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Authors: Juan Valera

Tags: #Aventuras

Morsamor (26 page)

BOOK: Morsamor
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Ya suponemos que el pío lector habrá adivinado que Sankarachária, aunque no la nombra, alude a la señora Blavatski.

Todavía Morsamor, no satisfecho con las primeras nociones de aquella ciencia nueva, imitó proféticamente lo que hacen los periodistas del día en las
interviews
y siguió preguntando. Para abreviar, sin que nada de lo más importante quede obscuro, prescindiremos de consignar las preguntas y sólo pondremos aquí tres o cuatro de las más notables contestaciones que Morsamor obtuvo. Por ellas empezará a comprender las doctrinas teosóficas quien esto lea y a sentir el prurito de estudiarlas a fondo en la multitud de libros que sobre el particular han escrito y publicado recientemente la citada señora Blavatski, el coronel Olcott, Annie Besant, Francisco Hartmann, Sinnett y otros autores, españoles algunos de ellos. Entiéndase, con todo, que esta ciencia de la teosofía no debe con propiedad llamarse nueva en Europa. Debe llamarse renovada. Sus adeptos de hoy le dan ya antiquísimo origen entre nosotros o sea fuera de la India. Hermes Trimegisto fue teósofo, y, bastantes siglos después, cultivó y propagó la teosofía entre griegos y latinos el ilustre Ammonio Sacas, fundador de la escuela de Alejandría.

Pero no divaguemos y vamos a las contestaciones que dio Sankarachária y que no conviene queden en el tintero.

El caudal de experiencias y de merecimientos con que el ser humano se va afirmando en sus diferentes vidas y haciéndose digno de más altas
reincarnaciones
se llama
Karma
.

El principio que persiste, que no muere y que se
reincarna
, es el tercero de los siete que componen nuestro ser, se llama
Manas
, y es como la raíz imperecedera de nuestro individuo. Por cima de
Manas
no hay más que
Budhi
y
Atma
.
Atma
es el más alto principio de vida, el alma del Universo, y
Budhi
el lazo que a
Atma
nos une. Por bajo de
Manas
hay otros cuatro principios: el del amor, del odio y demás afectos, la fuerza vital, el cuerpo etéreo, y, por último, el cuerpo sólido, visible y tangible.

Sankarachária enseñó además a Morsamor que había dos métodos científicos: uno, por lo común empleado en Europa, que, valiéndose de los sentidos corporales e informándose de lo que se ve, se oye o se palpa, investiga las leyes de todo y procura elevarse a la causa primera; y otro, que es el indiano o teosófico, que se funda en la introinspección y por medio de
Budhi
logra que
Manas
se encarame y se enlace con
Atma
, y entonces no hay cosa que el hombre no sepa, y apenas hay cosa que el hombre no pueda. De aquí la verdadera magia blanca, que, según queda dicho, se llama
rajah-yoga
, aunque alguien la designa también con el nombre de
lokothra
o ciencia y poder nacidos de nuestro interior desenvolvimiento, en oposición a
laukika
, magia blanca también, pero vulgar y rastrera, que se funda en conocimientos experimentales y exteriores y en el empleo de drogas, hierbas y otros ingredientes.

XXXIII

Morsamor hablaba a menudo con Tiburcio, que andaba retraído, y le comunicaba cuanto iba aprendiendo. Tiburcio le oía, no daba crédito a nada y se reía de todo.

—Pero no me negarás —le decía Morsamor— que Sankarachária sabe y puede mucho.

—Yo no te lo niego —contestó Tiburcio—. Lo que te niego, es que su saber y su poder se funden en lo que él dice.

Y Tiburcio no pasaba nunca más adelante, ni aclaraba mejor su pensamiento. Por sus reticencias, con todo, presumía Morsamor que Tiburcio atribula las artes y las ciencias de los
mahatmas
a la intervención del diablo.

—¿Crees tú —le decía Morsamor— que el diablo interviene en esto?

Tiburcio no contestaba sí, ni no. Se reía y se callaba.

Entretanto, ni Morsamor, ni Tiburcio, ninguno de la pequeña hueste, podía ir a la ciudad de los
mahatmas
jóvenes o no jubilados, ni mucho menos ver a las mujeres. Sin duda era ley inquebrantable aquel retraimiento, mil veces más severo que el que hubo más tarde en el Paraguay, para evitar que las ciudadanas y los ciudadanos fuesen perturbados y contaminados por extrañas visitas.

Todos los forasteros, por consiguiente, aunque estaban muy agasajados en el
Cenobio
y tratados a qué quieres boca, se aburrían de muerte y ansiaban salir de allí para gozar de plena libertad aunque tuviesen que sufrir trabajos.

El mismo Morsamor empezaba a cansarse. Dispuso su partida, pero antes de despedirse de Sankarachária, le hizo una última pregunta y le pidió un favor.

—Yo estoy harto —dijo Miguel de Zuheros— de guerras y de amores. En extremo me afligen los estragos y las muertes que preceden o suceden a cada victoria y a cada triunfo. Aún ansío laureles, pero han de ser incruentos y pacíficos. ¿Y qué más pacíficos laureles que los que yo alcanzaría, si me embarcase de nuevo, y por mar, navegando siempre hacia oriente, volviese a mi patria? Dime si esto es posible.

—Ya sabes —contestó el anciano
mahatma
— que mi ciencia es más de lo interior que de lo exterior. Todo eso y más sabré yo cuando llegue a enlazarme con
Atma
. Por ahora, ni lo sé, ni me importa saberlo, ni te lo diría aunque lo supiese. Y la razón es obvia. Si te dijera que es imposible, te quitaría la esperanza, te retraería de la empresa y te despojaría del mérito de haberla acometido. Y si te dijera que es posible, aún te despojaría más del mérito y de la gloria, porque con la seguridad de alcanzar fin tan alto, ¿quién, a no ser muy cobarde no pone los medios? No extrañes, pues, que me calle y dame gracias por mi silencio.

En el favor que pidió Miguel de Zuheros fue más dichoso que en la consulta. Sankarachária se le otorgó a medias. Morsamor quiso ver y hablar al Padre Ambrosio. Y el
mahatma
, si bien se excusó de ponerle al habla con el Padre para que el Padre no averiguase que él había revelado sus ocultas relaciones y tratos, todavía le prometió hacer que le viese, y en efecto, cumplió la promesa.

Para ello, exigiendo primero a Morsamor, que no había de chistar, ni alborotar, ni moverse, viera lo que viera, le condujo a un obscurísimo sótano y le sentó en una silla, donde había de quedar, y quedó como clavado.

De repente brotó un punto luminoso en el seno de las tinieblas. El punto se desenvolvió luego en multitud de rayos que trazaron un círculo lleno de claridad. Morsamor percibió en él con asombro el camaranchón donde el Padre Ambrosio tenía su laboratorio. El Padre estaba de pie, delante del atril donde leía un libro de magia. La lámpara que ardía sobre el atril, colgada del techo, parecía ser el punto o foco de luz, por cuya dilatación el círculo se había formado. Otro fraile estaba al lado del Padre Ambrosio con la capucha calada y volviendo a Morsamor las espaldas. Inesperadamente cambió este fraile de postura y mostró a Morsamor la cara. El pasmo de este rayó entonces en delirio. Creyó ver su propio rostro como en un espejo, pero no joven y gallardo, sino marchito, lleno de arrugas y con la barba blanca como la nieve. Su terror casi fue más intenso cuando notó que aquel rostro, que se le había aparecido, caía como una máscara o se disipaba como vapor muy tenue dejando en la capucha un hueco. La capucha y todo el hábito se diría que no encerraban ya sino aire vano: una ilusión, un espectro. El sayal vacío continuaba erguido, no obstante, y hasta se movía y marchaba, como si le llenase y le animase un espíritu.

Vio después Morsamor que el féretro donde le habían encerrado se hallaba en el mismo lugar; que el Padre Ambrosio levantó la tapa, y que dentro había un cuerpo humano tendido e inmóvil. No descubrió quién era. Un lienzo velaba su cara. El Padre Ambrosio alzó un pico del lienzo, hasta descubrir la boca del que allí reposaba, e introduciendo en aquella boca el agudo extremo de un pequeño embudo, vertió por él algunas gotas del líquido contenido en un pomo que llevaba en la mano.

La visión se disipó enseguida, como las figuras de una linterna mágica o de un cinematógrafo.

No acertó Morsamor a explicarse bien todo aquello por ningún estilo, pero pensó en su propio ser, se tocó y se reconoció materialmente, y tanto en lo exterior como en lo íntimo se declaró a sí mismo que el verdadero Morsamor era él y no otro. Encomendó a todos los diablos a Sankarachária, a los demás
mahatmas
y al
Cenobio
de la jubilación varonil, y no bien despuntó la próxima aurora se escapó de allí con Tiburcio y los demás de su hueste.

XXXIV

Los diversos apuntes manuscritos de los que hemos ido extractando y compaginando esta historia hasta ahora clarísima, presentan aquí contradicciones que conviene resolver y obscuridades que conviene disipar por medio de hipótesis.

¿Cómo pudo Morsamor salir del misterioso y fantástico país de los
mahatmas
y hallarse de nuevo en terreno de ser y realidad más reconocidos?

Sin el poderoso auxilio de Sankarachária, jamás acaso hubiera logrado tal cosa. Nunca Morsamor hubiera salido de allí ni hubiera vuelto al mundo real, como volvió el doctor Fausto desde el país de las quimeras. Allí se hubiera quedado, no durante años, como se quedó Bompland en el Paraguay, sino para siempre: hasta la consumación de los siglos.

Morsamor, pues, y su hueste salieron, según unos, en una barca encantada, que se hallaron junto a la orilla de un lago, y que, arrastrada por la corriente, los lanzó en un río, por donde el lago se desaguaba, y cuyas ondas por rapidísimo declive se abrían cauce en la estrecha y tortuosa garganta que formaban tajados peñascos de empinadísimos cerros. Aseguran otros que Morsamor y su hueste se fueron por el aire, en una máquina o ingenioso artificio que les suministró Sankarachária y que sin ser juguete de las corrientes atmosféricas como los globos aerostáticos de ahora, se movía en la deseada y prescrita dirección, atraído por la fuerza psíquica o magnético-espiritual de un gran sabio, amigo de Sankarachária, que vivía en la ciudad de Lasa y era nada menos que el Secretario de Estado o ministro principal del Dalai-Lama. Si es lícito comparar lo falso con lo verdadero y la mala copia o remedo con el original, este Secretario de Estado era, respecto al Dalai-Lama, lo que fue Pedro Bembo respecto a León X.

Como quiera que sea, lo cierto es, que Morsamor y su hueste se hallaron en Lasa como por encanto.

La lámina de oro o salvoconducto de Babur les valió de mucho. ¿Cómo no habían de respetar en el Tibet, las encarecidas recomendaciones del sucesor de Tamerlán y de Kubilai-Kan, príncipe que había conquistado la China, que había reinado benéfica y gloriosamente en ella, y que por los consejos e insinuaciones de su privado Marco Polo, había fundado el poder temporal del Dalai-Lama como Constantino y Carlo Magno el de los pontífices de Roma?

El aviso además, que al Secretario de Estado dio Sankarachária por los medios mágicos de que disponía, y que dicho Secretario trasmitió a varios adeptos de los muchos que entonces tenían los
mahatmas
en el Tibet y en China, facilitó el largo y peligroso tránsito de Morsamor por todos aquellos países, inexplorados hasta entonces por los europeos.

Taciturno y afligido Morsamor, había hecho voto de no enamorar ya a mujer alguna, de no reñir con ningún hombre y de no tomar parte en ninguna contienda armada. Y como merced a las recomendaciones de Babur por un lado y a las del
mahatma
por otro, se le facilitaron todos los medios de comodidad y de transporte, no se ha de extrañar, que Morsamor, por sus pasos contados, con la mayor premura posible, y sin que nada memorable le sucediera, llegase a Canton felizmente.

De lo que vio y observó en la China, bien pudiéramos poner aquí bastante, ya que en los archivos de Sevilla, privados y públicos, se conservan curiosísimas notas de Morsamor y de Tiburcio. Pero nosotros juzgamos conveniente pasar por alto todo esto. Nuestros ilustres viandantes sólo figuran como meros observadores y las noticias que dan no difieren mucho de las consignadas en las relaciones de viajes del Reverendo Padre Agustino Fray Juan González de Mendoza, del nunca bien ponderado Fernán Méndez Pinto, del Padre Maestro Fray Domingo Fernández Navarrete, de la orden de predicadores, y de otros sinólogos, españoles y portugueses no pocos de ellos, sin excluir a don Sinibaldo de Más, nuestro antiguo amigo.

Lo que aquí nos importa saber es que Morsamor se fue enseguida desde Cantón a Macao, pequeña colonia recién fundada por los portugueses.

En la rada de la nueva ciudad, Morsamor halló lo que deseaba y esperaba, según lo había concertado con el piloto Lorenzo Fréitas. Su nave, hacía dos o tres semanas que estaba allí aguardándole, lo cual no pesaba al señor Vandenpeereboom que había traficado con los chinos y hecho muy buenos negocios, ni pesaba tampoco a Fray Juan de Santarén, que predicaba con gran fruto, aunque valiéndose de intérpretes, y que bautizaba chinos a centenares, hallando sus neófitos entre la gente pobre y trabajadora que hoy pudiéramos llamar
coolies
.

Ni el comisionista, ni el misionero, gustaron de la nueva empresa que Morsamor quería acometer; pero Morsamor poseía grandes riquezas y con ellas se allanan dificultades y todo se compone. A Fray Juan le proporcionó recursos suficientes para socorrer a sus más desvalidos catecúmenos y fundar un asilo piadoso, y al señor Vandenpeereboom, que tenía amplios poderes de los señores Adorno y Salvago, le compró la nave, pagándola espléndidamente, por una mitad más de su justo precio.

El piloto Lorenzo Fréitas y muchos de la tripulación, decidieron no abandonar a Morsamor e ir con él donde quisiera llevarlos.

Bajo la inteligente dirección de dicho piloto, hábiles calafates del país, limpiaron los fondos de la nave, que estaban harto sucios, la carenaron bien y la pusieron como nueva.

Morsamor y el piloto la proveyeron, por último, de todo género de vituallas y bastimentos como para una navegación muy larga.

Más de la mitad de los guerreros portugueses que hasta allí habían acompañado a Morsamor, resolvieron quedarse en Macao; pero los otros más decididos, así como los antiguos tripulantes, formaban muy completa dotación para la nave a la que Morsamor quiso cambiar el nombre que antes tenía sin duda, aunque no sabemos cuál fuese, y la confirmó con el antiguo, clásico y mitológico nombre de
Argo
.

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