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Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Intriga, Policíaco

Nadie lo ha oído (28 page)

BOOK: Nadie lo ha oído
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—¿Pero por qué se cortaba en esos sitios tan raros?

—Probablemente para que no se viera.

Knutas encendió la luz y miró seriamente a sus colaboradores.

—Ahora tenemos dos asesinatos en los que trabajar. La cuestión es si existe algún tipo de relación entre ellos. ¿Qué tiene en común una chica de catorce años que va a la escuela con un alcohólico de sesenta años?

—A mí me parece que hay dos vínculos evidentes —dijo Kihlgård—. Uno es el alcoholismo, la madre de Fanny bebe y Dahlström era un alcohólico. Otro son las carreras hípicas. Dahlström apostaba a los caballos y Fanny trabajaba en una de las cuadras del hipódromo.

—Ésas son dos relaciones muy posibles. ¿Pueden tener alguna otra cosa en común que no sea tan evidente? ¿Alguien?

No hubo respuesta.

—Está bien —dijo—. Esto es más que suficiente. Vamos a investigar objetivamente esas dos pistas.

Viernes 14 de Diciembre

E
ra como si el día no quisiera amanecer del todo aquella mañana húmeda y fría de diciembre. Knutas desayunó gachas en la cocina con su mujer y sus hijos. Las velas encendidas hacían más agradable aquel rato que pasaban juntos por la mañana. Line y los niños habían hecho los bollos de azafrán típicos del día de Santa Lucía mientras él estuvo fuera viendo el lugar donde había aparecido el cuerpo de Fanny. No le vendrían mal. Hoy tenía que ir al aeropuerto a recoger al forense y regresar al bosque. Se puso un jersey de lana y buscó su cazadora de invierno más abrigada. Persistía el frío de las últimas semanas.

Los niños estaban desolados e inquietos y hablaban de la muerte de Fanny. Ese suceso los había afectado mucho. Fanny no era mucho mayor que ellos. Les acarició las mejillas, pálidas en aquel tiempo invernal, cuando estaban ya en la puerta de la calle preparados para irse a la escuela.

En el coche de camino al aeropuerto empezó a notar un sudor frío y le sorprendió un malestar tan fuerte que se vio obligado a echarse a un lado de la carretera y pararse un momento. Se le nublaba la vista y sentía una fuerte opresión en el pecho. A veces sufría ligeros ataques de pánico, una especie de angustia, pero hacía ya tiempo que no le ocurría. Abrió la puerta del coche y trató de acompasar su agitada respiración. La imagen de Fanny junto con la inquietud que sentía por los niños probablemente hubiera desencadenado el ataque. Con su trabajo era imposible que los niños no se vieran afectados por toda la mierda en la que tenía que desenvolverse: borrachos, drogas y violencia. A medida que crecían parecía que la sociedad se estaba volviendo también cada vez más dura. Quizá lo peor estaba en las grandes ciudades, pero incluso en Gotland se notaba el cambio.

Knutas procuraba no hablar demasiado de las cosas negativas relacionadas con el trabajo. Pero también eran contadas las ocasiones en que volvía a casa y había tenido un buen día. Por supuesto, se sentía aliviado cuando resolvían un caso, pero no podía decirse que lo asaltara precisamente una intensa alegría. Cuando una investigación daba resultados positivos, después sólo se sentía cansado. No experimentaba, como cabría pensar, ningún descanso tras el esfuerzo, sino que lo invadía sobre todo una sensación de vacío, como si se hubiera quedado sin fuerzas. Entonces sólo quería irse a casa y dormir.

Pasados unos minutos, se sintió mejor. Bajó el cristal de la ventanilla y continuó, conduciendo despacio, hasta el aeropuerto.

E
l forense lo estaba esperando fuera de la terminal; el avión había aterrizado antes de lo previsto. El médico era el mismo con el que había trabajado el verano anterior, un hombre delgado con el pelo ralo y cara de caballo. Su larga experiencia le confería fuerza y autoridad. En el trayecto hasta el lugar donde había aparecido el cuerpo, Knutas le fue contando todo lo que sabía la policía.

Cuando llegaron eran las diez y cuarto de la mañana y la mirada clara de Fanny Jansson seguía clavada en el cielo plomizo de diciembre. Knutas hizo una mueca de desagrado y volvió a pensar en qué podía haberle ocurrido a aquella hermosa chica que yacía en el suelo. Su cuerpo parecía pequeño y delgado bajo la ropa. Las mejillas marrones y tersas, la barbilla suavemente infantil. Knutas notó con irritación que los ojos se le estaban llenando de lágrimas.

Se volvió de espaldas y contempló la frondosa e impenetrable maleza del bosque. Pudo observar que después del camino rural el bosque clareaba y, tras haber estudiado previamente el mapa de la zona, sabía que un poco más allá se extendían los campos abiertos y las parcelas de cultivo. Una corneja graznó a lo lejos, pero por lo demás todo estaba en silencio y sólo se oía el apacible murmullo de las verdes ramas de los árboles. El forense estaba totalmente absorto en la exploración del cadáver y así estaría unas cuantas horas más. Erik Sohlman y otro par de técnicos lo ayudaban en su trabajo.

Knutas se dio cuenta de que allí sobraba. Nada más sentarse en el coche para regresar a la comisaría recibió una llamada de Karin.

—Hay una persona que tiene relación tanto con Dahlström como con Fanny Jansson.

—¿Ah, sí? ¿Quién es?

—Se llama Stefan Eriksson, y es el hijastro de la tía de Fanny que vive en Vibble. La tía tiene una hija, pero se separó pronto del padre de la niña y conoció a otro hombre que tenía un hijo de un matrimonio anterior. Fanny y este tal Stefan se han visto a lo largo de los años en las celebraciones familiares y cosas así. Tiene cuarenta años, está casado y tiene dos hijos y, además, es dueño de uno de los caballos de la cuadra.

—Lo sé, ya les hemos echado un vistazo —replicó Knutas impaciente—. ¿Qué es lo que pasa con él?

—Que hizo prácticas con Dahlström cuando estudiaba en el instituto. Estuvo haciendo prácticas dos semanas. Después trabajó esporádicamente en
Gotlands Tidningar
e incluso con Dahlström cuando éste tenía su propia empresa. Este Eriksson es el dueño de un café aquí en Visby, el Café Cortado en la calle Hästgatan, pero aún sigue practicando la fotografía como
hobby
.

—Ya entiendo —exclamó Knutas sorprendido—. Eso es algo nuevo.

—Tal vez Dahlström y él hayan seguido en contacto a lo largo de los años, aunque lo negó en el interrogatorio que le hicimos Wittberg y yo. Un tipo muy desagradable, no me extrañaría que él…

—Ya, ya, pero no podemos dedicarnos a meras suposiciones —interrumpió Knutas—. ¿Sabemos algo más?

—Le pregunté si solía frecuentar la cuadra, y se pasa por allí de vez en cuando. El personal de la caballeriza asegura que es así. Parece que incluso ha llevado a Fanny a casa en su coche alguna vez.

—¿Figura en el registro de delincuentes?

—No. Sin embargo, ha recibido una serie de denuncias por negligencia en el cuidado del ganado. La familia tenía antes ovejas y parece que estaban mal cuidadas, según el denunciante. Dejó la cría de ovejas.

—Quiero hablar personalmente con él. ¿Dónde está?

—Creo que estará en casa. Vive en… no, ¡mierda!

Karin se calló de repente.

—¿Qué ocurre?

—Stefan Eriksson vive en Gerum, está a tan sólo unos kilómetros del sitio donde apareció muerta Fanny.

—Estoy a diez minutos de allí. Voy para allá.

G
erum no era un pueblo propiamente dicho. Sólo una iglesia con unas cuantas fincas alrededor, justo al lado del páramo de Lojsta, vasto e inaccesible. El paisaje era llano, pero la casa de Stefan Eriksson y el terreno que la circundaba constituía una excepción. Estaba admirablemente situada en un alto con vistas sobre los alrededores. La finca constaba de una casa de piedra con dos alas y un gran establo. Un
jeep
último modelo estaba aparcado fuera junto a un BMW.

Cuando Knutas llamó al timbre de la puerta, se oyeron los ladridos de un perro en el interior de la casa. No abrió nadie.

Dio una vuelta alrededor de la vivienda, miró por las ventanas de las dos alas. Una de ellas, al parecer, se utilizaba como estudio, se veían cuadros apoyados alrededor de todas las paredes. En un caballete en el centro de la estancia había un retrato del rostro de una mujer. Sobre una mesa manchada de pintura se amontonaban botes de pintura, tubos y pinceles.

Un carraspeo a sus espaldas interrumpió el fisgoneo de Knutas. Se quedó tan sorprendido que, del susto, la pipa se le cayó al suelo. El hombre estaba justo detrás de él.

—¿En qué puedo ayudar?

Stefan Eriksson mediría casi dos metros, calculó Knutas. Vestía una cazadora azul acolchada y llevaba un gorro negro de punto en la cabeza.

Knutas se presentó.

—¿Podemos entrar y hablar dentro? Empieza a hacer frío.

—Sí, claro, acompáñeme por aquí.

El hombre entró delante de él en la casa. Knutas estuvo a punto de ser atropellado por dos dóberman que se volvieron locos de alegría.

—No le dan miedo los perros, ¿verdad? —preguntó Stefan Eriksson sin hacer ningún gesto para tranquilizar a los animales.

Tomaron asiento en lo que debía de ser la sala para recibir a las visitas. «Es extraño que la gente en el medio rural aún conserve estas estancias —pensó Knutas—. Reliquias de un tiempo que ha desaparecido».

Evidentemente, Stefan Eriksson era un amante de las antigüedades. En la pared colgaba un espejo ampuloso con el marco dorado. Al lado había una cómoda con las patas torneadas y rematadas por una zarpa de león, y a lo largo de una de las paredes había un suntuoso armario con las patas en forma de bola. Olía a polvo y a cerrado. Knutas se sentía como si estuviera sentado en un museo.

Agradeció el detalle, pero rehusó tomar la taza de café que Stefan le ofreció. Su estómago protestaba recordándole que la hora del almuerzo ya había pasado hacía un buen rato.

—Bueno, la verdad es que no sé qué es lo que quiere. He hablado hace poco con la policía —dijo el corpulento hombre, que se había sentado en un sillón de terciopelo. Los perros se habían echado a sus pies y miraban fijamente a su dueño.

—Tengo que completar el interrogatorio, pero, antes de nada, quiero presentarle mis condolencias.

El hombre que tenía enfrente ni se inmutó.

—Fanny era mi prima, efectivamente, pero apenas nos conocíamos. Además, tampoco éramos primos de verdad. Mi padre…

—Conozco la relación familiar —interrumpió Knutas—. ¿Cuándo se veían?

—Muy de tarde en tarde, a veces en algún cumpleaños. Había problemas con su madre, así que tampoco venían siempre. Majvor no puede alejarse de la botella.

—¿Conocía mucho a Fanny?

—La diferencia de edad era tan grande entre nosotros que no teníamos nada en común. Ella era una niña pequeña que venía a veces con su madre. Nunca decía nada. Otra chica tan callada habría que buscarla con lupa.

—Es propietario de uno de los caballos que hay en la cuadra donde trabajaba Fanny. ¿No se veían nunca allí?

—Ese viejo percherón no es un buen negocio. Cuesta bastante más de lo que gana en las carreras. Sí, a veces paso por la cuadra. Alguna vez he coincidido con ella.

—¿La llevaba a veces en su coche a su casa?

—No muchas veces.

—¿En qué coche?

Stefan Eriksson se revolvió en el sillón. Hizo un gesto de disgusto con la boca.

—¿Qué está insinuando? ¿Soy sospechoso?

—No, no —lo tranquilizó Knutas—. Perdone si voy un poco acelerado, pero tenemos que hablar con todas las personas del entorno de Fanny.

—Lo entiendo.

—¿En qué coche?

—En el BMW que está aquí fuera.

—Conocía también a Henry Dahlström, ¿no?

—Hice prácticas con él hace mil años, cuando estaba en el instituto. Cuando terminé el bachillerato le hice algunas sustituciones en
GT
y también eché algunas horas en Master. Bueno, en Master Pictures, la empresa de Dahlström.

—¿Cómo se puso en contacto con él?

—A mí me gustaba la fotografía y Dahlström dio un curso al que yo asistí cuando estaba en el instituto y entonces tuve la oportunidad de hacer las prácticas con él.

—¿Mantuvieron luego esa relación?

—No. Cuando tuvo que cerrar la empresa, él también se derrumbó completamente.

—¿Ha seguido con la afición a la fotografía?

—Sí, cuando puedo. Me casé, he tenido hijos, me trasladé a vivir aquí y además el café que tengo en la ciudad me quita un montón de tiempo. Es el Café Cortado, en la calle Hästgatan —añadió.

Knutas pudo percibir cierto orgullo en su voz. Café Cortado era una de las cafeterías más populares de la ciudad.

De pronto los perros salieron corriendo hacia la puerta y empezaron a ladrar. Knutas pegó un salto. La cara de Stefan Eriksson se iluminó.

—Es que llegan mi mujer y los niños. Espere un momento.

Se levantó y salió al vestíbulo. Los perros ladraban como locos y daban saltos a su alrededor.

—Hola, cariño, hola, hijos, ¿qué tal os lo habéis pasado?

La voz de Stefan Eriksson sonaba muy distinta. De repente, parecía cálida y cariñosa.

La mujer y los niños, evidentemente, habían asistido a alguna celebración de Santa Lucía. Maja Eriksson entró a saludar. Era morena, atractiva y discreta. Knutas observó que Stefan Eriksson miraba cariñosamente a su mujer.

«No —pensó—. Es imposible que sea él».

Dio las gracias y se marchó.

E
l hallazgo del cuerpo de Fanny despertó una gran expectación en los medios. Los periódicos vespertinos fueron los que más atención prestaron a la noticia, aparte de los medios locales de la isla y de
Noticias Regionales
. Hubo especulaciones para todos los gustos sobre lo que le podía haber ocurrido a Fanny. A través de los mapas que publicaban los diarios, los lectores podían seguir con exactitud los pasos de la joven durante su último día de vida y ver dónde apareció su cuerpo. Las granjas próximas al lugar donde fue encontrada recibían la visita de reporteros y fotógrafos. Conjeturas y suposiciones sobre los motivos que podían hallarse detrás de su asesinato llenaban las columnas de los rotativos, y tanto en la tele como en la radio se entrevistaba al personal de la caballeriza, a los vecinos y a los compañeros de la chica.

Max Grenfors había llamado a Majvor Jansson, sin hablar antes con Johan, y la había convencido para que se prestara a que le hicieran una entrevista. Grenfors estaba muy satisfecho por haber logrado convencer a la madre de Fanny para que hablara en exclusiva para
Noticias Regionales
, pero se encontró con una reacción bien distinta por parte de Johan. Éste se negó a entrevistarla, lo cual dio lugar a que Grenfors le echara una enorme bronca.

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