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Authors: Laurell K. Hamilton

Tags: #Fantástico, #Erótico

Narcissus in Chains (69 page)

BOOK: Narcissus in Chains
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No podía tener ambas cosas, pero eso no me impedía quererle. No podía ser normal, y no estaba segura de que alguna vez hubiese sido humana. No podía ser lo que Richard quería que fuera, y no podía dejar de quererlo. Richard era un enigma sin respuesta, y estaba cansada de jugar a un juego que no podía ganar.

TREINTA Y NUEVE

Dormí como si estuviera drogada, pesada, con duros sueños fragmentados o nada. No sé cuánto llevaba despierta, pero alguien me lamía la mejilla. Si ellos me hubieran sacudido o llamado por mi nombre, quizás los habría ignorado, pero alguien lamiendo mi mejilla con movimientos lánguidos no lo podía ignorar.

Abrí los ojos y encontré la cara de Cherry tan cerca que no podía centrarla. Se movió lo suficiente como para que no bizqueara al mirarla, luego dijo:

—Tuviste una pesadilla. Pensé que debería despertarte.

Su voz era neutra, con el rostro en blanco, alegre en una especie de forma anónima. Era su rostro de enfermera, alegre, reconfortante, sin decir nada. El hecho de que estaba desnuda, tumbada sobre un costado, apoyada sobre un codo de manera que su cuerpo mostraba la línea de su cuerpo, no parecía distraer su profesionalidad. Nunca podría representar eso desnuda. Sin importar lo que estaba ocurriendo siempre sería consciente de que no tenía ropa.

—No recuerdo lo que estaba soñando —dije. Levante una mano parta secar la humedad a lo largo de mi mejilla.

—Sabes salada de tanto llorar —dijo.

La cama se movió, y Zane se asomó por mi otro hombro.

—¿Puedo lamer la otra mejilla?

Me hizo reír, y era casi un milagro que lo hiciera, casi. Me senté y al instante me arrepentí. Todo mi cuerpo se sentía rígido y magullado, dolorido, como si hubiera sido golpeada. Diablos, me había sentido mejor después de algunos de los golpes que había recibido en los últimos años. Abracé la manta contra mí, en parte para cubrir mi desnudez, en parte porque tenía frío.

Me apoyé en el cabecero de la cama, con el ceño fruncido.

—Tú dijiste una pesadilla ¿Qué hora es?

—Cerca de las cinco —dijo Cherry—. Podría decir un mal sueño, si tú quieres, pero de cualquier manera, tú estabas… —ella vaciló—… lloriqueando en tu sueño.

Abracé la manta más apretada.

—No me acuerdo.

Se sentó, acariciando mi rodilla por debajo de la manta.

—¿Tienes hambre?

Sacudí la cabeza.

Ella y Zane intercambiaron una de esas miradas que decían cuán preocupados por ti estaba la gente. Me dio rabia.

—Mira, estoy bien.

Ambos me miraron.

Fruncí el ceño hacía ellos.

—Voy a estar bien, de acuerdo.

No parecían muy convencidos.

—Tengo que vestirme.

Ambos simplemente se quedaron mirándome fijamente.

—Lo que significa que salgáis y me deis un poco de espacio. —Intercambiaron otra de esas miradas que me molestaban, pero con un gesto de Cherry, ambos se levantaron de la cama y se dirigieron hacia la puerta—. Pónganse algo de ropa —dije.

—Si te hace sentirte mejor —dijo Cherry.

—Lo hará —dije.

Zane hizo una pequeña reverencia.

—Tus deseos son órdenes.

Lo que en realidad estaba bastante cerca de la verdad, pero lo dejé pasar. Cuando se fueron, cogí algo de ropa, algunas armas y me fui hacía el cuarto de baño sin ver a nadie. Habría dicho que Cherry se había asegurado de que tuviera libre el cuarto de baño. Ellos me daban prioridad, pero esta mañana, o esta tarde, no me importaba suficiente como para quejarme.

Fui tan rápida en el cuarto de baño como pude, y por alguna razón no me gustó mirarme en el espejo. Estaba tratando de no pensar, y al ver mis ojos mirándome como los de una víctima de un accidente me hacía difícil no pensar en eso cuando parecía tan pálida y conmocionada.

Me puse mi ropa interior negra y siempre a juego con el sujetador. Estaba llegando al punto en el que ya no tenía ni un sujetador blanco. Culpa de Jean-Claude. Calcetines negros deportivos, jeans negros, camisa negra, la pistolera del hombro, con la Browning, la Firestar en la pistolera al frente casi no se veía contra la camisa. Agregué las fundas de las muñecas y dos cuchillos de plata. No necesitaba tanta potencia de fuego para andar por la casa, especialmente con tantos cambiaformas corriendo de aquí para allá, pero me sentía intranquila, como si mi mundo fuera hoy menos sólido que ayer. Siempre había pensado que Richard y yo encontraríamos una solución. No estaba segura de cual, pero alguna. Ahora, ya no creía eso. No nos iba a funcionar nada. Nosotros no íbamos a ser nada, lo mínimo para el uno y el otro. No estaba segura de que la invitación de ser
Bolverk
estuviera todavía sobre la mesa. Lo esperaba. Lo podría perder como mi amante, pero no podía dejar que mandara toda la manada a la basura.

Si él no cooperaba, no estaba segura de cómo pararlo, pero eso era un problema para otro día. Hoy mi objetivo era sobrevivir para pasar el día. Apreté mis armas a mí alrededor como si fueran objetos consoladores. Si hubiese estado sola en casa, o solo con Nathaniel, habría cogido a Sigmund, mi pingüino de peluche, llevándolo conmigo. Eso era lo que indicaba lo malo que un día podía ser.

En un momento me vi en el espejo de mi dormitorio, donde me detuve y sonreí. Parecía vestida como un asesino chic. Me burlaba de algunos de mis amigos asesinos o cazadores de recompensas sobre ser un asesino elegante, pero a veces tienes que ir con los estereotipos. Además, parecían más grandes de negro. El negro sobre negro hacía mi piel casi transparente, como si brillara. Mis ojos parecían maravillosamente oscuros. Parecía casi etérea, como un ángel sin alas, en un mal día. Bien, tal vez un ángel caído, pero el efecto era todavía sorprendente. Había aprendido hace tiempo que si no te sientes amada por el hombre de tu vida, la mejor venganza era lucir bien. Si realmente hubiera querido seguir la estrategia por completo, me habría puesto maquillaje. Estaba todavía de vacaciones. No usaba maquillaje en vacaciones.

Había una multitud en la cocina. La orden de que todos se vistieran había sido tomada en serio. Cherry llevaba unos shorts cortados y una camiseta de hombre blanca con las mangas arrancadas, de modo que pequeños hilos decoraban los agujeros de sus brazos. Se había atado los extremos de la camiseta sobre su estómago mientras se mostraba alrededor de la cocina. Zane la seguía con su mirada cada vez que se movía. No estaba segura de lo que Cherry sentía por él, pero Zane estaba empezando a actuar como un hombre enamorado, lujurioso, o al menos algo distinto. Se sentaba a la mesa con unos pantalones de cuero que se había quitado la noche anterior, haciendo caso omiso del café y mirando a Cherry.

Caleb se apoyaba en el mostrador con unos jeans, con el primer botón desabrochado de modo que el anillo de su ombligo se veía. Dio un sorbo de café y observó a Zane y a Cherry con una extraña mirada en su rostro. No la podía descifrar, pero no me gustaba, como si estuviera pensando en que hacer para crear problemas entre ellos dos. Caleb me impresionaba por cómo le gustaba crear problemas.

Nathaniel estaba sentado a la mesa, su largo pelo recogido en una trenza que caía por la espalda, el pecho desnudo, pero sin comprobarlo sabía que llevaría pantalones. Él me conocía lo suficiente como para saber que me gustaba que mis invitados estuvieran vestidos.

Igor y Claudia se pararon en cuanto entré en la habitación. Sus tatuajes eran todavía más impresionantes a plena luz del día. Adornaban sus brazos, y lo que podía ver de su pecho a través de la camiseta blanca, y los lados de su cuello, como joyas líquidas, brillantes y llamativas. Incluso desde la distancia eran hermosos contra su pálida piel.

No era mucho de tatuajes, pero no podía imaginarme a Igor sin ellos. Él llevaba una pistolera en el hombro. La glock se asentaba bajo el brazo, una mancha negra contra los bonitos colores, como una imperfección en un Picasso.

Claudia se miraba positivamente ordinaria junto a él, si es que una mujer que medía cerca de siete pies y más musculosa que la mayoría de los hombres podía ser ordinaria.

El arma en la parte baja de la espalda era casi tan notable como la de Igor. Su cabello negro estaba recogido en una apretada cola de caballo, dejando su cara limpia y vacía, despejando los ojos. Claudia tenía ojos de policía, o los ojos de un mal hombre, ojos que no te dejaban ver lo que hay dentro. No conocía a muchas mujeres con ojos como esos, que no fueran policías. Si su rostro hubiese sido un poco más suave, habría sido hermoso. Pero había algo en el conjunto de su mandíbula, la forma en la que ponía la boca, que decía,
de la vuelta, no tocar
. Era algo que hubiera cambiado de ella.

Los dos ocuparon sus cuerpos, a ambos lados y un poco detrás de mí. Hubiera protestado, pero había descubierto la noche anterior que no servía de mucho. Ellos acataban órdenes de Rafael, no de mí. Él había dicho: —Mantenerla a salvo—, y eso es lo que iban a hacer. Estaba demasiado… maldita sea, era un derroche de energía decirles que se alejaran. Podría seguir por ese camino si me hacía sentir mejor. Esta tarde, no me importaba.

Merle estaba parado en la esquina de los armarios, lo suficiente cerca de la cafetera que Igor llenaba mientras servía un café. No sabía si había hecho una cafetera nueva, y no me importaba, solo la vista y el olfato me hacían sentir mejor.

Merle llevaba botas de cowboy, vaqueros y chaqueta vaquera sobre su pecho desnudo.

Estaba tomando café en una de las pocas tazas simples que tenía. La cicatriz de su pecho estaba muy blanca, harapienta, como si hubiese sido la parte más profunda de la herida. Se veía como un rayo tallado en el pecho y el estómago. Quería preguntarle que le había pasado, pero había una mirada en su cara mientras miraba la cocina, que me decía que él no me lo iba a decir, y él definitivamente lo vería como una intromisión. No era asunto mío de todos modos.

Las sillas vacías que quedaban en la mesa estaban de espaldas a la ventana y a la puerta corredera de cristal. Odiaba estar sentada de espaldas a una ventana o una puerta, en particular a la puerta. Nathaniel le tocó el brazo a Zane. Me miró y se levantó, con la taza de café y todo, y dio la vuelta a la silla contra la puerta. Cherry se sentó junto a él, en la silla que había sido de Claudia, y la giró para tener a la vista ambas puertas.

Cherry movió su silla más cerca de Zane, dando la espalda a todo ese cristal. Hubo un día en el que yo no tenía tanto cuidado, especialmente en casa, pero hoy era uno de mis días paranoide. La inseguridad tenía un efecto en mí, aunque fuera inseguridad emocional.

Claudia se sentó junto a mí. Igor se apoyó en la isleta detrás de mí, manteniendo un ojo en Merle, creo. Me parecía que no se gustaban.

Tomé el primer sorbo de café, caliente, negro, dejando que el calor me llenara por unos segundos, antes de preguntar.

—¿Dónde está Gregory?

—Stephen y Vivian lo llevaron a su apartamento —dijo Cherry.

—¿Pero él está bien? —pregunté.

Ella asintió con la cabeza, sonriendo con esa sonrisa que la hacía parecer más joven de lo que era.

—Está curado, Anita. Tú lo sanaste.

—Llamé a su bestia, yo no lo salve.

Ella se encogió de hombros.

—Es lo mismo.

Negué con la cabeza.

—No, yo no podía curar la otra noche.

Ella frunció el ceño, e incluso parecía bonita. Ella zumbaba hoy, brillando. Miré a Zane, que todavía la miraba. Quizás era amor para ambos. Algo había puesto ese brillo en sus ojos.

—Por el amor de Dios, Anita, lo salvaste. ¿Realmente importa como lo hiciste?

Era mi turno para encogerme de hombros.

—Simplemente no me gusta el hecho de que el Munin de Raina parece estar interfiriendo más y más cuando intento curar.

Sonó el timbre y salte como si hubiera sido disparada. Nerviosa. ¿Quién yo?

—He pedido algo para comer —dijo Nathaniel.

Le miré.

—Dime que es comida china.

El asintió, sonriendo, creo que con expresión de satisfacción. Habíamos descubierto que ningún restaurante chino entregaba a domicilio tan lejos, pero si el pedido era muy grande, realmente grande, ellos harían una excepción con nosotros. Nathaniel se levantó, pero Caleb se apartó de la puerta.

—La recogeré yo. Parece que no se me necesita para nada. —Él puso su taza en la isleta y se abrió paso entre nosotros para desaparecer hacía el salón.

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