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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

Matahombres (38 page)

BOOK: Matahombres
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—Mis señores, por favor —imploró Félix—. Puedo responder más tarde a todas esas acusaciones, pero debéis oír lo que tengo que deciros sobre los cañones. Han sido…

Pero el señor Groot estaba llamando por señas a un destacamento de guardias de la Escuela Imperial de Artillería, mientras Ostwald y Pfaltz-Kappel continuaban retrocediendo, con la mano en la empuñadura de la espada.

—Herr Jaeger —dijo Ostwald—, estoy muy decepcionado. Creía que erais un caballero veraz y noble, un defensor de la humanidad contra los horrores que nos asedian por todas partes, pero estas acciones vuestras son muy inquietantes: atacar a la guardia, matar a un capitán de distrito, y sólo Sigmar sabe qué otra villanía. Me temo que voy a tener que arrestaros hasta que puedan investigarse más estos asuntos.

—¡Bien! —dijo Félix, enojado—. ¡Encerradnos! ¡Haced lo que queráis! Sólo dejadme acabar lo que he estado intentando decir…

Gotrek alzó la cabeza de golpe.

—¡El girocóptero! —gritó, y luego echó a andar por la hierba en dirección a la puerta—. Vamos, humano, no tenemos tiempo que perder.

—¡Detenedlos! —gritó el señor Ostwald—. ¡Arrestadlos por el asesinato del capitán de distrito Adelbert Wissen!

Capítulo 18

Gotrek se volvió a mirarlos con ferocidad, mientras cogía el hacha que llevaba a la espalda.

—¿Qué es esto? —gruñó amenazadoramente cuando los guardias de la Escuela Imperial de Artillería comenzaron a avanzar hacia ellos.

Félix desenvainó la espada.

—Intenté explicarles lo de los cañones, pero no quisieron escucharme. No quieren creer que Wissen era un adorador del Caos, y…

—No importa, humano —lo interrumpió Gotrek—. No hay tiempo para explicaciones. —Barrió el aire con el hacha e hizo que los guardas retrocedieran precipitadamente—. ¡Manteneos a distancia si queréis seguir vivos! —gritó, y luego miró a su espalda—. Aquí, humano —dijo mientras se alejaba a paso ligero—. Rápido.

Félix cojeó tras el Matador, y vio que se encaminaba hacia la hilera de carros del Colegio de Ingeniería. ¡Qué bien! Dado lo frágil que se sentía en ese momento, la idea de huir a la carrera hacia el colegio con un destacamento de guardias pisándoles los talones no le parecía atractiva ni posible.

Los guardias avanzaron al mismo tiempo que ellos, manteniendo una prudente distancia respecto a sus armas, pero cuando se dieron cuenta de que Gotrek y Félix iban hacia los carros, les cortaron el paso, sacaron las pistolas y las apoyaron sobre el otro antebrazo cruzado.

—Disparad, vamos —gruñó Gotrek sin detenerse—. Pero apuntad bien, o será lo último que hagáis.

—¡No! —gritó Ostwald—. ¡No disparéis!

—¿Qué, mi señor? —gritó el señor Pfaltz-Kappel—. Son unos asesinos. ¡Groot! Decidles que disparen.

—¡No, Groot! ¡Esperad! —dijo Ostwald—. Aquí hay una historia que podría tener importancia para la seguridad de Nuln, tal vez de todo el Imperio, y quiero oírla. —Le lanzó una mirada feroz a Pfaltz-Kappel—. Y los cazadores de brujas tienes dificultades para arrancarles confesiones a los muertos, mi señor.

Gotrek barrió el aire ante sí y los guardias retrocedieron y se apartaron del camino. Él y Félix subieron al primer carro, y el poeta cogió las riendas.

Groot le cerró el paso al carro.

—Vamos, sed razonables, señores. Entregaos.

—¿Y enfrentarnos a los cazadores de brujas? —dijo Félix, y agitó las riendas—. Ni pensarlo.

Los caballos comenzaron a avanzar lentamente.

Groot se retiró y luego echó a andar junto a ellos.

—Pero no tenéis esperanza alguna de poder escapar de la ciudad.

—¿Queréis apostar por eso? —dijo Gotrek.

—¡Eh! —dijo un ingeniero al reparar en que el carro se movía—. ¿Qué estáis haciendo? ¡Eso es propiedad del Colegio de Ingeniería! ¡Bajad de ahí! —Corrió hacia ellos e intentó subir al carro.

Gotrek le dio un empujón. Félix hizo restallar las riendas, y los caballos aceleraron. Otros ingenieros corrían hacia ellos, y se unían a los guardias que los perseguían. Gotrek permanecía de pie sobre el carro, con las piernas abiertas, y los miraba con una mueca feroz mientras el carro saltaba y rebotaba.

—¡Cerrad las puertas! —gritó Groot, agitando los brazos en dirección al frente de la escuela—. ¡Llamad a la guardia! ¡Llamad al ejército!

Los guardias de las puertas fruncieron el ceño y se pusieron una mano detrás de la oreja, momentáneamente perplejos, mientras los caballos corrían hacia ellos por la hierba.

—¡Cerrad… las… puertas! —gritó Groot, a pleno pulmón.

Los guardias le entendieron al fin y se precipitaron a la acción, corriendo hacia las puertas de hierro.

Una rueda del carro pilló un bordillo bajo y el vehículo derrapó por la grava del camino, mientras Félix dirigía a los caballos hacia la entrada. Los guardias se pusieron a empujar las puertas, que rechinaron y empezaron a cerrarse lentamente, pero cada vez con más rapidez.

—¡Más rápido! —gritó Félix, e hizo restallar las riendas otra vez.

Los caballos aceleraron hasta ir al galope. Iban a salir, pero por muy poco.

—¡Agárrate! —gritó Félix por encima de un hombro.

Gotrek se aferró a la parte posterior del asiento del conductor.

Los caballos pasaron con holgura por la abertura que se estrechaba. Por desgracia, los laterales del carro sobresalían a ambos lados de ellos. La esquina delantera izquierda impactó contra el borde de la puerta izquierda que se cerraba, con un estruendo de madera partida y hierro doblado, y todo ese costado fue arrancado. El carro se sacudió violentamente, golpeó contra la puerta derecha, y luego se enderezó al precipitarse los caballos a la calle, relinchando de miedo e intentando escapar de todo el ruido y la violencia que se producía detrás de ellos.

Félix tiró de la rienda izquierda y los animales derraparon al girar en el Camino Comercial, donde estudiantes, trabajadores y vendedores de fruta se dispersaron ante ellos, aterrorizados.

—¡Abrid las puertas! ¡Abrid las puertas! —oyó Félix que gritaba Groot, débilmente y a lo lejos.

* * *

Al final de la vía, Félix giró otra vez a la izquierda y continuaron por la calle Wand, que corría en paralelo a la muralla del Altestadt. El galope cesó bruscamente justo antes de la plaza de Emmanuelle, en el punto en que había que atravesar la Gran Puerta para entrar en el Altestadt. El camino estaba bloqueado por comerciantes que iban en carro y a pie, todos los cuales esperaban para atravesarla e ir a servir a los clientes ricos del otro lado. La carreta robada por Gotrek y Félix no podía pasar más allá.

Gotrek bajó de un salto.

—Vamos, humano.

Félix sorbió entre los dientes apretados, bajó cuidadosamente y se volvió para mirar calle Wand abajo. Al fondo destellaron unos cascos que se bamboleaban. Los guardias de la Escuela Imperial de Artillería aún los perseguían. Cojeó tras Gotrek, que giró a la izquierda para entrar en la plaza de Emmanuelle. Las torres del colegio de Ingeniería se encumbraban por encima de la calle, a media distancia, y proyectaban una larga sombra sobre los edificios de viviendas del otro lado. Gotrek y Félix cruzaron la calle, se abrieron paso entre la multitud y avanzaron con rapidez hacia la entrada del colegio.

El sargento de la puerta salió a su encuentro.

—El profesor Makaisson se ha marchado, señores. Partió con la nave aérea. Me temo que no puedo…

—No os preocupéis, sargento —dijo Félix por encima del hombro, mientras Gotrek continuaba adelante con pesados pasos, sin hacerle caso—. Sólo…, sólo venimos a recoger nuestras pertenencias. Acabaremos en seguida.

Aceleró el paso, detrás de Gotrek, antes de que el sargento pudiera responder.

Dentro del edificio principal recorrieron el laberinto de corredores y escaleras, hacia el tejado.

Al pasar cerca del taller de Makaisson, algunos estudiantes los saludaron alegremente, y luego se quedaron mirándolos con fijeza al ver el estado en que se encontraban.

Gotrek señaló a uno con el hacha.

—¿Dónde está el torpe? ¿El ciego?

El estudiante retrocedió ante el hacha y, sin duda, también a causa del hedor y de las ampollas de Gotrek.

—¿Quién? ¿Os referís a Petr?

—Sí, él. ¿Dónde está?

—Él, eh…, se ha marchado con el profesor Makaisson —dijo el estudiante, tembloroso—. En la nave aérea.

—Tú servirás, en ese caso —decidió Gotrek, y avanzó hacia él—. ¿El girocóptero tiene combustible? ¿Está a punto para volar?

—No…, no lo sé. —El estudiante retrocedió hasta quedar contra la pared—. El profesor no nos permite tocarlo.

—¿Dónde almacenáis el agua negra? —gritó Gotrek.

—En el tejado —dijo el estudiante—. Por favor, no me matéis.

Gotrek gruñó y pasó junto a él, para encaminarse a grandes zancadas hacia la escalera.

—¡Pero está bajo llave! —gritó el estudiante detrás de él—. Hay que pedirle la llave al administrador de suministros.

Gotrek soltó un bufido y comenzó a subir la escalera. Cuando iba a seguirlo, Félix oyó una conmoción procedente del exterior: voces altas y coléricas discusiones. Daba la impresión de que los guardias de la Escuela Imperial de Artillería habían llegado al colegio, y discutían con sus colegas de la puerta. Se apresuró a continuar, gimiendo a cada paso. No había ningún punto del cuerpo que no le doliera.

Tres agotadores tramos de escalera más tarde, salió jadeando al largo tejado estrecho. Gotrek estaba esperando para cerrar la puerta.

—Ya llegan —dijo Félix.

—Los he oído, humano —asintió Gotrek.

El Matador recorrió el tejado con la mirada. A un lado había un sólido carro de mano cargado de pesados tanques de latón etiquetados como «Heberluft». Avanzó hasta él, lo cogió por las asas y lo empujó, al mismo tiempo que lo hacía girar. Félix también empujó, aunque no sabía si estaba ayudando en algo. Por encima del ruido de las ruedas sobre el revestimiento de cobre del tejado, oyó un enjambre de pisadas que subía por la escalera. Gotrek empujó con más fuerza, forcejeando con las asas para situar el carro en posición.

Justo cuando lo detenían con un costado contra la puerta de la escalera, ésta se abrió de golpe un par de centímetros y chocó contra el carro. Se oyeron puños que golpeaban los paneles de madera.

—¡En el nombre de la condesa Emmanuelle, abrid esta puerta! —dijo una voz furibunda.

—¡Estáis arrestados! —vociferó otra.

Gotrek rió y avanzó con pesados pasos hasta un cobertizo cerrado con un candado que había en medio del tejado. Le asestó un tajo de hacha al candado, que cayó hecho pedazos.

Félix miró hacia atrás al oír golpes y crujidos. Los hombres de la escalera estaban atacando la puerta, que temblaba y se sacudía.

Gotrek entró en el cobertizo, y, un momento más tarde, regresó con dos tanques de latón y un embudo de hojalata. Los llevó hasta el girocóptero, que estaba atado con cuerdas al otro lado del tejado. Félix lo siguió, mirando con prevención la máquina de frágil aspecto, mientras Gotrek cortaba las cuerdas y las arrojaba a un lado. Aquella cosa tenía un solo asiento.

—¿Estás seguro de que esto puede llevarnos a los dos? —preguntó.

—No —replicó Gotrek.

Destapó un tanque de latón que había detrás del asiento del piloto, metió el embudo y comenzó a verter el agua negra. El olor hizo que a Félix le escocieran los ojos.

—Y puede que tampoco tengamos suficiente combustible —continuó el Matador, que miró hacia el horizonte occidental con los ojos entrecerrados.

Félix siguió la dirección de su mirada. La Espíritu de Grungni había desaparecido tras las nubes.

Gotrek miró dentro de la cabina.

—Saca esas granadas —dijo señalándolas con el mentón barbudo—. Así nos libraremos de un poco de peso. Y busca una llave para tuercas. También le quitaremos el cañón.

Félix volvió a mirar la puerta.

—¿Tenemos tiempo?

—La caldera tarda un tiempo en acumular vapor —dijo Gotrek al dejar en el suelo la lata de combustible vacía—. No podremos marcharnos antes de eso.

Tenía vagos recuerdos de lo que era una caldera, por las lecciones que Makaisson le había dado hacía mucho tiempo, pero no recordaba con exactitud lo que hacía. Con independencia de lo que fuera, no creía que pudiera hacerlo con la rapidez suficiente. Volvió a mirar la puerta. Una hoja de hacha atravesó la madera. No aguantaría mucho más.

—Pronto estaremos sumergidos hasta las rodillas en montañas de guardias de la Escuela Imperial de Artillería.

—Tú busca una llave.

Gotrek sacó pedernal, acero y un rollo de mecha de papel del bolsillo del cinturón, mientras Félix regresaba cojeando al cobertizo. Félix se encogió al oír una pequeña detonación de llama, pero cuando se volvió a mirar, Gotrek cerraba la portezuela lateral de la máquina como si no sucediera nada raro.

No había ninguna llave para tuercas en el cobertizo del combustible, pero al salir reparó en un artefacto a medio desmantelar que había a su izquierda. Parecía una especie de telescopio, o tal vez una catapulta experimental. En torno a él había, dispersas por todas partes como hojas caídas, piezas oxidadas y herramientas. Félix fue rápidamente hacia él y recogió tantas herramientas como podía transportar.

Regresó corriendo y las dejó caer a los pies de Gotrek.

—¿Servirán éstas?

—Sí, muy bien. Ahora, retira las granadas. —Gotrek cogió una llave para tuercas y una palanca, y se metió debajo de la parte delantera del girocóptero, de donde sobresalía el cañón corto y ancho—. Y vigila el indicador del costado del tanque —dijo mientras metía las manos en las entrañas de la máquina—. Cuando la aguja señale hacia arriba, nos marcharemos.

Félix miró el indicador. La aguja señalaba hacia la izquierda, en paralelo al suelo, pero estaba subiendo lentamente, temblorosa, arrancando y parando. Volvió a mirar la puerta. Le habían abierto ya un largo agujero estrecho, y continuaban atacándola con hachas y espadas desde el otro lado.

A través de la abertura se oyó la voz del señor Groot, que se alzó por encima del estrépito.

—¡Vamos, herr Jaeger! ¡Herr Gurnisson! ¡Entregaos! ¡No tenéis ninguna posibilidad de escapar!

Félix tragó, mientras se inclinaba con cuidado al interior de la cabina y comenzaba a retirar las pesadas esferas de hierro negro de las sujeciones que las retenían. Las dejó con cuidado sobre el tejado. Recordaba demasiado bien lo mortíferas e impredecibles que eran esas pequeñas bombas. Por su mente pasaron imágenes de Borek, el sobrino de Varek, que las manejaba como si fueran inofensivos juguetes, y se estremeció. Y pensar en Borek le recordó cómo había muerto el joven erudito: al estrellar un girocóptero igual que ése contra el flanco de un dragón deformado por el Caos. El estremecimiento de Félix se transformó en un temblor violento.

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