Mestiza (27 page)

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Authors: Jennifer L. Armentrout

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Mestiza
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Asentí, mirando hacia otro lado. Aiden podía pensar lo que quisiese, pero si no hubiese sido el segundo Apollyon por venir, nada de esto habría pasado.

—Odio esto. Odio no tener el control.

—Pero sí que tienes el control, Álex. Lo que eres te da más control que a cual­quiera.

—¿Y eso? Según Lucian, soy la fuente de energía personal de Seth o algo así. ¿Quién sabe? Nadie lo sabe.

—Tienes razón. Nadie lo sabe. Cuando cumplas dieciocho…

—Seré algo rarísimo.

—Eso no es lo que iba a decir.

Levanté las cejas y le miré.

—Vale. ¿Cuándo cumpla dieciocho años, los dioses van a matarme mientras duermo? Eso es lo que dijo Seth.

La ira volvió sus ojos gris oscuro.

—Los dioses tienen que tener cuidado contigo. Sé que esto no te hace sentir mejor, pero si quisieran… deshacerse de ti, ya lo habrían hecho. Así que cuando cumplas dieciocho años, todo puede ser posible.

—Lo dices como si esto fuese algo bueno.

—Podría serlo, Álex. Con dos de vosotros…

—¡Hablas como Lucian! —me aparté de él—. ¡Ahora me dirás que soy la otra mitad súper especial de Seth y que le pertenezco, como si fuese una cosa en vez de una persona!

—No he dicho eso —acortó la distancia, poniendo sus manos sobre mis hom­bros. Me estremecí bajo el peso de sus manos—. ¿Recuerdas lo que te dije sobre el destino? —moví la cabeza. Me acordaba de que se distrajo con mis shorts. Tengo esta maravillosa memoria selectiva—. Sólo tú tienes control sobre tu futuro, Álex. Solo tú tienes control sobre lo que quieres.

—¿En serio piensas eso?

Asintió.

—Sí.

Moví la cabeza, dudando que pudiese creer en nada llegados a este punto, y empecé a irme, pero las manos de Aiden me sujetaron los hombros. Un momento después, me acercó más a él. Dudé, porque estar tan cerca de él era posiblemente la mejor tortura.

Tenía que soltarme… irme todo lo lejos que pudiese, pero sus brazos rodeaban mis hombros. Despacio, con cuidado, apoyé la cabeza contra su pecho. Dejé caer las manos sobre la curvatura de su espalda y respiré profundamente. Su olor, una mezcla de mar y jabón, me llenó. El rítmico latir de su corazón bajo mi mejilla me consoló. Sólo era un abrazo, pero dioses, signifcaba tanto. Signifcaba
todo
.

—No quiero ser un Apollyon —cerré los ojos—. No quiero ni estar en el mis­mo país que Seth. No quiero nada de esto.

Aiden bajó su mano por mi espalda.

—Ya lo sé. Es abrumador y da miedo, pero no estás sola. Lo arreglaremos. Todo va a estar bien.

Me apreté más contra él. El tiempo pareció detenerse, dándome unos pocos momentos del simple placer de estar en sus brazos, pero luego sus dedos se aden­traron en mi pelo, hasta la nuca, y de ahí me echó la cabeza hacia atrás.

—No tienes nada de lo que preocuparte, Álex. No voy a dejar que te pase nada.

Esas palabras prohibidas me envolvieron el corazón, metiéndose para siempre en mi alma. Nuestros ojos se encontraron. Se hizo el silencio entre nosotros mien­tras nos mirábamos. Sus ojos cambiaron a un color plateado y su otro brazo fue a parar a mi cintura, apretando. Sus dedos dejaron mi pelo y lentamente trazaron la curva de mi pómulo. Mi pulso vibraba dentro de mí mientras su mirada intensa seguía sus dedos. Los movió por mi cara y sobre mis labios.

No deberíamos estar haciendo esto. Él era un pura-sangre. Todo podría tener un final horrible para los dos si nos pillaban, pero daba igual. Ahora mismo, estar con él parecía merecer cualquier consecuencia que pudiese venir de ello. Esto esta­ba bien, como tenía que ser. No había ninguna explicación lógica.

Entonces él se inclinó hacia delante y apoyó su mejilla contra la mía. Un cálido hormigueo me recorrió entera cuando sus labios se movieron hacia mi oreja.

—Deberías decirme que parase.

No dije ni una palabra.

Aiden hizo un sonido grave con la garganta. Su mano se deslizó hacia arriba por mi espalda, dejando una estela de fuego en su recorrido, y sus labios se movie­ron por mi mejilla, parando para quedarse en el aire sobre los míos. Se me olvido cómo respirar, y lo que es más importante, cómo pensar.

Se movió, siempre muy levemente, y sus labios rozaron los míos una vez, luego otra. Era un beso suave, y bonito, pero cuando se hizo más profundo, no era nada tímido. Era como una peligrosa necesidad reprimida, un deseo negado desde hacía mucho. El beso fue salvaje, agotador y ardiente.

Aiden me aprisionó directamente contra su cuerpo. Y cuando me volvió a be­sar, nos dejó a los dos sin respiración. Nuestras manos se enredaban entre nuestros cuerpos mientras íbamos hacia el dormitorio. Mis manos se metieron bajo su cami­seta, sobre la tersa piel de su costado. Nos separamos lo sufciente como para poder quitarle la camiseta, y dioses, cada una de sus duras curvas era tan impresionante como me imaginaba.

Bajándome hasta su cama, sus manos pasaron de mi cara a mis brazos. Luego su mano viajó sobre mi estómago, luego mis caderas, y bajo el borde de mi vestido. De alguna forma, la parte de arriba del vestido acabó en mi cintura, y su boca se movía por mi cuerpo. Me derretí por él, sus besos y su tacto. Mis dedos se clavaron en la tersa piel de sus brazos y mi interior ardía. Donde nuestros cuerpos se toca­ban saltaban chispas.

Aiden apartó sus labios de los míos e hice un ruido de protesta, pero entonces su boca siguió por mi garganta hasta la base del cuello. Mi piel ardía y mis pensamientos estaban en llamas. Su nombre era apenas un susurro, pero sentí sus labios contra mi piel.

Su mirada y sus dedos seguían un camino invisible mientras se movía sobre mí.

—Eres tan guapa. Tan valiente, tan llena de vida —me echó la cabeza hacia abajo y me dio un dulce beso sobre la cicatriz del cuello—. ¿No tienes ni idea, ver­dad? Tienes tanta vida en ti, tanta…

Incliné la cabeza y me dio un beso en la punta de la nariz.

—¿De verdad?

—Sí —me quitó el pelo de la cara—. Desde la noche en que te vi en Georgia has estado bajo mi piel. Te metiste dentro de mí, te convertiste en parte de mí. No puedo quitármelo. Está mal —nos dio la vuelta, haciéndome rodar sobre la cama hasta estar él encima—. Agapi mou, no puedo… —volvió a poner sus labios sobre los míos.

No hubo más palabras. Nuestros besos se volvieron más salvajes, sus labios y sus manos llevaban una intención que sólo podía signifcar una cosa. Nunca antes había llegado tan lejos con un chico, pero sabía que quería estar con él. No había duda, sólo certeza. Todo mi mundo dependía de este momento.

Aiden levantó la cabeza, mirándome con una pregunta en sus ojos.

—¿Confías en mí?

Pasé mis dedos por su mejilla, luego por sus labios.

—Sí.

Hizo un sonido grave y me cogió la mano. La llevó hacia sus labios y fue be­sando una a una las yermas de mis dedos, luego la palma de la mano y luego mis labios.

Y entonces alguien llamó a la puerta.

Los dos nos quedamos helados. Sus ojos, aún nublados por el ansia, se encon­traron con los míos. Pasó un segundo, y otro. Pensé que iba a ignorarlo. Dioses, quería que lo ignorase. Mucho. Mi vida dependía de ello. Pero volvieron a llamar, y esta vez junto a una voz.

—Aiden, abre esta puerta. Ahora.

Leon.

Mierda. Eso era todo en lo que podía pensar. Estábamos tan pillados que no sabía qué hacer. Me quedé simplemente ahí tumbada, con los ojos como platos y desnuda. Totalmente desnuda.

Sin quitarme los ojos de encima ni un momento, Aiden se levantó lentamente y se puso de pie. Sólo al ir a recoger la camiseta que yo había tirado a un lado rom­pió el contacto visual. Salió del dormitorio sin decir nada y cerró la puerta detrás de él.

Me quedé ahí un rato, sin creérmelo. La atmósfera se había perdido por com­pleto, obviamente, y yo seguía desnuda. Cualquiera podría entrar aquí, y aquí estaba yo, tumbada en la cama. Su cama…

Más asustada que nunca, me bajé de un salto y cogí mi vestido. Me lo puse mientras buscaba algún sitio donde esconderme, pero las palabras de Leon me dejaron paralizada.

—No quería despertarte, pero supuse que querrías saber esto inmediatamente. Han encontrado a Kain. Está vivo.

Lo escuché, con el estómago en la garganta, mientras Aiden intentaba conven­cer a Leon de que luego se verían en la enfermería mientras yo me negaba a mirar hacia la cama. Levanté la cabeza cuando Aiden abrió la puerta.

—Ya lo he oído.

Aiden asintió, con sus ojos grises llenos de conficto interior.

—Ya te contaré lo que ha dicho.

Di un paso adelante.

—Quiero ir. Tengo que oír lo que dice.

—Álex, tu toque de queda ha pasado, ¿y cómo ibas a saber que tenías que ir a la enfermería?

Mierda, odiaba cuando tenía razón.

—Pero puedo ir a escondidas. Las habitaciones están separadas sólo por mam­paras. Podría ponerme detrás…

—Álex —el amante había desaparecido. Muerto—. Tienes que volver a tu resi­dencia. Ahora. Te prometo que te contaré todo lo que diga ¿vale?

Viendo que no podía ganar esto, asentí. Esperamos unos cuantos minutos más antes de salir de su casa. En la puerta, Aiden paró, moviendo los dedos.

Miré extrañada.

—¿Qué pasa?

La mirada de Aiden se clavó en mí y me quedé sin aire. La pasión me dio de lleno, fuerte y cálida. La expresión de su cara —de sus ojos— me hizo estremecer. Sin decir nada, me cogió la cara y acercó sus labios a los míos. El beso se llevó todo el aire que quedaba en mí. Fue profundo, arrebatador. No quise que acabara nun­ca, pero lo hizo. Aiden se apartó, con sus dedos lentamente despegándose de mis mejillas.

—No hagas nada estúpido —su voz sonó dura. Entonces desapareció en la oscuridad fuera de su cabaña.

Volví como pude hasta mi residencia con las rodillas temblando, repasando lo que había sucedido entre los dos. Esos besos, su tacto, y la forma en que me miraba estaban grabados para siempre en mi mente. A dos segundos de perder la virginidad.

Dos malditos segundos.

Pero ese último beso —había algo en él, algo que me llenó de nerviosismo y dolor. Una vez en mi habitación, me puse a andar de un lado a otro. Con saber que me convertiría en el segundo Apollyon en mi cumpleaños, lo que había pasado entre Aiden y yo, y la inesperada reaparición de Kain, estaba demasiado nerviosa. Me di una ducha. Incluso ordené la habitación, pero nada podía calmarme. Ahora mismo, Aiden y los demás Centinelas estaban interrogando a Kain —obteniendo las respuestas que yo necesitaba. ¿Mamá era una asesina?

Pasaron las horas mientras esperaba a que Aiden pasase con noticias, pero no apareció. Caí en un sueño inquieto y me desperté demasiado pronto. Me quedaba como una hora hasta empezar el entrenamiento, y no podía esperar más de ningu­na manera. Un plan comenzó a formarse en mi mente. Me puse la ropa de entrenar y salí fuera.

El sol acababa de salir por el horizonte, pero la humedad enturbiaba el aire.

Evité a los Guardias que patrullaban, bordeé los edifcios y me encaminé hacia la enfermería. El aire fresco me saludó al entrar en el estrecho edifcio. Me moví a través de pasillos fanqueados por despachos pequeños y unas cuantas salas más grandes equipadas para lidiar con emergencias médicas. Los médicos pura-sangre vivían en la isla principal y sólo estaban en la enfermería durante el año escolar. Tan temprano una mañana de verano, sólo habría unas pocas enfermeras en todo el edifcio.

Ya tenía preparadas unas cuantas excusas por si me encontraba con alguna de estas enfermeras. Tengo unos calambres horribles, me he roto un dedo el pie. Podría hasta decir que necesitaba un test de embarazo si eso me llevaba a donde tenían a Kain, pero no necesité ninguna de mis excusas. El recinto médico estaba si­lencioso como una tumba, mientras caminaba por el pasillo débilmente iluminado. Tras mirar en varias de las salas más pequeñas, me encontré con una que usaban para meter a varios pacientes a la vez. El instinto me llevó a través de las camillas vacías y tras la cortina verde. Me quedé helada, la tela fina como el papel temblaba detrás de mí.

Kain estaba sentado en medio de la cama, vestido con pantalones de deporte anchos y nada más. Mechones de pelo le escondían la mayor parte de la cara, pero su pecho… Volví a tragar la bilis que me había subido por la garganta, no podía dejar de mirar.

Su pecho, increíblemente pálido, estaba cubierto de marcas con forma de me­dia luna y finos cortes que parecían hechos por una de nuestras dagas de Covenant. No había mucho en él que no estuviese marcado.

Levantó la cabeza. Sus ojos azules destacaban sobre su palidez casi cadavéri­ca. Me acerqué, sintiendo que algo se tensaba en mi pecho. Se le veía mal, y cuando me sonrió fue peor. Su piel estaba tan descolorida que los labios se le veían rojos como la sangre. Una pequeña chispa de culpa nació en mi interior. Quizá podría haber esperado para preguntarle, pero como era típico en mí, entré.

—¿Kain? ¿Estás bien?

—Eso… creo.

—Quería hacerte algunas preguntas si… si no te importa.

—¿Quieres preguntarme sobre tu madre? —me miró las manos.

Sentí un gran alivio. No tenía que explicarme. Me acerqué un paso más.

—Sí.

Estaba callado mientras seguía mirándose las manos. Sujetaba algo, pero no pude ver lo que era.

—Les he dicho a los demás que no recordaba nada.

Me quería sentar y llorar. Kain era mi única esperanza.

—¿En serio?

—Eso es lo que les he dicho.

Un sonido extraño salió de detrás de la cortina verde del otro lado de la cama de Kain, como de algo arrastrándose por el suelo. Puse cara de extrañada mientras intentaba mirar más allá.

—¿Hay… hay alguien ahí?

La única respuesta fue un leve borboteo. Me llegó el pánico de la nada, reco­rriéndome toda la espalda, pidiéndome que saliese ahora de esa habitación. Fui hasta el otro lado de la cama y aparté la cortina. Mis labios se abrieron en un grito silencioso.

Tres enfermeras pura-sangre estaban tiradas por el suelo lleno de sangre. Una aún se aferraba a la vida. Una furiosa línea roja le cruzaba la garganta, y ella inten­taba arrastrarse hacia mí. Intenté llegar a ella, pero con un último borboteo, murió. Anclada al sitio, no podía ni pensar ni respirar.

Gargantas cortadas. Todas muertas.

—Lexie.

Sólo mamá me llamaba así, sólo ella. Me di la vuelta, con la mano temblando sobre mi boca. Kain seguía en el otro lado de la cama, mirándose las manos.

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