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Authors: Lisi Harrison

Tags: #Juvenil

Monster High (9 page)

BOOK: Monster High
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—Y sin embargo,
¿qué?

—Te están tratando como a una absoluta… —se dio unos golpecitos en la sien—. ¡Uf! ¿Cómo se dice?

—Antiamenaza —respondió por ella Flequillo Castaño.

—¡Sí! Excelente elección —Pecosa agitó los pulgares en el aire—. Introdúcela.

Flequillo Castaño asintió, obediente. Sacó un teléfono del bolsillo lateral de su maletín verde imitación cocodrilo, dejó el teclado al descubierto y empezó a pulsar las teclas.

—¿Qué hace? —preguntó Melody.

—¿Quién? ¿Haylee? —preguntó Pecosa, como si hubiera decenas de chicas tomando nota de tan esperpéntica conversación—. Me está ayudando.

Melody hizo un gesto de asentimiento, como si lo que acababa de oír resultara de lo más interesante, y luego paseó la vista por la cafetería. Él estaba sentado en la mesa de ella, arrancando uvas de un nuevo racimo e introduciéndoselas en la boca. Repugnante a más no poder.

La mano de Pecosa apareció bajo la nariz de Melody.

—Me llamo Bekka Madden. Autora de Bek ha vuelto y con más fuerza que nunca: la verdadera historia del retorno de una chica a la popularidad después de que otra chica de cuyo nombre no quiero acordarme (¡CLEO!) se le insinuara a Brett y Bekka le diera una paliza y ella, básicamente, le contara al instituto entero que Bekka era violenta y había que evitarla a toda costa.

—Va a ser una de esas novelas para celulares —Haylee cerró el teléfono de un golpe y lo soltó en su maletín—. Ya sabes, como hacen en Japón. Sólo que ésta no estará en japonés.

—Se da por hecho —suspiró Bekka con tono de «hoy-en-día-no-hay-quien-encuentre-buenos-ayudantes». Se sentó en la mesa, se colocó las manos debajo del trasero y, en plan travieso, golpeó una silla azul con sus botines de tela.

Haylee se lamió el brillo de labios rosa chicle y se ajustó las gafas.

—Estoy documentando su batalla.

—Qué bien —Melody asintió, tratando de mostrarse alentadora.

Había algo en Bekka y Haylee que le recordaba a aquella línea por la que se movía Candace, la que separaba el ingenio del delirio. El ingenio inspiraba sus sueños, y el delirio les otorgaba el valor necesario para perseguirlos. A Melody le habría gustado para sí. Pero no tenía ningún sueño que valiera la pena perseguir, ahora que Jackson había resultado ser un farsante que salía corriendo en cuanto aparecía otra chica más fácil…

—Yo también quiero hacerla pomada —comentó Bekka.

Las mejillas de Melody se pusieron al rojo vivo. ¿Tanto se notaba que no les quitaba la vista de encima?

—Podíamos unir fuerzas, ¿sabes? —los ojos verdes de Bekka taladraron los de Melody.

Haylee sacó el teléfono y se puso a teclear de nuevo.

—No quiero venganza —explicó Melody, al tiempo que se arrancaba el esmalte transparente de una uña. Lo que quería estaba en ese momento ofreciendo uvas a la AF sentada en otra mesa.

—¿Y qué tal una amiga? —la expresión de Bekka proporcionó a Melody la calidez de una taza de chocolate caliente en una tarde lluviosa.

—Podría funcionar —Melody agarro un manojo de cabello oscuro (excesivamente acondicionado) y lo arrojó hacia atrás, entre ambos omóplatos.

Bekka asintió una única vez en dirección de Haylee.

La sumisa ayudante apartó a un lado las sobras de los almuerzos libres de gluten, introdujo la mano en su maletín y sacó una hoja de papel color crema. Lo plantó sobre la mesa con un golpe y se apartó para que Bekka procediera a dar una explicación.

—Promete que nunca coquetearás con Brett Redding, ni te enredarás con Brett Redding, ni dejarás de darle una paliza a cualquier chica que sí se enrede con Brett Redding y…

—¿Quién es Bett Redding? —preguntó Melody, aunque tenía la fuerte corazonada de que era el aspirante a documentalista de monstruos.

—Bett es el novio de Bekka —Haylee se bamboleó con aire soñador—. Llevan juntos desde primero de secundaria. Y son unos tortolitos monísimos y empalagosos.

—Es verdad. Lo somos —Bekka sonrió con alegría no disimulada.

La envidia aguijoneó a Melody como una avispa. No tenía el mínimo interés en Brett, pero esa alegría no disimulaba habría estado bien.

—Últimamente, lo he visto mirando a varias AF cuando cree que no me doy cuenta —Bekka escudriñó la escasa concurrencia de comensales con la intensidad de un foco—. Pero no sabe que…

—Ella siempre está mirando —concluyó Haylee al tiempo que tecleaba.

—Siempre estoy mirando —Bekka se dio unos golpecitos en la sien. Se giró en dirección a Melody—. Así que firma el documento declarado que no quebrantarás mi confianza y, a cambio, te entregaré una vida entera de lealtad.

Haylee se encontraba de pie junto a Melody, haciendo clic con un bolígrafo plata y rojo, el bolígrafo que Melody utilizaría en caso de decidirse a aceptar la oferta.

Melody fingió leer el documento para aparentar que no era la clase de idiota que firma papeles sin leerlos, aunque en realidad sí que lo era. Sus ojos recorrieron el escrito a toda velocidad mientras su mente buscaba una razón para rechazar aquella insólita propuesta. Pero no contaba con demasiada experiencia de hacer amigos. Por lo que ella sabía, incluso podía ser el procedimiento habitual.

—Me parece bien —declaró, arrancando el bolígrafo de los dedos de Haylee. Firmó el documento y le puso fecha.

—Identificación escolar —Haylee alargó la palma de la mano.

—¿Por qué? —preguntó Melody.

—Tengo que certificarlo mediante un acta notarial —se ajustó las gafas en lo alto de su ancha nariz.

Melody arrojó sobre la mesa su credencial de Merston High.

—Bonita foto —musitó Haylee, y anotó la información necesaria.

—Gracias —respondió Melody también musitando mientras estudiaba su propio rostro en la tarjeta plastificada. Irradiaba el resplandor de una calabaza de Halloween con una vela dentro.

Porque había estado pensando en él. Preguntándose cuándo volverían a verse… qué pasaría… qué dirían… lástima que Melody no pudiera dar marcha atrás y contarle a esa chica de ojos soñadores de la credencial lo que ahora sabía…

Haylee le devolvió la tarjeta y se dispuso a conectar una cámara digital a una impresora portátil. Segundos después, una foto de Melody, ahora sin el resplandor de la vela, quedaba sujeta con un clip a la esquina del documento, que fue archivado en el interior del maletín.

—Enhorabuena, Melody Carver. Bienvenida a bordo —dijo Bekka, acercándose a ella y a Haylee para un abrazo en grupo. Una de las tres olía a fresa.

—Existen dos reglas que quiero comentarte —Bekka extrajo de un tubo un poco de brillo transparente y se lo aplicó en los labios. Aguardó a que los pulgares de Haylee entraran en contacto con el teclado—. Número uno: las amigas son lo primero.

Haylee tecleó.

Melody asintió. No podía estar más de acuerdo.

—Y número dos —Bekka arrancó una uva de un racimo—: lucha siempre por tu hombre — dicho esto, retiro el brazo hacia atrás para darle impulso, como un guerrero, y lanzó la uva al extremo contrario de la cafetería. Y la uva rebotó en los gruesos mechones rubios de Cleo.

Melody soltó una carcajada. Bekka arrojó un segundo misil.

Cleo se levantó y lanzó a su adversaria una mirada asesina. Impulsó el brazo hacia atrás…


¡Abajo!
—gritó Bekka, empujando a Melody y a Haylee al suelo.

Las chicas se desternillaban de risa mientras una granizada de embutido en conserva untado de mayonesa aterrizaba sobre la mesa que les daba cobijo.

No era la primera vez que Melody se veía envuelta en un conflicto aquel día en el comedor. Pero era la primera vez que se lo pasaba en grande.

CAPÍTULO 8

SALTAN CHISPAS

Frankie avanzó a paso ligero por el pasillo vacío con los muslos irritados por el roce con el pantalón de lana. No quería llamar la atención echando a correr, pero necesitaba ser la primera en llegar a clase. A toda costa tenía que encontrar un asiento al fondo. Lo más alejado posible de la vista sin que por ello le fueran a poner falta. No precisaba quince días de aprendizaje matemático para conocer el resultado de la suma: rumores sobre un monstruo mas presencia de una chica extraña en la cafetería igual a un buen lio.

Sonó el timbre. Los pasillos se convirtieron en un hervidero de normis recién alimentados que se dirigían a sus respectivas clases de cuarta hora. Frankie, muy por delante de la gente, se apresuró a entrar en el aula 203 para la clase de geografía. Hasta el momento, la vida en el instituto no había transcurrido según lo previsto aunque, al menos la estaba experimentando.

—¡No! —se escuchó decir a sí misma al entrar en el aula. ¡Los pupitres estaban dispuestos en círculo! Sin rincones oscuros. Sin última fila. ¡Sin lugar donde esconderse! El retoque de F&F de antes del almuerzo sería su único refugio.

—No lo puedo creer —masculló para sus adentros mientras trataba de decidir en qué zona del círculo llamaría menos la atención. Diminutas descargas de electricidad le salían disparadas de las yemas de los dedos y chisporroteaban por el lomo metálico de su archivador forrado de mezclilla rosa. Optó por un asiento a espaldas de la ventana, para evitar los indiscretos rayos del sol.

—¿Y este círculo? —un chico más guapo que la media entro en el aula. Iba vestido con camisa blanca, jeans y botas de montaña. Su andar resultaba torpe, si bien su actitud descarada compensaba la falta de estilo.

Se quedó parado junto a la puerta con la cabeza ladeada, como si estuviera contemplando las pinturas del Louvre. Sólo que estaba contemplando a Frankie.

—Creo que deberíamos convertir el círculo en un corazón —agarró un globo terráqueo del estante y lo hizo girar sobre un dedo, como si se tratara de un balón de básquet.

Frankie bajó los ojos, lamentando no poder responder con un comentario tan ingenioso como el de aquel desconocido. “¿Quieres que queme con un dedo tus iniciales en el pupitre?” Pero en lugar de actuar como ella misma, se veía obligada a representar el poco memorable papel de normi vergonzosa, a espaldas de la ventana.

Con una mano en el bolsillo y la otra sujetando un pequeño blog de notas sin espiral (porque los chicos simpáticos no toman muchos apuntes), se aproximó a Frankie con paso arrogante. Tardó su tiempo en pasar junto al pizarrón y recorrer la pared cubierta de mapas, seguramente para que ella pudiera admirarlo.

—¿Está ocupado este asiento? —preguntó mientras se pasaba la mano por su lacio cabello castaño.

Frankie negó con la cabeza. ¿En serio tenía que sentarse al lado de ella?

—Me llamo D.J. —anunció él mientras se dejaba caer en la silla de madera.

—Frankie.

—Hola —extendió la mano para estrechar la de ella. Frankie, temerosa de soltar chispas, respondió con una sonrisa y un gesto de asentimiento. Con la mano que sostenía en el aire, D.J. le dio unos golpecitos en el hombro, como si desde el primer momento hubiera sido su intención.

Bzzz.

“¡Maldición!”

—Vaya, vaya —D.J. se sacudió la muñeca y puso una expresión divertida—. Así que eres la chica de los fuegos artificiales, ¿no?

De inmediato, Frankie se dio la vuelta y abrió su libro de geografía. Se concentró en la introducción para evitar que se le cortara el aliento. El aula empezó a llenarse a toda velocidad y dos chicas, en plena conversación, ocuparon los asientos vacios al lado de Frankie.

—Te lo juro —dijo la que iba vestida con la minifalda a rayas negras y rosas estilo “gótico chic”, que apretaba los labios como quien se avergüenza de que al hablar se le note su nuevo aparato dental—. En la cafetería no tienen nada para los vegetarianos veganos —agitó un bote con la etiqueta “suplemento de hierro” y sacó dos pastillas que se tragó sin necesidad de agua. Los ojos de la chica estaban rodeados de gruesos trazos de lápiz de ojos negro.

—¿Y si pruebas el puré de papas? —preguntó su amiga, una rubia de piel clara con acento australiano. Vestida con amplios pantalones marrones atados a la cintura, camiseta naranja ceñida y guantes de lana a rayas que le llegaban al codo, daba la impresión de que se hubiera puesto la ropa a oscuras.

—Odio el ajo —declaró Vegetariana mientras cruzaba las piernas y dejaba al descubierto unas botas rosas de cordones que le legaban a la rodilla, por las que Lady Gaga se habría vuelto gagá.

—No tanto como odias los espejos, amiga —bromeó la australiana, quien echó hacia atrás una maraña de pulseras de cuerdas y de abalorios, se bajó los guantes y se frotó sus resecos brazos con una loción corporal de aroma a coco.

—Ayúdame —indicó Vegetariana, apartándose de la cara el pelo teñido con mechones rosas y negros.

La australiana cerró el bote de crema, se inclinó hacia su amiga y se puso a limpiar la mejilla de ésta con el pulgar.

—No es tan fácil —susurró por lo bajo—. Tienes brillo de labios hasta en las mejillas, como si te hubieras lanzado un cañonazo de pintura.

Ambas soltaron una carcajada.

Frankie se volvió a concentrar en el libro de texto para evitar mirarlas. Aunque se moría de ganas. Sus bromas despreocupadas transmitían la acogedora sensación de la amistad, una sensación que Frankie anhelaba experimentar.

—Rápido —murmuró Vegetariana—. Antes de que él me vea así.

Sólo había un
él
en la clase, y
él
estaba sentado al lado de Frankie, hablando en susurros de fuegos artificiales para captar su atención.

Frankie clavó la vista al frente y, sin querer, sostuvo la mirada del chico increíblemente guapo que entraba en ese momento. Era el mismo al que había estado tratando de no mirar durante el almuerzo. Aunque resultaba imposible quitarle los ojos de encima. Llevaba puesta una camiseta con el dibujo de Victor, el abuelo de Frankie. Una de dos: o era un RAD, o un amante de los RAD. En cualquier caso, daba la impresión de que Frankie tenía una oportunidad.

—Disculpa, Sheila —dijo la australiana, despertando a Frankie de su ensueño.

—En realidad, me llamo Frankie —puntualizó ésta con tono amable.

Vegetariana se inclinó hacia adelante.

—Blue le llama Sheila a todo el mundo cuando no se sabe el nombre. Una costumbre australiana, o algo por el estilo.

—Es verdad —repuso Blue con una sonrisa amable—. Oye Frankie, por lo que se ve, el maquillaje te siente superbien. Te importa prestarle un poco a mi amiga Lala?

—Claro que no me importa —Frankie introdujo la mano en su bolsa de lona (con la leyenda: “EL VERDE ES EL NUEVO NEGRO”) y saco el estuche dorado de F&F en el que se leía “DELINEADOR DE OJOS”—. Elige.

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