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Authors: Steve Perry Michael Reaves

Medstar II: Curandera Jedi (28 page)

BOOK: Medstar II: Curandera Jedi
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—y de forma cada vez más frecuente.

Erel se quedó como si hubiera mordido algo amargo. —Bien. Pues ahí tienes tu repuesta.

—No, señor —replicó Jos. Volvió a calentarse, pero aquella vez ni pisó el freno—. Me niego a someter a mi mujer a semejante práctica. Vivir una mentira que no se cree nadie, sólo por mantener una costumbre arcaica y anacrónica que ya no sirve para nada. Yo quiero casarme con Tolk para toda la vida, y cualquiera que piense que eso es inaceptable que abra las escotillas y respire un poco de vacío.

—Tu familia...

—¡Tolk es mi familia! Ella es la primera y la más importante. Cualquiera que venga a partir de ahora irá después de ella. La amo. No puedo comprender la vida sin ella. Y si tengo que arrastrarme por un campo de cuchillas de obsidiana para convencerla, lo haré.

El viejo sonrió.

—¿Te divierte esto? —Jos sintió cómo su ira crecía todavía más. ¡Mopak! ¡Iba a asestarle un buen guantazo a aquel hombre, por muy tío abuelo o comandante suyo que fuese!

—yo le hice este mismo discurso a mi hermano mucho antes de que tú nacieras —se puso en pie—. Felicitaciones, sobrino. Apoyaré tu decisión en todo lo que pueda.

Jos parpadeó, sintiéndose como si le hubieran dado un latigazo de uno de los remolinos de vacío contra los que tenían que luchar los pilotos de caza.

—¿Qué?

—Enfrentarse a mil años de tradición no es tarea para débiles. Si Tolk no significara tanto para ti, quizás acabarías arrepintiéndote. Pero, como tú dices, puede que te arrepientas de todas formas, aunque al menos comienzas desde una posición de poder.

Jos se apoyó sobre el escritorio y miró al viejo directamente a los ojos.

—Por el momento, tío, gracias a tu mediación, voy a partir de cero. Tolk va a ser trasladada a otro Uquemer. Ya no me habla. N o sé por qué, pero no creo que las cosas se arreglen estando a mil klicks de distancia.

—Hijo, ningún miembro de las Fuerzas Médicas Expedicionarias de la República sale de este planeta sin mi permiso. Si la mujer que amas es digna de que renuncies a todo lo demás, entonces tienes algo que merece la pena. Yo corregiré mi error. Y ella se quedará aquí.

—¿Pero, cómo? El daño ya está hecho. ¿Cómo vas a...?

—Dejando que Tolk vea la grabación de esta conversación —dijo el almirante Keros—. Ella iba a renunciar a ti porque te ama. Si ve y oye lo mucho que la quieres, seguro que servirá de algo.

Jos se sentó, sintiéndose como si acabara de subirse a un trasbordador. ¿Podía Erel rectificar su error? ¿O sería ya demasiado tarde?

—No te preocupes, Jos. Lo que yo rompo, yo lo arreglo.

Y por primera vez desde hacía días, Jos sintió una profunda esperanza en su interior.

33

D
en Dhur se sentó en la cantina a darle vueltas a la cabeza.

Había terminado ya el borrador del artículo sobre las mutaciones de la bota, y, con toda modestia, lo consideraba uno de sus mejores logros. Había incluido algunos puntos de interés examinando las formas potenciales en las que varias especies podrían verse afectadas por la pérdida del adaptogénico milagroso, empleando una serie de casos de éxito verificados por la HoloRed. Además, había hecho hincapié en la ironía de librar una guerra por una planta que de repente muta, convirtiendo dicho conflicto en algo inútil.

Sí, aquélla era la clase de periodismo que generaba noticias. Su firma en algo así podría volver a ponerle en órbita y proporcionarle una misión a algún lugar menos... emocionante que Drongar, Y si de verdad acababa regresando a Sullust y aceptando la oferta de Eyar, sería una gran noticia de despedida.

Sólo había un problema. Y, por mucho que pensaba, no encontraba la forma de solucionarlo.

Cuando fuera del dominio público que la bota era inútil, Den preveía dos cosas. La segunda sería el cese de las hostilidades y la evacuación de Drongar, ya que no quedaría nada en aquella bola de cieno por lo que mereciera la pena luchar. Yeso a él le parecía estupendo.

Pero la primera sería una batalla final sin límites entre los separatistas y la República por los últimos cultivos de bota. Dado que la planta crecía casi en exclusiva en aquella área de Tanlassa Sur, en una superficie de unos mil klicks cuadrados, la lucha se concentraría allí. Las tropas enemigas arrasarían los quince Uquemer encargados del deber de cuidar a los heridos y, más en el caso del Uquemer-7 y de algunos más que también se encargaban de recolectar la bota. Los androides de combate, los droidekas, mercenarios de todas clases y casi cualquiera que soñara con hacerse rico rápidamente vendrían aullando por encima de las barricadas como un enjambre de cochinillos del pantano. Sería horrible.

En el preciso momento en que oyó el rumor se dio cuenta de que aquello pasaría. Pero la noticia saldría a la luz, tarde o temprano. ¿Por qué no iba a ser él quien se quedara los beneficios?

Pero, por mucho que odiara admitirlo, ya sabía cuál era la respuesta. De alguna forma, durante su estancia allí se había contagiado de un germen más letal que cualquier bicho del pestilente ecosistema de Drongar: la conciencia.

Den podía publicar aquello en secreto, eso lo sabía, pero entonces sería parcialmente responsable de que encima de quienes había acabado por considerar amigos cayera un montón de abono de bantha.

Den suspiró con fuerza, agitando las aletas de exasperación. Tanto si la filtración procedía de él, como si procedía de otra persona, la calamidad sería casi segura. Y cuando eso ocurriera, más le valía contemplarlo a unos cuantos pársecs de distancia. Lo cual significaba que tendría que encontrar un pasaje en algún transporte de salida. Y pronto. Y por eso se le ocurrió que acompañar a I-Cinco en su viaje a Coruscant era una opción bastante atractiva. Desde allí le sería fácil llegar hasta Sullust o cualquier otro sitio.

Pero seguía sin decidirse sobre su retirada. De hecho, a su lado, un troig de dos cabezas era un ejemplo de determinación. ¿Abandonarlo todo y convertirse en el patriarca del clan de Eyar? ¿O volver a la vorágine del trabajo que había desempeñado toda su vida adulta? Al fin y al cabo, aún quedaban buenas noticias por desenterrar.

Por otro lado, Eyar era una hembra de lo más adorable y deseable... Tendría que decidirse pronto. I-Cinco marcharía en breve en su misión para Barriss Offee. No habría problemas con que Den le acompañara...; era un civil, libre de ir y venir cuando le viniera en gana. Podrían llegar a los planetas del Núcleo en cuarenta y ocho horas estándar, quizá menos.

No tenía razones para quedarse, a menos que quisiera arriesgar la vida permaneciendo allí para informar de las últimas horas de caos. Y, como ya le había contado a todo el que hubiera estado dispuesto a escuchar, él no era ningún héroe.

Pero irse y dejar allí a gente como Jos, y Barriss, y Tolk, Klo, Uli... era algo que no le resultaba fácil.

¿Cómo habían llegado las cosas a ese extremo? ¿Por qué de repente tenía tanta gente por la que preocuparse?

Maldición.

~

Subir a la MedStar fue fácil en su papel de Silencioso. Las Órdenes religiosas y meditativas, sobre todo las que tenían efectos beneficiosos en los enfermos y heridos, solían tener tratamiento preferente. Una vez a bordo, y tras facturar adecuadamente su baúl, Kaird se dirigió al hangar principal. Como los Silenciosos no hablaban, dio al guardia un documento con su petición, mostró su identichip falso y se le permitió el paso. A todas luces, el viajero Silencioso iba a almacenar su equipaje en un transporte militar que saldría hacia los planetas del Núcleo al día siguiente. Allí habría otro guardia, pero no haría caso a alguien disfrazado como Kaird; la figura encapuchada del Silencioso no despertaría las sospechas del guardia.

La nave del almirante estaba apartada de los demás trasbordadores y las naves, lo cual no era sorprendente. Para llegar hasta ella, debía recorrer un pasillo privado y largo.

No había guardias apostados en el hangar, pues no era necesario; sin los códigos, no se podía entrar en la nave, ni operarla, ni traspasar el Control de Vuelo, ni las naves piquete. Y los únicos que tenían los códigos eran los pilotos, así que no había razón para preocuparse.

Kaird se movió lentamente, con la preocupación de alguien que medita constantemente sobre temas profundos. Sabía que le esperaba una zona ciega, justo a la vuelta de la esquina. La había encontrado cuando estudiaba los planos de la MedStar, por los que había pagado un buen dinero. No había cámaras cubriendo el área, que era pequeña, de tan sólo unos pocos metros cuadrados, peto no necesitaba más.

Cuando llegó a ese punto, miró a su alrededor, no vio a nadie y se quitó rápidamente la túnica. Debajo llevaba uno de los uniformes de Bogan y una máscara de piel humana sencilla. La máscara era genérica, parecía humana, y a corta distancia no haría creer a nadie que se trataba de Bogan, pero sí engañaría a las cámaras de seguridad. Lo único que podría llamar la atención sería la máscara de filtrado que tenía que llevar, ahuecada para adaptarse a su boca en forma de pico. Su otro disfraz humano era lo bastante carnoso como para ocultar su pico de tres centímetros. Bogan, sin embargo, era exomorfo, por lo que Kaird había tenido que ser un poco más creativo. Aun así, esas máscaras eran bastante frecuentes en la MedStar, sobre todo después de la explosión, ya que en la atmósfera de la nave seguía habiendo polvo y posibles partículas tóxicas.

Los últimos cien metros eran los más peligrosos. Si se cruzaba con alguien en el tramo final tendría que matarlo rápidamente y correr por su vida. Pero no esperaba encontrarse con nadie, y mientras se acercaba a la puerta de la nave comenzó a suspirar de alivio.

—Eh, ¿eres tú, Bogan? —gritó alguien desde atrás.

Una punzada de miedo helado se clavó en su corazón, matando el alivio que acababa de experimentar. Cogió aire rápidamente y se giró lo justo para que se le viera la máscara. Saludó con la mano al hombre, que estaba a unos treinta metros. Luego introdujo rápidamente el código de acceso en el teclado.

—¡No te des con las paredes al salir! —le gritó el hombre, con una carcajada.

Kaird le hizo un gesto de mal gusto con la mano, y la voz volvió a reírse, esta vez más alto.

La escotilla se abrió. Kaird subió rápidamente los escalones. Una vez dentro de la nave dejó el baúl de bota en el suelo y entró en la cabina. Introdujo los códigos de seguridad, encendió los controles principales e inició las comprobaciones rutinarias de lanzamiento.

Control de Vuelo apareció en el intercomunicador.

—A—uno, aquí Control de Vuelo. Le tenemos en pantalla en ignición. ¿Es usted, teniente Bogan?

Aquella era otra de las partes difíciles, pero Kaird la había planeado con el mismo cuidado que las demás. Podía imitar la voz de Bogan; los humanos eran fáciles de imitar, dado su limitado sistema de cuerdas vocales. Pero fabricar una máscara lo suficientemente buena como para engañar a alguien que estuviera mirando por la hola cámara de una nave era cuando menos problemático. En Coruscant, con un molde de caras, un buen artista para el pelo y la coloración y unas cuantas horas para arreglarse no habría problema, pero en aquel lugar tan salvaje no tenía opción, y probablemente querrían verle la cara. O más bien, la cara de Bogan.

Cargó un chip rápidamente y accionó un mando. La imagen del piloto humano con la máscara de aire apareció en el monitor del intercomunicador, con interferencias.

—Sí, soy yo —dijo Kaird con la voz de Bogan—. Yo... ¡vaya! La cámara está haciendo cosas raras —al decir eso, cortó la transmisión. Sólo habían sido un par de segundos, lo justo para que Control de Vuelo pudiera vislumbrar un rostro humano. Eso, y la imitación de la voz de Bogan, deberían bastar para convencerles de que era quien ellos creían.

—Van a tener que imaginarse mi bello rostro, Control.

Se oyeron risas desde Control. Kaird se dio cuenta de que era una humana. —He visto pastores de nerf más guapos que tú. De hecho, he visto nerf que eran más guapos que tú —la voz se puso seria—. ¿Qué haces, Bogan? Hoy no tenemos planes de vuelo para el almirante.

—Necesito horas de práctica —respondió Kaird haciendo de Boganpara cuando me haga piloto comercial tras licenciarme. Sólo me ausentaré un par de horas. Un par de bucles, un par de picados, vuelvo a traer la nave y todos contentos.

—¿Y al almirante no le importa?

—Él me ha dicho que no pensaba ir a ninguna parte. Creo que iba hacia la bañera cuando le vi, pero puedes llamarle y preguntárselo, si quieres. —¿Sacar al almirante de la bañera? Sí, claro. Dame los códigos del compartimiento.

Kaird sonrió con su mueca de depredador y le pasó el código. —Verificado —respondió Control—. Tiene permiso para acceder a la cámara de vacío.

Las puertas que separaban la cámara de presurización del compartimento se abrieron. Una ligera brisa sacudió unos desperdicios mientras Kaird hacía entrar la nave en el gigantesco compartimento. Las enormes puertas se cerraron tras él, se oyó una sirena de alarma y se encendió una luz roja.

—Alerta, alerta: compartimento despresurizándose —dijo la autovoz del intercomunicador—. Todo el personal no protegido debe evacuar la cámara de inmediato. Alerta, alerta.

La voz repitió su letanía de alerta hasta que la sirena se silenció y la luz roja se apagó. Al cabo de otro momento, las puertas exteriores se abrieron, revelando la negrura espacial, con sus puntos luminosos de estrellas lejanas. —A—uno, introduzca los códigos de despegue.

Kaird lo hizo.

—A—uno, permiso para despegar. Procure no chocar con las paredes al salir.

Kaird volvió a sonreír y cogió los mandos. La nave comenzó a salir del compartimento. Por el Huevo Cósmico, estaba abandonando Drongar y llevaba valiosos presentes para sus superiores. Presentes que pronto lo liberarían y le dejarían irse a casa por fin. ¿Podía haber algo mejor?

34

N
o tenía mucho que meter en las maletas. Los años que Den había pasado como corresponsal de guerra le habían enseñado a viajar ligero de equipaje. Tampoco es que se limitara a llevar el cepillo de aletas, pero casi. Sus ropas mu1ticlimáticas eran todas de tejidos comprimibles, y su dictavoz apenas tenía el tamaño de un pulgar. Dos bultos, ambos pequeños, eran todo lo que necesitaba. Se los echaba al hombro y cogía la puerta. Lo había hecho mil veces. Como poco.

El telefonillo resonó.

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