L
a casa de la señora Bloodsworth me fascinó. Era blanca, las molduras y la ornamentación color lavanda y la puerta principal de un tono azul huevo de petirrojo. Una tiene que respetar, cuando no temer, a una mujer que tiene las agallas de pintar su casa con esos colores. El porche, que abarcaba dos lados de la casa, era amplio y elegante, lleno de helechos y palmas, con unos ventiladores instalados para que corriera una suave brisa cuando la naturaleza dejaba de hacer su trabajo. Rosas de distintos tonos lanzaban destellos de color. Unas gardenias de color verde oscuro, cargadas de flores blancas, adornaban los dos lados de la escalera.
Pero Wyatt no aparcó en la calle para que entráramos por la puerta principal. Siguió por la entrada de los coches y aparcó detrás de la casa. Me condujo hasta la puerta de atrás que daba a un pequeño vestíbulo y luego a la cocina, que había sido modernizada sin sacrificar el antiguo estilo. Su madre nos esperaba ahí dentro.
Roberta Bloodsworth no era el tipo de mujer a la que se podría describir como robusta. Era alta y delgada, y llevaba el pelo corto y un peinado muy chic. Wyatt había heredado de ella los ojos verdes y penetrantes y su pelo oscuro. El de ella ya no era oscuro y, en lugar de dejar que encaneciera, se había teñido de rubio. Aunque todavía era muy temprano, ni siquiera eran las ocho, ya se había maquillado y se había puesto unos pendientes. Sin embargo, no se había vestido especialmente. Llevaba un pantalón corto color café claro, una camiseta color
aqua
y unas hawaianas normal y corrientes. Tenía las uñas de los pies pintadas de color rojo bombero y en el pie izquierdo lucía una cadenita.
Era mi tipo de mujer.
—Blair, cariño, no me lo podía creer cuando Wyatt me dijo que te habían disparado —dijo, abrazándome muy suavemente—. ¿Cómo te sientes? ¿Quieres un poco de café, o una taza de té?
Era así de sencillo, y yo tenía ganas de que me mimaran. Ya que a mi propia madre se lo tenían prohibido, la madre de Wyatt había ocupado su lugar.
—Un té me parece estupendo —dije, y ella se giró de inmediato hacia la pila, llenó de agua una tetera de diseño antiguo y la puso al fuego.
—Yo te habría preparado té si me lo hubieras pedido —dijo Wyatt, frunciendo el ceño—. Creía que te gustaba el café.
—Me gusta el café. Pero también me gusta el té. Además, ya he tomado café.
—El té da una sensación que no da el café —explicó la señora Bloodsworth—. Tú siéntate a la mesa, Blair, y no intentes hacer nada. Todavía debes sentirte un poco débil.
—Estoy mucho mejor que anoche —dije. Le obedecí y me senté a la mesa de madera—. En realidad, hoy me siento bastante normal. Anoche fue… —dije, y acabé haciendo un gesto de más o menos con la mano.
—Ya me lo imagino. Wyatt, tú vete al trabajo. Tienes que atrapar a ese chalado y no lo conseguirás quedándote aquí sentado en mi cocina. Blair estará muy bien conmigo.
Daba la impresión de que Wyatt se mostraba reacio a partir.
—Aunque tengas que ir a cualquier sitio, ella debe quedarse aquí —le dijo a su madre—. No quiero que por ahora vean a Blair en público.
—Lo sé. Ya me lo habías dicho.
—No tiene por qué hacer nada que la canse después de haber perdido tanta sangre ayer.
—Lo sé. Ya me lo habías dicho.
—Es probable que intente convencerte para que…
—¡Wyatt! ¡
Ya lo sé
! —dijo ella, exasperada—. Ya hemos hablado de todo esto por teléfono. ¿Acaso crees que me estoy volviendo senil?
—Claro que no —atinó a decir él—. Es sólo que…
—Es muy tuyo eso de mostrarte tan sobreprotector. Ya te he entendido. Blair y yo nos arreglaremos perfectamente, y yo haré uso del sentido común que me ha dado Dios y no la llevaré a pasear por la calle Mayor, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. —Wyatt sonrió y la besó en la mejilla. Luego se acercó y me frotó la espalda antes de agacharse junto a mi silla—. Intenta no meterte en líos mientras yo no esté —dijo.
—Perdón, pero yo no tengo la culpa de nada de lo que me ha ocurrido.
—No, no es culpa tuya, pero tienes cierto talento para lo imprevisible. —Cambió la dirección de su movimiento y me pasó la mano por la columna hasta llegar a mi cuello, que rozó con el pulgar, y luego rió ante mi expresión de alarma—. Pórtate bien, ¿quieres? Te llamaré durante el día y pasaré a recogerte a última hora de la tarde.
Me besó, le dio un tirón a mi coleta, se incorporó y se dirigió a la puerta trasera. Se detuvo, con la mano en el pomo de la puerta, volvió a mirar a su madre, esta vez con cara de poli.
—Cuida muy bien de ella porque es la madre de tus futuros nietos.
—¡Eso no es verdad! —exclamé, con un chillido, al cabo de una fracción de segundo.
—Ya me lo pensaba —dijo su madre al mismo tiempo.
Él ya había salido cuando yo llegué a la puerta. La abrí de un tirón y le grité:
—¡Eso no es verdad! Lo que has hecho es un golpe muy bajo, ¡y sabes que mientes!
Él se detuvo ante la puerta abierta del coche.
—¿Hablamos o no hablamos anoche de tener hijos?
—Sí, pero no eran hijos de los dos.
—No te engañes, querida —dijo él. Se metió en el coche y partió.
Estaba tan enfadada que empecé a dar patadas en el suelo como el duende enano saltarín, y a cada patada decía «¡mierda!» Como era de esperar, los saltos hicieron que me doliera el brazo, así que mis gritos fueron algo así como:
—¡Mierda! ¡Ay! ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! ¡
Auch
!
Hasta que de pronto me di cuenta de que estaba haciendo eso delante de su madre, y me giré hacia ella, horrorizada.
—Ay, Dios mío. Lo siento mucho…
Pero ella estaba apoyada en el fregadero y no paraba de reír.
—Deberías haberte visto. ¡Ay! ¡Mierda! ¡
Auch
! Habría dado cualquier cosa por tener una cámara para filmarte.
Yo sentía que me quemaba la cara de vergüenza.
—Lo siento mucho… —volví a decir.
—¿Por qué? ¿No pensarás que nunca he dicho «mierda», o incluso cosas mucho peores? Además, me encanta ver que una mujer no le aguanta ni eso a Wyatt, ya me entiendes. Que un hombre siempre consiga lo que quiere es algo que va contra el orden natural de las cosas, y Wyatt siempre consigue lo que quiere.
Sosteniéndome el brazo, volví a la mesa de la cocina.
—En realidad, no. Su mujer se divorció de él.
—Y él dijo adiós sin mirar atrás ni una sola vez. Las cosas se hacían como él quería o nada, nada de negociaciones. Ella, que por cierto, se llama Megan, aunque ahora no sé su apellido porque volvió a casarse antes de un año, siempre accedía a hacer lo que él quería. Supongo que la pobre sólo veía lucecitas porque él era una gran estrella del fútbol, y por muy duro y sucio que sea el fútbol, estar en la Liga profesional tiene mucho
glamour
. Ella no entendió y no fue capaz de lidiar con ello cuando, sin consultárselo, él dejó de jugar y le dio la espalda a todo lo que ella quería en la vida. Lo que Megan quisiera no le importó. Siempre ha sido así. Nunca ha tenido que trabajar para ganarse a una mujer, y eso me vuelve loca. Así que me parece bien ver que alguien le planta cara.
—Tampoco obtengo resultados demasiado notables —dije, algo taciturna—. Da la impresión de que él gana todas las batallas.
—Pero al menos hay una batalla y él es consciente de que hay una resistencia. ¿Qué te ha molestado tanto de lo que ha dicho?
—Creo que intenta hacer trampa conmigo y no estoy tan segura de que eso signifique algo. Le he dicho que no, y no ha dado ningún resultado. Es tan endemoniadamente competitivo que me siento como si estuviera ondeando un paño rojo delante de un toro. ¿Habrá dicho eso porque me ama o porque no soporta perder? Yo me inclinaría por la segunda opción, porque no me conoce lo bastante bien como para amarme, y eso ya se lo he dicho no sé cuántas veces.
—Me alegro por ti. —El agua empezó a hervir y la tetera lanzó un pitido. Ella apagó el fuego y el pitido cesó lentamente mientras ella ponía dos bolsitas de té en sus respectivas tazas y luego vertía el agua hirviendo—. ¿Cómo te gusta el té?
—Dos de azúcar y sin leche.
Puso el azúcar en mi taza y crema dulce en la suya y llevó las dos tazas a la mesa. Le di las gracias cuando me puso la taza delante y luego se sentó frente a mí. Frunció el ceño pensativamente y revolvió el té.
—Creo que lo estás manejando a la perfección. Oblígalo a hacer un esfuerzo por ti y acabará apreciándote mucho más.
—Como he dicho, él gana todas las batallas. —Desanimada, tomé un sorbo de té.
—Cariño, tú pregúntale si habría preferido jugar en un partido difícil y duro o si le habría gustado una victoria facilona. A Wyatt le
fascinaban
los partidos disputados hasta el último minuto, y también le fascinaba lanzar esos placajes al hombre que llevaba el balón y romperle algún hueso. Se aburriría al cabo de una semana si le pusieras las cosas fáciles.
—Aún así, él es el que siempre gana. No es justo. Yo también quiero ganar de vez en cuando.
—Si él usa malas artes, tú úsalas peores.
—Eso es como pedirme que sea más papista que el papa. —Sin embargo, de pronto me sentí más animada, porque podía hacerlo. Quizá no ganara la batalla del cuello, pero había otras batallas en que estábamos en condiciones de más igualdad.
—Tengo fe en ti —dijo la señora Bloodsworth—. Eres una mujer lista, inteligente y joven. Tienes que serlo, para haber hecho de Cuerpos Colosales un negocio tan boyante a tu edad. Además, eres muy atractiva. Él se muere por quitarte los pantalones, pero sigue mi consejo y no se lo permitas.
Conseguí no ahogarme con el té. No sabía cómo explicarle a su madre que ya me había quitado los pantalones. Estaba segura de que mis padres ya se lo habían imaginado después de que Wyatt insistiera en llevarme a su casa la noche anterior, pero no podía ir y contárselo a su madre.
Debido a un sentimiento de culpa, me desvié del tema de Wyatt y mis pantalones, y le pregunté si le importaría enseñarme la casa. Fue una buena decisión. Ella dijo que sí en seguida, se levantó de la mesa y salimos.
Lo primero que pensé era que la casa tenía al menos veinte habitaciones, la mayoría con un precioso diseño octagonal que debió de haber costado mucho construir. El salón para las visitas estaba decorado con alegres tonos amarillos y blancos, y el comedor tenía un papel de líneas de color crema y verde y muebles de una madera muy oscura. Cada sala tenía un color dominante muy definido, y tuve que admirar su inventiva para encontrar tantas soluciones originales. Al fin y al cabo, sólo hay un puñado de colores en donde elegir. En toda la casa se notaba el amor y el esfuerzo que había puesto en ella.
—Si te cansas durante el día y quieres tomarte un descanso, usa esta habitación —dijo, y me mostró una habitación de suelo de madera pulida, paredes de color malva y una cama cuyo colchón parecía una nube—. Tiene su propio cuarto de baño.
En ese momento se dio cuenta de que yo me sostenía el brazo con la otra mano, ya que todavía me dolía por la profundidad de la herida.
—Seguro que estarás mucho más cómoda con el brazo en un cabestrillo. Tengo justo lo que necesitas.
Fue a su habitación —pintada en diversos tonos de blanco— y volvió con un bello chal suave de color azul. Lo plegó y armó un cabestrillo muy cómodo, lo cual alivió en parte la tensión de los puntos de sutura.
Yo estaba convencida de que la estorbaba y que no la dejaba entregarse a su rutina normal, pero daba la impresión de que disfrutaba de mi compañía y seguimos charlando. Miramos un poco la tele, leímos un rato. Llamé a Mamá, hablé con ella y le conté lo que había hecho Papá. Con eso me daba por satisfecha. Después de comer me sentí cansada y subí para echar una siesta.
—Wyatt ha llamado para saber cómo estabas —dijo la señora Bloodsworth cuando, una hora más tarde, me desperté y bajé—. Le preocupó que le dijera que te habías echado un rato. Me ha dicho que anoche tuviste fiebre.
—Eso es normal cuando una tiene una herida. La temperatura me subió justo lo suficiente como para que me sintiera incómoda.
—Odio eso. ¿A ti no te pasa lo mismo? Es una sensación tan desagradable. ¿Pero ahora no tienes fiebre?
—No, sólo estaba un poco cansada.
Mientras estaba tendida y semidormida, había pensado en Nicole y en cómo Wyatt había descartado mis ideas a propósito de su asesinato. ¿De dónde sacaba que sabía más sobre ella que yo, sólo porque él era poli y podía investigar a las personas? Estaba equivocado, y yo lo sabía.
Llamé a Lynn Hill, mi asistente en el despacho, y la encontré en casa. Cuando oyó mi voz, me preguntó con voz entrecortada.
—Dios mío, he oído que te han disparado. ¿Es verdad?
—Más o menos. Me han dado en el brazo. Estoy bien. Ni siquiera he tenido que quedarme en el hospital por la noche. Pero tengo que mantenerme relativamente escondida hasta que atrapen al tipo que asesinó a Nicole, y ya tengo ganas de que esto acabe. Si Cuerpos Colosales abre mañana por la mañana, ¿podrás encargarte tú?
—Claro, ningún problema. Me puedo ocupar de todo excepto de los pagos.
—Yo me ocuparé de eso y te mandaré los talones. Escucha, tú a veces hablabas con Nicole.
—Cuando me veía obligada a hacerlo —dijo Lynn, seca. Yo la entendía perfectamente.
—¿Alguna vez te habló de un novio especial?
—Siempre lanzaba unas misteriosas indirectas. Yo creo que andaba con hombres casados, porque ya sabes cómo era. Siempre quería algo que tuvieran las demás mujeres. No le habría interesado un tipo soltero, a menos que se tratara de subirse momentáneamente la autoestima. Se supone que una no debe hablar mal de los muertos, pero ella se las traía.
—Hombres casados. Humm. Tiene todo el sentido del mundo —le dije, y era verdad. Lynn había dado en el clavo con la personalidad de Nicole.
Me despedí y llame al móvil de Wyatt. Contestó de inmediato, y ni siquiera me saludó.
—¿Pasa algo?
—¿Quieres decir, aparte de que me hayan disparado y de que alguien intenta matarme? En realidad, no. —Imposible resistirse a esa réplica—. En cualquier caso, he comprobado algo: que Nicole se veía con un hombre casado.
Después de un silencio, dijo:
—Pensé que te había dicho que no te entrometieras en los asuntos de la policía. —Se percibía cierta irritación en su voz.
—Resulta un poco difícil en esta situación. ¿Piensas ser tan testarudo como para no investigar esa posibilidad?