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Authors: Laurell K. Hamilton

Tags: #Fantástico, #Erótico

Narcissus in Chains (73 page)

BOOK: Narcissus in Chains
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—No tengo más preguntas. Anita. Te puedes ir.

Me detuve en la puerta, me volví hacía él. Todavía estaba claro, di la vuelta y me pregunté si estaría llorando. Podría haber olido el aire y usar mis sentidos recién descubiertos de leopardo para responder a mí pregunta, pero no lo hice. Lo respetaba. Abrí la puerta y la cerré detrás de mí en silencio, dejándolo con su dolor y su ira. Dolph si lloraba o no, era asunto suyo, no mío.

CUARENTA Y DOS

Cuando el último policía se alejó, cuando la última ambulancia se fue, el silencioso verano se apoderó de la casa. La cocina era un desastre. Cristales rotos en el suelo, la sangre secándose en charcos negro-rojo en la madera pulida. Nunca podría sacar toda la sangre de las grietas de la madera. Estaría allí siempre, un recordatorio de que el poder de fuego superior había prevalecido, pero no sin un costo.

Iba a tener que llamar a Rafael y decirle donde había llevado a su hombre muerto y a su mujer herida. Tenía que admitir que había sido una buena cosa tenerlos cerca. Los dos cañones extra habían hecho la diferencia. Si hubiera sido la única armada, las cosas podrían haber ido de otra manera. Bueno, podría estar muerta.

Un ruido detrás de mí, me hizo girarme. Nathaniel estaba en la puerta con un recogedor, una escoba y un pequeño cubo.

—Pensé en limpiar esto.

Asentí, con mi corazón demasiado apretado en la garganta como para hablar. No lo había oído llegar detrás de mí. Él estaba solo en la puerta, no demasiado cerca, pero lo suficientemente cerca si hubiese sido un mal tipo con una pistola.

Había estado totalmente en calma. No me había venido abajo cuando la policía estaba aquí, pero de pronto estaba temblando, un leve temblor. Una maldita reacción tardía, del carajo.

Nathaniel puso el recogedor y el cubo sobre la mesa, apoyo la escoba contra una silla y caminó lentamente hacia mí. El me miró a la cara, con sus ojos color lila.

—¿Estás bien?

Empecé a abrir la boca para mentir, pero un pequeño sonido salió de mis labios entreabiertos, casi un gemido. Cerré la boca apretada para que los sonidos parasen, pero el temblor empeoró. Si eras demasiado obstinado para no llorar, entonces tu cuerpo encuentra maneras para que salga.

Nathaniel me tocó el hombro, superficialmente, como si no estuviera seguro de ser bienvenido. Por alguna razón hizo que mis ojos ardiesen, que se me oprimiera el pecho. Apreté mis brazos alrededor de mi cuerpo, como si manteniéndome apretada pudiera contener las lágrimas en mi interior. Empezó a acercarse, empezó a abrazarme. Me aparté, porque sabía que si me tocaba lloraría. Ya había llorado una vez hoy, eso era todo lo que estaba permitido. Diablos, si llorara cada vez que alguien me intentara matar, me habría ahogado en lágrimas.

Nathaniel suspiró.

—Si tú me encontrases como tú ahora, me abrazarías, me harías sentir mejor. Déjame hacer lo mismo por ti.

Mi voz salió estrangulada.

—Me vine ya abajo una vez en el día de hoy. Una vez es suficiente.

Me agarró por el brazo. Me lo hubiera esperado de cualquiera, pero no de Nathaniel.

Pensaba en él como seguro. Sus dedos apretaban mi brazo, no lo suficiente como para herirme, pero lo suficiente para hacerme saber que era grave. Dejé de temblar, como si hubiese tocado un interruptor. Estaba concentrada, ni siquiera cerca de las lágrimas.

El me sacudió el brazo, con la fuerza suficiente como para girarme.

—Sé que no me dejarías abrazarte. Yo sabía eso —el apretó mi brazo un poco más duro—, pero ayudaría.

—¡Suéltame, Nathaniel, ahora! —Mi voz era baja y cuidadosa, ronroneando de ira.

Nathaniel nunca había puesto sus manos en mí antes de un modo violento. Debajo de la ira había tristeza. Se suponía que era seguro, y ahora no lo era. Se estaba convirtiendo en una persona, no en un desastre sumiso, y no había pensado hasta este momento en que no me gustaría del todo en lo que se convertiría Nathaniel.

Sentí el movimiento, como si el aire hubiera cambiado de curso, justo antes de que Micah entrara por la puerta de la cocina. Tenía el pelo mojado de la ducha, peinado hacia atrás y me daba por primera vez una visión real de su rostro, sin los rizos para distraerme.

Su rostro era tan delicado como el resto de él. Sus rizos largos sólo lo hacían parecer más delicado, pero era su estructura ósea, sólo era él. Si tú puedes ignorar sus amplios hombros, bajando por su cintura, la línea recta de sus caderas, casi se podría decir que era una niña. Realmente no era más femenino que Jean-Claude, pero era de huesos delicados, más ligeros. Era más fácil parecer masculino cuando medias seis pies de alto que cinco pies con cinco. Sólo una cosa arruinaba la delicadeza de su rostro. Su nariz no estaba del todo perfectamente recta, como si se la hubieran partido alguna vez y no hubiera curado del todo bien. Debería haber arruinado la perfección de su rostro, pero no era así. Era, como sus ojos, algo exclusivo de Micah, lo cual lo hacía más interesante, pero no menos atractivo. Tal vez ya había tenido mi cupo de hombres perfectos.

Se había puesto una enorme camiseta de chándal. La camiseta se le pegaba a la mitad del muslo, ocultando su cuerpo más que mostrándolo, pero aún cubierto, era muy consciente de él. Consiente de él de una manera como era consciente de Richard y Jean-Claude. Siempre había asumido que era amor mezclado con lujuria, pero no sabía lo suficiente de Micah como para amarlo. O sentía la pura lujuria como amor, o había más de un tipo de amor. Era algo confuso para mí.

—¿Qué pasa? —preguntó.

Nathaniel volvió a su escoba, cubo y recogedor. Los recogió y comenzó a barrer el suelo, haciendo caso omiso de nosotros.

—Nada. ¿Qué pasa?

El me frunció el ceño.

—Vosotros dos estáis molestos.

Me encogió de hombros.

—Vamos a superarlo.

Cerró la distancia entre nosotros, pero el movimiento fue demasiado repentino después de que Nathaniel me agarrara del brazo, por lo que me alejé.

Micah se detuvo, me miró, claramente desconcertado.

—¿Qué pasa? No te veías asustada cuando había disparos.

Mire a Nathaniel, que estaba de rodillas, recogiendo el cristal con el recogedor. El estudiadamente evitaba mirarme, mirarnos.

—Tuvimos un desacuerdo.

Nathaniel se puso rígido, todo su cuerpo reaccionando a lo que había dicho. Se volvió lentamente hasta que me miró con esos ojos color lila.

—Eso no es justo, Anita. Nunca estuve en desacuerdo contigo.

Suspiré, no porque no tuviera razón, pero si a causa del dolor en sus ojos. Me acerqué a él, manteniendo el equilibrio en los talones, porque no me atrevía a arrodillarme sobre el cristal. Le toqué el hombro desnudo, el lado de su cara.

—Lo siento Nathaniel. Me tomaste desprevenida.

—¿Por qué no me dejas entrar, Anita? ¿Por qué? Sé que quieres.

Le toque la espalda, donde las marcas de mordedura casi habían sanado, sólo eran círculos de un rojo tenue.

—No permito a nadie entrar sin una lucha, Nathaniel. Tú deberías saber eso.

—No todo tiene que ser una lucha —dijo. Sus ojos eran muy amplios, brillantes.

—Para mí, sí.

Sacudió su cabeza, cerrando los ojos y las lágrimas corrían por sus mejillas. Lo ayudé a ponerse de pie, porque todavía estaba preocupada por los cristales. Cuando estuvimos de pie, puse mis brazos alrededor de él hasta que mi cara tocó la piel desnuda de su pecho, la boca apretada contra el hueco de su hombro, donde las clavículas estaban hacía dentro. Él puso sus brazos alrededor de mí, abrazándome. Su piel era tan cálida, tan suave. Tome una respiración profunda. Olía a vainilla, como siempre. Nunca había estado segura de sí era jabón, champú, colonia, o sólo era él. Aunque era algo salvaje y demasiado real, era olor de leopardo.

Sentí a Micah a mi espalda. Recibí una sensación de su cuerpo, como una línea de calor antes de que se apretara contra mí. Sus brazos me rodearon, tocando a Nathaniel. Micah hizo cuchara contra mi cuerpo, pero sus manos, sus brazos, exprimieron a Nathaniel contra nosotros, abrazándolo.

Nathaniel suspiro tembloroso. Un sonido profundo, sordo salió de la garganta de Micah, y me tomó un segundo darme cuenta de que estaba ronroneando, un ritmo profundo de alegría. El ronroneo vibró contra mi espalda. Nathaniel empezó a llorar, y me oí decir:

—Estamos aquí, Nathaniel, estamos aquí. —Estábamos ahí. Apretados contra la rica vainilla de la piel de Nathaniel, Micah ronroneaba contra mi cuerpo, sus cuerpos se sentían tan sólidos, realmente verdaderos, y lloré. Tenía a Nathaniel, Micah nos tenía, nosotros llorábamos y estábamos bien.

CUARENTA Y TRES

Alguien aclaro su garganta en voz alto desde la puerta. Parpadeé a través de las lágrimas y encontré en la puerta a Zane.

—Perdón por interrumpir, pero tenemos aquí un grupo.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Micah.

—El rey cisne, su corte cisne, y al menos un representante de cada were animal de la ciudad, en la medida en lo que puedo decir.

Nathaniel y Micah se apartaron de mí. Todos nos frotamos la cara, incluso Micah había llorado. No estaba segura de por qué, tal vez sólo era un individuo del tipo emocional.

—¿Qué quieren? —pregunté.

—Verte a ti, Anita.

—¿Por qué?

Zane se encogió de hombros.

—El rey cisne no habla con nosotros los lacayos. Insiste en hablar con Anita, y su Nimir-Raj, si le place.

Micah y yo intercambiamos una mirada. Los dos parecíamos tan desconcertados como nos sentíamos.

—Dile a Reece que necesito un poco más de información antes de conceder una entrevista. Estoy un poco preocupada.

Zane sonrió ampliamente como para enseñar la parte superior e inferior de sus colmillos de gato.

—Nosotros le negamos la entrada hasta que le diga a los plebeyos lo que quiere. Me gusta, pero no lo hará.

Suspiré.

—No quiero iniciar una lucha sólo por que aparezca sin llamar. Mierda.

Empecé a caminar, pero Micah cogió mi mano cuando pasaba. Me di la vuelta para mirarlo.

—¿Puede tu Nimir-Raj acompañarte?

Sonreí, en parte porque él lo había pedido, en lugar de haberlo supuesto, y en parte porque su mirada me hizo sonreír. Le apreté la mano, y su mano se cerró en torno a la mía, presionándolas contra mi espalda. Lo que quise decir era: Me encantaría la compañía. Lo que dije fue:

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