—Muy bien, hombre. De todos modos, necesitaba hablar contigo.
—Eso lo dejaremos para mañana, Norman. Una pregunta: ¿crees que los chicos de Mayo habrán terminado con miss Larke, la clienta que tuvo la amabilidad de prestarle su impermeable a la chica?
Otra pausa: uno, dos, tres. Murray se estaba entreteniendo para dar tiempo a los ingenieros.
—¿Y bien? —le apremió Bond.
—Supongo que sí, siempre y cuando tuvieran una dirección en la que poder ponerse en contacto con ella. He hablado con el comisario encargado del caso. No despierta sospechas; es tan dulce como un corderito, me dijo. Un corderito y una «alondra», ¿qué te parece? —añadió Murray, soltando una carcajada.
—Gracias, Norman.
Bond colgó el teléfono en el acto. Murray le conocía oficialmente como Jacko B. El nombre era su seudónimo telefónico en la República de Irlanda desde hacía mucho tiempo. En realidad, pensó Bond ahora, ya debía estar un poco gastado, pero a nadie se le había ocurrido cambiárselo. Aunque habían trabajado juntos un par de veces, Murray no se llamaba a engaño con respecto al Servicio cuando Jacko B se ponía en contacto con él. Las relaciones entre ambos estaban presididas por el recelo, pero eran claras e inequívocas. Tras haber mantenido tres conversaciones con él sin tener idea de su paradero, Murray acudiría sin duda a ver al residente de la embajada en Merrion Road.
Aún no era medianoche, pero Big Mick nunca andaba muy lejos de un teléfono. Apilando las monedas sobre el teléfono público, Bond marcó el número. Mick contestó de inmediato.
Una vez ambos se hubieron identificado, éste dijo:
—Tengo los vehículos y los hombres. Dame los detalles, Jacko.
Bond le facilitó el número de matrícula de su automóvil de alquiler y luego añadió:
—Hacia las diez o diez y media de mañana por la mañana, tendrás que recogernos cerca del Green. Nosotros habremos aparcado el vehículo y subiremos por Grafton Street. ¿De qué coches dispones, Mick?
—De un Volvo rojo oscuro, de un Audi azul oscuro y de un viejo Cortina beige en muy buen estado. ¿Adónde vamos y cómo nos quieres?
—Tomaremos el camino directo a Rosslare. Quiero que uno de los vehículos se adelante, por ejemplo, el Cortina, y que el Volvo y el Audi circulen muy pegados a mí. Sígueme si puedes, Mick. Pero no exageres, que no se note demasiado. Hazme una señal luminosa con los faros si tenemos compañía persistente. Hazme dos, si ves a un hombre de tez morena con el cabello muy corto y la cara cuadrada que se pavonea en lugar de caminar…
—No creo que se pueda pavonear mucho dentro de un vehículo —dijo Big Mick en tono sarcástico.
—Es un militar alemán. Es la única descripción que te puedo dar —dijo Bond, comprendiendo que no era fácil describir a Maxim Smolin por teléfono. Le había visto sólo una vez en París hacía tres años y había estudiado en los archivos unas siete fotografías suyas, pero no servían de mucho. Volviendo a Big Mick Shean, añadió—: Hasta mañana y gracias, Mick. ¿Te parece bien el dinero en el sitio de siempre?
—Eres todo un caballero, Jacko. Hasta mañana entonces.
Bond colgó el teléfono y se disponía a subir a la habitación cuando se le ocurrió otra cosa. Tal vez fuera un mal pensado, pero no podía evitar sentir cierta inquietud. Antes de subir al ascensor, se detuvo junto al teléfono interno de los clientes y marcó el número de la habitación. Frunció el ceño al oír que comunicaba. Heather le había desobedecido. Al llegar al dormitorio, Bond llamó dos veces a la puerta en Morse V. Se abrió la puerta y una figura en blanco y rosa regresó corriendo a la cama. Bond cerró la puerta, puso la cadena y se volvió a mirar a Heather, tendida en la cama con una leve sonrisa en los labios. Al ver que el teléfono de la mesilla de noche estaba descolgado, Bond lo señaló con la cabeza.
—Ah —dijo Heather, ensanchando la sonrisa mientras apartaba las sábanas para dejar al descubierto un brazo desnudo, un hombro y parte del escote—. Soy terrible con los teléfonos, James. No puedo soportar que suenen sin ponerme, y he preferido descolgarlo —colgó el aparato y, mirando a Bond desde la cama, apartó un poco más la ropa—. Si quieres dormir aquí, James, no me quejaré.
Se la veía tan vulnerable que Bond tuvo que hacer un enorme esfuerzo de voluntad para rechazar el ofrecimiento.
—Eres un encanto, Heather, y me siento muy halagado. Exhausto, pero halagado, y mañana será otro día. Por si fuera poco, será un día muy duro.
—Es que me siento tan… sola y desdichada.
Dicho esto, Heather se volvió de lado, hundió la cabeza en la almohada y se la cubrió con la sábana.
Bond tomó con mucho cuidado una de las almohadas sobrantes de la cama y se quitó la chaqueta y los pantalones. Después se envolvió en una corta bata de seda que llevaba en la maleta de huida y en una manta que sacó del armario. Tras lo cual, se tendió en el suelo pegado a la puerta, con una mano ligeramente apoyada en la culata de su pistola automática.
Al fin, se quedó dormido.
De repente, se despertó sobresaltado. Eran las cinco de la madrugada y alguien manipulaba con extremo cuidado el tirador de la puerta.
James Bond apartó en silencio la manta que lo cubría, sacando al mismo tiempo la pistola. El tirador de la puerta giró muy despacio y se detuvo, pero, para entonces, Bond ya se encontraba junto a la cama donde dormía Heather, y le sacudió el hombro desnudo con la mano en la que sostenía el arma mientras le tapaba suavemente la boca con la otra. Ella emitió unos pequeños gemidos entrecortados y Bond se inclinó, diciéndole en voz baja que tenían visita y que convendría que se levantara y se escondiera. Heather asintió en silencio y él retiró la mano y regresó a la puerta, manteniéndose a un lado. Más de una vez había visto lo que eran capaces de hacer las balas a través de las puertas. Colocó cuidadosamente la cadena y después se apartó todo lo que pudo y abrió bruscamente la puerta.
—¿Jacko? Hola, hombre.
A la escasa luz del pasillo, Bond reconoció la alta figura y el astuto rostro sonriente del inspector Murray, mirando hacia el interior de la habitación.
—Pero, ¿qué es eso?
Bond se situó de un salto a su espalda. De un rápido movimiento, cerró la puerta y encendió la luz, empujando al hombre de la Rama Especial de la Garda lo justo para hacerle perder el equilibrio. Murray cayó hacia adelante, tratando de agarrarse a la cama, pero Bond le aplicó una llave en el cuello, apoyando el cañón de la ASP justo detrás de su oreja derecha.
—¿A qué estás jugando, Norman? Conseguirás que te maten como andes reptando por ahí de esta manera. ¿O acaso tienes una cuadrilla armada, rodeando el hotel?
—¡Ya basta, Jacko! ¡Ya basta! Vengo en son de paz… Solo y con carácter extraoficial.
Heather salió lentamente de debajo de la cama y contempló, asustada, el sonriente rostro del inspector.
—Ah —dijo Murray, esbozando una amistosa sonrisa mientras Bond aflojaba ligeramente la presa—, ésta debe ser miss Arlington, ¿verdad, mister Boldman? ¿O prefiere que le llame Jacko B?
Sin apartar la pistola de la cabeza de Murray, Bond soltó la presa. Con la mano libre, localizó el revólver Walther PPK creado especialmente para la Garda, lo sacó de la funda y lo hizo resbalar por el suelo, lejos del alcance del inspector.
—Pues, para ser un hombre de paz, vienes muy bien preparado, Norman.
—Vamos, Jacko, tú sabes que siempre tengo que llevar el cañón. Lo sabes tan bien como yo… y, además, ¿qué es una pistolita de nada entre amigos?
—Podría ser la muerte —contestó cínicamente Bond—. Entonces, ¿sabías desde un principio que yo estaba aquí? ¿Y miss Arlington?
—Pues, claro, hombre. Pero me guardo el secreto. Resulta que tenemos casualmente una alerta roja en estos momentos y tu cara apareció en el aeropuerto. Por suerte, yo estaba de guardia en el castillo cuando salió en la pantalla. Telefoneé al jefe de los fantasmas británicos, el viejo Grimshawe, en Merrion Road y le pregunté si tenía algún equipo extraordinario por aquí o si esperaba la llegada de alguno. Grimshawe me dice siempre la verdad. Trabajamos mejor de esta manera y nos ahorramos mucho tiempo. Me contestó que no tenía a nadie y que no se desarrollaba ninguna actividad extraoficial, y yo le creí. Entonces, tú me llamaste y la cosa empezó a interesarme —Murray parpadeó maliciosamente, mirando a Heather—. Miss Sharke, ¿no será usted por casualidad la amiga de miss Larke, verdad?
—¿Cómo? —exclamó Heather, boquiabierta de asombro.
—Porque, si lo fuera, sería mal asunto para su seguridad. No nos gustan demasiado estas cosas. Los apellidos como Larke y Sharke llaman la atención porque son estúpidos, cosa que nosotros no somos.
—Fíjese bien, querida, porque no tiene un pelo de estúpido —dijo Bond, imitando el acento de Murray, más propio de las tierras bajas de Escocia que de Dublín.
Tal como el inspector solía decir: «Nací en el norte, me eduqué en el sur, paso mis vacaciones en Escocia o España y trabajo en la República de Irlanda. No me siento en casa en ningún sitio».
—Has cometido una tontería, tratando de abrir mi puerta a estas horas de la noche.
—¿Y a qué hora querías que lo hiciera? En pleno día no puedo porque tengo que dar cuenta de todos mis movimientos.
—Hubieras podido llamar.
—Me disponía a hacerlo, Jacko. Treinta segundos más, y lo hubiera hecho.
Tap-tap-bag
.
Los dos hombres se miraron con recelo.
—No he venido aquí por gusto —dijo el inspector Murray, esbozando una sonrisa—, sino porque estoy en deuda contigo y siempre pago mis deudas.
Era cierto. Hacía cuatro años, Bond le había salvado la vida en el lado irlandés de la frontera, cerca de Crossmaglen, aunque el incidente permanecería siempre oculto en los archivos secretos del Servicio.
Heather tomó la colcha de la cama y se cubrió con ella, tratando al mismo tiempo de alisarse el cabello. La interesante y reveladora serie de movimientos hizo que ambos hombres se la quedaran mirando en silencio. Tras lo cual, Murray se sentó en la cama, girando el cuerpo en un infructuoso intento de vigilar simultáneamente a Bond y Heather.
—Mire, joven —añadió Murray—, Jacko le dirá que puede confiar en mí.
—No confíe en nadie, miss Arlington —dijo Bond con rostro impasible.
—Muy bien —Murray lanzó un suspiro—. Te expondré simplemente los hechos. Después, me iré a casa y me tomaré una taza de chocolate antes de acostarme.
Bond y el inspector se miraron mutuamente en silencio, como si trataran de adivinarse las intenciones.
—Resulta que ahora la tal miss Larke… —prosiguió diciendo Murray— …la que le prestó el impermeable y el pañuelo a la pobre chica…
—¿Cómo…? —exclamó Heather mientras Bond sacudía imperceptiblemente la cabeza para indicarle que no debía reaccionar.
—Bueno, pues, parece ser que miss Larke se ha escondido en la tierra, tal como suele decirse de los zorros.
—¿Quiere decir que no está…? —empezó a preguntar Heather.
—¡A callar! —gritó Bond.
—Por Dios bendito, Jacko, ¿es que no puedes dominarte? —Murray sonrió, respiró hondo y añadió—: Había una dirección en Dublín —miró a su alrededor, primero a Heather y luego a Bond, con una expresión de la más pura inocencia—. Una bonita dirección en Fitzwilliam Square —esperó por si alguien hacía algún comentario y, al ver que no ocurría así, se encogió de hombros y dijo—: Bueno, pues, alguien fue y le dio la vuelta al tambor, tal como dirían en Londres.
—¿Te refieres a la dirección de Dublín facilitada por la persona que se apellida Larke? —preguntó Bond.
—Cuyo apellido sospecho no es Larke, sino Heritage. Ebbie Heritage.
—Esta mujer, Larke o Heritage… —dijo Bond.
—Vamos, Jacko, no te hagas el tonto conmigo. Y una mierda no lo sabes, disculpe miss… hum…, ¿Sharke?
—Arlington —contestó Heather sin vacilar.
Al final, había conseguido serenarse.
—Sí —dijo Murray sin creerse ni una sola sílaba del apellido—. Tal cono ya he dicho, la dirección facilitada por miss Larke pertenece en realidad a miss Heritage. Ambas han desaparecido. El apartamento de Fitzwilliam Square está todo revuelto.
—¿Robo? ¿O se trata de un acto de vandalismo? —preguntó lacónicamente Bond.
—Pues un poco de ambas cosas. Hay un desorden total. Para mí, es un trabajo profesional disfrazado de tal forma que parezca obra de unos entusiastas aficionados. Y lo más curioso es que no queda en la casa el menor rastro de correspondencia. Levantaron incluso el entarimado.
—¿Y has venido aquí al amanecer sólo para decirme eso?
—Bueno, tú parecías interesado por el asunto del castillo de Ashford y pensé que deberías saberlo. Además, conociendo la clase de trabajo que haces, consideré oportuno informarte de otra cosa.
Bond asintió, animándole en silencio a proseguir.
—¿Has oído hablar alguna vez de un tipo llamado Smolin? —preguntó Murray con la mayor indiferencia—. Maxim Smolin. Nuestra rama en Londres, y supongo que la gente para la que tú trabajas también, le conoce bajo el estúpido nombre en clave de Basilisco.
—Hum —refunfuñó Bond.
—¿Quieres conocer la historia de éste tipo o ya la conoces, Jacko?
—De acuerdo, Norm… —dijo Bond sonriendo.
—Y no me sigas llamando Norm si no quieres que te envíe a la cárcel bajo una falsa acusación que te impida regresar a la República de Irlanda de por vida.
—De acuerdo, Norman. Maxim Anton Smolin; nacido en mil novecientos cuarenta y seis en Berlín, hijo de una dama alemana llamada Christina von Geshmann y de un general soviético apellidado Smoun de quien ella era amante por aquel entonces. Alexei Alexeiovich Smolin. El joven Smolin recibió el apellido de su padre y la nacionalidad de su madre. Se educó en Berlín y en Moscú. Su madre murió cuando él contaba apenas dos años. ¿Es éste tu hombre, Norman?
—Sigue.
—Entró en la carrera militar a través de una de esas escuelas rusas tan bonitas; no recuerdo bien cuál de ellas. Pudo ser el Ejército Trece. Sea lo que fuera, le asignaron desde muy joven un destino y después lo enviaron al Centro de Adiestramiento Spetsnaz… especializado en la formación de la elite, si es que te gustan esta clase de asesinos de elite. El joven Maxim se abrió camino y fue invitado a formar parte del brazo más secreto del espionaje militar, el GRU. Ésa es la única forma de poder entrar en el GRU, a diferencia de lo que ocurre en el KGB que te recoge de la calle si tú te ofreces. Desde allí, y a través de una serie de puestos, Smolin regresó a Berlín Este como oficial de alta graduación del HVA, el servicio de espionaje de la Alemania del Este.