Y en cuanto había aparecido un problema se había intentado ocultar, remitiéndose a trucos y engaños. La propuesta del congresista Morgan podía dar resultado, pero no siempre. A largo plazo la única manera de enfrentarse a la propuesta de ley que colgaba sobre la cabeza de las centrales atómicas no era sino exponer de un modo claro y sin ambages la realidad.
Se sonrió a sí mismo con amargura. Le había explicado los hechos al alcalde con toda claridad, pero él mismo todavía no había aceptado aquella situación. Todavía intentaba encontrar una fórmula milagrosa que los salvara.
—El congresista Morgan al teléfono —anunció Thelma.
Palmer parpadeó, sorprendido. Por todos los demonios, Morgan no tenía nada que hacer allí. Había logrado incluso encontrar el método de sacar de la planta todo el material que le encargara, el del número Tres, que no había sufrido daño, mediante la milicia y el uso de un mínimo de engaños. Lo había dejado todo casi a punto para su utilización.
Sin embargo, Morgan no hizo ninguna referencia a aquel asunto.
—Palmer —dijo sin preámbulos—, ¿qué sucedería si se hiciera caer una bomba de hidrógeno sobre la planta en la situación actual?
—Sería una verdadera masacre —repuso Palmer, al tiempo que miraba fijamente el rostro que le ofrecía la pantalla. La expresión del político era de una seriedad mortal.
—No me refiero al personal de la planta. Habría tiempo suficiente de evacuarlos a todos
—añadió Morgan.
Palmer sonrió con amargura.
—Yo tampoco me refería al personal de aquí. Hablaba de que desaparecería la mitad de los Estados Unidos.
Esa era, en efecto, la consecuencia previsible. En cuanto la energía de fusión del hidrógeno entrara en contacto con la masa de isótopo R del convertidor, el nivel de energía subiría inmediatamente y convertiría todo el material radiactivo en isótopo Mahler.
Toda la energía que no se liberara en el preciso instante de la explosión se desprendería de la explosión en cadena que se produciría a continuación, y toda la masa de materia radiactiva que estaba fuera de control en la planta se convertiría en un lapso de tiempo casi inexistente —una billonésima de segundo —en energía pura, acompañada de variados fragmentos de materia.
Morgan emitió un gruñido.
—Es lo que me imaginaba. Me imaginaba algo así, o, mejor dicho, me lo temía, pero no he dispuesto de tiempo para consultar con los expertos locales. ¿Está usted seguro de lo que dice?
—Hokusai… Matsuura Hokusai, ya habrá usted oído hablar de él, lo calculó hace bastante tiempo —le explicó Palmer—. El material que tenemos aquí explota con sólo la décima parte de la energía necesaria para que lo haga la reacción del hidrógeno, y libera seis veces más que éste con la misma masa. Además, lo peor es la velocidad con la que explosiona el isótopo de Mahler. Si los comparamos, el hidrógeno resulta de combustión muy lenta, ¿comprende? ¿Por qué lo pregunta?
Morgan hizo una pausa para secarse la frente con un pañuelo que estaba totalmente mojado, como si el congresista hubiera estado haciendo una carrera.
—Porque ésa es la brillante idea a la que han llegado aquí hace un momento. Ya se la están contando incluso al Presidente —hizo otra pausa, como si intentara convencerse a sí mismo—. Pretenden darle a usted hasta mañana por la mañana para sacar de la zona a sus hombres y luego enviar unas cuantas bombas estratégicas de fusión y enviarlo todo al infierno. Han llegado a la conclusión de que si lo hacen así lo podrán controlar todo de modo que Kimberly no sufra demasiados daños. Yo ya no puedo convencerles de nada.
Sólo sigo en las discusiones por tolerancia, pero si supieran que le he llamado me cortarían el cuello.
Era la típica solución mediante la fuerza bruta que atraía a los hombres que acostumbraban a tratar con asuntos materiales que no se salían de la normalidad. Acaba con lo que sea un problema y ya no tendrás que preocuparse. Echa suficiente DDT en una habitación y acabarás con las chinches. Luego ya te ocuparás de deshacerte de los depósitos venenosos de DDT que queden. La única diferencia en este caso era que el asunto con el que se enfrentaban no admitía una solución de aquel tipo. Aquello se encontraba en la peligrosa frontera entre la materia y la energía, y por tanto no se podían aplicar de un modo estricto soluciones meramente materiales. Sí, en efecto, se acabaría con el problema del isótopo R, pero tras la explosión, no quedarían seres humanos que se tuvieran que preocupar por los efectos secundarios.
—¿Qué puedo hacer? —preguntó Palmer.
—Dígame el nombre del individuo que pueda hablar más razonablemente con todos estos locos de aquí.
—Morgenstein, del M.I.T. —repuso Palmer—. O, en el caso de que necesite a alguien con mayor urgencia todavía, acuda a Hazleton, del NACC. Seguro que él les podrá convencer.
El congresista dio un bufido por el aparato.
—No sabe usted lo que dice, Palmer. Usted cree que con los hechos desnudos se va a alguna parte, pero se equivoca. Esa gente no podrá creer que su idea más luminosa no tenga ninguna utilidad. Además, serán totalmente incapaces de hacerse una idea de las bases de esta ciencia en media hora. Todavía piensan en analogías: combatir el fuego con el fuego, combatir el átomo con el átomo. Maldita sea, Hazleton lleva años y años discutiendo con ellos sobre todo lo relacionado con la ciencia atómica y nunca ha logrado que le crean un sola palabra. Le haré venir, pero no espero gran cosa.
Palmer se volvió hacia las ventanas mientras consideraba de nuevo la situación.
Morgan no estaba haciendo teatro en esta ocasión, estaba claro. El tipo se estaba jugando algo que significaba tanto para él como la planta para sí mismo. Y además era tan experto en el campo de la política como Hokusai en el de la teoría atómica. Cuando volvió a colocarse frente a la pantalla, el gerente acababa de tomar una determinación final.
Se había estado saltando en las últimas horas todas las normas que habían sido su vida hasta aquellos momentos. Por tanto, bien podía saltarse la última que le quedaba.
—Muy bien —dijo—. Dígales que se tranquilicen. No va a ser necesario que utilicen las bombas, porque ya disponemos de un modo de resolver el problema. Jorgenson, el ingeniero que descubrió este proceso, estaba en el convertidor cuando tuvo lugar el accidente. Tenía allí sus instrumentos en el segundo mismo que el proceso escapó de control. Y estuvo ahí dentro, en un traje protector Tomlin, hasta que lo rescatamos. Ahora se ha recuperado ya lo suficiente para esbozar un sistema de comprobación de cómo se produjo la reacción y mis hombres van a ponerse a trabajar en la solución ahora mismo.
—¿Le va a servir esto de algo?
Morgan asintió mientras lo consideraba.
—Quizá. En especial eso de que estuviera dentro cuando tuvo lugar el accidente y que haya sobrevivido. Es la mayor mentira que he escuchado, pero creo que es una de las cosas que desean escuchar y que son capaces de tragar. Por lo menos, nos dará un poco de tiempo. Pero que Dios nos ampare a ambos si llegan a descubrirlo.
Palmer colgó y se dirigió a la puerta antes de que el intercomunicador le atrapara con una nueva llamada. Tras aquellas dos conversaciones se sentía capaz de hacer frente a cualquier noticia que Hokusai le fuera a proporcionar, y que desde luego no imaginaba muy optimista.
El doctor Ferrel observó a Jorgenson y a continuación dirigió la mirada a la pantalla del excitador que mostraba las gráficas de las constantes vitales del ingeniero. Movió la cabeza con gesto dubitativo.
—Es posible que pudiéramos desconectarlo ahora mismo pero, no obstante su aparente recuperación física, creo que sería mejor mantener el excitador por lo menos veinticuatro horas más. ¡Vaya carnicería le hice en el pecho! —añadió con una mueca—. La recuperación va a resultar un proceso largo y difícil, a pesar de lo bien que lo ha remendado Blake. Podremos unirle satisfactoriamente las costillas, pero desde ahora nunca va a salir muy bien en los rayos X. En fin, no importará mucho si logramos que se recupere.
Jenkins se quedó mirando el enorme cuerpo del paciente con expresión tensa.
—Doctor, ¡tiene que recuperarse!
Ferrel volvió a mover la cabeza.
—Ha pasado por un infierno peor de lo que cualquier hombre podría resistir. En este momento su estado general es mucho mejor de lo que se pudiera esperar, pero no hay modo de saber el daño que ha sufrido su cerebro. No esperes gran cosa…
—Tenemos que hacer que se recupere, doctor. Si Hokusai y Palmer confirman que las cosas están tan mal como parece, tendremos que adoptar la mejor solución que se nos ocurra. Estoy seguro de que en alguna parte hay una solución para esta crisis; tiene que haberla. Pero me temo que sin Jorgenson no podremos dar con ella.
—Mmm… Me parece que estás dándole vueltas a algún plan, hijo. Mira: hasta ahora has acertado en todas tus previsiones, Y en el caso de que Jorgenson no sea capaz de ayudarnos…
El doctor dio por terminada su inspección y se dejó caer pesadamente en una silla.
Sabía que lo único que cabía esperar era que las drogas que le habían suministrado a Jorgenson hicieran efecto y el gigantón se recuperara. En aquel instante de respiro, el cansancio se abatió sobre él con toda su fuerza; le temblaron los dedos al quitarse los guantes.
—Sea lo que sea, lo sabremos dentro de unos cinco minutos. —Y que el cielo nos ayude, doctor, si es que yo tengo que hacerme cargo de la lucha contra el isótopo R. Siempre he tenido una especie de instinto natural en la teoría atómica, pues nací y crecí entre ella, pero Jorgenson es el hombre práctico que ha trabajado con los elementos atómicos día a día y, además, es el autor del proceso que combatimos… ¡Ahí vienen otra vez! ¿Les damos permiso para que entren en el quirófano?
Pero Hokusai y Palmer no esperaron a que les dieran permiso para pasar. En aquel instante Jorgenson era el centro nervioso de la planta. Los recién llegados se acercaron hasta donde se encontraba, se inclinaron para verle y luego se retiraron a unos asientos desde los que no se les escaparía el menor signo de que el ingeniero recobrase la conciencia.
Palmer retomó la conversación donde la había dejado y se dirigió a Hokusai y Jenkins.
—¡A la mierda con el postulado Link-Stevens! De vez en cuando falla, aunque no hay manera de saber el porqué. ¡Sólo faltaba esto! ¡Parece más magia negra que un postulado científico! Si salgo de ésta contrataré a alguien para que descubra la razón de este comportamiento tan anormal de las sustancias. Hokusai, ¿está seguro de que se trata de una cadena theta? La posibilidad de que eso ocurra es de una entre diez mil,
¿sabe? Es inestable, le cuesta empezar a reaccionar y tiende a convertirse en cadenas más simples con el más mínimo cambio.
Hokusai extendió las manos y dirigió a Jenkins una mirada interrogativa, y a continuación asintió con la cabeza. La voz del muchacho sonó opaca, casi falta de interés:
—Eso es lo que pensé que sucedería, Palmer. No hay ninguna otra cadena que en el estado en que se encuentra ese magma despida un calor tan intenso, por lo que describe que sucede ahí fuera. Es posible que lo último que se hizo por apagar la masa diera como resultado la formación de esta cadena molecular y que además la concentración en que se encuentra sea ideal para que se mantenga estable. Nos imaginamos que disponíamos de unas diez horas, así que ahora podemos calcular que dentro de seis horas se convertirá en la cadena molecular más corta, en la mortífera.
—Así es. —Palmer paseaba de nuevo arriba y abajo, con los nervios desatados y los ojos fijos en Jorgenson desde cualquier posición en la que se encontrara—. No sé si en seis horas habrá tiempo de evacuar a todo el personal de los alrededores. Puede que sí o puede que no, pero tendremos que intentarlo. ¡Doctor, en estas circunstancias no puedo siquiera esperar a la recuperación de Jorgenson! ¡Tengo que decirle al gobernador que inicie la operación inmediatamente!
—Ten en cuenta que esos alborotadores saben aplicar muy bien la ley del linchamiento, y que la siguen practicando con asiduidad —le recordó Ferrel con una sonrisa. Había presenciado en una ocasión los resultados de uno de aquellos casos de violencia de las turbas cuando ejercía la medicina privada, y sabía que la gente no cambia mucho de un año para otro; si les obligaban, evacuarían la zona, pero antes exigirían un sacrificio cruento—. Será mejor que hagas salir primero a todos los de la planta, Palmer, y si quieres mi consejo, pon una buena distancia entre tú y ellos; he oído que ha habido algún problema en la puerta principal, pero eso no va a ser nada comparado con lo que puede desencadenar una orden de evacuación.
Palmer gruñó.
—Mira, Ferrel, quizá no me creas pero en este momento no me importa un rábano lo que me suceda a mí o a la planta.
—¿Ni a los hombres? Si se acerca por aquí una turba en busca de tu sangre los tendrás a todos de tu lado, porque todos ellos saben que lo sucedido no ha sido culpa tuya y todos te han visto ahí fuera jugándote el tipo como los demás. Por otro lado, una muchedumbre enfurecida no va a considerar mucho los objetivos que pueda alcanzar y en cuanto queden sin control vas a encontrarte con todo esto en pleno jaleo. Espera antes de llamar al gobernador. Además, Jorgenson está ya casi a punto.
El doctor tenía claro que unos cuantos minutos más poco significarían en el plan de evacuación, y tampoco tenía ningunas ganas de ver a su esposa medio paralítica mezclada en la algarabía de un traslado en masa; por otro lado, estaba seguro de que Emma se negaría a irse hasta que él regresara. Sus ojos repararon en la caja que Jenkins tenía entre las manos y con la que jugueteaba nerviosamente. Por unos momentos no dijo nada, y luego le dijo al joven doctor:
—Creía que habías dicho que resultaba arriesgado romper el material radiactivo en pedazos pequeños, Jenkins. Pues esa caja contiene material de ése en varias medidas, entre ellas un pedazo grande que extirpamos de uno de los pacientes, además de todo el instrumental contaminado. ¿Por qué no ha explotado ya?
La mano de Jenkins soltó la caja de un salto como si fuera un clavo ardiente, y el muchacho dio un paso atrás antes de recuperarse. A continuación cruzó la sala en dirección al recipiente de I-631, tomó un poco y lo esparció por todos los rincones de la caja con un inusitado frenesí. Los ojos de Hokusai se abrieron desmesuradamente y corrió a echar agua para extender el I-631 a los puntos más inaccesibles de aquella caja de residuos radiactivos. Casi al instante, y pese a la poca cantidad de material que contenía la caja, surgió de ella una nube de vapor blanca que inundó la sala a mayor velocidad de lo que el acondicionador de aire podía absorber; sin embargo, pronto se desvaneció y desapareció.