Muerte en Hong Kong (3 page)

Read Muerte en Hong Kong Online

Authors: John Gardner

Tags: #Aventuras, #Policíaco

BOOK: Muerte en Hong Kong
5.46Mb size Format: txt, pdf, ePub

El Blades es un singular retoño del célebre Savoir Vivre, el cual había cerrado las puertas poco después de su fundación en 1774. Su sucesor, el Blades, se inauguró en el mismo local en 1776 y es uno de los pocos clubes masculinos que han conservado su categoría y su prestigio hasta nuestros días. Sus ingresos proceden casi exclusivamente de las altas apuestas que se cruzan en las mesas de juego y la comida sigue siendo excepcional. Entre sus socios figuran algunos de los más poderosos personajes del país, los cuales han tenido la astucia de convencer a sus acaudalados socios comerciales de visita en el país —árabes, japoneses y norteamericanos— de que utilicen sus instalaciones como invitados. Miles de libras cambian de manos cada noche en las partidas de cartas o de backgammon.

Bond entró por la puerta giratoria y se dirigió a la garita del conserje. Brevett sabía que Bond era un invitado muy ocasional del club, y como tal le saludó. Bond no pudo evitar pensar en el padre de aquel hombre, que era el conserje del club cuando la memorable partida de cartas en cuyo transcurso 007 desenmascaró a sir Hugo Drax como fullero, a instancias de M
[3]
. Los hombres de la familia Brevett eran conserjes del Blades desde hacía más de cien años.

—El almirante ya le espera en el comedor, señor —Brevett le hizo discretamente una seña a un joven botones, el cual acompañó a Bond por la amplia escalinata hasta el soberbio comedor blanco y oro, estilo Regencia. M estaba sentado solo en el rincón de la izquierda, lejos de las ventanas y de las puertas y de espaldas a la pared para poder ver con toda claridad a quienquiera que entrara o saliera del salón. Cuando Bond llegó a la mesa, le saludó con una leve inclinación de cabeza y consultó su reloj.

—Justo a tiempo, James. Buen chico. Ya conoce las normas. ¿Qué le apetece… teniendo en cuenta que no disponemos de todo el día?

Bond pidió lenguado a la parrilla con una buena ensalada, y solicitó que le llevaran los ingredientes del aliño aparte para poderla preparar él mismo. M asintió con un gesto de aprobación. Conocía las preferencias y las aversiones de sus agentes tanto como las suyas propias, y sabía muy bien lo difícil que era conseguir que le hicieran a uno un aliño a su entera satisfacción.

Les sirvieron la comida y M esperó en silencio mientras Bond molía cuidadosamente una cucharadita de pimienta en un cuenco destinado a este propósito, añadiendo después una cantidad similar de azúcar y sal y dos cucharaditas y media de mostaza en polvo, para mezclarlo todo con un tenedor antes de completarlo con tres cucharadas soperas de aceite y una de vinagre de vino blanco vertida con mucha mesura. Bond añadió finalmente unas gotas de agua, removió la mezcla y la vertió sobre la ensalada.

—Sería usted un marido estupendo, cero cero siete —los claros ojos grises no pidieron disculpas por mencionar el tema del matrimonio, cosa que todos los que conocían a Bond evitaban hacer desde la prematura muerte de su prometida a manos de SPECTRA
[4]
.

Bond no prestó atención a la falta de tacto de su jefe y empezó a cortar el pescado con la habilidad de un cirujano.

—¿Y bien, señor? —preguntó en voz baja.

—Hay tiempo, pero no el suficiente —contestó M con frialdad—. Palabras de nuestro difunto y laureado poeta, aunque apuesto a que usted no sabría distinguir entre Betjeman y Larkin, ¿eh?

—Sin embargo, conozco algunas poesías muy atrevidas, señor:
El alegre calderero
,
El viejo monje famoso
; incluso podría recitarle un sinfín de refranes picarescos.

M mascó su lenguado con patatas tempranas. Mientras tragaba el bocado, miró a Bond con sus gélidos ojos grises.

—Pues, entonces, recíteme algo sobre
Halcón Marino
, James. ¿Recuerda a
Halcón Marino
?

Bond asintió. Lo recordaba claramente, a pesar de los cinco años transcurridos. Dave Andrews había muerto en el transcurso de la misión
Halcón Marino
, y Bond jamás podría olvidar los días y las noches pasados en el submarino, tratando de calmar y consolar a las dos muchachas.

—¿Y si le dijera la verdad sobre
Halcón Marino
? —preguntó M.

—Hágalo, siempre y cuando ello sea necesario, señor.

El Servicio siempre actuaba sobre la base de los conocimientos estrictamente necesarios, por cuyo motivo lo único que supo Bond sobre
Halcón Marino
era que tenía que rescatar a dos agentes. Recordó que Bill Tanner, el jefe de Estado Mayor de M, le comentó que las dos personas que debería rescatar tenían que largarse a toda prisa para salvar el pellejo.

—Eran tan jóvenes —musitó casi para sus adentros.

—¿Cómo? —dijo inmediatamente M.

—Decía que las chicas que rescatamos eran muy jóvenes.

—No fueron las únicas —dijo M, apartando el rostro—. Los salvamos a todos en cuestión de siete días. Cuatro chicas, un chico y sus padres; vaya si lo hicimos. Ahora dos de las chicas han muerto, James. Lo habrá leído probablemente esta mañana en la prensa. Les habíamos facilitado otros nombres y otros antecedentes. Eran inidentificables. Y, sin embargo, alguien ha conseguido descubrir a dos de ellas, por lo menos. Y han sido brutalmente asesinadas, y les han arrancado las lenguas. ¿Ha leído usted lo del sádico que anda suelto por las calles?

Bond asintió.

—¿Quiere usted decir que…?

—Quiero decir que estas jóvenes habían recibido una nueva identidad tras prestarnos un inmejorable servicio, y hay todavía otros tres, esperando al verdugo que corta lenguas.

—¿Será un escuadrón del KGB que quiere transmitirnos algún mensaje?

—En efecto, con cada una de estas muertes. Están cortando el
Pastel de Crema
, James, y quiero acabar con esto… inmediatamente.

—¿«
Pastel de Crema
»?

—Termínese el almuerzo y daremos un paseo por el parque. Lo que tengo que decirle es demasiado delicado, incluso para estas paredes.
Pastel de Crema
era una de nuestras operaciones más eficaces en muchos años. Supongo que eso había que pagarlo. Dicen que la venganza es un plato que se saborea mejor frío. Y me imagino que, con cinco años, ya se habrá enfriado lo bastante.

M no miró a Bond mientras ambos paseaban por Regent's Park como dos hombres de negocios que regresaran a regañadientes a sus despachos.


Pastel de Crema
era una operación para recuperar a los nuestros. ¿Sabe lo que es una «Emilia»?

—Por supuesto. El término es un poco anticuado, pero sé lo que significa.

Bond llevaba años sin oírlo. Era el nombre que utilizaba el Servicio Secreto norteamericano para designar a los objetivos especiales del KGB. Las Emilias solían encontrarse sobre todo en la Alemania Federal. Eran, por regla general, muchachas que llevaban vidas anodinas y que probablemente no se casarían jamás. La falta de idilios en sus vidas era a menudo el resultado de tener que cuidar a un anciano progenitor y no disponer de tiempo para otras cosas.

Se pasaban todo el día trabajando y, después, tenían que atender en casa a una madre o un padre achacoso. Pero todas las Emilias tenían una cosa en común. Solían trabajar en algún departamento gubernamental, generalmente en Bonn, como secretarias dentro del BfV. El
Bundesamt für Verfassungersschutz
era el equivalente germano-occidental del MI-5, pero dependía del Ministerio del Interior o BND —
Budesnachrichtendienst
—. Este organismo, que recogía información de espionaje, trabaja en estrecha colaboración con el SIS británico, la CIA norteamericana y el Mossad israelí.

El KGB había utilizado a numerosas mujeres tipo Emilia a lo largo de los años. Un hombre aparecía súbitamente en la vida de una Emilia y toda la monotonía de su existencia se esfumaba como por ensalmo. La muchacha recibía regalos y era invitada a lujosos restaurantes, al teatro y a la ópera. Y, por encima de todo, se sentía atractiva y deseada. Luego, ocurría algo increíble: se acostaba con el hombre. Puesto que estaba enamorada, el resto le daba igual, incluso los pequeños favores que le pedía su amante, como, por ejemplo, sacar a escondidas algunos documentos del despacho o copiar algunos detalles de un expediente. Sin saber cómo, la Emilia se metía tan de lleno en el asunto que, cuando algo fallaba, tenía que huir al Este con su amante. Una vez iniciada su nueva vida en la República Democrática Alemana o incluso en Rusia, el amante desaparecía.

Bond reflexionó un instante. Las Emilias no estaban pasadas de moda porque se habían producido recientemente varias deserciones que entraban dentro de aquella categoría. Y, por otra parte, las Emilias no pertenecían exclusivamente al sexo femenino.

—Decidimos utilizar la táctica de las Emilias a la inversa —dijo M, adivinando los pensamientos de Bond—. Pero nuestros objetivos eran peces muy gordos, altos funcionarios de la HVA. Fueron ellos los que pusieron en marcha el sistema de las Emilias e incluso adiestraron a los agentes seductores.

Bond asintió en silencio. M se refería a la
Hauptverwaltunng Aufklärung
, o Jefatura Superior de Inteligencia, el organismo más eficaz del bloque del Este, junto con el KGB.

—Los objetivos eran altos funcionarios de la HVA y funcionarios agregados del KGB, incluida una mujer. Teníamos varios agentes en reserva, pero llevábamos tanto tiempo sin utilizarlos que ya estaban inservibles. Eran matrimonios que, en nuestra opinión, hubieran podido ser muy eficaces. Al final, utilizamos a sus hijos. Elegimos a cinco familias a causa de sus hijos. Eran todos muy bien parecidos, rondaban los veinte años y eran plenamente conscientes de sus actos, usted ya me entiende —M parecía turbado, tal como solía ocurrirle siempre que hablaba de «operaciones almibaradas», como las llamaban en el sector—. Les tanteamos y nos dimos por satisfechos. Les sometimos a un adiestramiento básico. Incluso nos llevamos a dos de ellos a Occidente durante cierto tiempo —M hizo una pausa cuando se cruzaron con un grupo de niñeras que chismorreaban sobre sus amos mientras empujaban los cochecitos infantiles—. Tardamos un año en organizar el
Pastel de Crema
. Tuvimos mucho éxito, con un poco de ayuda de terceros. Le echamos el anzuelo a una mujer de la vieja escuela del KGB y nos hicimos con dos altos funcionarios de la HVA. Pero, quedaba un pez muy gordo que aún podía ser peligroso. Luego, todo se vino abajo sin previa advertencia. Ya conoce usted el resto. Les llevamos a casa, les dimos una calurosa palmada en la espalda y les proporcionamos vivienda, adiestramiento y profesión. Obtuvimos grandes beneficios, cero cero siete. Hasta la semana pasada en que una de las muchachas fue asesinada…

—No será una que yo…

—No. Pero eso nos puso sobre aviso. No podíamos estar seguros, claro, y tampoco podíamos informar a la policía. Todavía no podemos hacerlo. Ahora se han cargado a la segunda, esta Hammond de Norwich —M exhaló un hondo suspiro—. Eso de arrancarles la lengua es una clara señal. Podría ser el KGB, pero también la HVA o incluso el GRU, el espionaje militar soviético. Pero aún tenemos allí a dos chicas y a un muchacho muy simpáticos. Hay que sacarles, cero cero siete. Llevarles a un lugar seguro y mantenerles bajo protección hasta que hayamos liquidado al escuadrón de castigo.

—¿Y soy yo quien les va a sacar?

—Pues, en cierto modo, sí.

Bond conocía muy bien aquel áspero tono de voz.

—El caso es que la operación no va a ser nada fácil —añadió M, apartando el rostro.

—Nada es fácil —dijo Bond, tratando de darse ánimos con sus propias palabras.

—Será muy duro, cero cero siete. Sabemos dónde están las dos chicas…, precisamente las que usted rescató. El caso del joven es un poco más peliagudo. La última vez que supimos de él, estaba en las islas Canarias —M lanzó un suspiro de desaliento—. Por cierto, una de las chicas está en Dublín.

—Entonces, ¿podré sacar a las chicas con rapidez?

—De usted depende, James —M no llamaba casi nunca a Bond por su nombre de pila. Aquel día ya lo había hecho tres veces—. No puedo autorizar ninguna operación de salvamento. No puedo darle ninguna orden.

—Ya.

—En caso de que algo falle, tendremos que negarle…, incluso ante nuestra propia policía. Tras el fracaso de
Pastel de Crema
, los cancerberos del Foreign Office dieron instrucciones muy precisas. Los participantes deberían ser sacados con toda limpieza, ser sometidos a una operación de cirugía plástica y abandonados a su suerte. No tendríamos que establecer ningún contacto ulterior con ellos. En caso de que yo solicitara la protección de los poderes de la nación para estas personas y utilizara después a una de ellas como cebo para liquidar al escuadrón de castigo, la respuesta sería tan dura como…

—«Déjeles que se coman el
Pastel de Crema
» —dijo Bond en tono lúgubre.

—Exactamente. Que se mueran y en paz. Ningún compromiso. Ninguna comunicación.

—En tal caso, ¿qué desea usted que haga, señor?

—Lo que ya le he dicho. Le facilitaré nombres y direcciones. Le podré indicar la dirección, le permitiré revisar los archivos, incluso los informes de asesinatos, que, como es lógico, he…, hum…, adquirido. Eso le llevará el resto de la tarde. Le podré dar un permiso de dos semanas. En caso contrario, seguirá usted con sus deberes normales. ¿Entendido?

—Facilíteme una indicación —dijo Bond con voz agria—. Facilíteme una indicación y déme un permiso. Los sacaré a todos…

—Esa información no puede ser oficial. Ni siquiera podrá utilizar una casa de seguridad…

—De eso ya me encargaré yo, señor. Facilíteme una indicación y les localizaré tanto a ellos como al escuadrón de castigo. Me las arreglaré para que sólo los jefes del escuadrón de castigo sepan lo que está sucediendo.

El silencio pareció prolongarse indefinidamente. Al final, M exhaló un profundo suspiro.

—Le facilitaré los nombres y los números de archivo del Registro durante el camino de vuelta a la tienda. Después, disfrutará usted de un permiso de dos semanas. Buena suerte, cero cero siete.

Bond sabía que necesitaría algo más que buena suerte.

3. Atrévete a ser guapa

El Registro del Cuartel General se encontraba en el segundo piso, vigilado por unas chicas que solían vestir blusas y pantalones vaqueros. Hasta hacía no muchos años, el uniforme eran conjuntos de jersey y rebeca, collares de perlas y faldas de excelente corte de Harrod's o Harvey Nichols. M raras veces se dejaba caer por el Registro desde que se habían suavizado las normas, pero cumplió su palabra y le facilitó a Bond toda la información que necesitaba.

Other books

Finding The Way Home by Sean Michael
More Than Words Can Say by Robert Barclay
Run Around by Brian Freemantle
La cuarta alianza by Gonzalo Giner
Kidnapped by the Taliban by Dilip Joseph
The Girl From Number 22 by Jonker, Joan
With Every Letter by Sarah Sundin
Haunted Clock Tower Mystery by Gertrude Chandler Warner