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Authors: Alessandra Neymar

Tags: #Romantico, Infantil-Juvenil

Mírame y dispara (21 page)

BOOK: Mírame y dispara
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Cerré los ojos y apreté la mandíbula. Me arrepentiría de aquello.

—¿Alguna preferencia? —pregunté resignándome.

A Kathia le hizo gracia mi tono. Se tumbó con las piernas encima del sofá y me contempló expectante.

—Sorpréndeme.

—Te mataré en cuanto termine —dije jocoso.

—Eso ya lo veremos.

Sin más, comencé a tocar lo primero que se me ocurrió. Kathia me había dejado elegir, pero el libre albedrío me jugó una mala pasada. Estaba tocando
Passion
, de Utada Hikaru. No sé por qué, pero percibí que había un mensaje oculto en la canción. Un tipo de aviso destinado a nosotros. Gilipolleces, pensé, pero el sentimiento era muy real. Había tocado muchas veces esa pieza porque Mauro de pequeño era un gran admirador del videojuego
Kingdom Hearts
y me obligaba a hacerlo. Pero nunca había sentido la pasión que encerraban aquellas notas hasta que no la toqué para ella. Desde ese momento aquella sería su canción. Estaba seguro de ello.

Capítulo 23

Kathia

Aquella sería mi canción. Nuestra canción. Cuando la escuchara sabría que Cristianno estaría cerca y que la estaría tocando solo para mí.

Con las notas bajas y agudas levantó la vista del teclado y me miró. Yo le observaba ensimismada. Jamás había escuchado algo así. Transmitía tanto que me costaba mantenerle la mirada.

Sonrió y enseguida cerró los ojos dejando que fluyera de sus dedos la parte alta de la canción. Por un momento, me pareció que sufría, tal era la pasión con la que tocaba. Cristianno me estaba proporcionando el mejor momento de mi vida.

Todavía no me había dicho a mí misma que estaba enamorada de él. Pero lo estaba y mucho. Y, por la forma de tocar, podía deducir que él también lo estaba de mí.

Dejó de tocar y me miró. Esperaba que yo dijera algo.

Y lo dije, pero nada relacionado con lo magistralmente bien que había tocado.

—Ven aquí… —dije casi en un susurro mientras le dejaba un hueco en el sofá.

Él frunció el ceño; parecía receloso a aceptar mi petición, pero terminó levantándose de la banqueta. Se sacudió los pantalones débilmente y suspiró antes de dar el primer paso.

Se le veía tímido, tan tenso que casi me hizo reír. Quién me hubiera dicho que iba a ver al loco del taxi caminar hacia mí retraído.

Tragó saliva y se sentó en la punta, a la altura de mis rodillas. Arrastré mi mano hacia la suya y le empujé lentamente obligándole a reclinarse a mi lado. Necesitaba tenerle cerca.

Se tumbó casi con miedo y respirando entrecortadamente. Parecía tan indefenso… pero enseguida recuperó su confianza. Acarició mi mejilla mientras acomodaba su cabeza en el sofá. Su aliento rebotaba en mis labios mientras sus dedos dibujaban mi barbilla. Quise besarle, quise abrazarle y pedirle que no me soltara en lo que quedaba de noche, pero detuve ese impulso. Me regodeé observando su rostro perfecto tan de cerca.

Imité su gesto y acaricié su nariz. Bajé hasta sus labios y me detuve en su cuello. Cristianno no me retiró la mirada en ningún momento, pero yo no era capaz de mantener mis ojos puestos en los suyos. Puede que mi gris fuera deslumbrante, pero su azul tenía una potencia que me doblegaba.

—Qué extraño es todo esto… —suspiré antes de sentir cómo su mano se detenía en mi cintura.

La rodeó y se impulsó, acercándose aún más. Después empujó mi pierna obligándome a que la colocara sobre la suya. Me puso muy nerviosa tener su cuerpo tan pegado al mío, pero me gustó. Me gustó muchísimo.

—¿Por qué? —Retiró un mechón de mi pelo y se acercó para besarme en la mejilla.

Lo hizo despacio, con suavidad, aprovechando cada segundo.

—Hace unas semanas te habría matado. Sin embargo, ahora…

Bajé la mirada, no tuve valor de terminar.

«Genial. Eres una cobarde», pensé.

—¿Ahora qué? —quiso saber.

Respiré hondo antes de abrazarle. No creí que respondiera, pero lo hizo y de una manera apasionada. No estaba acostumbrada a ese tipo de caricias, pues en el internado apenas salíamos y cuando lo hacíamos no teníamos tiempo para el clásico coqueteo, seguido de arrumacos y frases bonitas. Para nada; se pasaba directamente a la acción.

Un «Hola, qué tal, me gustas, tú a mí también», y pum… el beso. Después de aquello, por supuesto, venía el típico «Nos vemos la semana que viene», y después, «Adiós». Había coqueteado con muchos chicos, pero nunca había sentido ese sentimiento que en aquel momento recorría mi piel helándome la sangre. Que Cristianno estuviera bajo mi cuerpo rodeándome con sus brazos era, con diferencia, la mejor experiencia de mi vida.

—Ahora… Ahora me encanta estar contigo —murmuré apoyándome en su pecho.

Cristianno me volvió a besar, esta vez en la frente, y sentí cómo su corazón se aceleraba. Dios, cómo me gustaba que él también estuviera nervioso. Deslizó su mano por mi espalda y buscó mis ojos.

—No sabes lo mucho que deseaba oír eso.

Me dormí con el aroma de su piel rozando mis labios.

Cristianno

Desperté de súbito en cuanto Kathia me zarandeó. Estaba soñando con ella: la besaba intensamente mientras hacíamos el amor (un sueño de lo más lógico después de haberla tenido durmiendo literalmente sobre mí. Uno no era de piedra).

—¿Qué hora es? —preguntó sofocada mientras se incorporaba en el sofá y se atusaba el cabello.

Estaba bellísima. Tenía los ojos débilmente hinchados y la piel algo más pálida de lo normal.

Me froté la frente y me incorporé sin darme cuenta de que me acercaba demasiado a ella. Kathia tenía la vista puesta en mi pecho y me contemplaba igual que lo había hecho en mi sueño minutos antes de que nos quitáramos la ropa. Tragué saliva. Hubiera dado mi riñón por que el sueño se hiciera realidad en aquel momento.

Dios, qué malo era cavilar recién levantado. Me creó jaqueca.

Miré el reloj y di un salto.

—¡Joder! ¡Tenemos que irnos! —exclamé cogiéndola de la mano y echando a correr.

La matarían por mi culpa; eran pasadas las seis.

Salimos de la casa y ella tropezó con uno de los tablones de madera.

—¡Cuidado! ¡Vas a matarme! —gritó intentando calmar mi acelerado ritmo.

Lo sentía profundamente, pero no iba a detenerme. La quería viva.

«Tan viva como en mi sueño…»

—Los que van a matarte son ellos. Pronto serán las siete… —Llegamos al coche.

—Les diré que me secuestraste. —Se soltó de mi mano.

Fruncí los labios y abrí el coche con la llave electrónica. Me giré y la cogí de la cintura, apoyándola en la puerta. Ella sonrió provocativa. Sin duda, le gustaba que me acercara tanto.

—Ah, ¿sí? ¿Y quién te creerá? —susurré mientras acariciaba su mejilla con mis labios.

—Todos…

Lo que sucedió a continuación me dejó estupefacto. Ni siquiera tuve tiempo de reaccionar.

Kathia pegó su cara a la mía y pasó lentamente su lengua por mi labio inferior. En ese momento hizo una foto con su iPhone. Realmente era una provocadora, creída y descarada. Y también muy desconsiderada, puesto que debía saber lo mal que me lo estaba haciendo pasar. Sobre todo cuando me empujó y sonrió mostrándome la foto. Resoplé, más encendido que nunca, y observé la imagen. La muy egocéntrica miraba a la cámara mientras que mi cara era la viva imagen de un gilipollas embobado.

—Lo que faltaba… —asentí mientras me restregaba la cara con las manos—. Eres tan… tan…

—Lo sé, pero no te enfades. Ha sido un rocecito de nada, además la foto es genial. —Se montó en el coche—. Dime, ¿qué crees que les fastidiará más, la foto o que me hayas secuestrado?

—Las dos cosas. —La miré antes de arrancar—. La próxima vez que vuelvas a hacer eso, juro que terminarás en… —Me detuve mientras ella asentía sonriente y expectante.

Arranqué el coche y salí de allí a toda pastilla.

—Bueno, ¿qué harías?

—No quieras saberlo.

—¡Venga ya! Dilo.

—Debes tratarme bien… Soy de carne y hueso, y tengo… mis necesidades, ¿sabes?

Mi explicación tan dramática le provocó una carcajada. Tuve que reírme con ella.

Durante el corto trayecto, Kathia estuvo tarareando la canción de Justin Timberlake que sonaba en mi reproductor mientras movía las piernas al ritmo de la música. Después me miró, seria, consciente de que habíamos llegado. Debía darse prisa si no quería que la descubrieran, pero por su parsimonia parecía que el único preocupado era yo.

Salimos del coche y nos acercamos a la valla agazapados. Kathia no se decidía a saltar.

—He pasado… la mejor noche… de mi vida —susurró mirándome fijamente.

Me abracé a ella con fuerza. Le retiré el cabello de su oído.

—No entres a clase hoy. Espérame en los lavabos del vestíbulo. Ahora sube.

Creía que iba a reprocharme, pero no lo hizo. Subió y se marchó contenta mientras me miraba de reojo. Volvería a estar con ella en una hora eterna.

Capítulo 24

Kathia

—El motor de un Bugatti es inconfundible —me dijo Enrico, sorprendiéndome en el pasillo que llevaba a la cocina.

Había decido subir por las escaleras traseras para que no me viera nadie, pero no había servido de mucho.

Enrico estaba apoyado en la pared con su planta sexy e imponente, esperando saber qué excusa pondría. No había hablado, y ya estaba sonriendo.

—¿Un Bugatti? Bueno, estamos en Roma. Hay bastante gente con ese coche.

—Claro, una de ellas es Cristianno Gabbana. Se rió con ganas.

—No te rías, Enrico. Comienzas a asustarme, en serio.

Entrecerró los ojos.

—Ya te vale. ¿No decías que lo odiabas?

Fruncí los labios sin saber qué decir. Enrico me conocía tan bien que era imposible mentirle. Y era inútil ocultarle que había pasado la noche con Gabbana.

—Y le sigo odiando, créeme —bufé mientras me acercaba a él.

—Por eso te escapas con él… Sois un desastre. Seguro que ha sido idea de él —dijo colocando un brazo sobre mi hombro.

—Cómo lo sabes.

Daniela me abordó mientras Mauro me mirara pícaro. Seguro que Cristianno lo había puesto al corriente de todo.

Tuve que hacerle una descripción exhaustiva de lo ocurrido entre Cristianno y yo aquella noche. Ya se lo había contado a Enrico, quien no había podido dejar de reír mientras me escuchaba. Así que no era de extrañar que Daniela hiciera lo mismo. Por supuesto, con mi cuñado me reservé momentos que a mi amiga sí le pude contar. No quería que Enrico se enterara de lo de la biblioteca, por eso la parte de la playa la tuve que adornar con cierto trabajo.

—¿Te besó? —preguntó Daniela al borde de un ataque.

Le parecía increíble que Cristianno hubiera actuado como lo hizo durante toda la noche. Y, la verdad, a mí también.

—No.

—¿Le besaste tú?

—No.

—Entonces, ¿qué hicisteis?, ¿miraros las caras?

—Más o menos.

—Yo flipo. Sin duda, tiene que estar hasta las trancas porque si no ya os habríais acostado, créeme.

Miré a Cristianno por encima del hombro de Daniela. Llegaba fingiendo una pelea con Alex.

—¿Tú crees que está…? —No pude terminar la frase y la cara de Dani tampoco me ayudó mucho—. Bueno, ya sabes…

—¿Enamorado?

—¡Chist! Baja la voz. —Le tiré del brazo—. No quiero que nos oiga y se está acercando.

Daniela miró y al ver que se aproximaba bajó la voz.

—Mira, no tengo ni idea. No sé cómo se pone cuando está enamorado porque nunca lo ha estado, pero sí puedo decirte que nunca lo había visto así. De modo que… sí, creo que está enamorado. —Como siempre, Daniela se enrollaba a la hora de exponer su punto de vista, pero era cristalina y tan concluyente que te dejaba sin palabras.

Cristianno se acercó, me cogió del brazo y me arrastró hacia el lavabo. Me iba a ir con él y estaría de vuelta para cuando viniera Valentino a recogerme.

—Te la robo, Ferro —le dijo a Daniela sin dejar de mirarme.

Ella, Mauro y el resto de nuestros amigos nos cubrirían ante los profesores.

—Sé bueno, Gabbana.

—Eso intentaremos, ¿no? —dijo Cristianno, pero para mí más que para Daniela.

—Más te vale. —Aunque, como me había dicho Dani, eso era imposible con Cristianno.

—¿Has tenido novio alguna vez? —me preguntó mientras conducía.

Me sorprendí por la pregunta y la cara que debí poner le hizo gracia. Le miré frunciendo el ceño.

—Bueno… no sé si se puede llamar así.

—¿Has tenido novio y no sabes si lo era? —hizo una mueca.

—Solo nos veíamos una vez a la semana y casi nunca hablábamos. Solo nos besábamos y cosas así.

Se tensó y dejó de sonreír en cuanto escuchó mi comentario.

—¿Cosas así? ¿Qué más hiciste con ese tío? —preguntó con desprecio.

—Cosas… Las mismas que tú con Mía o Laura o…

—Sí, sí, vale. —Negó con la mano.

Tuve que reír al verle celoso.

No sabía dónde nos dirigíamos, pero me daba igual con tal de estar con él.

—¿Cómo se llamaba? —Continuó, poniendo aquella carita de enfado que tanto me gustaba.

—¿Cuál de ellos? —Le piqué.

Aunque, era cierto. ¿Por cuál de ellos me preguntaba?

—¡¿Cuántos has tenido?! —dijo desconcertado.

—Los suficientes como para mantener una conversación de, no sé… ¿dos horas, tal vez? No, puede que más.

—Pero ¿qué os enseñaban en ese internado?

Estaba tan ofuscado, que terminó gritando mientras entrabamos en autovía.

—¿Celoso?

—No sabes cuánto. Iré a poner una queja, ¿sabes? —Terminó sonriendo—. ¿Cuál de ellos fue el que más te… gustó?

—Si lo que quieres es saber si me enamoré de alguno de ellos, te confieso que no. El último se llamaba Edgar y lo dejamos en verano.

—O sea, que fue el primero ¿no?

Se refería al sexo. No, no fue el primero porque todavía no existía la primera vez. Me dio la sensación de que estaba bastante obsesionado con el tema. No quería que se agobiara por tan poco. Me apetecía disfrutar de aquella mañana, porque no le iba a ver en todo el fin de semana.

—Estuvimos a punto, pero me arrepentí en el último momento. —Noté cómo todo su cuerpo se relajaba, suspiró y la sonrisa tornó a sus labios, aliviado—. ¿Podemos dejar de hablar de mis exnovios? Creo que no estás en posición de enfadarte conmigo por si he mantenido relaciones sexuales con otra persona. No tengo por qué darte explicaciones, ¿o, sí? —Arqueé las cejas, interrogante.

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