de la presa y que le diera el sol. Aún no era mediodía del todo. Sintió que la luz le bañaba la piel y se abrió a ella, se abrió hasta quemarse, hasta tener todos los poros llenos de calor.

Entonces volvió a tirar. Al principio no hubo movimiento alguno, pero después notó algo, como si en lo más profundo de la presa unos mecanismos estuvieran amenazando con ceder, protestando con sus guturales gargantas de hierro, hasta que al final... empezaron a girar. Su Talento se extendía más allá de sus brazos, agarrando las cadenas como media docena de manos, agarrando, tirando y volviendo a agarrar. Un siseo le llenó los oídos, y abrió los ojos. Algo emitía una luz cegadora. Era ella. Resplandecía. Brillaba como la mismísima Serafín. Cuando el agua tocaba sus extremidades se evaporaba formando grandes nubes siseantes de vapor.

Las compuertas de la presa se entreabrieron un poco, tres a la izquierda y tres a la derecha. Vi tiró, notando que le fallaban las fuerzas. Tenía que terminar. Tiró una vez más y sintió que las compuertas llegaban a la posición fija de apertura. El agua que se le derramaba encima por la parte superior de la presa perdió fuerza y acabó por desaparecer. Veía una vez más.

Las seis compuertas que tenía debajo lanzaban al valle sus chorros de agua con una fuerza increíble. La tromba arrolló a los miles de montañeses que cruzaban hacia el gran mercado. Los hombres buscaron desesperados cualquier elevación y se lanzaron en estampida hacia la orilla, pisoteando a sus compañeros.

Solo los hombres de Garuwashi mantuvieron la calma ante la riada. Hubiesen visto o no lo cerca que había estado su trampa de fracasar, los sa’ceurai estaban preparados para que funcionase. A lo largo y ancho de todas las elevaciones que rodeaban el gran mercado, cerraron filas y cubrieron con veteranía las rutas de huida. Después contraatacaron para empujar a los khalidoranos a una muerte en el agua. En algunos puntos los hombres lograban superar con uñas y dientes los escudos de los sa’ceurai, pero las espadas daban luego buena cuenta de ellos.

Vi cobró conciencia de que todos los ocupantes del puente la estaban mirando. Todos gritaban y vitoreaban. Todavía tenía sujetas las cadenas, que de repente parecían insoportablemente pesadas. Las soltó y trastabilló. Unas manos la agarraron y la mantuvieron en pie. Una docena de hermanas se había aventurado a salir a la resbaladiza pasarela para ir por ella.

Hermanas. Mis hermanas.
Vi rompió a llorar, y nadie la miró como si fuera estúpida.

Capítulo 87

Lantano Garuwashi fue el primero en comprender lo que suponía lo sucedido en la presa. La trampa que Agon, Logan y él habían ideado siempre había dado por sentado que podrían cerrar las compuertas después de abrirlas. Con la destrucción de las poleas, era un milagro que hubieran llegado a abrirlas. Después de ahogar a los montañeses, Logan y él habían planeado lanzar todo lo que tenían contra el tocado ejército khalidorano. Atrapado entre los ceuríes y cenarianos y el terreno maldito de la Marca Muerta, el ejército enemigo se habría venido abajo en un santiamén. En lugar de eso, los ejércitos aliados solo podían avanzar cruzando los estrechos puentes.

Garuwashi ordenó el cruce y asignó magas a que protegieran los puentes. Si él fuese khalidorano, es lo que intentaría destruir.

Tenía razón. El contraataque fue casi en exclusiva mágico. Cientos de meisters atacaron cada uno de los puentes, pero entonces, de repente, fueron retirados de sus posiciones. Las magas le contaron que distinguían una conflagración mágica en el lado opuesto del propio Túmulo Negro, los khalidoranos combatiendo a los bárbaros, pero no supieron decirle nada más. Si hubiese podido vadear el río, podría haber aprovechado que el rey dios dividía su ejército, pero ese plan era literalmente agua pasada. Estableció cabezas de puente y puso a sus zapadores a trabajar ensanchando los puentes por cualquier medio disponible, pero la situación pintaba mal.

En cuanto los khalidoranos vieron que sus hombres se estaban fortificando en vez de atacar, se retiraron a elevaciones situadas a cientos de pasos de distancia y se pusieron a su vez a trabajar.

A primera hora de la tarde, Garuwashi encontró al rey Gyre en su tienda de mando, que había desplazado hasta la orilla, junto al puente de los Bueyes.

—Hoy ha sido una gran victoria —dijo Logan—. Ellos han perdido más de nueve mil montañeses. Yo he perdido a noventa hombres que defendían el mercado. ¿Cuántos sa’ceurai?

—Ciento quince haciendo de señuelo para la trampa. Ocho al cerrarla.

—Doscientos hombres, para matar a nueve mil —dijo Logan. No se extendió más. Era una victoria, pero una que constituía el preludio de una derrota.

—Mañana vuelven sus quince mil de Reigukhas y perdéis a mis sa’ceurai —le recordó Garuwashi.

—¿Cuánto falta para que llegue el regente? —preguntó Logan.

—Una hora. Sus mensajeros me han pedido un encuentro con él de inmediato.

No era justo. Después de una victoria tan magnífica debería estar esperando el día siguiente con anhelo. En lugar de eso, esa noche se suicidaría. Muchos de sus sa’ceurai seguirían su ejemplo. Los veinte mil que acompañaban al regente darían media vuelta y se marcharían a casa sin más.

—¿No podéis usar la ilusión que habéis empleado hoy? —inquirió Logan.

Garuwashi suspiró.

—Feir dijo que la magia del filo tiene algo que interfiere con las ilusiones. El brillo daba el pego a diez o veinte pasos de distancia, mientras lanzaba estocadas a un lado y a otro, pero ¿de tan cerca? No aguantaría el escrutinio de un niño.

—Majestades, con permiso —dijo Feir. Garuwashi no lo había visto llegar, a pesar de su corpulencia. Era indicativo de lo cansado que estaba. Logan le indicó a Feir que continuase con un gesto—. Yo forjé esa espada. Si encontramos un rubí que contenga los conjuros, me atrevería a decir que soy la única persona en el mundo capaz de notar la diferencia entre la nueva Ceur’caelestos y la original. Ni siquiera necesitamos un rubí especial. Solo tiene que ser grande. Rey Gyre, estoy seguro de que vuestro tesoro contiene algo que sirva. Parece ridículo rendirse cuando estamos tan cerca.

—No es rendirse —replicó Garuwashi con tono cortante—. Es que se descubra nuestro fraude.

—¿Y si no lo descubriesen? —preguntó Feir.

—Los regentes llevan siglos esperando esto —dijo Logan—. Estoy seguro de que tienen algún tipo de prueba para dilucidar si la espada es real.

—¿Y qué si la tienen? —insistió Feir—. El regente no tiene Talento y vos disponéis de magas. Con un poco de preparación, podríamos...

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