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Authors: Laurell K. Hamilton

Tags: #Fantástico, #Erótico

Narcissus in Chains (74 page)

BOOK: Narcissus in Chains
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—Claro.

Sonrió y por primera vez no era ninguna mezcla, era sólo una sonrisa. Levantó mi mano a sus labios y apretó su boca contra los nudillos. Ese gesto me recordó a Jean-Claude. ¿Cómo sería tener a Micah y Jean-Claude en el mismo cuarto al mismo tiempo?

Micah frunció el ceño.

—No te ves feliz. ¿Hice algo mal? —Sacudí la cabeza, apreté su mano y lo conduje a la sala de estar. Me volvió hacía él—. No, estabas pensando en algo que te molesto. ¿Qué era?

Suspiré.

—¿La verdad?

Asintió con la cabeza.

—La verdad.

—Sólo me preguntaba lo incomodó que va a ser cuando tú y yo estemos en la misma habitación con Jean-Claude.

Se puso a mi lado, atrayéndome contra él. Puse una mano en medio para mantener nuestros cuerpos sin que se tocaran por completo, y encontré los latidos de su corazón contra la palma de mi mano. Incluso a través de la camisa de algodón, podía sentir el pulso de su cuerpo, como si su corazón estuviera desnudo en mi mano. Tuve que levantar la cabeza un poco para mirar a la profundidad de sus ojos verde-oro.

Su voz salió un poco entrecortada.

—Te lo dije, quiero ser tu Nimir-Raj, sea como sea, haciendo lo que sea necesario.

Mi propia voz no estaba haciéndolo mucho mejor que la suya.

—¿Incluso si eso significa compartirme con alguien más?

—Yo sabía en qué me metía.

Sentí un ceño fruncido formándose entre mis ojos.

—¿Sabes lo que dicen a cerca de las cosas que son demasiado buenas para ser verdad?

Tocó con la punta de sus dedos mi cara y se inclinó hacia mí, hablando en voz baja mientras se movía.

—¿Soy demasiado bueno para ser verdad, Anita? —susurró sobre mis labios, y nos besamos. Suave, lento, húmedo. Su corazón latía muy rápido contra mi mano, mi pulso estaba en mi garganta y creo que se me había olvidado respirar.

Se apartó en primer lugar. Estaba sin aliento y un poco desorientada. Había una expresión de alegría en su cara, creo que con el mismo efecto que había tenido el beso en mí.

Me llevó dos intentos para encontrar mi voz.

—Demasiado bueno para ser verdad, ¡oh, definitivamente sí!

Entonces se rió y no estaba segura de haberlo oído reír antes. Era un buen sonido.

—No puedo decirte lo mucho que significa esa mirada en tus ojos.

—¿Qué ves?

Sonrió, y de repente fue una sonrisa masculina, orgullosa, satisfecho de sí mismo y algo más, casi avergonzado. Me tocó la cara.

—Amo la manera en que me miras.

Me hizo bajar los ojos y me sonrojé, aunque no pensaba que la maldita cosa fuera sexual.

Se rió de nuevo, una explosión de sonido que me sorprendió por toda la alegría. Se soltó riendo como los niños se ríen antes de aprender a ocultar lo que sienten. Me cogió de la cintura, me levantó y me hizo girar fuera de la cocina.

Le hubiera dicho que me dejara, pero me estaba riendo demasiado fuerte.

—No me gusta interrumpir —dijo Donovan Reece, el rey cisne, desde la puerta—, pero yo les dije que nos ayudarían. —Frunció el ceño para nosotros, su piel pálida, no mostraba casi arrugas, como si la piel estuviera como el agua cuando uno la altera nadando. Había decidido obviamente no esperar fuera.

Le pregunté, manteniéndome aún entre los brazos de Micah.

—¿Ayudar a qué?

Se encogió de hombros.

—Nada importante, sólo a encontrar algunos Alfas y tratar de convencer a la Kadru de los werecobras que su Kashyapa, su compañero, no está muerto, sólo está perdido. El problema es —dijo Reece—, que creo que tiene razón. Pienso que él está muerto.

Micah me permitió deslizarme hasta el suelo. Me pregunté si mi cara se veía tan sombría como la suya. Marianne me dice que el universo/Dios me ama y quiere que yo sea feliz. Así que, ¿Por qué es que cada vez que soy un poco feliz todo el infierno se desata? El mensaje estaba claro y no era acerca del amor.

CUARENTA Y CUATRO

Donovan Reece se había acurrucado en el final de mi sofá blanco. Vestía jeans azules descoloridos que estaban casi blancos. Su camisa era rosa pálido y sacaba los destellos naturales rosa y azul de su piel traslucida. Era hermoso, pero no de la forma en la que un hombre o una mujer es bella, en la forma en la que una estatua o una pintura es hermosa, como si no fuera real. Tal vez era porque sabía que tenía plumas de cisne bebé sobre su pecho, pero de todas las personas de la habitación él parecía el más surrealista.

Una mujer alta con el pelo casi blanco se sentaba en el brazo del sofá al lado de él. Llevaba pantalones de cuero negro, una blusa suelta de color rosa a juego con la camisa de él, o casi. No estaba segura de sí habría recordado a la mujer sin las otras dos que se arrodillaron a sus pies. Una tenía el pelo rubio suave que emparejaba con su vestido de verano. La de pelo moreno que le caía como una cortina alrededor de un vestido azul marino con margaritas blancas diminutas por todas partes. Las swanmanes que habíamos salvado del club me miraban con ojos casi temerosos.

Sólo conocía a una persona a parte del rey cisne y su sequito. Había conocido a Christine por primera vez en el Café Lunático cuando seguía siendo propiedad de Raina y Marcus, su Ulfric, mientras estaba tratando de controlar todos los were animales de la ciudad y hacerse el alfa supremo, aunque todos los demás estuvieran de acuerdo o no. El pelo de Christine era rubio, corto, profesional. Estaba vestida con un traje azul marino. Su camisa era azul pálida, parcialmente desabrochada, como si hubiera desabotonado un botón, aunque no creo que ella lo hiciera. Ella estaba sentada al otro extremo del sofá donde estaba Donovan. Casi todos los demás vestían casual.

Había un montón de zapatos cerca de mi puerta.

—Hola, Christine, ha pasado mucho tiempo —dije.

Ella me miró y no era una mirada amistosa.

—Estoy impresionada de que recuerdes mi nombre.

—Tiendo a recordar a la gente que me encuentro en situaciones estresantes.

Tuve una leve sonrisa de ella.

—Bueno, no parece que nos encontremos en situaciones agradables —dijo.

Entonces Donovan se hizo cargo, me presentó al hombre y la mujer sentados entre ellos. Ambos eran de tez oscura. Su estructura ósea era de la media de los Estados Unidos, nada especial, pero sus ojos eran demasiados grandes, demasiado oscuros, el pelo negro de verdad. Había algo exótico de Europa que simplemente no cuadraba. También se veían sorprendentemente parecidos, como una versión masculina y femenina de otro. Eran Ethan y Olivia MacNair, respectivamente.

El hombre en la silla blanca era voluminoso, no musculoso, o gordo, solo grande. Tenía una barba que jamás había visto. Cabello grueso cubría la mayor parte de su rostro y su cuello. Fue presentado como Boone, y en el momento que volvió sus pequeños ojos hacía mí, supe que era algo que me comería si pudiese. No, lobo, no gato, pero algo con dientes.

Su voz era un ruido bajo, tan bajo que casi dolía oírlo.

—Sra. Blake.

Yo asentí.

—Sr. Boone.

Sacudió la cabeza, la oscura barba rozando atrás y adelante contra su camisa blanca.

—Solo Boone, no señor.

Nathaniel, Zane y Cherry trajeron sillas de la cocina para que las últimas cuatro personas pudieran sentarse. Dos hombres y dos mujeres. Uno de los hombres era delgado, con el cabello rojo dorado y extrañamente inclinado hacia arriba, con los ojos verdes. Se sentó en el suelo tratando de protegerse contra el lado del sofá como si se estuviera escondiendo.

—Él es Gilbert —dijo Donovan.

—Gil —dijo él con una voz casi demasiado suave como para escucharla.

La mujer era alta, de casi seis pies, ancha de hombros, de aspecto fuerte. Tenía el pelo marrón, veteado de gris, el cual apartaba de la cara con una cola de caballo floja. Su rostro estaba desnudo de maquillaje. Me ofreció la mano, y me dio uno de los mejores apretones de manos que había tenido de una mujer. Sus ojos castaños estaban profundamente preocupados, cuando ella dijo.

—Soy Janet Talbot. Es bueno que nos recibas por una noticia tan pequeña.

—No he venido aquí para hablar de cosas pequeñas. —Esto lo dijo la mujer que estaba de pie al otro lado de la habitación, cerca del ventanal. Estaba mirando a través de los estores cerrados, las manos aferradas a sus codos, mostrando su tensión a lo largo de su columna recta, cuando se volvió hacía la habitación. Pude ver donde Ethan y Olivia habían conseguido su piel oscura y su mirada exótica. Nilisha MacNair era más o menos de mi tamaño, pero aún más delicada, de modo que parecía más pequeña. Un hombre podría pensar en palabras como, pajarillo, o gatita, hasta que miraba sus ojos. Una vez que mirabas sus ojos oscuros, sabías algo más. Los ojos te decían que el envoltorio era una mentira. Ella era el infierno sobre ruedas y lo utilizaba para salirse con la suya.

Un hombre estaba cerca de ella, pero no demasiado cerca. Era tan alto, tan rubio, tan pálido, como ella era pequeña, con pelo negro y morena. También era musculoso de la forma que la naturaleza te hace. Tenía los hombros anchos, cintura estrecha, las manos suficiente grandes para coger tu cabeza en una, sin embargo, claramente tenía miedo de ella. Oh, él era el guardaespaldas, pero había también temor real.

Merle estaba apoyado por casualidad cerca del hombre grande y rubio. No sabía dónde estaba Caleb y no me importaba.

—Soy la Kadra, y el Kashyapa, que está muerto es mi marido. —Nilisha MacNair suspiró repentinamente, luego recuperó el control como si empujara una montaña hacía abajo.

—Era mi marido.

—Mi padre no está muerto —dijo Olivia—. No te dejaré matarlo para darte por vencida.

Su hermano Ethan, le tocó el brazo, como si tratara de calmarla y decirle que se callara. Ella lo ignoró.

Pero el daño estaba hecho, la lucha estaba en marcha.

—¿Cómo te atreves? ¿Cómo te atreves a decir que yo lo mataría? Me limito a enfrentar la verdad.

Olivia se puso de pie, agitando la mano de su hermano.

—Tú simplemente no puedes soportar el hecho de que él estaba con otra mujer cuando sucedió.

La lucha fue cuesta abajo desde allí. Al parecer Henry MacNair, patriarca del clan, había estado dejando a su amante en casa, una joven werecobra, cuando alguien lo raptó. No se encontró ningún cuerpo, pero si una gran cantidad de sangre. Había señales de lucha, un coche abollado, un árbol roto. Cuando los were animales luchan, luchan de verdad.

Miré a través de la habitación hacía Donovan. Los había traído a mi casa, después de todo. Se encogió de hombros. Básicamente, él no sabía tampoco que hacer.

Tuve una visión de echar agua sobre sus cabezas, pero decidí que podría funcionar mejor que todos saliéramos de la habitación. Hice señas a los demás hacía la cocina, y todos ellos salieron en tropel. Cuando el último de nosotros salió de la habitación los gritos empezaron a apaciguarse. Entonces se oyó la voz de Nilisha.

—¿Dónde vais todos vosotros?

Janet Talbot habló por todos nosotros.

—A algún lugar más tranquilo.

No podía ver los rostros de las mujeres, pero casi podía oler la vergüenza en el aire. No era la capacidad were animal, solo una buena suposición.

—Por favor —dijo Olivia—, por favor, pido disculpas. Por favor, vuelvan.

Todos empezamos a volver a la habitación. Nilisha tomo una silla con el guardaespaldas rubio situado detrás de ella.

—Estamos todos muy preocupados por mi marido.

—¿Preocupada por él, mamá? —dijo Olivia.

La mujer asintió y sonrió.

—Sí, preocupada.

—No está muerto —dijo la muchacha.

—Si tú puedes tener esperanza, yo también puedo.

Se sonrieron la una a la otra como espejos brillantes, por lo tanto, una reflejada en la otra. Ethan pareció aliviado, pero no sonrió.

—Muy bien, además de Henry MacNair. ¿Quién más falta?

—Mi hijo, Andy —dijo Janet Talbot. Ella me entregó una foto de un hombre joven con el pelo castaño, corto, pero sus facciones eran más suaves que las de ella. Él era guapo, cercano a la hermosura—. Se parece a su padre —dijo ella, como si los extraños hubieran comentado antes sobre la falta de parecido. No había dicho absolutamente nada.

—Nuestra Ursa —dijo Boone—. No creí que tuviera que traer una foto.

—¿Ursa? Oso, ¿tu reina? —pregunté.

Asintió con la cabeza.

—Ella se fue a recoger algunas cosas a la tienda y nunca regresó. No hay signos de lucha cuando paso.

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