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Authors: John Verdon

Tags: #novela negra

No abras los ojos (46 page)

BOOK: No abras los ojos
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Kline miró a su alrededor en la sala, con las palmas levantadas en un ademán inquisitivo, pero nadie tenía nada que añadir.

—Muy bien—dijo—. Detective Becker, quiero darle las gracias por su ayuda. Y por su sinceridad. Y buena suerte con su caso.

Hubo una pausa. Luego volvió a oírse el acento sureño.

—Solo me preguntaba si saben algo sobre este caso allí arriba que pueda ser útil para el que tenemos aquí.

Kline y Rodriguez se miraron el uno al otro. Gurney observó cómo los engranajes giraban mientras sopesaban los riesgos y las recompensas potenciales. El capitán finalmente se encogió de hombros, cediendo la decisión al fiscal.

—Bueno—dijo Kline, haciendo que sonara más dudoso de lo que en realidad estaba—, estamos contemplando la posibilidad de que haya más de una persona desaparecida.

—Vaya…

Hubo un silencio, que sugirió que Becker o bien se estaba tomando tiempo para absorber la información o bien se estaba preguntando por qué no se había mencionado antes. Cuando habló de nuevo, su voz había perdido la suavidad.

—¿De cuántas personas estamos hablando exactamente?

54
Historias desagradables

E
n el largo camino a casa, Gurney se sintió obsesionado con la situación en Palm Beach, por la imagen de Jordan Ballston junto a su piscina, por el deseo de llegar al hombre y al fondo de ese extraño caso.

Pero llegar hasta aquel tipo no sería fácil. Ballston, que se había aislado tras un enorme muro de abogados y portavoces, a buen seguro que no iba a sentarse a hablar amigablemente del cadáver en su sótano.

Al salir del pueblecito de Musgrave, Gurney aparcó en una tienda Stewart’s abierta las veinticuatro horas para comprar café. Eran casi las tres de la tarde y estaba al borde de un síndrome de abstinencia de cafeína.

Cuando volvía a su coche con una taza humeante de medio litro, sonó su teléfono.

Era Hardwick, para comentar la jugada.

—Entonces, ¿qué opinas, Davey? ¿Una partida nueva?

—La misma partida, otro ángulo de cámara.

—¿Ves algo que no hubieras visto antes?

—Una oportunidad. Aunque no sé cómo llegar a ella.

—¿Ballston? ¿Crees que va a decirte algo? ¡Buena suerte!

—Es la única llave que tenemos, Jack. Tenemos que conseguir que entre en la cerradura.

—¿Crees que está de alguna manera detrás de todo esto?

—Todavía no sé lo suficiente para creer nada. No se me ocurre ninguna manera en que pudiera haber matado a Jillian Perry. Pero te lo repito, es la única llave que tenemos. Tiene un nombre real, un negocio real y un trasfondo personal, y sienta el culo en una dirección real. En comparación con él, Héctor Flores es un fantasma.

—Muy bien, campeón, avísanos cuando ese cerebro genial tuyo descubra cómo girar esa llave. Pero no te llamaba por eso. Ha surgido más material de Karmala y sus propietarios.

—Kline me dijo que descubriste que no era una empresa de ropa.

Hardwick se aclaró la garganta.

—La punta del consabido iceberg. O más bien la punta de un manicomio. Todavía no sabemos a ciencia cierta en qué negocio está metido Karmala, pero tengo algunos datos de los Skard. Definitivamente no es gente con la que se pueda jugar.

—Espera un momento, Jack. —Gurney abrió su taza y dio un largo sorbo—. Vale, cuéntame.

—Estamos recibiendo información a pedacitos. Antes de que llegaran a Estados Unidos y se internacionalizaran, los Skard originalmente operaban desde Cerdeña, que forma parte de Italia. Italia tiene tres cuerpos policiales separados, cada uno con sus propios registros, además del material local; y luego está la Interpol, que tiene acceso a parte de ello, pero no a todo. Además, estoy recibiendo material que no está en ningún archivo (viejos rumores, cosas que se dicen, lo que sea) de un tipo de la Interpol al que le he hecho algunos favores. Así que lo que tengo son fragmentos desconectados. Algunos son únicos; otros, repetidos; algunos de ellos, contradictorios. Algunos son fiables y otros no, pero no hay forma de saber cuál es cuál.

Gurney esperó. Nunca servía de nada decirle a Hardwick que se saltara el preámbulo.

—En la superficie, los Skard son inversores internacionales de perfil alto. Centros turísticos, casinos, hoteles de mil dólares la noche, empresas que construyen yates de un millón de dólares, cosas de ese estilo. Pero se cree que el dinero que usan para adquirir bienes legales procede de algún otro lugar.

—¿De una empresa más turbia que están ocultando?

—Exacto, y los Skard son muy eficaces ocultando. En toda la historia sangrienta de la familia, solo ha habido una detención (por agresión grave hace diez años) y ni una sola condena. Así que no hay ningún sumario, casi nada que conste por escrito. No dejan de surgir rumores de que están metidos en prostitución de lujo, esclavismo sexual, pornografía sadomaso, extorsión. Pero nada de esto se ha verificado. También tienen una representación legal muy agresiva que se abalanza con una demanda instantánea por injurias cuando aparece en la prensa algo remotamente crítico. Ni siquiera hay fotografías de ellos.

—¿Qué ocurrió con la foto de la detención por agresión?

—Desapareció de un modo misterioso.

—¿Nadie ha testificado nunca contra estos tipos?

—La gente que podría saber algo, que podría sentirse persuadida a decir algo, incluso aquellos que simplemente están cerca de los Skard en tiempos de tensión, bastante tienen con permanecer vivos. Las pocas personas que cooperaron con artículos en la prensa contra los Skard, incluso de manera anónima, desaparecieron en cuestión de días. Los Skard solo tienen una respuesta al problema: lo eliminan por completo. Sin reparos y sin el menor atisbo de preocupación por los daños colaterales. El ejemplo perfecto: según mi contacto en la Interpol, hace unos diez años Giotto Skard, supuesto jefe de la familia, tuvo un desacuerdo comercial con un agente inmobiliario israelí. Después de una reunión en un pequeño club nocturno de Tel Aviv, durante el cual Giotto aparentemente accedió a los términos del israelí, dijo buenas noches, salió, cerró todas las salidas y prendió fuego al local. Consiguió matar al agente inmobiliario junto con otras cincuenta y dos personas que estaban allí por casualidad.

—¿Nadie se ha infiltrado nunca en su organización?

—Nunca.

—¿Por qué no?

—No tienen una organización en el sentido habitual del término.

—¿Qué quieres decir?

—Los Skard son los Skard. Una familia biológica. La única forma de entrar es por nacimiento o por matrimonio y a bote pronto no se me ocurre ninguna agente encubierta lo bastante devota al trabajo para casarse con una panda de asesinos de masas.

—¿Familia grande?

Hardwick se aclaró la garganta otra vez.

—Sorprendentemente pequeña. De la generación mayor, se cree que solo sigue vivo uno de los tres hermanos: Giotto Skard. Podría haber matado a los otros dos. Pero nadie diría eso. Ni siquiera en un susurro. Ni siquiera como una broma. Giotto tiene (o quizá tenía) tres hijos. Nadie sabe cuántos de ellos siguen vivos o qué edad tienen con exactitud, o dónde podrían estar. Como he dicho, por escasos que sean en número, los Skard operan a escala internacional, así que se presume que los hijos están en distintos lugares del mundo donde hay que cuidar de los intereses de los Skard.

—Espera un momento. Si solo están implicados familiares, ¿qué usan como fuerza bruta?

—Se dice que se ocupan de los problemas ellos mismos. Se dice que son rápidos y eficientes. Se dice que con los años los Skard han eliminado personalmente al menos a doscientos obstáculos humanos para los objetivos comerciales de la familia, sin contar la masacre del club nocturno.

—Qué majos. Si tiene tres hijos, presumiblemente Giotto se casó.

—Oh, claro. Con Tirana Magdalena, la única componente del zoológico completamente podrido de los Skard de la que se sabe algo. Y quizá la única persona en la Tierra que alguna vez causó molestias a Giotto y vivió para contarlo.

—¿Cómo lo consiguió?

—Era la hija del capo de una familia de la mafia albanesa. Mejor dicho, es la hija, sigue viva, en un centro de internamiento psiquiátrico. Tendrá sesenta y pico años, el
don
albanés tendrá unos noventa. No es que Giotto tema a un
don
de la Mafia. Se cuenta que fue una decisión puramente comercial por parte de Giotto dejar vivir a su mujer. No quería perder tiempo y dinero matando a albaneses encolerizados que intentarían vengar la muerte de su esposa.

—¿Cómo demonios sabes todo esto?

—En realidad no lo sé. Como te he dicho, casi todo son rumores del tipo de la Interpol. Quizá la mayor parte sea mentira. Pero me cuadra.

—Espera. Hace un segundo has dicho que era la única componente de la familia Skard de la que se sabe algo. Has dicho que se sabe algo.

—Ah. Aún no he llegado a la parte que se conoce. La estaba reservando para el final.

55
Tirana Magdalena Skard


T
irana Magdalena era la única hija de Adnan Zog.

—¿Zog era el
don
?

—Zog era el
don
o como coño llamen a esa posición elevada en Albania. En cualquier caso, la hija era una preciosidad.

—¿Cómo lo sabes?

—Su belleza era legendaria. Al menos en el sórdido sur de Europa oriental. Al menos según mi Garganta Profunda en la Interpol. Además, hay fotografías. Muchas fotografías. A diferencia de los Skard, los Zog, sobre todo Tirana Magdalena, no tenían problemas con la fama. Además de ser preciosa, también era irascible, rara, con veleidades artísticas y obsesionada con ser bailarina. A papá Zog le importaba un carajo lo que ella quisiera. La veía solo como algo de potencial valor. Así que cuando el joven y ambicioso Giotto Skard se interesó en la Tirana de dieciséis años al mismo tiempo que estaba negociando una alianza comercial con Zog, este añadió a su hija como parte del trato. Probablemente lo veía como un beneficio doble. Zog le daba a Skard algo que este valoraba y que a él no le costaba nada y de paso se libraba de su hija loca, que era como un grano en el culo. Eso los convirtió a Giotto y a él en hermanos de sangre sin tener que pincharse los dedos.

—Muy eficiente.

—Muy eficiente. Así que ahora esta adolescente chiflada de dieciséis años, criada por un asesino albanés demente, se casa con un asesino sardo demente. Pero lo único que quiere Giotto son hijos, muchos hijos. Eso es bueno para el negocio. Así que ella empieza a darle hijos, que resultan ser todos varones, como él quería: Tiziano, Rafaello, Leonardo. Eso lo hace muy feliz. Pero lo único que quiere Tirana es bailar. Y cada hijo la vuelve un poco más loca. Cuando tiene el tercero ya está para que la encierren. Entonces hace su gran descubrimiento. ¡Coca! Descubre que esnifar cocaína es casi tan bueno como bailar. Esnifa montones de coca. Cuando no puede robar más dinero a Giotto (una actividad muy peligrosa, por cierto), empieza a tirarse al camello. Cuando Giotto lo descubre, lo descuartiza.

—¿Lo descuartiza?

—Sí, al pie de la letra. En trocitos pequeños. Para dar un buen ejemplo.

—Impresionante.

—Exacto. Así que Giotto decide trasladar la familia a América. Mejor para todos, dice. Lo que en realidad quiere decir es que es mejor para el negocio. El negocio es lo único que le importa. Una vez que están aquí, Tirana empieza a follarse a camellos de coca americanos. Giotto los descuartiza. Todo el que se la tira termina descuartizado. Se folla a tantos tíos que él casi no da abasto. Al final, la echa junto con su tercer hijo, Leonardo, que ahora tiene unos diez años y es homosexual o esquizofrénico o simplemente es demasiado raro para que Giotto lo aguante. Ella se lleva el dinero que le da Giotto como regalo de despedida y abre una agencia de modelos para niños a cuyos padres les encantaría verlos en anuncios, en la tele o lo que sea. Ofrece clases de interpretación y baile para potenciar las carreras de los retoños. Entre tanto, Giotto, con sus dos hijos mayores, se concentra en su emporio de sexo y extorsión. Suena como un final feliz para todos los implicados. Pero había una abeja en la sopa.

—Una mosca.

—¿Qué?

—Una mosca en la sopa, no una abeja.

—Una mosca, una abeja, lo que sea. El problema con la agencia de modelos de la cocainómana Tirana es que abusa de los niños. No solo se folla a los camellos de coca, también se folla a todos los niños de diez, once o doce años de los que puede echar mano.

—Dios mío. ¿Cómo terminó?

—Terminó cuando la detuvieron y la acusaron en dos docenas de casos de abusos sexuales, agresión, sodomía, violación, etcétera. La enviaron a un psiquiátrico, y ahí sigue.

—¿Y su hijo?

—Cuando la detuvieron, se había ido.

—¿Se había ido?

—O había huido o se lo había llevado otra vez su padre. Tal vez, desapareció en alguna clase de adopción privada. O, conociendo a los Skard, bien podría estar muerto. Giotto nunca dejaría un cabo suelto por sentimentalismo.

56
Una cuestión de control

A
medio camino entre su parada en Steward’s y Walnut Crossing, el teléfono de Gurney sonó otra vez. La voz de Rebecca Holdenfield era inteligente, nerviosa; le recordaba tanto a la joven Sigourney Weaver como su cara y su pelo.

—¿Supongo que no va a venir?

—¿Perdón?

—¿No revisa sus mensajes?

Lo recordó. Esa mañana tenía un mensaje de texto y uno en el buzón de voz. Miró primero el de texto, y empezó a especular sobre su amnesia. Olvidó mirar el buzón de voz.

—Dios santo, lo siento, Rebecca. Estoy yendo demasiado deprisa. ¿Me esperaba esta tarde?

—Eso es lo que me pedía en su mensaje de voz. Así que le dije que bien, que pasara.

—¿Alguna posibilidad de dejarlo para mañana? ¿Qué día es mañana, por cierto?

—Martes. Y estoy ocupada todo el día. ¿Qué tal el jueves? Es cuando tengo el primer hueco.

—Falta demasiado. ¿Podemos hablar ahora?

—Estoy libre hasta las cinco, lo que significa que tengo diez minutos. ¿Cuál es el tema?

—Tengo unos cuantos: los efectos de ser educado por una madre promiscua, el modo de pensar de las mujeres que abusan sexualmente de niños, las debilidades psicológicas de asesinos sexuales varones… y la conducta de varones adultos bajo la influencia de un cóctel de Rohipnol.

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