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Authors: Lisi Harrison

Tags: #Juvenil

Monster High (7 page)

BOOK: Monster High
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—Quería enseñarte una lección —masculló Viktor al tiempo que levantaba en alto a su hija y la trasladaba a lugar seguro—, pero no debería haber permitido que llegara tan lejos.

Frankie rompió a llorar mientras su padre abandonaba el estacionamiento a toda velocidad y giraba por Balsam Avenue con las ruedas chirriando. El Volvo se fundió con el tráfico en el mismo momento en que un conjunto de patrullas se detenían junto al instituto y lo rodeaban.

—¡Por un pelito! —comentó Viveka con voz suave, y las lágrimas empezaron a surcarle las mejillas.

Viktor concentraba toda su atención en la carretera que tenía por delante. Su bizquera se mantenía inquebrantable y sus finos labios permanecían sellados. El sermón de «te-lo-dije» resultaba innecesario. Tampoco hacía falta una disculpa por parte de Frankie. Lo que había ocurrido era evidente y estaba claro que cada uno de los tres podría haber actuado de otra manera. Sólo quedaba una cuestión por resolver: y ahora, ¿qué?

Frankie lanzó una mirada furiosa a su rostro empapado de llanto, reflejado en el cristal de la ventanilla. La amarga verdad le devolvió la mirada. Su apariencia física daba miedo.

Una a una, las lágrimas le fueron cayendo de los ojos como si de de una cadena de montaje se tratara: formar, caer, resbalar… formar, caer, resbalar… Y cada lágrima evocaba algo que Frankie había perdido. Esperanza. Fe. Confianza en sí misma. Orgullo. Seguridad. Confianza en los demás. Independencia. Alegría. Belleza. Libertad. Inocencia.

Su padre encendió la radio.

—… el monstruo que presuntamente fue visto en el instituto Mount Hood ha sumido en un estado de absoluto pánico a cuatro integrantes del equipo de animadoras.

La noticia viajaba a toda velocidad.

—Viktor, apágala —solicitó Viveka entre sollozos.

—Es importante saber qué han averiguado —repuso él, subiendo el volumen—. Tenemos que evaluar los daños.

Frankie soltaba chispas.

—Dinos exactamente lo que viste —indicó una grave voz masculina a través de la radio.

—Ella era verde. Bueno, creo que era hembra, aunque no se distinguía bien. Todo ocurrió muy deprisa. Se hacía pasar por humana y, de repente, se lanzó contra nosotras —la voz de la chica se empezó a quebrar — como una especie de…
¡bestia extraterrestreeeee!

La tristeza de Frankie se tornó en indignación.

—¡Pero si sólo intentaba presentarme!

—Ahora estás a salvo —repuso el entrevistador, tratando de consolar a la testigo—. ¿Y si tomas un respiro? —sugirió, y su voz se amortiguó temporalmente.

Cuando regresó al micrófono, su tono era totalmente profesional.

—En la ciudad de Salem, el primer avistamiento de monstruos se produjo en los años cuarenta —explicó—, cuando una manada de hombres lobo, que entre los dientes sujetaban las bolsas de McDonald’s, fue detenida en la frontera entre California y Oregón. El asunto no volvió a repetirse hasta el año 2007, cuando un niño llamado Billy empezó a desaparecer como por arte de magia ante los ojos de la gente. Y ahora, una bestia alienígena de color verde ha sido descubierta en el instituto Mount Hood…

Viveka apagó la radio de golpe.

—Al menos, buscan a un extraterrestre —soltó un suspiro de alivio.

—Frankie —Viktor miró a los ojos a su hija por el espejo retrovisor—. Las clases empiezan el martes. Después del Día del Trabajo. En tu instituto de verdad. Se llama Merston High y está a tres manzanas de nuestra casa. Pero no te permitiremos asistir a menos que…

—Ya lo sé. Entiendo —Frankie sorbió por la nariz—. Me lo pondré todo. Lo prometo.

Y hablaba en serio. Sus ganas de apoyar lo verde habían desaparecido

CAPÍTULO 7

ZONA LIBRE DE AMIGOS

El timbre que anunciaba la hora del almuerzo sonó con un
tuuu, tuuu
, como un teléfono ocupado. Era oficial: la primera mañana en Merston High había llegado a su fin. Ya no se trataba del lugar misterioso que Melody había imaginado, repleto de infinitas posibilidades y promesas que conducirían a la esperanza de un mañana mejor. Era completa y fastidiosamente normal. Como cuando por fin conoces a un novio por Internet después de meses de flirteo
online
: la realidad nunca está a la altura de la fantasía. Resultaba aburrido, predecible y mucho menos atractivo que en las fotos.

Desde el punto de vista arquitectónico, el edificio rectangular de ladrillo mostaza era más plano que un paquete de Trident. El olor a sudor, a lápiz, a goma de borrar y a libros de biblioteca —que sin duda acabaría por provocarle un dolor de cabeza (los que produce el olor a sudor, a lápiz, a goma de borrar y a libros de biblioteca) antes de las dos de la tarde— era el típico de siempre. Y las bobaliconas frases grabadas en los pupitres («¡MUÉRDEME, LALA!», «ME ABURRO» o «CRETINO LIBRE DE GLUTEN») palidecían frente a las que solía ver en el instituto de Beverly Hills, las cuales resultaba bastante más explosivas.

Vencida por el cansancio, el hambre y el desengaño, Melody se sentía como una refugiada — sólo que un poco más
fashion
— a medida que avanzaba junto a las mesas en busca de alimento. Con los jeans negros ajustados de Candace (por insistencia de su hermana), la camiseta rosa del grupo The Clash y los Converse rosas, representaba la vuelta a los años setenta en un instituto que aún no había abandonado la moda «sesentera». Su conjunto rosa, estilo punk chic, resultaba en exceso estridente entre las faldas, lo que provocaba que se sintiera como quien se ha equivocado de concierto. Hasta su melena negra le colgaba con la clásica apatía antisistema, por culpa de un envase de viaje lleno de acondicionador al que le habían adherido erróneamente la etiqueta de «CHAMPÚ».

Abrigaba la esperanza de que su ropa de chica mala demostrara a los alumnos de Merston High que no era la Narizotas del pasado, el blanco de tantas burlas. Y, al parecer, surtió efecto, porque casi nadie le prestó atención en toda la mañana. Unos cuantos chicos del montón la miraron con interés. Como si Melody fuera una porción de tarta en un carrito de pasteles que pasara por allí y decidiera que valía la pena dejar sitio para el postre. En algunos casos llegó incluso a devolver la sonrisa, engañándose al pensar que la miraban por ella misma y no por la labor de perfecta simetría llevada a cabo por su padre. Era lo que había creído con respecto a Jackson, pero se había equivocado.

Desde la conversación entre ambos en Riverfront, aquel chico encantador que había escrito su número de teléfono con una pintura roja había estado D.E.C. (desaparecido en combate) física y tecnológicamente. Tras pegar con cinta adhesiva la hoja del bloc de Jackson en la pared de troncos de su dormitorio, lo incluyó en su lista de marcación rápida con una «J». Y bien rápido marcó. Pero él no respondió. Melody rememoró una y otra vez el encuentro entre ambos: leía entre líneas, buscaba un doble sentido en las palabras, repasaba cada gesto… y no encontraba explicación lógica alguna.

Tal vez fuera por culpa de la propia conversación, más bien forzada. «Pero ¿no es precisamente la timidez, la torpeza, lo que tenemos en común?», reflexionaba. Tras más de cuarenta horas de análisis, Melody había llegado a una conclusión: debió de haber sido su ropa de viaje.

Entonces, se esteró del «viejo timo de los superlindos», expresión que Candace sacó a relucir mientras se balanceaban en el columpio del porche, disfrutando de su última noche sin deberes del verano.

—Es un clásico —le había explicado Candace después de que el tercer mensaje de texto por parte de Melody tampoco hubiera obtenido respuesta—. El chico se pone en plan superlindo para ganarse la confianza de la chica. Una vez que lo consigue, adopta el papel de pájaro libre y abandona el nido un par de días. Esto hace que la chica se interese más por él, ya que ahora está preocupada. Al poco tiempo, la preocupación se convierte en inseguridad. Y entonces — chasqueó los dedos—, él aparece como caído del cielo y la sorprende. La chica siente tal alivio porque no está muerto, y tal felicidad por seguirle gustando, que se lanza a sus brazos. Y una vez en plenas caricias y abrazos —Candace hizo una pausa para mayor efecto—… ¡se convierte en Harry el Sucio! También conocido en algunos círculos como El Guarro con Botas.

—¡A mí no me está engañando! —insistía Melody, lanzando miradas furtivas a su iPhone.

Pero el pájaro libre seguía sin decir ni pío.

—Muy bien —Candace se bajó de un salto del columpio —. Pues no te sorprendas si al final no es el chico que te imaginas —chasqueó los dedos y añadió—: ¡Me piro, vampiro!

Acto seguido, entró en la cabaña con paso firme.

—Gracias por el consejo —dijo Melody elevando la voz, mientras se preguntaba si Jackson la estaría mirando desde la ventana de su dormitorio. Si no estaba allí, ¿dónde se había metido? Y si la estaba mirando, ¿por qué no la llamaba?

De vuelta al presente, Melody trató de zafarse del exhausto análisis y, arrastrando los pies, entró en la cafetería con los demás alumnos. Todos se dispersaron para reservar una mesa mientras por los altavoces sonaba
Hope
, la canción estilo
reggae
de Jack Johnson.

Melody se quedó rezagada junto a un puesto donde la gente se apuntaba al comité del Semi de septiembre (fuera eso lo que fuese) y, fingiendo leer la información sobre las diversas actividades voluntarias, evaluó la política que se seguía en el comedor. Había contado con ver a Jackson en el transcurso de la mañana. Además de ser el primer día de instituto, su madre —la señora J—, era profesora de ciencias en el Merston High. Saltaba a la vista que también la había engañado a ella.

El penetrante olor a vaca muerta del rollo de ternera con cátsup resultaba todavía más abrumador que las cuatro «zonas de comida» diferenciadas entre sí. Definidas por el color de las sillas e identificadas por entusiastas letreros pintados a mano, la zona libre de cacahuate era marrón la zona libre de gluten, azul la libre de lactosa, naranja y la libre de alergia, blanca. Los alumnos, cargados con bandejas de los mismos colores, vociferaban para marcar su territorio como quien se abalanza a agarrar asiento para el estreno de
Avatar
en tercera dimensión. Una vez conquistados sus respectivos espacios, se encaminaban con paso tranquilo al mostrador correspondiente para elegir su comida, supervisada por el especialista en dietética, y charlar con sus amigos.

—En Berverly Hills no habría más que una zona en el comedor —comentó Melody a la encargada del puesto, una morena con cara caballuna—: zona libre de comida —se rió por lo bajo de su propio chiste.

Cara Caballo frunció sus pobladas cejas y se puso a ordenar su ya pulcro montón de impresos de solicitud.

«Genial —pensó Melody, apartándose poco a poco de Cara Caballo—. A este paso, acabarán por improvisar una zona libre de amigos para mí sola».

La canción de Jack Johnson terminó y dio paso a otro tema igualmente nostálgico y decadente, interpretado por Dave Matthews Band. Había llegado la hora de que Melody, al igual que la música del altavoz, se pusiera al día. Al menos, podía adosarse a Candace quien, sentada entre otras dos rubias en la zona libre de alergia, le leía la palma de la mano a un chico que estaba como quería.

Melody arrastró por el carril del mostrador su bandeja de color blanco mientras clavaba la vista en la última porción de
pizza
de queso y champiñones. La pareja que aguardaba detrás de ella entrelazaba las manos y echaba una ojeada a las especialidades del día por encima del hombro de Melody. Pero no parecía que los ravioles de carne o las hamburguesas de salmón les interesaban mucho. Estaban enfrascados en una conversación sobre el último mensaje que él había publicado en Twitter. El cual, si Melody no había escuchado mal, trataba sobre un monstruo que había sido visto en los alrededores de Mount Hood.

—Te lo juro, Bek —dijo el chico, con voz baja pero firme—. Quiero atraparlo antes que nadie.

— ¿Y qué vas a hacer con él? —preguntó ella, quien parecía genuinamente interesada—. ¡Ah, ya lo sé! Colgarás la cabeza encima de tu cama. Usarás los brazos como percheros las piernas, como marcos para puertas, y el trasero, como portaplumas.

—De ninguna manera —replicó él con tono ofendido—. Me ganaría su confianza y luego rodaría un documental sobre la migración anual.

« ¿La qué? »

Melody no pudo seguir un segundo más fingiendo interés por el puré de papa al ajo. La curiosidad la estaba matando. Con un forzado giro de cabeza, como los que se hacen en el cine para mandar a callar a quienes hablan durante la película, Melody contempló a la pareja.

El chico llevaba el pelo teñido de negro y sus mechones desiguales parecían cortados con una cuchilla oxidada, o con el pico de un pájaro carpintero ávido de venganza. Sus ojos traviesos, del azul de la mezclilla, iluminaban su pálido semblante.

Sorprendió a Melody mirándolo y sonrió.

Ella se dio la vuelta a toda prisa, no sin antes fijarse en su camiseta verde con la imagen de Frankenstein, sus pantalones rectos negros y su esmalte de uñas negro.


¡Brett!
—ladró la chica—. ¡Lo vi!


¿Qué?
—empleó el tono de Beau cuando Glory lo cacha bebiendo leche del cartón.

—¡Ya lo sabes! —Bek, que se lo llevó a rastras al mostrador de ensaladas, llevaba un vestido blanco con vuelo y botines de tela. En lo que al vestuario se refería, ella era la Bella y él, la Bestia.

La fila avanzó unos centímetros.

—¿Qué pasó? —preguntó Melody a la chica menuda que encontró a su espaldas. Vestida con un traje de pantalón de tela gruesa y maquillada a más no poder, también podría haberse equivocado de concierto. Iba arreglada como si, en lugar de una banda de rock, hubiera preferido la música ambiental de un ascensor que la condujera directamente al último piso de las oficinas de una multinacional.

—Creo que está celosa —musitó la chica con timidez. Sus facciones simétricas y delicadas le habrían encantado a Beau. Y su cabello era largo y castaño, como el de Melody (sólo que con más brillo, claro está).

—No —Melody esbozó una sonrisa—. Me refiero a lo del monstruo. ¿Es una broma de por aquí, o algo por el estilo?

—Mmm, no lo sé —la chica negó con la cabeza y su densa cabellera le cayó sobre la cara—. Soy nueva.

—¡Yo también! Me llamo Melody —sonrió con alegría y le ofreció la mano derecha.

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