Más muerto que nunca (3 page)

Read Más muerto que nunca Online

Authors: Charlaine Harris

BOOK: Más muerto que nunca
12.51Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Me gustará mucho llamar a tu madre y contarle que pretendías arrearle un puñetazo a una mujer —dije. Se quedó blanco y ya no se habló más de demandas. El chico se marchó al cabo de poco rato con sus colegas. Las amenazas de este tipo son de lo más efectivo.

Obligamos a Jeff a marcharse también.

Terry volvió a su lugar detrás de la barra y empezó a servir bebidas, pero cojeaba levemente y tenía una mirada tensa que me preocupó. Las experiencias que había sufrido en la guerra no le habían dejado muy estable. Y yo ya había tenido bastantes problemas por aquella noche.

Pero, naturalmente, la noche no había terminado.

Alrededor de una hora después de la pelea, entró en el bar una mujer. Era una mujer normal y corriente e iba vestida con unos pantalones vaqueros gastados y una chaqueta con estampado de camuflaje. Calzaba unas botas que nuevas debieron de ser maravillosas, aunque de eso hacía ya mucho tiempo. No llevaba bolso y tenía las manos hundidas en los bolsillos.

Varios detalles me animaron a conectar mi antena mental. Para empezar, aquella mujer no tenía buena pinta. Una de por aquí iría vestida de aquella manera para ir a cazar o para trabajar en la granja, pero no para entrar en el Merlotte's. Las mujeres solían arreglarse para salir de noche. De modo que aquella mujer estaba trabajando; pero por el mismo razonamiento, no se trataba de una prostituta.

Y eso sólo podía significar drogas.

Para proteger el bar en ausencia de Sam, me conecté a sus pensamientos. La gente, naturalmente, no piensa formulando frases completas, pero lo que pasaba más o menos por su cabeza era lo siguiente: «Quedan tres viales que están perdiendo su fuerza, tengo que venderlos esta noche para poder volver a Baton Rouge y comprar más. Hay un vampiro en el bar y si me pilla con la sangre de los suyos estoy muerta. Este pueblo es un lugar de mala muerte. Tengo que volver a la ciudad a la primera oportunidad que se me presente».

Era una drenadora, o a lo mejor una simple distribuidora. La sangre de vampiro era la droga más fuerte del mercado y, naturalmente, éstos no la donaban voluntariamente.

Extraérsela era un trabajo peligroso y por ello los diminutos viales de sangre de vampiro se cotizaban a precio de oro.

¿Qué conseguía el drogadicto a cambio de esas grandes cantidades de dinero? Mucho, aunque dependía de la antigüedad de la sangre —es decir, del tiempo transcurrido desde que había sido extraída de su propietario—, de la edad del vampiro en cuestión y de la química individual de cada uno. En líneas generales, producía sensación de omnipotencia, aumentaba la fuerza física, agudizaba la visión y el oído. Y algo que es tremendamente importante para los norteamericanos, mejoraba el aspecto físico.

Pero aun así, sólo un idiota bebería sangre de vampiro procedente del mercado negro. Para empezar, porque los resultados eran claramente impredecibles. Los efectos no sólo variaban, sino que podían durar entre dos semanas y dos meses. Por otro lado, había quien se volvía loco cuando la sangre entraba en contacto con su organismo, pudiéndose convertir incluso en un loco homicida. Había oído decir que algunos traficantes vendían sangre de cerdo o sangre humana contaminada a los clientes más ingenuos. Pero el motivo más importante para evitar este particular mercado negro era el siguiente: los vampiros odiaban a los drenadores y a los consumidores de sangre (a los que se conocía comúnmente como «cabezas ensangrentadas»). Y tropezarse con un vampiro cabreado no es algo recomendable.

Aquella noche no había en el Merlotte's ningún policía fuera de servicio. Sam estaba meneando la cola por algún lado. No me gustaba nada la idea de tener que decírselo a Terry, porque nunca sabía cómo reaccionaría. Pero tenía que hacer algo con aquella mujer.

Sinceramente, intento no intervenir en asuntos que únicamente conozco a través de mis poderes telepáticos. Si metiera baza cada vez que me entero de algo que pudiera afectar la vida de quienes me rodean (como saber que el responsable del archivo parroquial estafa o que uno de los detectives de la ciudad acepta sobornos) no podría vivir en Bon Temps, y aquella ciudad era mi hogar. Pero no podía permitir que aquella mujer de aspecto escabroso vendiera su veneno en el bar de Sam.

Se instaló en un taburete vacío y le pidió una cerveza a Terry. El se quedó mirándola. También Terry se dio cuenta de que aquella desconocida era sospechosa.

Me acerqué a recoger mi siguiente pedido y me quedé a su lado. La mujer necesitaba un buen baño y había estado en una casa calentada con una chimenea de leña. La rocé ligeramente, pues el contacto físico siempre mejoraba mi percepción. ¿Dónde estaba la sangre? En el bolsillo de su chaqueta. Bien.

Sin más preámbulos, le tiré una copa de vino encima.

—¡Maldita sea! —dijo, levantándose de un salto del taburete y sacudiéndose el pecho sin conseguir nada—. ¡Eres la tía más patosa que he visto en mi vida!

—Disculpe —dije avergonzada. Dejé la bandeja en la barra y crucé brevemente mi mirada con la de Terry—. Permítame que le eche un poco de sifón a la mancha. —Sin esperar a que me diera permiso, tiré de su chaqueta para quitársela. Cuando comprendió lo que estaba haciéndole y empezó a resistirse, yo ya tenía la chaqueta en mis manos. Se la lancé a Terry—. Échale un poco de sifón, por favor —dije—. Y asegúrate de que no se moje nada que pueda llevar en los bolsillos. —Ya había utilizado aquel truco en alguna otra ocasión. Tuve suerte de que hiciese frío y llevase el material en la chaqueta, no en el bolsillo del pantalón. Ahí sí que no sé qué se me habría ocurrido.

Debajo de la chaqueta, la mujer llevaba una camiseta muy vieja de los Dallas Cowboys. Se puso a temblar, y me pregunte si habría estado tomando drogas más convencionales. Terry, ceremoniosamente, impregnó la mancha con sifón. Siguiendo la pista que le había lanzado, hurgó en el interior de los bolsillos. Se miró la mano con asco y oí el sonido de los viales al caer en el cubo de basura que había detrás de la barra. Volvió a guardar en los bolsillos el resto de su contenido.

La mujer abrió la boca para gritarle algo pero se dio cuenta de que no podía decirle nada. Terry la miraba fijamente, retándola a mencionar lo de la sangre. Todo el mundo nos miraba con interés. Sabían que sucedía alguna cosa pero no sabían qué, pues todo había ido muy rápido. Cuando Terry tuvo la seguridad de que la mujer no iba a ponerse a gritar, me pasó la chaqueta. Mientras yo la sujetaba para que pudieran introducir los brazos, Terry le dijo:

—No vuelvas nunca más por aquí.

Si seguíamos echando clientes a ese ritmo, pronto nos quedaríamos solos.

—Pueblerino hijo de puta —le soltó la mujer. La gente contuvo la respiración. (Terry era casi tan impredecible como un cabeza ensangrentada).

—Me da lo mismo lo que me digas —contestó Terry—. No ofende quien quiere sino quien puede. No vuelvas más.

Exhalé un suspiro de alivio.

La mujer se abrió paso entre la clientela. Todo el mundo observó su avance hacia la puerta, incluso Mickey el vampiro. Vi que estaba haciendo algo con un aparato que tenía en la mano. Parecía uno de esos teléfonos móviles que también hacen fotografías. Me pregunté a quién estaría enviándosela. Me pregunté también si la mujer acabaría llegando a su casa.

Terry no me preguntó cómo sabía que aquella mujer llevaba algo ilegal en los bolsillos. Otra cosa curiosa sobre la gente de Bon Temps. Los rumores sobre mí flotan en el ambiente desde siempre, desde que era pequeña y mis compañeros me tenían por medio loca. Pero aun así, y a pesar de las evidencias que tienen a su disposición, prácticamente todo el mundo que conozco me consideraría una chica peculiar antes que reconocer mi extraña habilidad. Naturalmente, me cuido siempre mucho de no restregárselo a nadie por la cara. Y mantengo la boca cerrada.

Terry, de todos modos, ya tenía bastante con sus propios demonios. Subsistía gracias a algún tipo de pensión del Estado y a lo que cobraba por limpiar el Merlotte's por las mañanas, junto a un par de trabajillos más. Sustituía a Sam tres o cuatro veces al mes. El resto del tiempo estaba solo y nadie sabía a qué se dedicaba. El trato con la gente dejaba a Terry agotado, y noches como la de hoy no le sentaban nada bien.

Fue una suerte que no estuviese en el Merlotte's la noche siguiente, cuando se armó la marimorena.

2

Al principio pensé que todo había vuelto a la normalidad. El bar parecía un poco más tranquilo la noche siguiente. Sam estaba de nuevo en su puesto, relajado y alegre. Nada parecía irritarle, y cuando le conté lo que había sucedido con la traficante la noche anterior, me felicitó por mi sutileza.

Tara no apareció, por lo que no pude preguntarle acerca de Mickey. ¿Tenía que meterme en ello, de todos modos? Seguramente no era asunto mío, aunque me preocupaba, eso lo tenía claro.

Jeff LaBeff había vuelto al bar y estaba abochornado por su comportamiento con aquel chaval la noche anterior. Sam se había enterado del incidente a través de una llamada telefónica que había recibido de Terry y le hizo una advertencia a Jeff para que aquello no se repitiera.

Andy Bellefleur, detective del condado de Renard y hermano de Portia, estaba en el bar con la chica con la que salía, Halleigh Robinson. Andy era mayor que yo, que tengo veintiséis años. Halleigh tenía veintiuno, edad suficiente para estar en el Merlotte's. Halleigh daba clases en la escuela de enseñanza primaria, acababa de finalizar sus estudios y era realmente atractiva; tenía el cabello castaño y peinado con una melenita que acababa justo por debajo de la oreja, unos ojos marrones enormes y una agradable figura curvilínea. Andy llevaba un par de meses saliendo con Halleigh y, por lo poco que veía de la pareja, parecían avanzar a muy buen ritmo en su relación.

El pensaba que ella le gustaba mucho (a pesar de ser un poco aburrida) y estaba realmente dispuesto a hacer cualquier cosa por ella. Halleigh consideraba a Andy muy sexy y un hombre de mundo y le encantaba la recientemente restaurada mansión familiar de los Bellefleur, pero no creía que fueran a durar mucho después de que se acostase con él. No me gustaba nada conocer detalles sobre las relaciones de los demás que ni siquiera ellos mismos sabían, pero por mucho que tenga la antena bajada, sigo captando pequeñas cantidades de pensamientos.

Claudine se presentó en el bar aquella noche, casi a la hora de cerrar. Claudine mide un metro ochenta, tiene una melena oscura y ondulada y una tez blanca inmaculada, fina y brillante como la piel de una ciruela. Claudine se viste para llamar la atención. Aquella noche llevaba un traje pantalón de color terracota, muy ceñido a su cuerpo de amazona. Durante el día trabaja en el departamento de reclamaciones de un establecimiento importante del centro comercial de Ruston. Me habría gustado que hubiese venido acompañada por su hermano, Claude. No es que él me haga mucho caso, pero siempre es un regalo para la vista.

Es un duende, pero de los de verdad. Y Claudine es su equivalente en femenino, un hada.

Ella me saludó con la mano por encima de las cabezas de la clientela. Yo le devolví el gesto, sonriéndole. Todo el mundo se siente feliz cuando aparece Claudine, que siempre está alegre cuando no hay vampiros a su alrededor. Es impredecible y muy divertida, aunque, como todas las hadas, cuando se enfada es peligrosa como un tigre. Por suerte, eso no sucede muy a menudo.

Las hadas ocupan un lugar especial en la jerarquía de las criaturas mágicas. Aún no sé exactamente cuál, pero tarde o temprano acabaré atando cabos.

A todos los hombres presentes en el bar se les caía la baba con Claudine, y ella se aprovechaba de ello. Le lanzó una larga mirada a Andy Bellefleur y Halleigh Robinson le devolvió a su vez una furiosa y a punto estuvo de escupirle, hasta que recordó que era una dulce chica sureña. Pero Claudine se olvidó de todo el interés que sentía hacia Andy cuando vio que estaba bebiendo té helado con limón. Las hadas son aún más alérgicas al limón que los vampiros al ajo.

Claudine se abrió paso hasta llegar a mí y, para la envidia de todos los hombres del bar, me dio un enorme abrazo. Me cogió de la mano para tirar de mí y entrar en el despacho de Sam. La acompañé por pura curiosidad.

—Querida amiga —dijo Claudine—, te traigo malas noticias.

—¿Qué? —En un abrir y cerrar de ojos, pasé de estar contenta a estar asustada.

—Esta mañana se ha producido un tiroteo. Uno de los hombres pantera ha resultado herido.

—¡Oh, no! ¡Jason! —Pero enseguida pensé que alguno de sus amigos me habría llamado si no se hubiese presentado al trabajo.

—No, tu hermano está bien, Sookie. Pero Calvin Norris recibió un disparo.

Me quedé perpleja. ¿Y Jason no me había llamado para contármelo? ¿Tenía que enterarme por otra persona?

—¿Un disparo mortal? —pregunté, dándome cuenta de que me temblaba la voz. No es que Calvin y yo fuéramos íntimos, ni mucho menos, pero estaba conmocionada. Heather Kinman, una adolescente, había recibido un disparo mortal la semana pasada. ¿Qué estaba sucediendo en Bon Temps?

—Un disparo en el pecho. Está vivo, pero malherido.

—¿Está en el hospital?

—Sí, sus sobrinas lo llevaron al Grainger Memorial.

Grainger era una ciudad mucho más al sureste que Hotshot y estaba más cerca de allí que el hospital del condado, situado en Clarice.

—¿Quién ha sido?

—Nadie lo sabe. Alguien le disparó esta mañana a primera hora, cuando Calvin iba a trabajar. Había vuelto a casa después de su... transformación mensual y se dirigía a la ciudad para cumplir con su turno. —Calvin trabajaba en Norcross.

—Y ¿cómo te has enterado de todo esto?

—Uno de sus primos vino a la tienda a comprar algunos pijamas, pues Calvin no tenía. Al parecer duerme en pelotas —dijo Claudine—. No sé cómo piensan ponerle un pijama encima de tanto vendaje. Tal vez sólo necesitaba el pantalón. A Calvin no debe de gustarle la idea de pasearse por el hospital con uno de esos camisones horrorosos.

Claudine siempre llevaba sus conversaciones por otros derroteros.

—Gracias por decírmelo —dije. Me pregunté cómo habría conocido el primo a Claudine, pero decidí no trasladarle a ella mi duda.

—De nada. Suponía que querrías saberlo. Heather Kinman también era una cambiante. Seguro que eso no lo sabías.

Claudine se despidió de mí con un beso en la frente —las hadas son muy empalagosas— y regresamos a la zona de la barra. Me había dejado sin habla. Claudine estaba otra vez en su mundo. El hada pidió un
Seven and Seven
[1]
y en dos minutos justos quedó rodeada de admiradores. Nunca se iba con nadie, pero a los hombres les gustaba intentarlo. Según mi parecer, Claudine se alimentaba de la admiración y la atención de los demás.

Other books

The Law of a Fast Gun by Robert Vaughan
The Candidate's Affair by Foster, T.A.
Beyond Repair by Stein, Charlotte
Rules of Civility by Amor Towles
La pesadilla del lobo by Andrea Cremer
Among the Missing by Richard Laymon
On the Blue Train by Kristel Thornell
The Redeeming by Tamara Leigh
The Closer You Get by Carter Ashby