Mestiza (28 page)

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Authors: Jennifer L. Armentrout

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Mestiza
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—Creo que el apodo de Lexie es mucho mejor que Álex, ¿pero qué se yo? —rió, sonó frío, sin humor. Muerto—. No sabía nada hasta ahora.

—Salí disparada.

Kain se movió sorprendentemente rápido para alguien que había sido tortura­do durante semanas. Estaba en frente de mí antes de que lograse llegar a la puerta, con la daga del Covenant en la mano.

Mis ojos se fjaron en la daga.

—¿Por qué?

—¿Por qué? —imitó mi voz—. ¿No lo entiendes? No. Claro que no. Yo tampo­co lo entendía. Lo intentaron primero con los Guardias, pero los drenaron dema­siado rápido. Murieron.

Algo iba mal, muy mal en él. La tortura le podía haber hecho eso; todas esas marcas le podían haber vuelto loco. Pero en realidad no importaba por qué se había vuelto loco, porque estaba totalmente pirado, y yo estaba acorralada.

—Cuando llegaron a mí, habían aprendido de sus errores. A los nuestros hay que drenarlos despacio —miró hacia la daga—. Pero no somos como ellos. No cam­biamos como ellos.

Di un paso atrás, tratando de tragar a través del miedo. Todo mi entrenamien­to se esfumó. Sabía cómo lidiar contra un daimon, pero un amigo que se ha vuelto loco es otra historia.

—Tenía hambre, mucha hambre. No hay nada como eso. Tenía que hacerlo.

Me percaté de la horrible situación. Volví a dar un paso atrás justo cuando se lanzó hacia mí. Era muy rápido, más rápido que nunca. Antes de poder si quiera darme cuenta de ello, su puño impactó contra mi cara. Volé por la sala, estampán­dome sobre una de las mesillas. Ocurrió tan rápido que no pude ni parar la caída. Aterricé mal, aturdida y con sabor a sangre en la boca.

Kain estaba inmediatamente encima mío, levantándome sobre los pies y ti­rándome a través de la sala. Me di bien fuerte contra el borde de la cama y luego contra el suelo.

Intentando ponerme de pie, ignoré el dolor y afronté lo único que no podía ser.

Más allá de cualquier razón o explicación, no tenía dudas de que Kain ya no era un mestizo. Sólo había una cosa que se moviese así de rápido. Aunque era im­posible, era un daimon.

Capítulo 17

A PESAR DE ESTAR ANORMALMENTE PÁLIDO, KAIN PARECÍA… KAIN. Eso explicaba por qué ninguno de los otros mestizos lo había notado en él. Nada en él te advertía de que algo iba muy mal. Bueno… excepto el montón de cuerpos tras la cortina. Agarré lo que parecía un aparato de monitorizar el corazón, lanzán­doselo a la cabeza. Como era de esperar, lo apartó antes de que le diera.

Volvió a reír con esa risa horrible.

—¿No puedes hacerlo mejor? ¿Recuerdas nuestras sesiones de entrenamiento? ¿Lo rápido que logré que dieses lo mejor de ti?

Ignoré ese doloroso recuerdo, imaginando que era mejor tenerle hablando hasta que encontrase alguna opción mejor.

—¿Cómo es posible? Eres un mestizo.

Asintió, pasándose la daga a la otra mano.

—¿No estabas prestando atención? Ya te lo he dicho. Nos drenan lentamente, y dioses, duele de narices. Quise morir mil veces, pero no lo hice. ¿Y ahora? Soy mejor que nunca. Más rápido. Más fuerte. No puedes luchar contra mí. Ninguno podéis —levantó la daga y la movió hacia delante y atrás—. La parte de alimentar­se es un rollo, pero funciona.

Miré por encima de su hombro. Había una pequeña posibilidad de que pudie­se llegar hasta la puerta. Aún era rápida y no estaba malherida.

—Eso… tiene que ser una mierda.

Se encogió de hombros, pareciéndose al antiguo Kain, tanto que me dejó sin respiración.

—Te acostumbras a ello cuando tienes hambre.

Eso era muy tranquilizador. Me eché hacia la izquierda.

—Vi a tu madre.

Todos mis instintos me gritaron que no le escuchase.

—¿Hablaste… con ella?

—Estaba como loca, matando y disfrutando con ello también. Ella es la que me convirtió —se mojó los labios—. Viene a por ti, ¿lo sabías?

—¿Dónde está? —no esperaba que me fuese a responder, pero lo hizo.

—Si dejas la seguridad del Covenant la encontrarás… o ella te encontrará a ti. Pero eso no va a suceder.

—¿Oh? —susurré, pero ya lo sabía. No soy estúpida. Mamá no iba a poder conseguir mi éter, porque Kain iba a matarme y drenarme.

—¿Sabes lo único que apesta de ser un daimon? Que siempre tengo hambre. ¿Pero tú? Estoy seguro de que sientas como nadie. Está bien que hayas venido a mí. Que hayas confiado en mí —sus ojos azules se fijaron en mi cuello; donde mi pulso iba como loco—. Ella seguirá matando hasta que te encuentre o hasta que estés muerta. Y vas a morir.

Esa era la clave para moverme. Salí con todas mis fuerzas, pero fue inútil. Kain bloqueaba mi única ruta de escape. Sin más opción que luchar contra él, me puse en guardia, sin armas y sin preparación.

—¿En serio quieres intentarlo?

Traté de que mi voz sonase todo lo segura que pude.

—¿Y tú?

Esta vez, cuando vino a cogerme, me eché hacia él y agarré la mano con la que sujetaba la daga. Se le soltó, golpeando contra el suelo. Antes de que pudiese cele­brar mi pequeña victoria, lanzó su puño, y pareció recordar lo mal que se me daban los bloqueos. El puñetazo me dio en el estómago, haciéndome doblar.

Una corriente de aire me movió el pelo, dándome unos segundos para incor­porarme. Estaba perdida, sin duda. Pero cuando levanté la cabeza no era Kain el que estaba en frente de mí.

Era Aiden.

No le dijo nada a Kain. De alguna forma lo supo cuando me echó hacia atrás, lejos del daimon mestizo. Kain pasó su atención hacia Aiden. Dejó escapar un au­llido inquietantemente parecido al que hizo el daimon en Georgia. Se rodearon el uno al otro, y con Kain desarmado, Aiden tenía las de ganar. Intercambiaron reso­plidos de rabia, ya no eran compañeros sino enemigos hasta le muerte. Entonces Aiden hizo su movimiento. Clavó la daga de titanio hasta el fondo en el estómago de Kain.

Ocurrió lo imposible. Kain no cayó.

Aiden dio un paso atrás, mostrando la cara asustada de Kain. Miró hacia su enorme herida y empezó a reír. Debía de haber sido mortal, pero mientras iba com­prendiéndolo poco a poco, me di cuenta de que teníamos más que aprender de los daimons mestizos.

Era inmunes al titanio.

Aiden le lanzó una patada a Kain, que la bloqueó y se giró para darle una a él. Una máquina médica se estampó contra la pared. Me encontré entre los dos, cla­vada en el sitio. No podía quedarme simplemente ahí. Fui a por la daga del suelo.

—¡Apártate! —gritó Aiden mientras envolvía mis dedos alrededor del frío ti­tanio.

Miré hacia arriba, viendo a los refuerzos, y al Apollyon.

—¡Aparta! —la voz de Seth resonó entre el caos.

Aiden saltó hacia delante, empujándome contra la pared y cubriéndome con su cuerpo. Tenía las manos sobre su pecho. Giré la cabeza cuando Aiden se puso delante de los Centinelas, con un brazo estirado frente a él. Segundos después algo que sólo podría describir como un relámpago salió de su mano. El destello de luz azul —intensa y brillante— oscureció el resto de la habitación.
Akasha
—el quinto y último elemento; sólo los dioses y el Apollyon podían manejarlo.

—No mires —susurró Aiden.

Apreté mi cara contra su pecho mientras el aire se llenaba del chisporroteo del elemento más poderoso que los Hematoi conocían. Los horribles gritos de Kain se alzaron por encima cuando
akasha
dio contra él. Me estremecí, apretándome más contra Aiden. Los gritos, nunca olvidaré esos gritos.

Aiden me agarró más fuerte hasta que el chillido agonizante paró y el cuerpo de Kain cayó al suelo. Entonces Aiden se apartó, acariciando con sus dedos mi la­bio partido e hinchado. Durante un segundo sus ojos se cruzaron con los míos. En una sola mirada había tanto. Dolor. Alivio. Ira.

Todo el mundo entró corriendo a la sala. Entre el caos, Aiden comprobó rápi­damente que estaba bien antes de entregarme a Seth.

—Sácala de aquí.

Seth me llevó tras los Centinelas mientras Aiden centraba su atención en el cuerpo arrugado. En el pasillo nos cruzamos con Marcus y muchos más Guardias. Nos echó una breve mirada. Seth me llevó a través de todo el pasillo, en silencio hasta que me metió en otra habitación al final.

Cerró la puerta detrás de él y lentamente se acercó a mí.

—¿Estás bien?

Me aparté hasta que di contra la pared más alejada de él, respirando con dificultad.

—¿Álex? —entrecerró los ojos.

En cuestión de unas horas, todo había cambiado. Nuestro mundo —mi mun­do— ya no era el mismo. Todo era demasiado. ¿Mamá, la locura de lo de Seth, la noche pasada con Aiden y ahora esto? Me rompí en pedazos. Deslizándome por la pared, me senté con las rodillas contra mi pecho. Reí.

—Álex, levántate —su voz tenía ese tono musical, pero sonaba tensa—. Todo esto es mucho, lo sé. Pero tienes que recomponerte. Van a venir aquí; pronto. Que­rrán respuestas. Esta noche Kain era normal, todo lo normal que Kain puede ser. Ahora era un daimon. Querrán saber qué ha pasado.

Kain ya era un daimon entonces, pero nadie lo sabía. Nadie lo podía haber sabido anoche. Me quedé mirando a Seth en blanco. ¿Qué quería que dijese? ¿Qué estaba bien?

Volvió a intentarlo, agachándose frente a mí.

—Álex, no puedes dejar que te vean así. ¿Me entiendes? No puedes dejar que los otros Centinelas o tu tío te vean así.

¿Acaso importaba? Las reglas habían cambiado. Seth no podía estar en todas partes.

Saldríamos ahí fuera y moriríamos. Peor aún, podían convertirnos. Podrían convertirme. Como a mamá. Ese pensamiento me devolvió una pizca de sensatez. Si perdía la cabeza, ¿de qué iba a servir? ¿Qué pasaría con mamá? ¿Quién arregla­ría esto, en lo que se había convertido?

Seth miró por encima de su hombro hacia la puerta.

—Álex, empiezas a preocuparme. Insúltame… o algo.

Una débil sonrisa apareció en mis labios.

—Eres más raro de lo que nunca me podría haber imaginado.

Rió, y mis oídos tenían que haberme engañado, porque sonó aliviado.

—Tú eres tan rara como yo. ¿Qué tienes que decir a eso?

Me encogí, apretando los dedos contra las rodillas.

—Te odio.

—No puedes odiarme, Álex. Ni siquiera me conoces.

—Da igual. Odio lo que signifcas para mí. Odio no tener el control. Odio que todo el mundo me haya mentido —estaba inspirada, estiré las piernas—. Y odio lo que esto signifca. Los Centinelas morirán ahí fuera uno detrás de otro. Odio que aún sigo pensando en mi madre… como si fuese mi madre.

Seth se inclinó hacia delante y me cogió de la barbilla. La impresión que me dio su tacto no fue tan brutal como antes, pero el extraño intercambio de energía seguía vibrando en mi interior.

—Entonces toma ese odio y haz algo con él, Álex. Usa el odio. No te quedes aquí sentada como si no hubiese esperanza para ellos, para nosotros.

¿Para nosotros? ¿Se refería a esperanza para los nuestros o para él y para mí?

—Viste lo que puedo hacer. Tu también podrás hacerlo. Juntos podemos pa­rarlos. Sin ti no puedo. Y joder, necesito que seas fuerte. ¿De qué sirves si acabas siendo una maldita sirvienta porque no puedes con ello?

Bueno… supongo que eso respondió a mi pregunta. Le aparté la mano de un golpe.

—Lárgate.

Se acercó más.

—¿Y qué vas a hacer?

Le lancé una mirada de advertencia.

—No me importa que puedas lanzar rayos con la mano. Te daré una patada en la cara.

—¿Por qué será que no me sorprende? ¿Podría tener que ver con que sabes que no voy a hacerte daño, que no puedo?

—Seguramente —en realidad no estaba segura de eso. Veinticuatro horas an­tes me estaba llevando a rastras por toda la isla.

—Eso no suena muy justo, ¿no?

—Todo esto no es justo —le di un golpecito en el pecho con el dedo—. Tú tie­nes el control en esto.

Seth soltó un ruido enfadado. Me cogió la cabeza por los lados.

—Tú tienes el control. ¿No lo pillas?

Enfadada, le cogí de las muñecas.

—Déjalo.

Giró las manos y me cogió las mías. Sus ojos ámbar llamearon, como si estu­viese listo para enfrentarse a mí. Después de unos tensos momentos, me soltó y se levantó.

—Esta es la actitud que he llegado a conocer y despreciar.

Le saqué el dedo corazón, pero lo malo es que su cabreo en general me llegó. Aunque no lo admitiría. Nunca.

Cogió una toalla de la estantería. La humedeció y me la tiró.

—Límpiate un poco —me lanzó una sonrisa maliciosa—. No puedo tener a mi pequeña «Apollyon en prácticas» hecha un desastre.

Cogí la toalla con fuerza.

—Si alguna vez vuelves a decir una estupidez así, te asfixiaré mientras duer­mes.

Levantó sus cejas doradas.

—Pequeña Álex, ¿estas sugiriendo que durmamos juntos?

Asombrada por cómo había podido llegar a
esa
conclusión, bajé la toalla.

—¿Qué? ¡No!

—¿Entonces cómo ibas a poder asfxiarme mientras duermo a menos que es­tuvieses en la cama conmigo? —sonrió—. Piensa en ello.

—Oh, cállate.

Se encogió de hombros y miró hacia la puerta.

—Están viniendo.

Sólo tenía un poco de curiosidad por saber cómo lo sabía, pero según me puse la toalla sobre mi labio hinchado, el dolor me atravesó. Marcus entró primero y Aiden apareció detrás de él. Su mirada me recorrió entera, comprobando que estu­viese bien de nuevo. Por su cara supe que quería venir conmigo, pero con Marcus y una docena de Centinelas presentes era imposible. Luché contra la necesidad de estar en sus brazos y pasé mi atención hacia mi tío.

Marcus me miró a los ojos.

—Necesito saber exactamente lo que ha pasado.

Así que les dije todo lo que recordaba. Marcus permaneció impasible durante todo el rato. Hizo las preguntas pertinentes y cuando acabó, sólo quería volver a mi habitación. Volver a vivir lo que le había pasado a Kain me había dejado sin fuerzas.

Marcus me dio permiso para irme, y me puse en pie mientras le daba órdenes a Leon y a Aiden.

—Notificad a los demás Covenants. Yo me ocuparé del Consejo.

Aiden me siguió hasta la entrada.

—¿Acaso no te pedí que no hicieses nada estúpido?

Aiden movió la cabeza, pasándose una mano por el pelo. Entonces me hizo la única pregunta que a nadie se le había ocurrido preguntar.

—¿Dijo algo sobre tu madre?

—Dijo que los mató —respiré profundamente—. Que disfrutó mucho con ello.

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