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Authors: Charlaine Harris

Muerto Para El Mundo (24 page)

BOOK: Muerto Para El Mundo
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Sentí una oleada de alegría.

—Mira —dijo Claudine—. Aquel hombre está saludándote.

En el aparcamiento del Merlotte's había un vampiro guiando el tráfico. Era Chow.

—Oh, estupendo —dije, con la voz más malhumorada que me salió—. Espero que no te importe que nos detengamos aquí, Claudine. Tengo que entrar.

—No me lo perdería por nada del mundo.

Chow me indicó que me dirigiera hacia la parte posterior del bar y me sorprendió encontrar el aparcamiento de empleados lleno de coches que no se veían desde la carretera.

—¡Caray! —exclamó Claudine—. ¡Una fiesta! —Salió de mi coche incapaz de reprimir su júbilo, y tuve la satisfacción de ver a Chow quedarse absolutamente estupefacto al ver a aquella mujer de metro ochenta. Y eso que resulta difícil sorprender a un vampiro.

—Entremos —dijo alegremente Claudine, y me cogió de la mano.

Capítulo 9

En el interior del Merlotte's se habían reunido todos los seres sobrenaturales que yo conocía. O tal vez simplemente me lo pareciera, pues estaba muerta de cansancio y lo único que quería era estar sola. La manada de lobos estaba allí, todos en su forma humana y todos, para mi consuelo, más o menos vestidos.

Alcide llevaba unos pantalones de algodón de color claro y una camisa de cuadros verdes y azules desabrochada. Viéndolo así, resultaba difícil creer que pudiera correr a cuatro patas. Los hombres lobo estaban bebiendo café y refrescos y Eric, sano y feliz, bebía True-Blood. Pam estaba sentada en un taburete, vestida con un chándal de color verde apagado, recatado pero sexy. Llevaba una cinta en el pelo y calzaba zapatillas deportivas. Había llegado acompañada de Gerald, un vampiro con quien había coincidido un par de veces en Fangtasia. Gerald tenía el aspecto de un hombre de treinta años, pero en una ocasión le había oído hablar de la Ley Seca como si hubiera vivido en esa época. Lo poco que sabía de Gerald no me predisponía a acercarme más a él.

Incluso en esa compañía, mi entrada con Claudine fue de lo más sensacional. Bajo la luz del bar, pude observar que el cuerpo estratégicamente curvilíneo de Claudine estaba envuelto por un vestido de punto de color naranja, y que sus largas piernas terminaban en los tacones más altos imaginables. Parecía una prostituta de lujo, de tamaño grande.

No, no podía ser un ángel... Al menos, tal y como yo entendía los ángeles.

Mirando a Claudine y a Pam, decidí que era tremendamente injusto que se las viera tan arregladas y atractivas. ¡Como si yo, además de estar agotada, asustada y confusa, necesitara, encima, sentirme poco atractiva! ¿No es acaso la mayor ilusión de toda chica entrar en una sala de la mano de una mujer impresionante que prácticamente lleva la frase "Quiero follar" tatuada en la frente? De no haber visto a Sam por allí, a quien yo había arrastrado a todo aquello, habría dado media vuelta y me habría largado en aquel mismo momento.

—Claudine —dijo el coronel Flood—. ¿Qué te trae por aquí?

Pam y Gerald miraban fijamente a la mujer de naranja, como si esperaran que en cualquier momento fuera a desnudarse por completo.

—Mi chica... —y Claudine ladeó la cabeza hacia mí—, que casi se queda dormida al volante. ¿Cómo es que no la has vigilado mejor?

El coronel, tan digno vestido de paisano como desnudo, se quedó un poco perplejo, como si acabara de enterarse de que se suponía que tenía que protegerme.

—Ah —dijo—.Uh...

—Tendrías que haber enviado a alguien para que la acompañase al hospital —dijo Claudine, moviendo su cascada de cabello negro.

—Me ofrecí a acompañarla —dijo Eric, indignado—. Pero me dijo que si acudía al hospital con un vampiro levantaríamos sospechas.

—Vaya, hola, alto, rubio y muerto —dijo Claudine. Miró a Eric de arriba abajo, admirando lo que tenía ante sus ojos—. ¿Tienes como costumbre hacer lo que las mujeres humanas te piden?

"Muchas gracias, Claudine", le dije en silencio. Se suponía que tenía que estar custodiando a Eric, y ahora ni siquiera cerraría la puerta con llave si se lo pidiera. Me pregunté si alguien se daría cuenta si me estiraba sobre una de las mesas y me ponía a dormir. De pronto, igual que habían hecho Pam y Gerald, la mirada de Eric se intensificó y se quedó clavada en Claudine. Me dio tiempo a pensar que era como tener delante a unos gatos que de pronto divisan algo escurridizo junto al zócalo de una habitación; justo entonces unas manos grandes me agarraron y Alcide me atrajo hacia él. Se había abierto paso entre la multitud congregada en el bar hasta llegar a mi lado. Como llevaba la camisa desabrochada, me encontré con la cara pegada a su pecho caliente, y me alegré de ello. Su vello oscuro rizado olía débilmente a perro, es verdad, pero por lo demás era un consuelo sentirse abrazada y querida. Era delicioso.

—¿Quién eres? —le preguntó Alcide a Claudine. Tenía la oreja pegada a su pecho y oí su voz retumbando en el interior y también en el exterior, una sensación curiosa.

—Soy Claudine, el hada —dijo la enorme mujer—. ¿Lo ves?

Tuve que volverme para ver qué estaba haciendo. Se había levantado la melena para enseñar sus orejas, que eran delicadamente puntiagudas.

—Un hada —repitió Alcide. Parecía tan asombrado como yo.

—Qué pasada... —dijo uno de los hombres lobo más jóvenes, un chico con el pelo de punta que debía de tener unos diecinueve años de edad. Estaba intrigado por los acontecimientos y miraba a los demás hombres lobo sentados en su mesa como invitándoles a compartir su satisfacción—. ¿De verdad?

—Por una temporada —contestó Claudine—. Tarde o temprano, me decantaré hacia uno u otro lado. —Nadie lo entendió, con la posible excepción del coronel.

—Eres una mujer deliciosa —dijo el joven hombre lobo. Para respaldar la declaración del chico, iba vestido con pantalones vaqueros y una camiseta gastada del Ángel Caído; iba descalzo, aunque en el Merlotte's hacía frío, pues el termostato estaba bajado cuando el local teóricamente permanecía cerrado. Llevaba anillos en los dedos de los pies.

—¡Gracias! —Claudine le sonrió. Chasqueó los dedos y se vio envuelta en una neblina similar a la que rodea a los cambiantes cuando sufren su proceso de transformación. Era la neblina de la magia. Cuando la neblina desapareció, Claudine apareció vestida con un traje de noche blanco con lentejuelas.

—Deliciosa —repitió el chico, maravillado, y Claudine recibió con agrado el piropo. Me di cuenta de que con los vampiros mantenía cierta distancia.

—Claudine, ahora que ya te has lucido, ¿podríamos, por favor, hablar de algo más aparte de ti? —El coronel Flood parecía tan cansado como yo.

—Por supuesto —dijo Claudine, sintiéndose regañada—. Pregunta.

—Lo primero es lo primero. ¿Cómo está María Estrella, señorita Stackhouse?

—Sobrevivió al viaje hasta el hospital de Clarice. Han decidido transportarla a Shreveport en helicóptero, al hospital Schumpert. Tal vez esté ya de camino. La doctora se mostró optimista respecto a sus posibilidades.

Los hombres lobo se miraron entre ellos y respiraron aliviados. Una mujer, de unos treinta años de edad, incluso bailó un poquito. Los vampiros, con la atención totalmente concentrada en el hada, no mostraron ninguna reacción.

—¿Qué le explicó a la doctora de urgencias? —preguntó el coronel Flood—. Tengo que informar a los padres de la versión oficial. —María Estrella debía de ser su primogénita y la única hija que era mujer lobo.

—Le dije a la policía que la había encontrado tirada en la cuneta, que no vi señales de ninguna frenada ni nada por el estilo. Les dije que estaba tendida sobre la gravilla, así no tenemos que preocuparnos de que no hubiera rastros de hierba donde debería haberlos... Espero que lo captara. Cuando hablé con ella estaba amodorrada por los calmantes.

—Muy buena idea —dijo el coronel Flood—. Gracias, señorita Stackhouse. Nuestra manada está en deuda con usted.

Moví la mano indicándole que no tenían que sentirse en deuda conmigo.

—¿Cómo lograron llegar a casa de Bill en el momento adecuado?

—Emilio y Sid siguieron la pista a los brujos. —Emilio debía de ser el hombre bajito y moreno de grandes ojos castaños. En nuestra área, la población mexicana iba en aumento y Emilio formaba parte de esa comunidad. El chico del pelo de punta movió la mano, por lo que imaginé que se trataba de Sid—. Cuando anocheció, nos pusimos a vigilar el edificio donde se esconde Hallow y su aquelarre. Es una tarea complicada: se trata de una zona residencial con mayoría de población negra. —Unas gemelas afroamericanas se miraron sonriendo. Eran jóvenes e, igual que Sid, todo aquello les parecía una aventura emocionante— Cuando Hallow y su hermano salieron hacia Bon Temps, les seguimos en coche. Llamamos también a Sam, para alertarle.

Lancé a Sam una mirada de reproche. No me había puesto sobre aviso, no me había mencionado que también los hombres lobo seguían nuestro mismo camino.

El coronel Flood continuó.

—Sam me llamó al teléfono móvil para decirme hacia dónde creía que se dirigían al salir de su bar. Decidí que un lugar aislado como la casa de los Compton sería un buen espacio para sorprenderlos. Aparcamos los coches en el cementerio y nos transformamos. Llegamos justo a tiempo. Pero ellos captaron nuestro olor. —El coronel miró de reojo a Sid. Al parecer, el joven hombre lobo se había adelantado a los acontecimientos.

—Y se marcharon —dije, tratando de sonar neutral—. Y ahora saben que ustedes les persiguen.

—Sí, se marcharon. Los asesinos de Adabelle Yancy. Los líderes de un grupo que trata de hacerse no sólo con el territorio de los vampiros, sino también con el nuestro. —El coronel Flood miró fríamente a los hombres lobo allí reunidos, que parecieron debilitarse bajo su mirada, incluso Alcide—. Y ahora los brujos se pondrán en guardia, pues saben que vamos tras ellos.

Apartando momentáneamente la atención de la radiante hada Claudine, Pam y Gerald se mostraron discretamente entretenidos ante el discurso del coronel. Eric, como siempre últimamente, parecía tan confuso como si el coronel estuviese hablando en sánscrito.

—¿Sabe si los Stonebrook regresaron a Shreveport cuando se fueron de casa de Bill? —pregunté.

—Es lo que suponemos. Tuvimos que transformarnos de nuevo a toda velocidad, algo que no es fácil, y llegar hasta donde habíamos dejado aparcados los coches. Nos dividimos, unos fuimos en una dirección y otros en otra, pero nadie volvió a verlos.

—Y ahora estamos todos aquí. ¿Por qué? —preguntó Alcide con voz ronca.

—Estamos aquí por varios motivos —dijo el jefe de la manada—. En primer lugar, queríamos tener noticias de María Estrella. Además, queríamos recuperarnos un poco antes de volver a Shreveport.

Los licántropos, que parecían haberse vestido a toda prisa, tenían un aspecto bastante deplorable. La transformación en luna nueva y el rápido cambio a naturaleza humana los había afectado gravemente.

—¿Y por qué estáis aquí vosotros? —le pregunté a Pam.

—También tenemos algo de lo que informar —dijo—. Evidentemente, tenemos los mismos objetivos que los hombres lobo... En este asunto, me refiero. —Con cierto esfuerzo, apartó la vista de Claudine. Intercambió miradas con Gerald y se volvieron a la vez hacia Eric, que los miraba sin entender nada. Pam suspiró y Gerald bajó la vista—. Clancy, nuestro compañero de guarida, no regresó a casa anoche —continuó Pam. A pesar de este asombroso anuncio, volvió a fijar la mirada en el hada. Claudine parecía tener un atractivo abrumador para los vampiros.

La mayoría de los hombres lobo estaba pensando que un vampiro menos era un paso más hacia la dirección correcta. Pero Alcide dijo:

—¿Qué crees que ha podido suceder?

—Recibimos una nota —dijo Gerald, una de las pocas veces que le he oído hablar en voz alta. Tenía un débil acento inglés—. La nota anunciaba que los brujos piensan hacerse con uno de nuestros vampiros para beber su sangre por cada día que pasen buscando a Eric.

Todas las miradas se centraron en Eric, que parecía perplejo.

—Pero ¿por qué? —preguntó—. No entiendo por qué tengo tanto valor.

Una de las mujeres lobo, una rubia bronceada que rondaría los treinta, puso los ojos en blanco, mirándome, y no me quedó otro remedio que sonreírle. Pero por bueno que estuviera Eric, y por mucho que las partes interesadas se imaginaran lo estupendo que debía de ser tenerlo en la cama (además de que controlara diversos negocios de vampiros en Shreveport), aquella búsqueda obsesiva de Eric empezaba a parecer excesiva. Aunque Hallow pretendiera acostarse con él y después consumirle toda su sangre... ¡Eh! Se me acababa de ocurrir una idea.

—¿Cuánta sangre puede extraerse de uno de vosotros? —le pregunté a Pam.

Se quedó mirándome, parecía más sorprendida que nunca en su vida.

—Veamos —dijo. Se quedó con la mirada perdida y moviendo los dedos. Me daba la sensación de que Pam estaba convirtiendo de una unidad de medida a otra—. Unos cinco litros y medio —concluyó por fin.

—Y ¿cuánta sangre contienen esos pequeños viales que venden?

—Tienen... —dijo, haciendo más cálculos—. Tienen menos de un cuarto de taza. —Y se anticipó, adivinando adonde quería ir yo a parar—. De modo que Eric contiene unas noventa y seis unidades de sangre vendible.

—¿Cuánto calculas que podrían obtener por ello?

—Bueno, en la calle, el precio de sangre de vampiro normal ha alcanzado los doscientos veinticinco dólares el vial —dijo Pam, mostrando unos ojos tan fríos como la escarcha invernal—. La sangre de Eric..., teniendo en cuenta que es tan viejo...

—¿Tal vez a cuatrocientos veinticinco dólares el vial?

—Tirando a lo bajo.

—Así, sin darle muchas vueltas, el valor de Eric...

—Por encima de los cuarenta mil dólares.

La multitud se quedó mirando a Eric con realzado interés —excepto Pam y Gerald, que junto con Eric habían reanudado su contemplación de Claudine. Se habían aproximado un poco más al hada.

—¿No crees que son suficientes motivos? —pregunté—. Eric la despechó. Ella lo desea, quiere sus negocios y tiene intención de vender su sangre.

—Son unos cuantos motivos —coincidió una mujer lobo, una castaña menuda que rondaría los cincuenta.

—Además, Hallow está chiflada —dijo alegremente Claudine.

No creo que el hada hubiese dejado de sonreír desde que apareció en mi coche.

—Y eso ¿cómo lo sabes, Claudine? —pregunté.

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