Medstar II: Curandera Jedi (32 page)

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Authors: Steve Perry Michael Reaves

BOOK: Medstar II: Curandera Jedi
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Otro impacto de mortero dio en el escudo. Den tenía razón, la cúpula aguantaría, siempre que no se apagara, pero cuando menos destrozaba los nervios. Y no había forma de averiguar si el ataque iba a recrudecerse.

La confrontación era arriesgada, pero Barriss sintió que era de menor magnitud. Y sabía que debía asumirla; la vida no consistía en ir de puerto en puerto. Algunas veces había que navegar por aguas tormentosas y arriesgarse al naufragio. No había tiempo para esperar una ocasión más oportuna. ¿Quién sabía qué más planes malvados podía tener preparados el espía?

—¿Barriss?

— Tolk, necesito que bajes tus defensas mentales y te abras a mí. Es importante.

Tolk no lo dudó.

—Vale.

Con esa única palabra, Barriss supo que ya tenía la respuesta. El sondeo mental se limitó a confirmarlo. Lo que manaba de Tolk estaba inundado de amor por Jos Vondar y del respeto que sentía por sí misma y del orgullo que sentía por pertenecer a su profesión. No tenía nada que ver ni con espionaje ni con sabotaje.

Eso significaba que sólo quedaba una persona de la que podía sospecharse con cierta lógica. —Gracias, Tolk.

—Y... ¿por qué hemos hecho esto?

Barriss la miró a ella y a Jos. Era obvio que tenían que saberlo. Sobre todo Jos.

Respiró hondo y se lo contó.

~

Klo Merit, también conocido como Columna y Lente, contempló por última vez su despacho. Las rondas de artillería que explotaban causando más o menos daños contra la cúpula de fuerza no suponían una amenaza, pero, una vez más, nadie se había molestado en informarle de cuándo comenzaría el ataque real, lo cual le irritaba profundamente. Era un recurso valioso para los separatistas... ¿Por qué se empeñaban en ponerle en peligro?

Bueno, ya se encargaría más tarde de tratar ese tema con ellos. De momento, tenía un conductor sobornado esperando. Saldría de allí a escondidas en un vehículo de suministro y se alejaría del Uquemer. Cuando estuviera lejos se desharía del conductor y activaría su transmisor codificado. Cualquier androide de batalla que se cruzara con él le reconocería como amigo, no enemigo, y podría atravesar el frente sin problemas. No era lo mismo que tener un desfile de honor a su llegada, pero eran los gajes del oficio de espía. Entrar sigilosamente, salir sigilosamente, y si uno hacía lo que tenía que hacer, nadie sabría quién eras realmente.

—Es hora de irse —dijo en voz alta. Había hecho lo que tenía que hacer, y aunque albergaba ciertos remordimientos, la situación estaba como estaba. Se dirigió hacia la puerta, la abrió...

Y se llevó una sorpresa. Jos Vondar estaba allí, de pie ante él, apuntándole con una pistola láser.

39

L
as rondas de mortero empezaron a caer con más frecuencia, y el comentario de Den sobre los rayos de partículas y el armamento láser estaba demostrando ser cierto. Los destructivos rayos de consistente energía eran visibles en la distancia, al reflejarse la luz del sol en las partículas de polvo y las esporas del aire. Hasta el momento, ninguno había pasado cerca de la cúpula, pero esa suerte no duraría mucho. Mientras Barriss buscaba a Vaetes a toda prisa para contarle sus sospechas, su certeza, sobre la culpabilidad de Merit, notó que una tormenta se acercaba hacia ellos. Aquello les vendría bien: la lluvia interfería con la artillería táctica de rayos, absorbiendo o rechazando gran parte de su fuerza. A los androides de combate probablemente tampoco les gustara la cercanía de los rayos, pero mientras el cielo se oscurecía, los resplandores de los proyectiles parecían producirse cada vez con más frecuencia, mezclados con los rayos naturales.

La guerra se acercaba rápidamente en todos sus aspectos letales.

La sensación de fatalidad inminente era casi palpable. Ya era tarde para capturar al espía separatista y sacar algo bueno de ello, pensó Barriss. Podría responder por sus crímenes, siempre que sobreviviera alguien del ejército de la República, pero en ese momento, en pleno ataque, su mayor preocupación no era Merit. La supervivencia del campamento sí. A menos que ocurriera un milagro, los ataques combinados de mortero y artillería energética acabarían por reducirlos a todos a ceniza.

Tú puedes detenerlo.

Fue casi como una voz palpable en su cabeza. Llevaba una ampolla de bota en el bolsillo. Sólo tenía que sacarla, inyectársela en el brazo, y en unos segundos tendría la capacidad de darle la vuelta al conflicto, de eso no cabía duda. Lo sabía. No sabía exactamente cómo se manifestaría la solución. Probablemente sería tan sencillo como realizar unos gestos con las manos y contemplar a los androides de combate apagándose y cayendo al suelo. Era una pena que no estuvieran controlados por una sola fuente de potencia orbital, como el ejército que la Federación de Comercio envió a la batalla de Naboo, pero alguien había aprendido la lección después de aquello. Sin embargo, en algún lugar de las vastas y omnipotentes energías de la Fuerza, había una forma de detenerlos, y ella podía llegar hasta allí con la ayuda de la bota.

Y lo sabía. No había duda.

¿Cómo se sentiría teniendo tanto poder como para poder detener una guerra? ¿Cómo sería pasar en cuestión de momentos de ser una padawan a convertirse en la Jedi más poderosa de toda la galaxia, una Jedi capaz de emplear la Fuerza como nadie había pensado o experimentado antes? ¿Cómo sería poder dirigir una gran cantidad de energía, de potencia primaria, como un volcán activo canalizando roca fundida y lanzándola en erupciones de fuentes de lava? Nada podría interponerse a su paso. Nada en la galaxia podía resistirse a la Fuerza cuando era canalizada adecuadamente, moldeada, preparada y conducida a voluntad.

Se metió la mano en el bolsillo y agarró la ampolla.

Piensa en todas las vidas que podrías salvar.

Sí. Al fin y al cabo, a eso se dedicaba ella, ¿no? Ésa era su misión principal. Era curandera. Salvaba vidas. Pero aquella vez sería a una escala gigantesca.

Coge la bota y sálvalos a todos, o...

No cojas la bota y sé consciente de que multitud de seres morirán con toda seguridad, incluidos aquellos de los que se había hecho amiga.

Barriss sacó la ampolla del bolsillo. Para entonces, el ambiente ya era casi apocalíptico. Los morteros hacían explosión, el trueno y el rayo eran casi constantes, además de los láseres y los rayos de partículas, que comenzaban a golpear la misma cúpula. Un proyectil impactó justamente sobre su cabeza, y la cascada resultante de pulsaciones de alta energía sobre la cobertura exterior de la cúpula fue casi cegadora. Se suponía que el campo mantenía a raya los rayos gamma, las partículas alfa y demás radiaciones letales, pero ¿durante cuánto tiempo? Ya podía sentir en la piel el cosquilleo de la atmósfera ionizada, saborear el regusto a ozono.

La elección era sencilla, ¿verdad? ¿Por qué lo dudaba siquiera? Los beneficios superaban con mucho los riesgos. El fin justificaba de sobra los medios. Ella ya había estado en el corazón de la Fuerza, ¿qué tenía de malo regresar y cogerlo, utilizarlo para un propósito tan noble? Estaría bien, muy bien, era lo correcto...

Se subió la manga izquierda y cogió la ampolla con la mano derecha. Se la puso en la muñeca. Otro estallido de energía, no sabía si un láser o un rayo de partículas, hizo impacto y saltaron chispas. Barriss se colocó la ampolla sobre la piel y puso el pulgar en el gatillo...

Justo cuando estaba a punto de disparar, un recuerdo brotó en su interior, un recuerdo del parque Oa de Coruscant, de una lección que aprendió allí y que había aplicado en Drongar, al enfrentarse al letal luchador Phow Ji.

El recuerdo de una conversación que mantuvo con su Maestra sobre el Lado Oscuro:

Quizá llegue el momento en el que lo experimentes, Barriss. Espero que no, pero si esa ocurre, tendrás que reconocerlo y resistirte.

¿Te sentirás mal?

No, en absoluto. Te sentirás mejor que nunca en tu vida, mejor de lo que pensabas que podrías sentirte. Te sentirás llena de poder, plena, satisfecha. Y lo peor de todo, sentirás que está bien. Y ahí es donde se encuentra el verdadero peligro.

Barriss Offee estaba allí, bajo la violencia del cielo tormentoso, a tan sólo un apretón de dedo de unirse a la Fuerza de una forma más maravillosa que nada que antes hubiera sentido, o imaginado.

Y en ese instante, en ese segundo, ese eón, comprendió lo que su Maestra intentó decirle aquel día en el parque. Que rendirse al Lado Oscuro era el camino a la ruina, a una corrupción incluso peor que la muerte. Muerta no podría hacer daño a nadie. Pero viva, y con el Lado Oscuro como guía, se convertiría en un monstruo.

También recordó algo que ella misma le había dicho a Uli un. par de semanas antes:

Los que abrazan el Lado Oscuro no se consideran malvados. Creen que están haciendo lo que tienen que hacer por las razones correctas. El Lado Oscuro controla su manera de pensar, y ellos acaban creyendo que el fin justifica los medios, por muy terribles que sean.

¿Había sido su experiencia propia del Lado Oscuro? No, pensó. Como le había dicho a Uli, la Fuerza no escogía bando. Pero asumir ese tipo de poder, por muy noble que fuera la intención, le llevaría casi seguro a la ruina, si no era hoy, sería mañana, o pasado. La tentación de usarlo sería cada vez más imperiosa, las razones cada vez estarían más justificadas. Sabía de todo corazón que aquello era cierto. Ese tipo de poder no podía ayudarla, sino convertirla en una adicta. Consumiría a cualquiera que no fuera absolutamente puro, omniconsciente y totalmente desprendido. Barriss sabía que no era mala persona, pero tampoco era perfecta, y un contacto periódico de tal magnitud con la Fuerza requeriría de la perfección para sobrevivir incorrupta.

¿Qué lógica tenía poseer los poderes de un dios sin disponer de la sabiduría de un dios?

—¿Barriss?

Estaba tan sumergida en sus pensamientos que no se había dado cuenta de que Uli trotaba hacia ella. Le miró sorprendida.

—¿Estás bien? —exclamó él.

Ella sonrió. Se quitó la ampolla del brazo con cuidado y la volvió a meter en el bolsillo.

—Sí —dijo ella—. La verdad es que sí.

Otro impacto de rayo, otro reguero cromático de ionización. Uli miró nervioso hacia arriba.

—Se supone que tenemos que ponernos todos a cubierto. Coge un dosímetro para asegurarte de que no te estás friendo con las radiaciones secundarias; al parecer la cúpula no resistirá mucho más. Y más te vale hacer las maletas, mete sólo lo esencial, un bulto por persona. Si la infantería de androides consigue colarse entre los soldados, tendremos que largarnos rápidamente. Ahora mismo parece que la lucha está equilibrada, pero quién sabe lo que podría pasar...

—Entiendo. Gracias, Uli.

Él asintió y se alejó en el resplandor creciente. Ella también se dio la vuelta, pero algo le detuvo. En ese momento, Barriss sintió que algo surgía en su interior, una certeza tan fuerte y real como su viaje al centro de la Fuerza: ya no era una padawan.

Y la certeza del porqué bullía en su interior inconfundible:

Te conviertes en un auténtico Caballero Jedi en el momento en que te das cuenta de que ya eres uno.

Allí, de pie, entre el caos y la cacofonía de la tormenta y el ataque separatista, Barriss Offee echó la cabeza hacia atrás y se rió a carcajadas.

40


J
os, ¿qué pasa? —dijo Merit.

Contempló al humano que le bloqueaba la salida. La pistola láser que tenía en las manos estaba completamente inmóvil, como si su brazo estuviera hecho de madera.

—Tú mataste a Zan —dijo Jos sin inflexión en el tono.

El miedo surgió en las entrañas de Merit, como una flor de nitrógeno congelado. No dejó que se notara. De alguna forma, Jos había sospechado de él. No significaba que su identidad se hubiera descubierto; de ser así, probablemente habría tenido que enfrentarse al coronel Vaetes y a varios oficiales en lugar de al cirujano jefe del Uquemer. No era la primera vez que debía emplear la dialéctica para salir de una situación comprometida, y no sería la última, a menos que sus poderes de empatía y persuasión se desvanecieran por completo.

Habló con tono amable y expresión ligeramente atónita.

—No. Zan murió en el ataque separatista. El transporte sufrió el impacto de un proyectil perdido. Tú estabas allí, Jos. Y yo también, ¿recuerdas? —Lo recuerdo —dijo Jos. Otro rayo de energía concentrada golpeó la cúpula, y la pirotecnia resultante le iluminó desde atrás. Casi parecía haber llegado desde otro plano superior, como un demonio sediento de venganza.

—Lo recuerdo —repitió—. Y también recuerdo que me ayudaste a aliviar el dolor, Klo. Recuerdo que tu comprensión, tu capacidad para hacer tan bien tu trabajo me ayudó a curarme, me ayudó a superarlo. Eso te lo debo, Klo. O te lo debería, pero como estuviste involucrado en el ataque separatista, creo que cualquier obligación que tuviera contigo, ha quedado anulada. ¿No?

¿Cómo va a saberlo? No puede saberlo. Lo sospecha, pero no lo sabe. He tenido mucho cuidado, no he dejado nada que...

Olvídate de eso ahora. Arregla el problema que tienes en este momento.

Él podía darle la vuelta a aquello. Después de todo, era un experto en manipulación y control emocional. Y, si tuviera tiempo, seguro que podría convencer a Jos de que se equivocaba, de que estaba en un error.

Pero se estaban quedando sin tiempo.

—Estás bajo mucha presión, Jos —dijo Merit—. No sé de dónde te has sacado esto, pero creo que deberíamos posponer cualquier discusión hasta que estemos sanos y salvos lejos de este planeta.

Jos se rió, pero las habilidades empáticas de Merit no percibieron humor ninguno. En lugar de eso, sintió su rabia controlada por una fría determinación, como un tapón de hielo obstruyendo un conducto volcánico.

—Perdona —dijo Jos—. Es que eso me ha hecho gracia... Que pienses que vas a alguna parte —el trueno retumbó, como haciendo eco a sus palabras.

En ese momento, Merit se dio cuenta de dos cosas. Una, quejos Van dar no actuaba en base a una sospecha. Lo sabía. Daba igual cómo lo había averiguado. Yeso le llevó a darse cuenta de la segunda cosa: si no mataba a Jos, Jos le mataría a él. Había jugado demasiadas partidas con él como para creer otra cosa.

Suspiró. La verdad es que Jos le caía bien, le admiraba. Le hubiera gustado abandonar Drongar sin tener que volver a matar, pero los deseos rara vez se hacían realidad.

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