Naufragio (21 page)

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Authors: Charles Logan

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Naufragio
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Ahora se dio cuenta cabal de estar respirando una atmósfera extraña. Lo hacía con cuidado y analizaba su experiencia con serenidad, por si notara alguna diferencia en la respiración. Era difícil pensar claramente con ese clamor en los oídos, con el agua agitándose a su alrededor y la espuma golpeándole la cara. Tendría que alejarse de todo ello; no lo aguantaba. Tembloroso y con el casco aún colgando, gateó hacia atrás siguiendo la roca hasta encontrarse a unos dos metros por encima del agua en una zona lisa del saliente rocoso. Allí se sentó, respiró profundamente una y otra vez, y se puso de nuevo el casco. Lo hizo casi sin pensar, y sintió un alivio inmediato al notar que el ruido desaparecía y los ojos y la cara ya no le escocían. Era como entrar en una habitación y cerrar la puerta.

Bueno: ya estaba hecho. En realidad había respirado esa sustancia y se había empapado de agua. Ya no podía hacer nada para evitar la contaminación de la nave, y la situación ya no sería nunca la misma. El mareo había desaparecido por completo, asustado por su bautismo traumático en la punta de las rocas.

Se preguntaba si las criaturas marinas le habrían visto mareado. Se puso en pie trabajosamente y miró el mar hirviente. Al mirar hacia abajo se sintió lanzado hacia él y tuvo que vencer el vértigo para recobrar el equilibrio. El mar era algo terriblemente peligroso, peor aún que el espacio. Miró más a lo lejos, hacia el horizonte lleno de olas, y de pronto un movimiento y un chapoteo debajo mismo de la roca le hicieron avanzar apoyado en las manos y en las rodillas para mirar por encima del borde.

La criatura marina estaba de pie en el agua mirando hacia arriba en dirección a él. La cola estaba bajo el agua y no se divisaba; la mitad del cuerpo estaba en pie, en posición vertical, fuera del agua, y lo miraba fijamente a los ojos. Durante unos momentos, hombre y extraño se miraron el uno al otro, con los ojos fijos. Con toda certeza Tansis sabía que se encontraba en presencia de una persona, no de una bestia.

Sus ojos eran blancos y las pupilas grandes y de color morado, que pestañeaban y cambiaban de tamaño continuamente. Después de un rato, Tansis quedó sorprendido al ver que las dos pupilas titilaban cada una de un modo distinto. Mientras la pupila derecha cambiaba rápidamente, la izquierda permanecía dilatada durante largos períodos.

Tenía la sensación de que debía decir algo, pero notó que tenía trabada la lengua. ¿Qué se debe decir en esas ocasiones históricas?

El encuentro de dos razas sensibles debía de ser un acontecimiento raro en la historia de una galaxia, y no digamos en la de un planeta. Sólo podía recordar el primer alunizaje, hacía siglo y medio, cuando el lenguaje era mucho más artístico. Tansis dijo:

—Soy de la Tierra y vengo en son de paz.

Y se arrodilló poniendo sus manos delante de él. La criatura marina no hizo ninguna señal de haberle oído, pero continuó observándolo con sus pupilas fluctuantes.

Tansis se preguntaba qué debería añadir. Señalándose con la mano, dijo:

—Tansis. Soy Tansis —y luego sonrió e inclinó la cabeza.

La criatura marina no podía inclinar la cabeza: eso era evidente, pues no tenía cabeza independiente del cuerpo, pero sacudió la parte superior de éste. «Esto debe de ser algún tipo de respuesta», pensó Tansis. Supuso que la criatura no podría hablar ni sonreír —su cara era como una taza cóncava con una boca redonda en la parte inferior del cuenco y dos grandes ojos a treinta centímetros de distancia en el cuadrante superior de la circunferencia—, así que tal vez la sacudida de la parte superior del cuerpo fuera un método de comunicación entre diferentes miembros de la especie.

Se preguntaba si tendría algún sentido del oído, y si debería hacer algún ruido considerable para comprobar su hipótesis. Respiró a fondo y gritó lo más fuerte que pudo. El ruido casi le ensordeció, y al momento se dio cuenta de que llevaba puesto el casco y que había estado malgastando el tiempo hablando con la criatura.

Desenroscó el casco otra vez y se lo quitó, y quedó con la cabeza al descubierto, notando ese olor fresco y sintiendo en su rostro el viento. Le lloraban los ojos, pero pudo ver que la criatura sacudía todo el cuerpo; las dos pupilas se dilataron enormemente y luego parpadearon al unísono y con rapidez. Le había asustado. ¡ Seguramente nadie en este planeta se desenroscaba la cabeza!

Abrió los brazos de par en par y de nuevo la criatura se agitó y dio marcha atrás, observándolo a varios metros de distancia. Había cambiado de repente la cabeza, y luego la forma. Tansis se sintió mortificado. La estaba alejando a sustos.

Cayó de rodillas y gritó:

—Soy Tansis, y vengo en son de paz.

Lo repitió tres o cuatro veces mientras la criatura le observaba.

Luego la criatura se acercó más a la roca, hasta estar exactamente por debajo de Tansis, y siguió mirándole a los ojos. La pupila izquierda se dilató ampliamente, y mantuvo su tamaño mientras que la derecha se expandía y se contraía durante uno o dos segundos, repitiendo ese movimiento varias veces con un breve período de inmovilidad después de cada ciclo.

Tansis comprendió de repente lo que estaba pasando: se estaba comunicando con las pupilas. Estaba emocionado, pero a la vez confundido; ningún ser humano puede controlar voluntariamente la dilatación de sus pupilas. Es una de las pocas formas seguras de averiguar lo que un ser humano realmente piensa o siente.

A través de todo aquel encuentro el extraño no había emitido ningún sonido ni había dado ninguna señal de poder oír lo que Tansis le estaba diciendo. Tal vez emitiera sonidos que sólo pudieran oírse en el agua, que era un medio para la conducción de sonidos mucho mejor que el aire; pero de ser así, ¿cómo podría estar equipado para oír sonidos en el aire, si no vivía en él y si este mundo era un lugar tan silencioso, de todos modos?

Había una gran distancia entre los dos. Vivían en medios diferentes, utilizaban sentidos diferentes y se comunicaban con órganos diferentes. La criatura no podía hablar, y Tansis no podía dilatar las pupilas. ¿Cómo podrían incluso aprender a comunicarse?

Hubo una larga pausa mientras Tansis seguía de rodillas y la criatura marina se movía lentamente en el agua hacia atrás y luego hacia delante. Luego, de repente, la criatura dio media vuelta y se sumergió bajo la superficie; parecía mirar hacia afuera, hacia el mar. Tansis se puso en pie, y después de unos momentos vio que otra de aquellas criaturas avanzaba desde el extremo de la roca que daba al mar hacia su compañero. Tansis no pudo ver bien sus ojos, pero supuso que hablaban de él de aquel modo tan especial.

Se preguntaba cómo habría sabido la primera que la segunda llegaba, desde una distancia de cien metros, por lo menos. No había mirado hacia esa dirección, de modo que la habría oído, u olido, o habría sentido las vibraciones en el agua, o, ¿o qué? Precisamente entonces las dos giraron y miraron hacia el mar; minutos después otra criatura se les unió, les miró de cerca mientras le contaban las noticias, y luego examinó a Tansis con evidente alarma y excitación. Llegaron otras dos más a unirse a éstas, y luego otra, y Tansis se encontró como foco de atención de un grupo de seis.

En ese momento tenía el rostro entumecido por el viento húmedo y frío; le lloraban y le escocían los ojos y le dolían los oídos. No se atrevía a volver a ponerse el casco, por si acaso les asustaba. Hubo otra pausa mientras todas ellas se movían lentamente atrás y adelante, y Tansis permaneció allí, indeciso, intentando hallar desesperadamente algún método de comunicación. Se frotó la cara con los guantes aislados, haciéndola así aún más húmeda y más fría. Tendría que decidirse y volver a ponerse el casco. Ellos estaban en su ambiente y podían permanecer allí todo el día, pero él no, y había respirado demasiado aire extraño para ser la primera vez.

Hizo una inclinación profunda con la cabeza, les mostró las manos y luego fue hacia atrás hasta el centro de la roca, donde estaba fuera de su vista, y allí rápidamente se puso el casco. ¡Qué alivio! Subió la calefacción del interior, y respiró de nuevo aire caliente.

Todas las criaturas se habían movido hacia atrás para poderle ver de nuevo. Les saludó con el brazo y luego dio media vuelta y reanudó el camino de regreso siguiendo la roca hasta llegar a la costa. Le seguían y se movían lentamente en el agua a pocos metros de la tierra, conforme iba caminando hacia el lugar donde dejó la vagoneta.

Con ella a rastras ascendió la pendiente, mirando atrás de vez en cuando para saludar con el brazo; pero cuando estaba ya a un cuarto de camino hacia arriba las criaturas se habían ido. Creyó haberlas visto vagamente a lo lejos moviéndose hacia afuera de la bahía. Tal vez no podían ver a lo lejos en el aire, o estaba ya fuera de su campo de visión, o tal vez también le habían dicho adiós.

En la larga caminata de regreso a la nave sus sensaciones eran contradictorias. Había establecido contacto; eran definitivamente inteligentes; ahora disfrutaba de la compañía de otras personas, aunque fueran totalmente diferentes. Pero, ¿cómo podía conversar con ellas? ¿Tendrían alguna cultura según él entendía esa palabra? Si no, esto haría que el abismo entre ellos fuera aún más insalvable.

Luego estaba el otro problema, aún mayor: había respirado el aire y había acabado con su aislamiento. Realmente había dado el salto en el vacío. ¿Iría a morir? ¿Podría vivir con comodidad y con salud en una nave que no sería estéril una vez estuviera dentro? No podía hacer nada en este momento. Estaba en manos de los dioses.

Se dio prisa en recorrer los kilómetros que le quedaban, rumiando estos pensamientos, sin molestarse en descansar, indiferente al cansancio. No sabía si debería estar contento de haberse reunido con los extraños, y aliviado por haber tomado finalmente la gran decisión, o mortalmente asustado por las posibles consecuencias. Sentía a la vez aprensión y resignación, como alguien a punto de ser ejecutado. Como muchos otros antes que él, se preguntaba por qué tendría que ocurrirle precisamente a él, por qué no podía hacer que todo esto no ocurriera.

Para alcanzar la nave tenía que atravesar la franja de la capa de cintas que atravesaba la isla. Estaba indeciso: ¿podría quitarse el casco otra vez y olería un poco? Hoy había hecho tantas cosas que bien pudiera hacerlo todo. Se mantuvo en pie, vacilante, al borde de la capa de cintas, y luego decidió que no; fue al ascensor y entró en la nave. Otra vez lo haría; había hecho demasiado para un solo día.

9

Atravesó la esclusa de aire y, ya dentro de la esclusa interior, se quitó la doble capa de película de aislamiento. La metió en el incinerador, y cuando alzaba la mano para pulsar el botón que abría la puerta interior, el sistema de alarma sonó y la pantalla del computador junto a la puerta indicó, centelleante:

«Material extraño detectado. Repita procedimiento de aislamiento Y EVACUE TODO EL AIRE DE LA COMPUERTA. NO SE PERMITE LA ENTRADA HASTA QUE EL MATERIAL EXTRAÑO NO SEA EVACUADO».

Tansis no iba a preocuparse de todas esas tonterías. Él mismo era ahora un material extraño —su cabeza, el interior del traje, el aire que exhalaba— y el computador tendría que acostumbrarse a ello.

Tecleó como respuesta: «Los procedimientos de emergencia que se están ejecutando quedan derogados por mí en virtud de la autoridad legal que poseo como único superviviente».

«Debo indicar que su acción pudiera poner en peligro su salud y su vida».

—Lo sé muy bien —contestó Tansis, irritado—. Se ha comprobado que no hay ningún peligro conocido, excepto el polen de la capa de cintas. Yo mismo he estado expuesto al aire y lo he respirado, sin recibir efectos nocivos hasta ahora. La nave no puede continuar siendo estéril, porque yo ya no soy estéril. Abre la puerta interior y acepta la nueva situación.

La puerta interior se abrió inmediatamente, y Tansis penetró en la sala de reuniones. Sintió que la estaba viendo de una manera distinta, como si se tratara de algo inocente que violara. Era el fin de una época.

La pantalla del computador de la sala centelleaba también:

«Material extraño detectado».

Tansis la miró con resignación. Sin ninguna duda ocurriría lo mismo en cada una de las habitaciones en las que entrara hasta que el computador hubiera cubierto todas las habitaciones contaminadas. Sí, era muy consciente —ésa era la palabra exacta—, pero tenía poco sentido común.

Aquella tarde Tansis comió y durmió bien. Se despertó a media noche después de un sueño de diez horas, refrescado y relajado. El único efecto dañino que parecía tener era una mucosidad mayor de lo normal en la garganta y en la nariz.

Lo peor había pasado; era como un examen que hubiera concluido; toda su ansiedad parecía haberse evaporado.

Quedaban varias horas antes del amanecer, porque aquí en invierno las noches eran muy largas, y dedicó el tiempo a aprender del computador las diversas teorías e hipótesis sobre las posibilidades de que los seres humanos puedan comunicarse con inteligencias extrañas con las que en algún momento entraran en contacto. Ninguna de las teorías encajaba en la situación en que él se encontraba. Todas suponían que los seres extraños tendrían miembros, una cultura material y algún sistema de símbolos que pudiera ser traducido a alguna forma visible como la escritura o el dibujo.

Tansis tenía la certeza de que si cogiera un tablero y dibujara algo en él, eso no significaría nada para las criaturas marinas, porque no tenían miembros y por lo tanto no podían exteriorizar sus formas de comunicación. Su experiencia vital debía ser intensamente interna y su relación con los demás debería basarse en los encuentros interpersonales. Físicamente, desde el punto de vista de la Tierra, eran primitivos e inútiles, sin poseer nada más que sus cuerpos; sin embargo, su mundo mental interno pudiera ser bien mucho más avanzado que el humano. La comunicación con ellos iba a ser un problema: ¿cómo podría él copiar esa habilidad de dilatar las pupilas?

Tosió y expulsó mocos. Parecía tener muchos desde que se expuso a la atmósfera nativa; tenía también la nariz tapada y dificultades al intentar estornudar, limpiar la garganta y expulsar la mucosidad. A bordo no había pañuelos, y no quedaba papel. Recorrió la nave en busca de algo que pudiera serle útil. Finalmente encontró gasas en la cabina médica, cogió un puñado y se sentó dispuesto a trabajar.

Según el manual médico y el computador, probablemente tenía un resfriado causado por el frío viento marino, y sentía un temor profundo que intentaba disimular. Tal vez estuviera infectado.

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