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Authors: Alessandra Neymar

Tags: #Romantico, Infantil-Juvenil

Mírame y dispara (23 page)

BOOK: Mírame y dispara
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—Sabes a qué mundo pertenecemos. Estaba claro que si Kathia volvía era porque había algo más detrás de esa decisión. No deberías sorprenderte. —Intentó explicarlo con tranquilidad, pero él también parecía cabreado.

—Ella no forma parte de esto —me quejé.

—¡Es la hija de Angelo, sí forma parte de esto! Son negocios, Cristianno. Como todo en nuestras familias.

—¡Kathia no es un negocio! Solo tiene diecisiete años, ¡joder! —Quise salir de allí, pero Enrico volvió a evitarlo.

—¿Crees que a mí no me importa? —preguntó, frunciendo el ceño—. La quiero como si fuera mi hermana pequeña. ¿Crees que no me duele que se case con ella? Por favor, Cristianno. Ni siquiera tu amor evitará esa boda.

Le miré apretando la mandíbula y sintiendo cómo mi espalda se balanceaba débilmente intentando controlar mi cuerpo.

«Si le mato, no tendrá que casarse», fue lo primero que me vino a la mente.

—¿Cuándo? —pregunté, temiendo la respuesta.

—En cuanto cumpla los dieciocho —repuso cabizbajo.

—No. No lo permitiré. Me la llevaré de aquí antes de que llegue ese día, Enrico.

—Kathia no te pertenece, Cristianno. No puedes hacer nada y lo sabes.

Negué con la cabeza mientras me apartaba un poco para buscarla entre la gente. No la encontré.

¿Qué pensaría ella de todo aquello? ¿Me necesitaría?

—No permitiré que se case con Valentino. Ella no, Enrico.

—No puedes evitarlo, Cristianno. Ya hay un negocio cerrado entre Angelo y Adriano. No sé de qué se trata, pero te prometo que lo averiguaré. De verdad.

—Así que los Carusso también nos ocultan cosas, ¿no? —Torcí el gesto buscando la mirada de mi gran hermano postizo. Él sabía a qué me refería. Después de todo, Fabio no era el único traidor—. Pues a la mierda los negocios, Enrico. No pienso ser testigo de eso. —Me di la vuelta y coloqué los brazos en jarras retirando la chaqueta.

—Cristianno… —Volvió a tocarme el hombro. Sabía lo que me iba a decir.

—No me lo pidas. No me pidas que me comporte como un Gabbana porque ahora no pienso hacerlo. No puedo hacerlo si ella es la moneda de cambio.

—Decías que el amor era de débiles. Ahora es cuando tienes que demostrarlo. —Enrico sabía cómo dispararme al centro del pecho. Era cierto, una vez lo dije y ahora me lamentaba.

—Lo mataré si la toca —continué, señalando con el dedo índice—. Sabes que soy capaz de hacerlo.

—Lo sé, pero iniciarías una guerra —añadió, previniéndose.

—Pues seré el primero en pelearla.

Ahora sí dejó que me marchara.

—Estás enamorado de ella… —confirmó, aunque ya lo había escuchado de mis labios antes.

—Y me culpo por ello todas las noches. Intenté evitarlo, y no lo conseguí. No pienso volver a intentarlo. Me… me gusta amarla.

—¿Sabes lo que eso significa?

Si se descubría, sería difícil de solucionar. La solución implicaba muerte y la muerte, pérdida. No me importaba morir si había luchado por ella.

—Sí… y asumo hasta la última de las consecuencias.

Kathia apareció por el pasillo, agitada. El dolor volvió a punzar mi pecho al mirarla. Se detuvo en seco en cuanto me vio. Me observó suplicante. En ese momento supe que ella también me amaba, pero no podía ir en su busca y decirle que yo sentía lo mismo. Debía irme.

—Hasta que llegue ese día, evita que te descubran, por favor —me dijo Enrico observando nuestras miradas.

Salí por la puerta después de ver cómo las lágrimas empezaban a deslizarse por el rostro de Kathia.

Kathia

Me abalancé hacia la salida en su busca, pero Valentino tiró de mi brazo con furia. Me estampé contra su pecho y empecé a forcejear con él. Fue inútil. Cristianno se iba.

—¿Dónde demonios te crees que vas? —preguntó, agresivo.

Por un momento me dio miedo, pero me lo tragué y le planté cara. Necesitaba salir de allí cuanto antes.

—Quiero perderte de vista. Has caído muy bajo mintiendo delante de tu familia —mascullé.

—¿Qué te hace pensar que he mentido? Que tú no supieras nada no significa que sea mentira —susurró en mi mejilla—. Ya está todo listo para que seas mi esposa. Cuando cumplas los dieciocho.

Me removí hasta que pude retirarme. Valentino hizo una mueca con socarronería.

—¡Y una mierda! —Mi tono de voz debió de recordarle a alguien: Cristianno—. No me casaré contigo porque no te quiero. No eres suficiente para mí.

Levantó su mano para pegarme, pero cuando quiso hacerlo, Fabio lo detuvo. Lo empujó contra la pared y colocó su mano en la garganta de Valentino.

Enrico me cogió del brazo y me protegió.

—Si vuelvo a verte amenazándola o me entero de que le pones una mano encima, descubrirás lo que significa el dolor —masculló Fabio Gabbana antes de soltarle—. ¡Largo!

Valentino se colocó bien el traje y me observó con una sonrisa tensa en los labios. ¿Cómo podía sonreír si se había acobardado ante Fabio? Qué mezquino era.

Fabio observó cómo se iba y luego me miró a mí. No hizo nada más, solo asentir levemente mirando a Enrico y respirar hondo antes de marcharse con su paso siempre elegante.

—Vete, yo me encargo de todo —murmuró Enrico empujándome hacia la salida.

Recorrí la calle caminando todo lo deprisa que me dejaban mi ropa y los tacones, aunque sabía que no podría alcanzar a Cristianno si había venido en coche.

Me detuve en medio de la calle. Me invadió una resignación espantosa. No era el futuro que deseaba para mí, pero ¿qué podía hacer? Cerré los ojos.

Cristianno

Kathia me llamó por teléfono varias veces. No respondí a ninguna de esas llamadas. No podía hablar con ella porque sabía que si escuchaba su voz me vendría abajo.

Si alguien me hubiera advertido de lo que dolía el amor, hubiera evitado enamorarme de ella. Pero ¿a quién quería engañar? Era mentira. La habría amado igual.

Mi móvil volvió a sonar, pero esta vez no era Kathia, sino Fabio. Fruncí el ceño. Una llamada de mi tío podía significar problemas. Descolgué aprisa.

—¿Qué tienes con Kathia Carusso? —preguntó antes de que yo pudiera hablar.

Su tono de voz era serio y parecía bastante afligido. Era extraño que Fabio estuviera así.

—Nada.

En realidad, no tenía nada con ella. No había ocurrido nada entre los dos.

—Cristianno… —Suspiró queriendo decir que no se chupaba el dedo.

—No ha pasado nada, tío. Es solo que…

No hizo falta que terminara la frase.

—¡Dios mío…! No puedo creerlo.

Yo tampoco.

—¿Qué hago? ¿Qué se hace en estos casos?

—¡Jesús!, te has buscado un mal consejero para este tema. —Suspiró, como si estuviera buscando una solución—. Joder, Cristianno. ¿Kathia? ¿No había más chicas? ¿Tenía que ser ella? —En ese momento sí que estaba alzando la voz y daba la impresión de que estaba enfadado.

—Lo… siento. —No se me ocurrió decir otra cosa.

—¡Demonios! Me arrepentiré de esto, lo sé. —Volvió a suspirar y se quedó callado durante unos segundos, cavilando—. Ve a por ella pero cuelga ya, antes de que me arrepienta de lo que acabo de decir.

Ni le oí terminar. Arranqué el coche y fui en su busca.

Kathia

Entré en mi habitación y cerré la puerta con una patada. Había estado cerca de una hora buscando a Cristianno, sin éxito. Lo había llamado, pero no me había contestado. Le quería con locura y, sin embargo, Cristianno me había dejado.

Retuve mis ansias de llorar y entré en el vestidor para cambiarme. Me coloqué unos pantalones cortos y la primera camiseta que pillé. Ni siquiera me molesté en encender la luz. ¿Para qué? Ya se había apagado en cuanto le vi marcharse.

Quité los cojines, retiré el edredón y me desplomé en la cama hundiendo mi cara en la almohada.

¡Dios!, me obligaban a casarme con Valentino y había perdido a Cristianno. ¡Y todo había ocurrido en una noche! Si al menos hubiese podido hablar con él una última vez para decirle lo mucho que le quería y le necesitaba…

El cristal de mi ventanal vibró. Miré hacia allí, pero no vi nada. Solamente las cortinas blancas de seda y las plantas que había en mi terraza. Me levanté de la cama y caminé lentamente hacia la puerta. Seguía sin ver nada, hasta que el cristal volvió a vibrar con un golpecito.

Entonces le vi. Cristianno había trepado hasta mi terraza. Llevaba la camisa por fuera y el nudo de la corbata le caía en el centro del pecho. Estaba hasta más guapo que cuando llevaba el traje bien colocado.

Solté un gemido de alivio al verle mientras me llevaba las manos a la cabeza. Enseguida salté a la puerta y la abrí con ansiedad. La fría brisa de la madrugada me envolvió, pero no me importaba. Ahora le tenía frente a mí. Era suficiente el calor que me proporcionaba aquella alegría exorbitante.

Cristianno miró mis piernas y fue ascendiendo con lentitud. Le pertenecía y él lo sabía tan bien como yo.

—No debiste marcharte sin mí —musité intentando controlar mi ansiedad.

Cristianno intentó dominar sus impulsos. Lo supe por su forma de apretar la mandíbula. Tenía tantas ganas de tocarme como yo a él. Avanzó un paso.

—No debiste ir en mi busca. —Torció el gesto con el mismo erotismo que caracterizaba cada uno de sus movimientos.

—¿Por qué? —Con suavidad, tiré de su corbata y lo arrastré dentro. Cerró la puerta antes de apoyar su frente en la mía.

—No podemos continuar con esto. Ya no —susurró intermitente mientras yo le acariciaba el pecho. Ahogó un suspiro—. No sigas por ahí, Kathia. Sabes que no podré detenerme —murmuró en mis labios mientras sus manos subían por mis caderas lentas, muy lentas.

—Me debes un beso —musité.

Lo besé en la mejilla antes de que él subiera sus manos hasta mi cintura, por debajo de la ancha camiseta.

Me besó, apretándome contra él. Sentí la urgencia de nuestros labios. Acariciaba mi espalda mientras me obligaba a caminar hacia atrás. No sabía dónde quería llevarme, pero estaba dispuesta a ir a cualquier lugar. No quería detenerme, no quería que se detuviera.

Sentí su lengua contra la mía. Besaba mucho mejor que en mis sueños y él lo sabía, por eso se recreaba en mis labios. Suspiré antes de tomar aire mientras su boca descendía por mi cuello. Enseguida cogí su rostro y volví a besarle. Tiré de su chaqueta y comencé a desabrochar aquella odiosa camisa. Lo necesitaba más cerca.

Entonces, él suspiró al notar mis dedos perfilar la piel de su vientre. Suavemente, sus rodillas separaron mis piernas y bajó sus manos por mi cuerpo hasta que me elevó del suelo. Me sentó sobre el tocador provocando que cayera el ramo de rosas que Valentino me había regalado aquella misma tarde. Se desparramó en el suelo, que es donde debía estar.

Envolví su cuerpo con mis piernas y él se acercó aún más. Retiré su camisa acariciando sus hombros desnudos. Cristianno apretó mi cintura y quiso liberarme de la camiseta. Gemí cuando se detuvo y besó la punta de mi nariz.

—¿Es lo que deseas? —musitó excitado, rozando mis labios con su lengua.

—Ya deberías saberlo. —Imité su gesto aferrándome a su cintura. Recorrí su musculosa espalda y volví a descender.

Nos detuvimos de golpe al escuchar que alguien se acercaba por el pasillo. Miré hacia la puerta mientras él se perdía en mi clavícula soltando un suspiro de frustración.

—¿Quién crees que es? —me preguntó entre beso y beso desde mi hombro hasta la mejilla.

—No lo sé. Todos deberían estar en la fiesta. —Lo empujé maldiciendo a quien interrumpía aquel momento. Cristianno se alejó de mis piernas con resignación—. Será mejor que te escondas.

Le miré a los ojos y luego me perdí en la perfección de su pecho. Él volvió a observar mis caderas mientras se mordía un labio.

—¿Que me esconda? —preguntó extrañado.

—No quiero que te vayas.

Le tiré su chaqueta antes de notar cómo alguien se detenía en mi puerta. Nos miramos conteniendo la respiración. Yo fruncí el ceño. Cristianno parecía divertirse con aquella tensión. Lo empujé hacia la cama y lo tapé en cuanto me tumbé a su lado. Soltó una carcajada ahogada.

—Vaya, me he imaginado contigo en la cama, pero no en tu habitación —bromeó antes de acariciar mi vientre. Se acercó más dejando que mi brazo apreciara el calor de su pecho desnudo.

—¡Cállate! —exclamé entre susurros.

La puerta se abrió y apareció la silueta de Sibila, la joven sirvienta.

—Señorita —susurró—, señorita.

Me estaba haciendo la dormida, así que tenía que tardar en responder.

—Humm… —ronroneé a la vez que Cristianno acariciaba el filo de mis pantalones.

—Señorita, lamento molestarla, pero su madre me ha dicho que le comunique que mañana saldrán de viaje a las nueve. —La pobre parecía avergonzada.

—De acuerdo, Sibila… —Fingí un bostezo—. Tranquila, no te preocupes.

—Lo siento mucho.

—Qué va, cariño. Ve a descansar.

—Claro. Buenas noches, Kathia.

—Buenas noches, Sibila.

La encantadora muchacha sonrió y después salió de la habitación cerrando la puerta.

Enseguida, Cristianno retiró las sábanas y se incorporó sentándose sobre sus rodillas. Miró mis tobillos y comenzó a acariciarlos subiendo muy lento. Dibujó mis rodillas, pero se detuvo al llegar a mis muslos. Cogió mis piernas y las abrió antes de echarse sobre mí.

Deslizó sus labios por mi cuello rozando la piel con su lengua. A esas alturas, ya estaba demasiado descontrolada. Continuó bajando hasta que llegó a mi vientre. Acaricié su cabello y me removí bajo su cuerpo antes de impulsarme hacia él. Lo besé mientras él me sentaba sobre su regazo y se agarraba a mi cintura. Me deshice de su camisa y empujé sus hombros para que se tumbara. Cristianno sonrió al verme sobre él. Cogió mis caderas resistiéndose a quitarme el pantalón. Sabía que no era el momento ni el lugar para concluir aquello (mi madre rondaba por la casa).

—¿Piensas estar así toda la noche? —dijo.

Se me escapó un ligero gemido y me acerqué a su oreja. Le provoqué un suspiro entrecortado al morderle el lóbulo.

—Sé fuerte, Cristianno. Tú puedes con todo —bromeé antes de que apretara aún más mis caderas.

—No, nena. Con tu cuerpo encima, no puedo ser fuerte. —Negó sonriente. Decidí apartarme y dejarle algo de espacio para que se recuperara—. Pero eso no significa que te alejes —dijo antes de besarme.

—Quédate y duerme conmigo.

—¿Qué duerma contigo al lado? Eso será imposible.

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