Misterio del collar desaparecido (6 page)

BOOK: Misterio del collar desaparecido
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—De acuerdo —dijo al fin el inspector dejando el lápiz—. Podréis mantener los ojos bien abiertos... pero no os metáis en nada peligroso ni hagáis ninguna tontería. Sólo estad alerta. Es posible que podáis enteraros de alguna cosa sencillamente «por ser» niños. Si descubrierais algo sospechoso comunicádmelo enseguida.

—¡Oh, «gracias»! —dijeron todos a una, encantados.

—Es usted muy bueno, inspector —le dijo Fatty—. ¡Descubriremos algo! ¡E iremos con tanta cautela como el señor Goon!

—Bueno, me temo que esta vez os vencerá —dijo el inspector con ojos brillantes—. Él sabe mucho más que vosotros, pero no puedo deciros más de lo que os he dicho. ¡Adiós, y me he alegrado mucho de veros!

Los niños, satisfechos y emocionados, se marcharon, montando en sus bicicletas para regresar a su casa. Fueron todos al jardín de Pip y se sentaron en la glorieta situada al fondo del mismo.

—Bueno, ¡por fin tenemos un misterio! —exclamó Fatty—. ¿Cuál es la banda que roba tantas joyas? Goon está trabajando, nos lleva ventaja, y ahora trabajaremos nosotros también. ¿Alguno de vosotros ha observado algo anormal últimamente en Peterswood?

Todos reflexionaron, pero nadie recordó haber visto nada sospechoso. Al parecer, las cosas estaban igual que siempre, exceptuando que el tiempo caluroso había hecho acudir multitudes, a la orilla del río.

—No se me ocurre nada —dijo Larry.

—Éste no es un misterio «fácil» —exclamó Daisy con el ceño fruncido—. No se sabe por dónde empezar.

—¿No podríamos empezar como de costumbre, buscando pistas y haciendo una lista de sospechosos? —preguntó Bets.

—¡Bien! —dijo Pip, burlándose—. ¡Dinos qué pistas podemos buscar, y quiénes hemos de anotar en la lista de sospechosos!

—No hay pistas que buscar, y ni siquiera sabemos dónde encontrar a los sospechosos —dijo Larry pesimista—. Me pregunto qué es lo que sabrá Goon.

—Probablemente tendrá una lista de sospechosos —dijo Fatty, pensativo—. Y es probable que tenga todos los detalles de los robos cometidos últimamente. Será mejor que busque los periódicos atrasados y me dedique a leerlos. Aunque no creo que eso nos ayude mucho, la verdad.

Hubo un largo silencio.

—Bueno —dijo Pip al fin—. ¿Cuál es el plan? ¿Qué vamos a hacer?

¡Pero al parecer no había por dónde actuar! Todo lo que sabían era que era posible que los ladrones se reunieran algunas veces en Peterswood.

—Creo que no sería mala idea que me disfrazara como aquel viejo sordo que se sienta a tomar el sol en aquel banco en mitad del pueblo —dijo Fatty—. Sabemos que no va allí por las mañanas, de manera que yo puedo ir en su lugar. Tal vez así descubra algo sospechoso. Hombres que se entreguen notas unos a otros al encontrarse... o hagan comentarios en voz baja... o incluso puede que se sientan en el banco y hablen.

Todos le miraron dudando. La verdad es que no parecía muy probable. Bets adivinó que Fatty quería divertirse disfrazándose otra vez.

—¡Será mejor que no te acerques por allí por las tardes! —le dijo—. ¡La gente empezará a extrañarse si ven a «dos» viejos, exactamente iguales, sentados en el mismo banco!

—Sí. ¡A Goon le daría un ataque! —exclamó Larry, y todos rieron.

—¿No crees que sería mejor que escogieres otro disfraz y no imitaras a ese viejo? —intervino Pip—. No fuera a ser que os cruzarais al mismo tiempo. La verdad es que no veo la necesidad de que te disfraces de mendigo sucio.

—Y no la hay, desde luego. Pero me gustaría —dijo Fatty—. Sabéis, cuando se es un actor tan bueno como yo, hay ciertos tipos que atraen más que otros. Me encantó ser una vieja vendedora de globos... y me encantaría hacer de viejo. Puedo comportarme exactamente igual que él.

Sorbiendo se secó la nariz con el revés de la mano. Los otros se echaron a reír en vez de burlarse de él por alardear de ser tan buen actor.

—¡Eres un caso! —exclamó Daisy—. ¡Pero por favor, no empieces a hacer esas cosas delante de tus padres! ¡Les daría un ataque!

Fatty se levantó y saliendo al jardín comenzó a andar como aquel viejo, con la espalda encorvada y la cabeza inclinada. Desde luego era un consumado artista.

Luego, lanzando otro sorbetón secóse con la manga.

Una voz horrorizada se dirigió a él.

—¡Federico! ¿Es que no tienes pañuelo? ¡Qué modales!

Allí estaba la madre de Pip que venía a buscarlos para la comida, puesto que permanecían completamente sordos ante las llamadas del batintín. ¡Pobre Fatty! Se puso colorado hasta las orejas y enseguida sacó un enorme pañuelo. ¡Cómo se reían los demás!

CAPÍTULO VII
ALGO BASTANTE EXTRAÑO

Con la ayuda de los demás, Fatty consiguió reunir un conjunto de prendas usadas muy parecidas a las que llevaba el viejo del banco. Pip le proporcionó un sombrero que su padre había llevado mucho para trabajar en el jardín, y Larry encontró una chaqueta vieja colgada en el garaje.

—Hace siglos que está allí, que yo recuerde —dijo—. Nadie la usa jamás. Puedes quedártela. ¡Tiene moho dentro de los bolsillos, así que ve con cuidado al meter las manos!

Fue sencillo encontrar una camisa vieja y una bufanda. Fatty sacó uno de sus camisas viejas y encontró una bufanda en el cobertizo del jardín, que debió dejar allí olvidada hacía meses.

Arrastró la camisa por el polvo y pronto estuvo tan sucia como la del mendigo. También ensució la bufanda un poco más.

—¿Y qué hay de los zapatos? —dijo—. Necesitamos unos viejísimos. Los del anciano estaban completamente abiertos por delante.

Los zapatos fueron un verdadero problema. Sus padres no tenían unos zapatos tan viejos como los del hombre del banco, y los niños se preguntaban si sería posible comprar algún par a un vagabundo, pero cuando fueron en busca de un vagabundo el único que encontraron llevaba unos zapatos muy nuevos.

Entonces Daisy tuvo una inspiración repentina.

—¡Miremos en las cunetas al pasar! —propuso—. ¡Siempre hay botas viejas y zapatos en las cunetas, no sé por qué será! Es posible que encontremos algunos.

¡Y vaya si encontraron! Larry descubrió un par sucio y húmedo, con las punteras abiertas y los tacones gastados. Se los entregó a Fatty.

—¡Bueno, si te sientes con ánimos para ponerte esto tan horrible, aquí tienes! Pero tendrás que secarlos, o con tanta humedad en los pies vas a pillar un resfriado.

—Entonces podrás sorber con toda propiedad —dijo Bets. Ella también había estado ensayando los sorbetones de aquel anciano ante el disgusto de su madre.

—Los pondré debajo del calentador del agua —dijo Fatty—. Allí se secarán pronto. ¡No me gusta nada tener que ponérmelos, pero después de todo si es importante resolver el misterio, es importante también sufrir estas pequeñas molestias!

Los pantalones parecían imposibles de conseguir. Sus padres no usaban pantalones de pana como aquel hombre. ¿Sería posible comprar unos en la tienda del pueblo y luego gastarlos y ensuciarlos para que Fatty pudiera ponérselos?

—Será mejor que no los compremos en Peterswood por si acaso circulara la noticia —dijo Fatty—. No quisiera que el viejo Goon se enterase de que había comprado pantalones de obrero, estoy seguro de que estaría indagando hasta dar con el motivo. Últimamente demuestra más inteligencia.

—Podemos ir a Sheepridge por el bosque —dijo Daisy—. Allí los compraremos.

Cuando estaban a mitad del camino, en pleno campo, Pip lanzó un grito que los sobresaltó. Pip les señalaba un viejo espantapájaros olvidado en un campo. Llevaba un sombrero sin ala, una chaqueta raída, ¡y un par de pantalones de pana terriblemente estropeados!

—¡Precisamente lo que necesitábamos! —exclamó Fatty gozoso echando a correr hacia el espantapájaros—. Se los devolveremos cuando ya no los necesite. Cielos, si están convertidos en un colador. Espero que me vayan bien.

—Será mejor que les dé una jabonada antes de que te los pongas —se ofreció Daisy—. Están hechos una lástima. Si debajo te pones tus pantalones cortos de franela, Fatty, no se verán tanto los agujeros. Hay demasiados para remendarlos.

Alegremente, los Pesquisidores emprendieron el regreso a la casa de Larry. Daisy lavó los pantalones, aunque no salió de ellos mucha suciedad porque la lluvia los había lavado muchas veces. Bets no podía imaginar cómo Fatty era capaz de ponerse ropas tan horribles.

—¡El deber obliga! —dijo Fatty con una sonrisa—. Cuando el deber llama hay que hacer toda clase de cosas desagradables, Bets. Y un detective realmente bueno no se detiene ante nada.

Al día siguiente celebraron un ensayo vistiendo a Fatty con las ropas viejas. Se había puesto una barba despeinada, color arena, que había cortado y arreglado más o menos como la de aquel hombre. También llevaba las cejas grises, y unos mechones de cabellos de un gris extraño asomaban por debajo de su sombrero.

Se maquilló cuidadosamente. Se puso algunas arrugas con la ayuda de sus pinturas oleosas, y luego encogió la boca como si no tuviera muchos dientes.

—¡Oh... Fatty... eres maravilloso! —exclamó Bets—. No puedo mirarte de tan horrible como estás. ¡No me mires así! ¡Me pones nerviosa! ¡Eres un viejo, un viejo auténtico y no Fatty!

—«¿Quéeesto?» —dijo Fatty llevándose la mano a la oreja. También llevaba las manos sucias... y esta vez había cuidado de ennegrecer sus uñas. La verdad es que daba lástima.

—¿Qué hora es? —preguntó, porque se había quitado su reloj de pulsera por temor a que se viera.

—Las doce —respondió Pip.

—¿Qué os parece si fuera a echar un sueñecito a aquel banco? Mi doble no estará allí porque dice que no va nunca hasta la tarde. Vamos. ¡Veremos si sé representar mi papel!

—Iremos todos —dijo Pip—. Pero no nos sentaremos cerca de ti. Iremos a tomar un refresco a esa tiendecita que hay frente al banco. Desde allí podremos vigilarle y ver lo que sucede.

Fatty, después de enviar a Larry hasta la puerta posterior de su jardín para ver si la costa estaba despejada, se alejó arrastrando los pies, esperando que no le hubiese visto nadie de su casa. No quería despertar la curiosidad de su madre hacia los viejos y viejas que deambulaban por la puerta posterior de su casa.

Una vez en la carretera, los cuatro niños caminaron cerca de Fatty, pero no lo bastante para que nadie sospechara que iban juntos. Él iba delante, arrastrando los pies con el sombrero calado hasta las orejas.

—¡Es exactamente igual al viejo que vimos! —susurró Bets a Daisy—. Yo no notaría la diferencia, ¿y tú?

Fatty sorbió con fuerza y los otros sonrieron. Llegó al banco, soleado, sentándose con sumas precauciones, y lanzando un suspiro al hacerlo.

—¡Aaaaah!

Desde luego era un actor maravilloso. Allí estaba, sentado inclinado sobre su bastón, la imagen de un pobre viejo descansando. Los otros se dirigieron a la tienda de refrescos, sentándose en una mesa junto a la ventana para observarle.

Cuando estaban terminando sus limonadas llegó un hombre en bicicleta, silbando. Era un hombre completamente normal, vestido con un traje corriente y gorra, y con un rostro vulgar, pero, cuando vio al viejo, frenó bruscamente y le miró con asombro.

Se apeó de la bicicleta y llevándola al lado se acercó al banco. La dejó apoyada en el respaldo y tomó asiento junto a Fatty. Los niños que lo observaban todo desde la tienda de enfrente, estaban sorprendidos y un tanto alarmados. ¿Acaso aquel hombre había descubierto algo extraño en el disfraz de Fatty? ¿Habría adivinado que era un impostor? ¿Descubriría a Fatty?

Fatty también estaba alarmado. Se había estado divirtiendo mucho «bajo la piel de aquel viejo» como él decía, pero al ver el gesto de sorpresa en el rostro de aquel hombre se había asustado. Y ahora el hombre había ido a sentarse a su lado. ¿Por qué?

—¿Qué haces aquí por la mañana? —le preguntó aquel hombre de pronto en voz baja—. Pensé que nunca venías hasta la tarde. ¿Ocurre algo? ¿Esperas a alguien?

A Fatty le cogió desprevenido aquel susurro confidencial. Era evidente que aquel hombre le había tomado por el viejo y se extrañaba de que estuviera allí por la mañana. ¿Pero qué significaban aquellas preguntas?

Fatty recordó a tiempo que el viejo era sordo, y llevándose la mano a la oreja la acercó hacia aquel hombre para que no pudiera verle directamente el rostro. Tenía miedo de que se diera cuenta del fraude si le miraba a los ojos.

—«¿Quéeesto?» —dijo Fatty con voz cascada. Y volvió otra vez—: «¿Quéeesto?»

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