Medstar II: Curandera Jedi (13 page)

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Authors: Steve Perry Michael Reaves

BOOK: Medstar II: Curandera Jedi
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Los pacientes pasaban por debajo de sus manos, y Jos siguió trabajando, con la esperanza de que las heridas ajenas le sirvieran de calmante.

~

En la cantina, Den Dhur trabajaba a destajo. Pidió que le devolvieran cada favor que se había ganado desde que llegó el primer día a aquel maldito planeta. Todas las copas a las que había invitado a los técnicos y al resto del personal, todos los usos no autorizados de su intercomunicador que les había permitido para que pudiesen llamar a sus familias, camadas, manadas y demás, los créditos que había prestado hasta el día de cobro ... Suplicó, rogó y se quejó sin vergüenza alguna. Aquélla era una verdadera noticia, y él necesitaba acceder a ella.

Los datos iban apareciendo poco a poco, y acababan por encajar. Den los ordenaba.

Por un mecánico ugnaught de trasbordador se enteró de que una de las secciones de suministro que había expulsado su contenido al vacío había sido la de almacenamiento de pequeñas piezas de electrónica. Piezas que, según el mecánico, eran los armonizadores y los estabilizadores de cristales de sustitución que los técnicos de la cúpula estaban esperando para detener la incesante nieve. Piezas que formarían parte de la lluvia de meteoros que iluminaría el firmamento en cuanto entraran en contacto con la atmósfera.

Por un androide de comunicaciones cuyo turno coincidió con el accidente, antes de que lo afectara el estado de emergencia, Den supo que había 186 seres trabajando en las cubiertas afectadas. Algunos de ellos consiguieron traspasar las puertas antes de que se sellaran automáticamente. Otros no. Seguramente habría bolsas de aire en la sección afectada, salas que podían cerrarse y sellos herméticos que podían activarse, pero estando desconectados los sistemas de apoyo vital, la temperatura bajaría rápidamente, y no entraría en ellas ni calor ni aire mientras no se parchearan los efectos de la explosión.

En los casilleros de desastre había trajes de emergencia, en su mayoría trajes de finoevacuación con un suministro de aire limitado, pero no había forma de averiguar cuánta gente consiguió uno de ésos.

Por un piloto de trasbordador kubaz, Den obtuvo un recuento actualizado de cadáveres. Al menos veintiséis cuerpos congelados flotaban a la deriva en las inmediaciones de la MedStar.

—Ha tenía que ser una peazo explosión para que soltara a tanta banda, tío —dijo el piloto, con la trompa curvándose y desenrollándose de miedo.

Y eso fue todo lo que pudo obtener con algo de sustancia. En la MedStar había algunos miembros de ese Uquemer, amigos de la partida de sabacc como Tolk y Merit y, por lo que sabía, existía la posibilidad de que ambos estuvieran entre los muchos atrapados. o, peor aún, quizá se hubieran convertido en esculturas de hielo retorcidas y quebradas, en órbita alrededor de la accidentada nave. Den era periodista y había visto morir a amigos y conocidos en escaramuzas por toda la galaxia, pero eso no —lo hacía más fácil. Tenía que ponerse en modo objetivo y desembarazarse de sus sentimientos personales si quería llevar aquella misión a buen término. Pero últimamente aquello era cada vez más difícil. Cuando Zan Yant murió, le dolió mucho, más de lo que había creído posible. Una cosa era hacerse el cínico ante la gente que tenía alrededor, quitárselo todo de encima con la típica actitud "¿y yo qué culpa tengo?", y otra cuando estaba a solas consigo mismo, sin nadie que le observara. No era tan fácil como cuando era joven y estaba pagado de sí mismo y se sentía inmortal.

Den se sentó y se tomó un matabanthas detrás de otro ,como si fuera a morir al día siguiente, preguntándose para cuánta gente conocida ésa sería una verdad literal. Aunque acababa de llegar una partida de heridos, la cantina estaba llena de gente que no tenía más sitio al que ir y estaba allí esperando nuevas noticias, buenas o malas.

Teedle se acercó rodando.

—¿Quieres otra, cari?

—No. Estoy bien.

Mientras la pequeña androide se alejaba, Den contempló su taza. Bien.

Era una palabra que cada vez encontraba menos útil para hablar de sí mismo.

Quizá fuera hora de retirarse del campo de batalla, encontrar algún planeta tranquilo en alguna parte, dedicarse a las noticias locales y dejar las Zonas de guerra para los jóvenes que seguían pensando que eran gloriosas y emocionantes. Si, las grandes historias podían encontrarse, incluso en planetas como Drongar, supuestamente lejos de donde estaba la “acción”, pero cada vez todas empezaban a hablar de lo mismo: de la guerra. Muchos seres muertos, amputados, heridos; todo para mayor gloria de la Republica. Mas detalles en la próxima edición de noticias...

Alzó una mano para llamar a Teedle. Quizá necesitaba otro trago. Al menos, las copas son algo que puedo decidir no tragarme. Hasta cierto punto...
~

Barriss entró, sacudiéndose la nieve de la túnica, y vio a Den sentado solo en una mesa, mirando su vaso vacío. Se acercó a él. —¿Te importa que te acompañe?

Él sonrió achispado y señaló la silla que tenía enfrente.

—¿Qué te gusta, jedi? Yo invito.

—Gracias, pero nada —ella se sentó—. Tengo que volver enseguida a la SO. ¿Se sabe algo más?

Él se lo contó y Barriss asintió. Cuando el suceso tuvo lugar, ella no sintió una perturbación en la Fuerza, yeso le disgustó muchísimo. Había días en los que, durante las batallas en la superficie del planeta, ella había leido con una precisión milimétrica las corrientes etéreas que se arremolinaban. Se decía que el Maestro Yoda podía percibir grandes perturbaciones a parsecs de distancia... A veces, incluso de cosas que todavía no habían ocurrido, aunque Barriss no sabía si creérselo. Pero de la explosión de la fragata en órbita ella no había recibido ni un ligero temblor. Era sólo una padawan sí, pero seguía tomándose su insensibilidad como un error personal. Estabn segura de que Obi-Wan Kenobi o Anakin Skywalker lo habrían percibido do inmediato. Ella había vivido con la Fuerza desde que tenía uso de razón, bastante más tiempo que Anakin. ¿Cómo podía no haber sentido aquello?

—¿Estás bien? —preguntó Den.

Ella asintió. No tenía sentido agobiarle. Él no podía hacer nada para ayudarla. El pequeño sullustano negó con la cabeza como si supiera que le estaba mintiendo, pero no dijo nada.

Entonces, quizá porque no se lo esperaba, la Fuerza surgió repentinamente en su interior, imbuyéndola de una certeza que la dejó de piedra: La explosión de la MedStar no fue un accidente.

El periodista debió de captar la expresión de su cara:

—¿Qué pasa?

Barriss respiró hondo, intentando recuperar su centro. La absoluta seguridad del dato la había estremecido, y fue incapaz de recuperar el habla durante un momento.

Tenía que hacer algo con aquello. Tenía que contárselo a alguien. No a Den, no a un periodista, sino a otra persona. Alguien que estuviera en posición de hacer algo al respecto.

Era la misma convicción que había sentido cuando aquel transporte exploto en el aire, meses atrás, antes de la reubicación. Jamas habían encontrado al responsable de aquello. Ella le expreso sus sensaciones al coronel Vaetes, que fue cortes pero expeditivo con ella, ya que, obviamente, preferia fiarse de pruebas mas solidas que lo que él consideraba misticismo. Quizá se mostrara un poco mas abierto de mente aquella vez. Aquel acto de sabotaje era mil veces peor que el último. Había que hacer algo.

15

J
os, cansado pero demasiado preocupado por Tolk como para tomarse un respiro, iba de un lado a otro del pabellón médico. Los pacientes de cirugía en recuperación estaban todo lo estables que podían estar, y las mesas de operacion estaban vacías por el momento. La idea de volver a su tienda, en el frío silencio, era un imposible. Necesitaba algo que hacer.

A cierta distancia, un Silencioso permanecía impasible junto a una pared y una débil nubecilla de humo salía de su capucha a intervalos lentos y regulares. Allí, la temperatura era inferior a la de la SO, pero al menos tenian mantas y calefactores suficientes para que los pacientes no pasaran frio. El Silencioso parecía no estar afectado por el problema.

Barriss estaba junto a la cama de un soldado que presentaba una especie nueva de infección. Al parecer, uno de los microbios locales había sufrido una mutación y se había vuelto letal, lo cual era causa de una preocupación considerable. Lo que podía afectar a un soldado, podía afectarles a todos.

—Hola –dijo ]os.

Barriss apartó la vista del soldado enfermo, que estaba dormido o en coma.

—Hola —dijo ella.

—¿Qué tal está?

—Sin cambios. Ninguno de nuestros antibióticos, antivirales o antimicóticos parece funcionar.

—¿Y la espectacilina?

Dicho medicamento era el número uno en aquel momento, un inhibidor de polirnerasas de ARN de amplio espectro capaz de acabar con los microbios más virulentos de Drongar, Ella negó con la cabeza.

— Tiene muchísima fiebre y apenas podemos bajarla con supresores analgésicos, la inducción al coma, su recuento de glóbulos blancos, está por las nubes, y los riñones le están empezando a dejar de funcionar. Tiene fluido en los pulmones, un pulso irregular supeditado al tampón cardiaco y su hígado trabaja en exceso y empieza a cansarse. Lo único bueno es que no parece emitir patógenos, por lo que no debe de ser contagioso.

Jos se acerco y miro al paciente, cuyo grafico le identificaba como CT-802.

—con lo rápido que muta todo aquí, igual se curo solo.

—Pues más le vale darse prisa, si no quiere matar a su portador. Yo he hecho todo lo que he podido, pero no ha sido suficiente. He intentado estabilizarle con la Fuerza, pero es algo que no puedo mantener eternamente—en la voz de Barriss había calma y tranquilidad, en contraste con su expresión ojerosa y cansada—. No creo que pase de esta noche, Jos.

Jos se quedó allí un momento, recordando una conversación que habia mantenido con Zan Yant en aquella misma estancia. No hacía mucho que conocía a Barriss, pero allí, en los pantanos, entre los muertos y los moríbundos, se establecían rápidos vínculos entre el personal médico. La guerra era el problema, y ellos hacían todo lo que podían por formar parte de la solución, lo que fuera, por poco que fuese.

Respiró hondo.

—Quizá podamos intentar otra cosa.

Ella dejó de mirar al paciente para mirarle a él con gesto interrogante. Cuando Zan murió, a Jos le correspondió ocuparse de sus efectos personales. Puso casi todas sus pertenencias, como la quetarra, la ropa, los locro res de libros y cosas así, en una maleta y la envió a la familia de Zan a Talus. Pero bajo el catre de Zan había algo escondido que Jos no incluyó entre sus efectos personales: unas dosis de bota procesada.

Era ilegal estar en posesión de aquella sustancia en Drongar, Toda la bota cosechada y estabilizada en carbonita se enviaba a otros planetas y sistemas, donde valía su peso en piedras preciosas. Al igual que en algunas plantaciones de otros mundos en las que se producían frutas y otros cultivos demasiado caros para la población local, o las minas en las que cada dia los trabajadores encontraban piedras cuyo valor superaba un año de su salario, o cualquier otro sitio en el que los encargados del trabajo sucio no se llevaban nada a cambio, la bota era considerada demasiado valiosa para gastarse en los soldados.

Pero Zan no pudo aceptarlo nunca. Se las arregló para conseguir una pequeña cantidad del cultivo milagroso y la probó en la medida de lo posible, dada la necesaria clandestinidad de sus actividades. Incluso en condiciones menos que idóneas, la bota había curado cada infección resistente que los soldados clon habían desarrollado en aquel mundo. La ironía de estar en un planeta en el que la planta crecía como una mala hierba, sin poder usarla para salvar vidas, no se les había escapado ni a Zan ni a ]os. Zan arriesgó su carrera y su libertad para tratar a sus pacientes en secreto con la sustancia. Jos nunca quiso ir tan lejos, pero hizo la vista gorda ante las actividades ilegales de su colega.

Se dio cuenta de que llevaba mucho tiempo allí sin responder. Es hora de tomar una decisión, Jos. ¿Puedes hacer algo mínimamente parecido a lo que hizo tu amigo?

—Espera aquí —dijo él—.vuelvo enseguida.

Salió del pabellón y se dirigio a su tienda. La nieve le llegaba por las rodillas Y seguía cayendo, pero algunos de los androides de mantenimiento se habían puesto a despejar caminos, por lo que no era un gran problema... todavía. Lo que si era preocupante era la escasez de ropas de abrigo. Jos era ectomorfico, alto y delgado, su cuerpo irradiaba calor de forma efectiva, lo cual era útil en un clima tropical, pero en aquel momento la temperatura bajo la cúpula era diez grados inferior a la de los polos planetarios, y por primera vez en su vida lamentó no tener más grasa corporal. Llevaba puesto casi todo armario: dos pares de pantalones del ejército y calcetines, una camisa gruesa, un chaleco de piel de durnis y una manta que hacía las veces de poncho. Llevaba dos gorros de cirujano para mantener la cabeza calentita, una diadema baja para cubrir las orejas y tres pares de guantes y, aun así, tenia frio.

Si aquella malformación armónica no se arreglaba pronto...

De camino a su barracón, Jos vio a varios miembros del grupo de Revoc dirigiendose hacia la cantina. Los saludó y éstos le devolvieron el saludo. Casi todos se estaban tomando bastante bien el exilio inesperado. Trebor y los demas directivos de la compañía habían sido instalados en unos barracones construidos apresuradamente, y allí se pasaban la mayor parte del tiempo. Nadie había recibido permiso todavía para evacuar, ni a otro Uquemer ni a la MedStar, porque cuanto más se atenuaba la cúpula estropeada para permitir el paso de naves, más se descompasaban los armónicos. La mayoría de las aeroambulancias entrantes estaban siendo desviadas a los Uquemer 5 y 14 las unidades más cercanas, pero sólo podían ocuparse de unos pocos casos extra, por lo que todavía tenían que admitir algunos heridos.

La bota procesada de Zan seguía escondida bajo el catre de Jos, La había guardado sin saber muy bien qué hada con ella. Ahora sabía que, de alguna manera, fue esperando una oportunidad así.

Lo que la República no sabía, no podía hacerle daño, y podía servir para salvar la vida de un soldado; una vida que, para Jos, ahora valía lo mismo que cualquier otra cosa En algún momento había que empezar a tomar posiciones, Jos no estaba seguro de muchas cosas en su vida, pero tenía clara una: deja morir a un hombre cuando se le podía salvar estaba mal. Y que el vacío se llevase a quien dijera la contrario.

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