Medstar II: Curandera Jedi (24 page)

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Authors: Steve Perry Michael Reaves

BOOK: Medstar II: Curandera Jedi
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Tolk había sido su antídoto. Tolk había estado a su lado y había merecido la pena, independientemente del hecho de que la relación hubiera significado verse relegado al ostracismo de su familia y sus amigos.

Pero ahora...

Ahora sus días eran oscuros, y las noches todavía más. No veía el final del túnel. Aquella guerra podía durar años, décadas. Ya había ocurrido antes. Quizá se hiciera viejo allí, cortando y pegando cuerpos arruinados hasta que una mañana calurosa se cayera al suelo y muriera él también.

¿Qué sentido tenía aquello?

Como médico, Jos conocía la depresión. Los pacientes de postcirugía solían tener la moral baja después de sufrir eventos que les habían alterado la vida, y, aunque enviaba con el mentalista a los más afectados, le habían enseñado a tratar los síntomas en caso de no existir un apoyo adecuado en ese campo. Pero comprender la depresión no le hacía inmune a ella. Una cosa era "conocer" y otra muy distinta "sentir".

La idea de acabar con todo era tentadora, desde luego. Y él era capaz de hacerlo si se daba el caso. Sabía perfectamente el lugar donde un pequeño corte con un vibroescalpelo provocaría una hemorragia rápida. Tomar un poco de anticoagulante, abrir una 'arteria principal y quedarse dormido... para no despertar. No sería una muerte dolorosa, como no lo sería la muerte provocada por la docena de medicamentos que podía coger de la estantería. Un saludo final, y después el Gran Salto...

El suicidio era poco frecuente entre los suyos... Pocos corellianos escogían ese camino, y, que él supiera, no lo había hecho ninguno de sus familiares.

En aquel momento no le parecía lo peor que podía pasarle. Podía hacer que pareciera un accidente para ahorrarle a su familia la vergüenza y al menos algo de dolor.

Jos negó con la cabeza de nuevo. ¿Cómo había llegado hasta aquello?

Jamás hubiera pensado que se encontraría calculando detalladamente cómo acabar con su propia vida.

Recordaba lo que le habían enseñado que debía decir a los pacientes que caían tan bajo: esperar. No hacer nada que no se pudiera rectificar. La vida es larga, las cosas cambian. Un mes, un año, dentro de cinco años, la situación de uno podía invertirse; no había más que ver a esa gente que salía de la nada, se hacía rica, lo perdía todo y volvía a recuperar su fortuna. O a aquellos que padecían una enfermedad degenerativa o incluso terminal, que decidían quedarse lo suficiente como para obtener una cura. Incluso aquellos que perdían a su pareja, a un hijo o a un padre, podían encontrar la felicidad más adelante. La clave era lo siguiente: mientras hubiera vida, habría esperanza. Los muertos no tenían posibilidades.

Jos suspiró profundamente. Sí. Ésas eran las cosas que él decía a sus pacientes, y eran todas ciertas.

Le vino a la mente un recuerdo de los días que pasó en la facultad de Medicina. El instructor, un humano canoso llamado Leig Duwan que probablemente tenía más de cien años estándar, les habló de sus días en Alderaan. El anciano sonreía mucho y no paró de hacerlo mientras les contaba la anécdota siguiente.

Había pasado por una mala época: su padre había muerto, su madre estaba ingresada en el hospital y su hermana había desaparecido en una expedición fronteriza. Duwan había suspendido un examen y todo apuntaba a que le iban a expulsar de la facultad de Medicina. Según le contó a la clase, consideró seriamente la idea del suicidio. En lugar de eso, consiguió superarlo poco a poco, y al final las cosas fueron a mejor.

Cierto día se encontró con un hombre por la calle que se detuvo y le dijo: —Doctor Duwan, quisiera darle las gracias por salvarme la vida. Duwan había oído aquello muchas veces, por supuesto, y rechazó el cumplido con ensayada facilidad.

—Es mi trabajo, ciudadano, no tiene por qué...

—No —le interrumpió el hombre—. Yo no fui su paciente. Lo cierto es que estaba atravesando un período de profunda depresión y tenía ganas de suicidarme. Tomé la decisión, ya había obtenido los' medios y me dirigía al sitio donde iba a hacerlo. Pero me di a mí mismo una última oportunidad. Si durante el trayecto me sonreía alguna persona con la que me cruzase, sólo una, no seguiría adelante con aquello. Cuando pasé ante el hospital, usted entraba en el edificio. Me sonrió y me saludó con la cabeza. Así que aquí estoy.

La moraleja de la historia, dijo Duwan, no era si su pericia como médico había salvado a alguien. La clave era que, gracias a que había conseguido superar su propia pesadumbre y había seguido adelante hasta el punto de poder sonreír a un extraño, había podido salvarle la vida a aquel hombre. Había otros miles de seres a los que, con talento y mucha suerte, también había conseguido mantener con vida. Ser útil a los demás no era algo inútil, aunque no tuvieras nada más.

Jos miró su crono. Tenía que hacer un par de rondas y visitar a sus pacientes de postoperatorio. Si se suicidaba, alguien tendría que ocuparse de sus rondas. Eso sería una imposición, obligar a alguien a que le cubriera. Y sería ... de mala educación.

Podría enfrentarse a la próxima hora. Es lo único que tienes que hacer, se dijo a sí mismo. Sólo una hora más, la próxima hora. Haz tus rondas, redacta los informes.

Podía aguantar una hora más. Y después de eso...

Bueno. Ya tendría tiempo de sobra de preocuparse por aquello cuando llegara. De momento, lo único importante era la siguiente hora.

28

J
os terminó sus rondas. Sabía lo de la fiesta de despedida de la compañía de cómicos, y normalmente no habría mostrado reticencia alguna a asistir. Pero ahora...

¿Y si Tolk estaba allí?

Verla en la SO ya era suficientemente insoportable. No estaba seguro de poder verla en un entorno social. ¿Y si estaba con otra persona?

Negó con la cabeza. Al menos en la cantina no tendría que beber solo.

Más tarde o más temprano acabaría encontrándose con ella. La base no era tan grande.

Al cuerno con todo. Jos salió de la SO, sintiéndose como un hombre camino a su propia ejecución.

~

La cantina estaba repleta. Hacía mucho calor, había mucho ruido y olía mal. Puede que al final no se encontrara allí con Tolk.

Esa esperanza no duró mucho. De hecho, fue Tolk la que se topó con él antes de que pudiera pedir la primera copa. Se giró y allí estaba, su mirada fija en su rostro, buscando algo, pero ¿qué?

No sabía qué decir. Sabía que tenía que decir algo, pero ella estaba tan preciosa pese a llevar el uniforme, con el pelo en una coleta alta y el cansancio reflejado en el rostro, tan guapa, que él se quedó sin aliento.

— Tolk —consiguió decir él—. Yo...

—He estado pensando mucho, Jos. Hay más cosas involucradas en todo esto que nuestros meros sentimientos. La guerra es mucho más que este sitio, que lo que hacemos... que lo que somos el uno para el otro. Necesito tiempo para asimilarlo', a solas —respiró hondo—. Vaya pedir el traslado al Uquemer-3.

a Jos se le quedó la boca seca. El Uquemer-3 estaba a unos mil klicks al norte, al otro lado del Mar de Esponjas.

—¿Qué dices? ¿Es que no vamos a hablar de ello?

—No, de momento no.

Jos resopló. No quería decirlo, pero alguien tenía que hacerlo:

—¿Significa eso que lo nuestro ha terminado?

Ella vaciló.

—Significa que vamos a darnos un tiempo.

Él se dio cuenta de que no había forma de disuadirla. Pero si la trasladaban, jamás volvería a verla. De eso estaba seguro.

—Tengo que irme —dijo Tolk. Y se marchó.

Jos se abrió paso hacia la barra. Se sentía aturdido. ¿Qué había ocurrido? ¿Qué había ido mal? ¿Qué había hecho o dicho?

Seguía sin poder creerlo. Ya estaba. Se había terminado. Así, sin más. Su mente buscaba frenéticamente un asidero, algo a lo que aferrarse.

Como cirujano en jefe, podía denegarle el traslado, podría decir que era demasiado valiosa para prescindir de ella. Pero ¿de qué le serviría? ¿Cómo iban a trabajar juntos? ¿A jugar juntos al sabacc? ¿Cómo iban a...?

Las preguntas se arremolinaban en su cabeza como motas de polvo, como un enjambre de chinches ígneos. ¡Maldición!

Necesitaba una copa.

Llegó a la barra, pero antes de que pudiera pedir nada escuchó un profundo gruñido. Se giró para mirar.

Eso sí que es algo insólito, pensó. Un androide y un wookiee jugando a los holo juegos.

El juego se llamaba dejarik. Aunque Jos no jugaba, estaba familiarizado con él. I-Cinco y el wookiee estaban sentados en una pequeña mesa esquinera en mitad de todo el bullicio. El wookiee estaba recubierto de un pelo suave negro como el carbón, a excepción de un parche blanco con forma de estrella en el cuadrante izquierdo del pecho. Y, en aquel momento, parecía realmente enfadado, incluso para un wookiee. Y eso sí que era enfadarse.

—Uno no puede aburrirse aquí, ¿eh?

Jos bajó la vista y vio a Den Dhur de pie junto a él. Den señaló la mesa de dejarik y suspiró.

—Quizá recuerdes que mencioné una o dos veces las ganas que tenía de que I-Cinco se emborrachara.

—Sí.

—Bueno...

~

Kaird estaba pasándoselo bien de alguna manera, aunque se viera obligado a llevar el disfraz de kubaz. No le importaba ver a la gente disfrutando, y el hecho de saber que sería el responsable de arruinar su áriimo no disminuía su diversión. Cuando la noticia de la mutación de la bota fuera del dominio público, lo más probable sería que reinara el caos. Era lo que tenía la guerra.

Una pena. Aunque no se sentía emocionalmente unido a nadie de aquel sitio, pues el sentimentalismo era un lujo que no se podía permitir, admiraba a muchos de los soldados, médicos y técnicos que poblaban el lugar. En su mayor parte, eran gente de honor. El honor, según parecía pensar la mayoría de la gente, era un código que limitaba en gran medida las opciones de uno y, lo que era peor, un método inmejorable para volver a hipervelocidad al Gran Huevo. Kaird era un ser pragmático: no podía permitirse tener honor. Pero eso no impedía que lo admirase en otros.

Lo cierto es que facilitaba la predicción de sus acciones.

Era más difícil tratar con gente sin palabra, aunque tuviera sus ventajas.

Tomando como ejemplo a Thula y Squa Tront, lo cierto es que Kaird se sentiría bastante sorprendido, incluso decepcionado, de saber que no habían intentado dar gato por liebre a él y a Sol Negro con la transacción que tenían entre manos. No le parecía mal que encontrasen la forma de sisar algo para sí mismos; eso estaba en la naturaleza del negocio y era de esperar. Pero no le preocupaba demasiado. Por muy pícaros que fueran, también parecían ser lo bastante listos como para darse cuenta de la locura que supondría intentar engañar a gran escala a Sol Negro.

Metió el morro de su máscara en la copa. Una de las razones por las que les gustaba el disfraz de kubaz era porque le permitía beber. Era una pena que no pudiera dejarse llevar y disfrutar plenamente de la fiesta, ya que también estaba allí por una razón práctica. Al parecer, el piloto humano Bogan había cogido turno doble recientemente y, por tanto, no estaría disponible para la nave del almirante cuando Kaird le necesitara. Pero aquello tenía un remedio sencillo. Había otros dos pilotos en rotación, y uno de ellos se encontraba allí, en la cantina. Aquel piloto, que también era humano, lo cual le hizo pensar que había muchos en la galaxia, se estaba comportando de forma responsable. Como estaba de guardia, no bebía, ni fumaba, ni esnifaba ningún intoxican te. Se llamaba Sebairns, y aunque parecía estar pasándoselo muy bien, sonriendo y riendo, se había limitado a tomar un bebedizo preparado con una planta autóctona.

Dado que Kaird tenía acceso a todo tipo de información, incluidos los archivos médicos, se había enterado de que Sebairns tenía una alergia para la que no existía cura ni tratamiento preventivo. Si se exponía a cierta leguminosa común, el humano desarrollaría una grave reacción anafiláctica cuyos síntomas incluirían urticaria y una peritonitis de segundo grado. Kaird había obtenido esa información a través de la HoloRed. Significaba básicamente que el humano podía tener de repente una grave erupción quizá violenta, desmayarse y, en caso de no recibir tratamiento, llegar a ahogarse si se le cerraban las vías respiratorias. No era probable que llegase hasta ese punto en un Uquemer lleno de médicos; seguro que le llevarían rápidamente a un pabellón para tratarlo. Pero no podría trabajar durante un día o dos, lo cual era tiempo sobrado para los planes de Kaird.

Kaird había observado cuidadosamente a los camareros, y por fin llegó su momento. Se levantó y se alejó de su mesa de un asiento, como para responder a la llamada de la naturaleza. El androide camarero que llevaba la bandeja de la mesa de Sebairn tomó la misma dirección. Sus caminos se cruzarían, tal y como Kaird había planeado.

—Disculpe, ¿podría indicarme dónde está el aseo? —dijo Kaird cuando se acercó al camarero.

Aunque el servicio estaba claramente indicado en media docena de idiomas e imágenes gráficas, el androide sin duda había escuchado esa pregunta más de una vez procedente de los parroquianos ebrios. Giró levemente la cabeza y señaló con su articulación libre.

—Por ahí, señor. La puerta del cartel luminoso.

Cuando el androide adoptó esa postura, Kaird subió la mano como para rascarse el morro, y al hacerlo soltó un pellizco de polvo de leguminosa en la bebida del piloto.

Luego se acercó al aseo. Regresaría enseguida a su mesa para asegurarse de que el objetivo bebía del vaso correcto y reaccionaba adecuadamente. Una vez conseguido, su objetivo de la noche estaría cumplido.

Era poco probable que alguien sospechara que la bebida hubiera sido manipulada. Después de todo, tampoco era veneno, y los médicos que le atendieran reconocerían la reacción inmediatamente. Y aunque sospecharan que había sido deliberado, daría igual. No había forma de relacionar a Kaird con aquello. Incluso si el androide camarero era interrogado y conseguía recordar al kubaz preguntando por el baño, el kubaz en cuestión no existía. Después de aquella noche, Kaird dejaría de necesitar aquel disfraz concreto, que quedaría reducido a nivel molecular por una unidad de reciclaje. No se puede encontrar lo que no existe.

En uno de sus disfraces de humano gordo guardaba una grabación de un episodio de las Noticias Deportivas Galácticas que le había proporcionado uno de los miembros del grupo de cómicos. En esa grabación se encontraba un reciente campeonato de strag. Si no eras hábil en las apuestas, ver un partido de strag tenía el mismo interés que ver crecer el moho. Pero si se te daban bien, era fascinante. Ni la twi'leko Vorra ni el piloto humano Bogan habrían visto ese partido en particular, porque no había sido emitido todavía. El corpulento humano del que se iba a disfrazar Kaird, al que había dado en llamar Mont Shomu, se las arreglaría para que le oyeran hablando de aquel partido del que, casualmente, tenía la grabación. La twi'leko no tardaría en pedírsela, pero el gordo se mostraría reacio a separarse de ella porque era un gran aficionado al strag, Pero lo que no le importaría sería ver el partido con ella. Y claro que podría traerse a un amigo...

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